Kiko Argüello y Carmen Hernández:
Reminiscencias
Solemnidad de la Asunción de la Virgen María
Roma, 15 de agosto de 1992
Me acerco a estas páginas conmovido al leer de nuevo estos textos, por la
ternura y la misericordia del Señor. Cómo no darle gracias por todo el bien
que nos ha hecho!
Era el año 1968, hacia la mitad del mes de junio, cuando Carmen, un
sacerdote de Sevilla y yo llegamos a Roma, llamados por monseñor Dino
Torregiani, fundador de los Siervos de la Iglesia. El nos había escuchado
las catequesis en Avila y había insistido para que fuésemos a Roma. Fuimos
con él a visitar al arzobispo de Madrid, monseñor Casimiro Morcillo, quien
nos dio una carta de recomendación para el vicario del Papa, cardenal Angelo
Dell'Acqua.
En Roma, el pobre don Dino, ya anciano y tan santo, nos acompañó de párroco
en párroco, sirviéndonos de intérprete, en el intento de convencer a algunos
de ellos sobre la necesidad de abrir en las parroquias un camino
posbautismal de evangelización para tanta gente que se había alejado de la
Iglesia.
Pronto nos dimos cuenta de la inutilidad de nuestro intento, por lo que
decidimos irnos a vivir entre los pobres, a la espera de que el Señor nos
manifestase su voluntad, abriéndonos una puerta.
Encontramos en el Borghetto Latino de Roma, zona llena de chabolas, un
gallinero donde poder vivir, gracias a una monja que trabajaba con los
pobres y nos ayudó. Carmen encontró un sitio en casa de una señora que la
hospedó en una chabola cercana. Yo, y algunos seminaristas de Avila que
entre tanto se habían unido a nosotros, comenzamos nuestra vida entre los
pobres.
Allí, gracias a un encuentro de jóvenes de las parroquias de Roma que
trabajaban con los habitantes de las chabolas - que tuvo lugar en Nemi y al
que fui invitado para llevar el contributo de mi experiencia -, conocí un
grupo de la parroquia de los Mártires Canadienses quienes, junto al
presbítero sacramentino don Guillermo Amadei, realizaban una experiencia de
tipo litúrgico
Después de haber explicado al sacerdote y a los jóvenes la necesidad de
abrir un camino de evangelización formando pequeñas comunidades dentro de la
parroquia, aceptaron que empezáramos, invitando también a algunas parejas
más adultas.
Antes de empezar las catequesis nos presentamos al cardenal Dell'Acqua para
pedirle el permiso de predicar en su diócesis, como siempre hacíamos. Nos
acompañaba un sacerdote de Bolonia, don Francisco Cuppini, que se había
unido a nuestro equipo con el permiso de su obispo. El cardenal vicario nos
escuchó con atención y nos dio permiso para empezar las catequesis, siempre
que el párroco estuviera de acuerdo. Nos mandó ir a hablar con el entonces
vicegerente. Monseñor Ugo Poletti, que pronto llegaría a ser el cardenal
vicario y que durante tantos años nos ha ayudado y defendido de modo
providencial. Después de todo esto nació, como por milagro, la primera
comunidad neocatecumenal de Roma con cincuenta hermanos. Al año siguiente
dimos catequesis en las parroquias de Santa Francesca Cabrini, la Natividad
y San Luis Gonzaga, en Parioli.
Entre tantos milagros y frutos de conversión que veíamos, había también
mucho sufrimiento; pero en medio del sufrimiento gustábamos la inmensa
sorpresa de sentir y ver obrar al Señor en nuestro favor con signos y
prodigios. Así, por ejemplo, cuando fuimos convocados por la Congregación
del Culto Divino y de los Sacramentos por la perplejidad de un obispo
auxiliar de Roma con motivo de los exorcismos que hacíamos en el primer
escrutinio. Nos encontramos frente a una comisión presidida por el
secretario de la Congregación, acompañado de los expertos habían trabajado
en el Ordo Initiationis Christianae Adultorum (OICA). Cada uno de ellos
tenía delante el Ordo, ya impreso, pero que no se encontraba aún en las
librerías. Nos presentamos llenos de miedo, después de haber rezado mucho a
la Virgen y al Señor para que estuvieran a nuestro lado.
Mientras nosotros explicábamos que no hacíamos otra cosa sino poner a las
personas frente a la primera parte del bautismo que ya habían recibido y del
que los exorcismos constituían una parte importante, y tras haberles
explicado cómo había nacido el camino, en qué consistía, etc., ellos se
quedaron estupefactos mirándose unos a otros: era la realización práctica en
las parroquias de lo que ellos habían elaborado a lo largo de los años en el
Ordo de Iniciación de los Adultos.
He aquí como el Espíritu Santo había suscitado ya persona y medios para su
realización. Esto fue lo que nos dijeron llenos de admiración y sorpresa.
Tras un período de estudio de las etapas y de los ritos del camino
neocatecumenal, durante el cual enviaron observadores a nuestras
celebraciones, y dado que el capítulo IV del OICA extendía el uso del Ordo
también a los bautizados que no habían recibido una catequesis suficiente,
la congregación publicó un documento titulado Reflexiones sobre el capítulo
IV del OICA. En el se establecía qué ritos del catecumenado de los adultos
podían repetirse para revivir el bautismo y cuáles no. Después de esto
fuimos de nuevo convocados, leyendo delante de nosotros este documento y nos
expresaron su alegría y satisfacción por nuestro trabajo que estábamos
realizando en la Iglesia. Y nos dijeron que publicarían en la revisa oficial
de la congregación, Notitiae, una nota laudatoria en latín para toda la
Iglesia, para de este modo ayudarnos. La nota empieza así: "Omnes
reformationes in Ecclesia novos gignerunt inceptus novasque promoverunt
instituta, quae optata reformationis ad rem deduxerunt. Ita evenit post
concilium Tridentinum; nec aliter nuc fieri poterat... Praeclarum exemplar
huius renovationis invenitur in Communitatibus neocatechumenalibus, quae
ortum habuerunt Matriti...".
Gracias a este hecho se estableció, con la congregación del Culto, un
diálogo fecundo, que resultará más tarde muy importante para la relación de
Pablo VI con el Camino Neocatecumenal.
También el cardenal Poletti - que ya nos había puesto en contacto con el
director del centro catequístico de la diócesis de Roma, monseñor Julio
Salimei, quien, impresionado por las conversiones y la acción del Señor en
las parroquias, nos presentó una gran ayuda, ante algunas dificultades
surgidas, nos envió a hablar con el secretario de la congregación para el
clero, que era la congregación responsable de la catequesis en la Iglesia.
También en aquella ocasión teníamos miedo, pero, con nuestra sorpresa,
encontramos a monseñor Maximino Romero, a quien ya habíamos conocido cuando
era obispo de Avila, que nos había sostenido y ayudado. Lo primero que hizo
fue pedirnos los esquemas que usábamos en las catequesis, para que las
examinaran expertos en catequética. Le explicamos que se trataba de páginas
en ciclostilo que ni siquiera habían sido corregidas porque no le dábamos
mucha importancia. Eran simplemente esquemas, puesto que no queríamos formar
a los catequistas como repetidores de textos escritos por otros, sino que
los formábamos durante años de camino en la vida y el testimonio cristiano;
en segundo lugar les preparamos con una tradición oral del anuncio del
kerigma y, finalmente, en el momento de dar las catequesis, el equipo, del
que formaba parte siempre un sacerdote, actualizaba los esquemas.
Por tanto no teníamos escritos oficiales. Las páginas en ciclostilo eran tan
solo indicaciones, esbozos, transcripción de una predicación oral adaptada a
la gente que escuchaba, para ayudarla a descubrir la vida práctica y la
liturgia de la Iglesia dentro de un camino de conversión.
A pesar de todo, él nos las pidió. También esto fue providencial: años más
tarde, en efecto, algunos sacerdotes de Canadá que se oponían a la
renovación del Concilio y que habían logrado hacerse con estas páginas
ciclostiladas, encontraban herejías por todas partes y pensaban que
contenían directivas secretas, etc. No sabían que la Congregación las había
hecho estudiar, dándonos a conocer después el parecer de los consultores
que, gracias a Dios, era muy positivo desde el punto de vista doctrinal.
Para consuelo nuestro nos dieron a conocer la relación de uno de los
consultores de la misma Congregación. En conclusión decía: "Pretendo ahora
subrayar otro aspecto de estas catequesis, o mejor de este Camino
neocatecumenal.
Como estudioso de la Historia de la catequesis antigua he de decir que el
intento de Kiko y Carmen de actualizar el catecumenado es un intento
logrado. La experiencia personal les ha llevado a intuir lo que de
profundamente válido contenía esta institución de la Iglesia de los tres
primeros siglos, y les ha permitido traducirla en una estructura. Estructura
que, aunque no calca la antigua, asume sus elementos más importantes y los
inserta en un contexto nuevo; el de la conversión de bautizados que, a pesar
de serlo, no han hecho jamás una opción personal de fe. En este proceso, que
requiere su tiempo, a estos bautizados de las comunidades neocatecumenales
se les ayuda a hacer su opción global de fe en un clima de comunidad. Se les
ayuda a hacerse disponibles a la acción del Espíritu Santo que les introduce
en la comprensión y aceptación del radicalismo evangélico, iniciándoles
gradualmente y de forma experimental, bien sea en la palabra de Dios, bien
en los sacramentos de la conversión cristiana -penitencia- o en la
eucaristía. Yo encuentro muy positivo todo esto. Por ello concluyo este mi
juicio invitando a los responsables de la Sagrada congregación del Clero a
que den ánimos a este movimiento, ayudándolo con compresión y con paterna
indulgencia a que permanezca siempre en la línea ya emprendida de servicio a
las comunidades parroquiales para su auténtica renovación".
Podemos decir que son verdaderas las palabras de san Pablo: "Todo contribuye
al bien de los que aman a Dios". Cada vez que nos acusaban o nos calumniaban
ante la santa Sede, al fin todo se transformaba en bien para nosotros.
Más tarde tuvimos que hacer frente a otras dificultades; algunos decían que
esta comunidad no tenía ningún compromiso social - corrían los años
siguientes al 68 y todo estaba lleno de comunidades de base politizadas -, y
que querían repetir el bautismo. La Virgen María, la madre de Jesús, vino en
nuestra ayuda.
Apenas habíamos llegado y ya don Dino nos había conducido al santuario de la
Virgen de Pompeya para poner a sus pies nuestra misión. Y las primeras
palabras que pronunció Pablo VI sobre el Camino neocatecumenal las dijo el 8
de mayo de 1974, fiesta de la Virgen de Pompeya, o Virgen del Rosario:
"Cuánta alegría y cuánta esperanza nos dais con vuestra presencia y con
vuestra actividad! ... Este propósito, que para vosotros es un modo
consciente y auténtico de vivir la vocación cristiana, se traduce en un
testimonio eficaz para los otros: hacéis apostolado porque sois lo que
sois!... Vivir y promover este despertar es considerado por vosotros como
una forma de "después del bautismo", que podrá renovar en las comunidades
cristianas de hoy aquellos efectos de madurez y profundización que en la
Iglesia primitiva eran realizados en el período de preparación al bautismo.
Vosotros lo hacéis después. El antes o después yo diría, es secundario. Lo
importante es que vosotros buscáis la autenticidad, la plenitud, la
coherencia, la sinceridad de la vida cristiana. Y esto tiene un mérito
grandísimo, repito, que nos consuela enormemente..."
De esta forma el Papa respondía sin saberlo a aquellas acusaciones: "Hacéis
apostolado sólo porque sois lo que sois!" y "el antes o después del
bautismo, yo diría es secundario". La fecha del 8 de mayo fue para nosotros
un signo de que la Virgen nos animaba y nos daba a entender su solicitud
ante nuestros problemas. De hecho desde aquel momento no nos volvieron a
acusar de repetir el bautismo.
Así podríamos contar innumerables hechos de cómo el Señor venía
constantemente en nuestra ayuda. Pero sobre todo uno fue para nosotros
decisivo. En Madrid, con los pobres, a los comienzos, cuando la policía
quería derribar las barracas en la zona donde se encontraba Carmen con una
amiga, llamamos al arzobispo para que viniera en nuestra ayuda. Cuando
monseñor Casimiro Morcillo vino a las barracas fue un verdadero milagro:
conoció la pequeña comunidad de gitanos, de vagabundos, de pobres; nos oyó
rezar y se conmovió profundamente viendo la obra que el Espíritu Santo
estaba haciendo en aquella zona de trincheras de la Iglesia. Después de
haberle explicado la necesidad de completar la catequesis de aquella gente
con signos concretos en una liturgia renovada, como estaba ya proponiendo el
Concilio, con gran asombro por nuestra parte, le dijo al párroco de la
parroquia más cercana, allí presente, que nos dejara la iglesia - un
barracón de madera en medio de una plaza- para que la comunidad de las
barracas pudiese celebrar allí la eucaristía una vez a la semana,
permitiéndonos celebrarla con las dos especies y usando el pan ázimo en
lugar de las hostias, como nosotros lo habíamos pedido.
Igualmente, algunos años más tarde, en Madrid, cuando la celebración de la
vigilia pascual - que celebrábamos durante toda la noche, redescubriendo la
fuerza de aquella noche en la que Cristo venció a la muerte- creaba
problemas en algunas parroquias, discutimos estos problemas con los párrocos
en presencia del arzobispo y de los obispos auxiliares. Pensábamos que
quizás el arzobispo nos habría prohibido todo, pero él empezó diciendo:
"Cómo quisiera que la vigilia pascual llegase a ser el fulcro de la vida de
mi diócesis; sin embargo veo con tristeza que en la mayoría de las
parroquias se reduce a una misa vespertina con sólo tres lecturas y que
termina antes de la puesta del sol. Si gracias a vosotros la vigilia pascual
recupera el esplendor y la fuerza que Dios ha querido y que la reforma
litúrgica desea vivamente, bienvenidos. Os dejo todas las iglesias vacías de
Madrid para que podáis celebrar toda la noche hasta el alba, dando así
ejemplo y testimonio".
Estas líneas de introducción son fundamentalmente una ocasión para bendecir
a Dios, para agradecerle el don del Espíritu Santo que ha querido fundar su
Iglesia sobre Pedro y sus apóstoles. Sin los obispos y, sobre todo, sin
Pedro, hoy no existiría el Camino neocatecumenal.
Juan Pablo II, el 3 de septiembre de 1979, nos invitó a la misa en Castel
Gandolfo a Carmen, al padre Mario - misionero comboniano que formaba parte
de nuestro equipo desde hacía algunos años- y a mí.
Era la primera vez que lo veíamos. Sabíamos que había acogido a la comunidad
en su diócesis cuando era cardenal en Cracovia y había defendido, frente a
algunos párrocos, la eucaristía del sábado por la noche en comunidad.
Terminada la misa vino a saludarnos y yo le pedí que me permitiese hablar
con él a solas. Me preguntó: "Ahora mismo u otro día?" Le respondí: "Ahora".
Me invitó a seguirlo por un pasillo, me hizo entrar en una biblioteca,
donde, lo recuerdo, penetraba un fuerte sol. Se sentó detrás del escritorio,
me invitó a sentarme frente a él y a hablar.
Con gran sufrimiento le conté cómo había recibido de la Virgen María la
inspiración de hacer pequeñas comunidades como la Sagrada Familia de
Nazaret, que viviesen en humildad, sencillez y alabanza y donde el otro es
Cristo. Mi grandísima dificultad provenía de pensar que él pudiese imaginar
que tenía ante sí a un visionario, un exaltado o algo parecido. Después de
haberme escuchado y tras algunos minutos de silencio me dijo que durante la
misa, pensando en nosotros, había visto ante sí: "ateísmo - bautismo -
catecumenado". Tuve la sensación de que se refiriese a los países del este y
me impresionó que hubiese invertido el orden poniendo la palabra
catecumenado después del bautismo. La verdad era que hubiera querido ponerme
de rodillas dando gracias al Señor!
Más tarde, cuando el Papa comenzó a visitar las parroquias de Roma, visitas
en las que siempre tenía lugar un encuentro particular con las comunidades
neocatecumenales, tuvimos muchas veces ocasión de hablarle del Camino, sobre
todo Carmen.
Sus palabras, como puede leerse en estas páginas, han sido siempre
sorprendentes, generosas, siempre más allá de los que podíamos esperar: como
cuando pedimos una audiencia para los seminaristas procedentes de las
comunidades del Camino y él mismo quiso que el encuentro tuviese lugar en la
Capilla Sixtina. Apenas cabíamos allí dentro, éramos unas 1200 personas,
pero quiso que fuera allí; quería hablar de su elección como Para en aquel
lugar para sellar en los jóvenes aspirantes al sacerdocio una experiencia
tan fuerte del Espíritu Santo.
Qué decir de cuando vino a Porto San Giorgio el 30 de diciembre de 1988,
para celebrar la eucaristía con nosotros - habíamos recibido, desde hacía
pocos días, de la Sagrada congregación del Culto Divino, la autorización
para poder desplazar el rito de la paz antes de la anáfora, y de comulgar
con las dos especies todos los domingos- y fue él lleno de valentía el
primero en celebrarla con esas adaptaciones? Y lo mismo cuando envió cien
familias, con muchísimos hijos, a las zonas más pobres y descristianizadas
de América Latina y de Europa, algo que también suscitaba muchas críticas.
Si nosotros pedíamos cinco, él nos daba cien. Es su estilo. Parece que
conozca antes que nosotros el verdadero "enemigo" - el demonio- y nos
defienda como un padre defiende a su hijo, como el pastor defiende sus
ovejas, sin miedo, arriesgándose. Dando ejemplo como obispo de Roma.
Nosotros hemos sido siempre los primeros en sorprendernos de sus
afirmaciones sobre el Camino, de sus alabanzas, de su poner de relieve
aspectos nuevos también para nosotros.
Cuando en noviembre de 1980 vino a la parroquia de los Santos Mártires
Canadienses, la primera parroquia de Roma en la que habíamos iniciado el
Camino neocatecumenal, él allí - delante de las once comunidades que ya se
habían formado- habló improvisando más de media hora. Y frente a las
continuas críticas acusándonos de hacer un cristianismo de élite, separado
de las otras realidades de la parroquia como si nos creyéramos los únicos,
de nuevo el Papa fue todavía más lejos, hablando de la terrible realidad de
hoy, del enfrentamiento radical de "fe y anti-fe, Iglesia y anti-Iglesia,
Dios y anti-Dios", invitándonos con fuerza a un cristianismo radical,
animándonos.
Y las cosas se han ido desenvolviendo de esta manera no solamente con Juan
Pablo II. Lo mismo sucedió con Pablo VI, quien en la audiencia general del
miércoles 12 de enero de 1977, en la que estaban presentes más de quinientos
párrocos que tienen el Camino en sus parroquias, junto a sesenta y siete
obispos que les acompañaban, nos sorprendió al decir que dedicaba aquella
alocución al Camino neocatecumenal y la titulaba: "Después del bautismo".
Concluyó diciendo: "Mucha gente se polariza hacia estas comunidades
neocatecumenales porque ve que en ellas hay una sinceridad, una verdad, hay
algo vivo y auténtico, es Cristo viviendo en el mundo". Aquella alocución es
un breve tratado sistemático sobre la necesidad de volver a descubrir las
riquezas del bautismo como base de la evangelización. Decía así: "He aquí,
pues, el restablecimiento de la palabra "catecumenado" que, ciertamente, no
quiere invadir ni disminuir la importancia de la vigente disciplina
bautismal, sino que la quiere aplicar con un método de evangelización
gradual e intensivo, que recuerda y renueva, en cierto modo, el catecumenado
de otros tiempos... Se proyecta así una catequesis posterior que no se
recibió en el bautismo: la pastoral de adultos...". Jamás una crítica. Era
como si alguien le empujase a animarnos. El mismo, la primera vez que usó la
palabra "Neocatecumenado", levantando la vista del texto escrito, añadió:
"He aquí los frutos del Concilio!".
Pero no podemos olvidar a Juan Pablo I, al que encontramos personalmente
cuando era patriarca de Venecia de 1972 y que nos dio permiso para abrir el
Camino en su diócesis. En los siguientes lo animó y lo siguió, presidiendo
personalmente todas las etapas y los escrutinios. Además erigió un Centro
neocatecumenal diocesano, poniendo a disposición del Camino la bellísima
iglesia de Santo Tomás. Pero, sobre todo, permitió celebrar la vigilia
pascual durante toda la noche, confirmó en todo nuestra práctica frente a
párrocos que habían suscitado ciertas dificultades. Todavía resuena en
nuestros oídos la alegría de sus palabras en la homilía pronunciada a los
hermanos de la primera comunidad neocatecumenal de la parroquia de Santa
María Formosa, que habían llegado a la Iniciación a la oración. Les animaba
citando a los padres: "Voy a rezar, voy a luchar".
Más del 50% de los que están en las comunidades eran alejados de la Iglesia,
es decir, gente que por lo general tenía prejuicios contra la jerarquía,
contra el Vaticano, contra el Papa. Hoy es por todos conocido el amor que
profesan a la liturgia, al Papa, a los obispos, los hermanos del Camino
neocatecumenal. Estos hermanos han experimentado las mentiras que
constantemente siembra el demonio en la sociedad, mentiras que solamente la
experiencia de gestación que han tenido en el Camino hacia el interior de la
Iglesia ha podido borrar de su ánimo para hacer nacer un amor profundo a la
Iglesia y a la Virgen María.
Años más tarde, el 9 de mayo de 1986, fuimos llamados por la Congregación de
la Fe, que nos sometió a un cuestionario sobre la hermenéutica, la pastoral,
la doctrina. Después de haber estudiado nuestras respuestas, fuimos
convocados por el cardenal Ratzinger a una reunión. En ella nos dijeron que
podíamos estar acompañados de un teólogo. En aquel encuentro nos comunicaron
que habían estudiado todo, que se habían informado y querían ayudarnos. Nos
propusieron unirnos a una Congregación porque era necesario encontrar una
solución jurídica. Nosotros respondimos que la verdadera ayuda había sido un
Breve del santo padre, mientras se estudiaba más profundamente la cuestión
jurídica.
Como resultado el Papa nombró a monseñor Paul J. Cordes, vicepresidente del
Concilium pro laicis, como encargado ad personam para ayudarnos y actuar
como vínculo de unión con las Congregaciones. Y como ya no se usaban los
Breves, aceptaron el hecho de que el santo padre nos diese, en todo caso, un
apoyo más oficial. Del mismo modo que a Israel, cuantas veces el oscuro mar
nos cerraba el paso, el Señor lo habría, ante nuestro asombro: éramos
espectadores gozosos de su gratuidad.
Cuando más tarde vimos en nuestras manos la Carta de reconocimiento del
Camino neocatecumenal que Juan Pablo II había escrito a monseñor Cordes, no
pude por menos de acordarme de las palabras que me había dicho Pablo VI en
la audiencia privada que concedió a nuestro equipo el 12 de enero de 1977,
cuando mirándome fijamente - recuerdo todavía sus ojos azules y penetrantes-
y después de preguntar: "Quién es Kiko?" me puso las manos sobre los hombros
y dijo: "Sé humilde y fiel a la Iglesia y la Iglesia te será fiel". Me
acuerdo que también nos dio una medalla y Carmen le dijo que en lugar de la
medalla prefería que le impusiese las manos. Pablo VI, en pie sobre el trono
, sonriendo, aceptó, y haciéndola arrodillarse delante de él, le impuso las
manos.
Es sorprendente hoy contemplar cómo las palabras: "Se establezca el
catecumenado de adultos", que el Espíritu Santo ha inspirado en el Concilio
-Sacrosanctum concilium 64- las hemos visto realizadas, por obra suya,
durante estos casi treinta años, no en una mesa de despacho, sino en una
historia con hechos y con personas, sostenidos y apoyados por los obispos y
sobre todo por el Papa.
Todo nos ha superado de tal forma que no podríamos hacer otra cosa sino
esperar, día tras día, el discernir las huellas de Cristo que él mismo nos
invitaba a seguir. En este sentido hoy, al ver tantos seminarios Redemptoris
Mater para la nueva evangelización, surgidos gracias al apoyo del santo
padre para ayudar a las diócesis que se encuentran en grandes dificultades,
y ver los miles de vocaciones que surgen de estas pequeñas comunidades,
solamente podemos decir con san Pedro después de la pesca milagrosa:
"Apártate de mí, Señor, porque soy un pecador".
Kiko Argüello y Carmen Hernández.