El Camino
Neocatecumenal
según el Presidente de la Conferencia Episcopal Española
(CAMINEO.INFO)
- El actual Presidente de la Conferencia Episcopal Española, Mons. Ricardo
Blázquez, Obispo de Bilbao, escribió el año 1992 el libro: "Iniciación
cristiana y Nueva Evangelización" publicado por DDB (Biblioteca Catecumenal)
en el que analizaba el papel, función y perfil del Camino Neocatecumenal
dentro de la Iglesia Católica, a raíz de la Carta enviada por Juan Pablo II
en 1990 en la que reconocía el Camino como un itinerario de formación
católica, válido para la sociedad y los tiempos de hoy.
En todo un capítulo desgranaba los entresijos de dicha Carta que a
continuación publicamos y que profundizan seriamente en la labor que el
Neocatecumenado realiza en las parroquias como un servicio para la Nueva
Evangelización.
Mons. Blázquez, es, además de Obispo y Presidente de la CEE, Doctor en
Teología por la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma y ha sido profesor
de Teología Dogmática en la Universidad Pontifica de Salamanca, Decano de la
Facultad de Teología y Vicerrector de la Universidad.
UN CAMINO DE
INICIACIÓN CRISTIANA
En la Nueva
Evangelización nada puede suplir a un celo apostólico renovado; se requiere
absolutamente “nuevo ardor”. La Iglesia necesita que el Espíritu Santo se
comunique en forma de “lenguas de fuego” (Hch. 2,3) para que en su seno y en
medio del mundo surjan testigos con la “parresía” del Pentecostés primero.
Este enardecimiento misionero es un don, que el cristiano debe pedir a Dios,
acoger en su corazón y alentar diariamente; no puede dárselo a si mismo ni
brota espontáneamente de los análisis de la situación o de las
programaciones pastorales.
La Nueva
Evangelización necesita, además, nuevos caminos, “nuevos métodos”. Cada
ciclo evangelizador, según la situación histórica de la humanidad, debe
buscar –y por la promesa del Señor encontrará (Mt. 7,7) – cauces adecuados
para evangelizar, que comprende inseparablemente la transmisión fiel del
Evangelio y la respuesta a los hombres con sus afanes, fracasos y victorias,
con sus modos de pensar, de sentir y de vivir, con sus logros, indigencias y
valores. Todo método es una andadura pedagógica, una síntesis vital de lo
permanente y lo cambiante, de lo universal y lo concreto, de la apertura y
la respuesta.
En este
capítulo trataremos del llamado “Camino Neocatecumenal” que es un
catecumenado estricto; y, consiguientemente está centrado en la Iniciación
cristiana. Como en nuestras iglesias la mayor parte fuimos bautizados de
pequeños, esta iniciación es post-bautismal. El “Camino Neocatecumenal es un
instrumento apto, un método adecuado, para la nueva evangelización, como ha
reconocido el Papa con su autoridad de Obispo de Roma y de Pastor de la
Iglesia universal. Es un camino de iniciación suficientemente avalado por la
experiencia.
Después de
reproducir la Carta de Juan Pablo II, por la que reconoce eclesialmente y
recomienda a los pastores el Camino Neocatecumenal como “un itinerario de
formación católica válida para la sociedad y para los tiempos de hoy”
haremos un comentario a la misma. En un tercer momento ofreceremos unas
reflexiones teológico-pastorales motivadas por la misma Carta:
Al venerado hermano, Paul Joseph Cordes,
Encargado "ad personam"
Del apostolado de las Comunidades Neocatecumenales
Siempre que el Espíritu hace germinar en la Iglesia impulsos de una
mayor fidelidad al evangelio, florecen nuevos carismas que manifiestan tal
realidad y nuevas instituciones que la ponen en práctica. Así ha sucedido
después del concilio de Trento y después del concilio Vaticano II.
Entre las
realidades suscitadas por el Espíritu en nuestros días figuran las
comunidades neocatecumenales, iniciadas por el señor K. Argüello y por la
señora C. Hernández (Madrid, España), cuya eficacia para la renovación de la
vida cristiana era acogida por mi predecesor Pablo VI como fruto del
Concilio: "Cuánta alegría y cuánta esperanza nos dais con vuestra presencia
y con vuestra actividad... Vivir y promover este despertar es lo que
vosotros llamáis una forma de "después del bautismo" que podrá renovar, en
las actuales comunidades cristianas, aquellos efectos de madurez y de
profundización que en la Iglesia primitiva se realizaban gracias al período
de preparación al bautismo" Pablo VI a las comunidades neocatecumenales,
audiencia general, 8 de mayo de 1974.
También yo, en
los numerosos encuentros que he tenido como obispo de Roma, en las
parroquias romanas, con las comunidades neocatecumenales y con sus pastores,
he podido constatar copiosos frutos de conversión personal y un fecundo
impulso misionero.
Tales comunidades hacen visible en las parroquias el signo de la Iglesia
misionera y se esfuerzan por abrir el camino a la evangelización de aquellos
que casi han abandonado la vida cristiana, ofreciéndoles un itinerario de
tipo catecumenal, que recorre todas aquellas fases que en la Iglesia
primitiva recorrían los catecúmenos antes de recibir el sacramento del
bautismo; les acerca de nuevo a la Iglesia y a Cristo" (cf Catecumenato
postbattesimale en Notitiae 96 [1974] 229). Es el anuncio del evangelio, el
testimonio en pequeñas comunidades y la celebración eucarística en grupos
(cf Notificazione sulle celebrazioni nei gruppi del "Camino neocatecumenale"
en L'Osservatore Romano, 24 de diciembre de 1988) lo que permite a sus
miembros ponerse al servicio de la renovación de la Iglesia.
Numerosos
hermanos en el episcopado han reconocido los frutos de este Camino. Quiero
limitarme a recordar al entonces arzobispo de Madrid, monseñor Casimiro
Morcillo, en cuya diócesis y bajo cuyo gobierno han nacido, en el año 1964,
las comunidades neocatecumenale que él acogió con tanto amor.
Después de más
de veinte años de vida de las comunidades, difundidas en los cinco
continentes, teniendo en cuenta la nueva vitalidad que anima a las
parroquias, el impulso misionero y los frutos de conversión que brotan del
testimonio de los itinerantes y, últimamente, de la obra de las familias que
evangelizan en zonas descristianizadas de Europa y del mundo entero;
considerando las vocaciones a la vida religiosa y al presbiterado surgidas
de este Camino y el nacimiento de colegios diocesanos de formación al
presbiterado para la nueva evangelización, como el Redemptoris Mater de
Roma; habiendo visto la documentación por Vd. Presentada: acogiendo la
petición que se me ha dirigido, reconozco el Camino neocatecumenal como un
itinerario de formación cat��lica, válida para la sociedad y para los tiempos
de hoy.
Deseo
vivamente, por tanto, que los hermanos en el episcopado valoricen y ayuden -
junto con sus presbíteros - a esta obra para la nueva evangelización, para
que se realice según las líneas propuestas por los iniciadores, en espíritu
de servicio al Ordinario del lugar y en comunión con él, y en el contexto de
la unidad de la Iglesia particular con la Iglesia universal.
En prenda de
este vivo deseo, imparto a Vd. y a cuantos pertenecen a las comunidades
neocatecumenales, mi bendición apostólica.
Desde el
Vaticano, a 30 de agosto de 1990, XII de pontificado.
Joannes
Paulus II
2. Comentario de la Carta
Con fecha 30 de
agosto de 1990 envió el Papa Juan Pablo II una Carta, cuyo texto hemos
reproducido, a Mons. P.J. Cordes, Vicepresidente del Pontificio Consejo para
los Laicos, acerca del llamado Camino Neocatecumenal. Cordes es el encargado
ad personam de acompañar el apostolado de la Renovación Carismática y de las
Comunidades Neocatecumenales, según consta en el Anuario Pontificio.
Algunos medios
de comunicación social tuvieron varios días antes pistas de la noticia,
aunque se aventuraron equivocadamente en su contenido, pues creyeron que se
trataba de constituir el Camino en una Prelatura personal. Una vez publicada
la Carta, dieron cuenta adecuada de su significado.
¿Qué dice la
Carta del Papa dirigida a la Iglesia a través de un destinatario personal?
¿qué alcance tiene?
a) La Carta es
un hito decisivo en el discernimiento cristiano y eclesial del Camino
Nace el Camino
Neocatecumenal en 1964 en Palomeras Altas, un suburbio de Madrid. Su
iniciador Kiko Argüello fue a la barriada con el deseo de ponerse junto a
Jesucristo, que se identifica con los pobres y miserables de la tierra; en
su corazón, según confesión personal, alentaba la intuición, -alumbrada al
escuchar de labios de Juan XXIII un discurso “que se refería a la Iglesia de
los pobres” – de que la renovación de la Iglesia provendría de los pobres.
Lo demás fue una sorpresa del Espíritu Santo, que abre caminos con libertad
soberana. Pronto llegó Carmen Hernández a Palomeras Altas; y quedó
sorprendida por algunos hechos: el interés de los pobres por oir hablar de
Jesucristo, el cambio operado en el grupo de oyentes, la manera de expresar
su vivencia en forma de oración…En estos 25 años, transcurridos desde aquel
comienzo hasta hoy, han sido los dos conjuntamente el instrumento de Dios
para el desarrollo no programado, para la expansión mundial y para la
configuración progresiva del Camino Neocatecumenal. Se ha dado a conocer sin
buscar nunca la publicidad de la imagen. Han sido la fuerza de la
predicación y el testimonio de la vida suscitada sus credenciales de
presentación.
En la Carta
recuerda el Papa algunas de las aportaciones del Camino: Nueva vitalidad
comunicada a tantas parroquias, impulso misionero de los catequistas
itinerantes, frutos de conversión que aparecen en todas partes, obra
evangelizadora de familias enteras en zonas descristianizadas de Europa y
del mundo, innumerables vocaciones para la vida religiosa y el presbiterado,
seminarios erigidos en diversas diócesis por los respectivo Obispos al
estilo del “Redemptoris Mater” de Roma…Hay, efectivamente, muchas
manifestaciones que avalan la fecundidad cristiana y apostólica del Camino.
Que el Camino
surgiera en el ámbito espiritual del Concilio Vaticano II, y que se haya
desarrollado en el post-concilio buscando siempre traducir en la vida de la
Iglesia los textos y la inspiración conciliares, hacen de este
Neocatecumenado una realidad inseparable de la renovación intentada por el
Concilio. “Siempre que el Espíritu santo …. En nuestro días
figuran las Comunidades Neocatecumenales” (Carta)
La comparación
entre los dos grandes Concilios de reforma de la Iglesia, unidos por la
actuación del Espíritu Santo que suscita nuevas respuestas evangélicas en
cada situación histórica, sitúa al Camino en su sentido global: Es un
carisma llamado a prestar un servicio de renovación cristiana en el
horizonte abierto por el Vaticano II. Es una manifestación del Espíritu que
junto con otras de carácter apostólico, contemplativo, teológico etc,
convergen en la misma renovación, intentada por el Concilio, soñada por Juan
XXIII como “nuevo Pentecostés”.
El itinerario
de discernimiento del Camino ha sido largo, tan largo en realidad como su
existencia misma. Para los iniciadores han sido años de trabajo intenso, de
fidelidad y de gratitud a Dios, de obediencia a la Jerarquía de la Iglesia,
de paciencia y de confianza. Al gozo por el reconocimiento de hoy han
precedido acusaciones e incertidumbres dolorosas de ayer.
La Carta del
Papa alude a varios momentos de esa clarificación. En estos años muchos
Obispos han expresado su reconocimiento al Camino. Con acento especial se
recuerda la aprobación, en los mismos inicios, de Mons. Casimiro Morcillo,
Arzobispo de Madrid. Después de escuchar larga y atentamente las
inculpaciones de un grupo de sacerdotes y la explicación-defensa de Kiko
comprendió –con la comprensión del carisma discernidor del pastor- que
aquella realidad incipiente provenía del Espíritu renovador. Y siendo un
hombre más bien moderado, apoyó en adelante decididamente el Camino que
contenía tantas novedades, muchas de las cuales han perdido ya su impacto al
haberse generalizado; por ejemplo, la necesidad del catecumenado de adultos.
Con una carta de presentación recomendó al Cardenal A.Dell’Acqua, Vicario de
la diócesis de Roma, a los iniciadores Kiko Argüello y Carmen Hernández.
La alegría
manifestada por Pablo VI, cuyas palabras se citan, en los encuentros con las
Comunidades Neocatecumenales, la esperanza que veía levantarse con ellas en
el horizonte, el respeto por el Catecumenado post-bautismal (de ahí su
nombre de neocatecumenado) que se estaba gestando…son recogidos en su Carta
por Juan Pablo II. El discernimiento final se apoya en los discernimientos
previos y parciales tanto de los Obispos, como de las Congregaciones Romanas
(para la Doctrina de la Fe, el Culto Divino, el Clero…) como del Papa.
El mismo Juan
Pablo es testigo, como Obispo de Roma y como Pastor de la Iglesia universal,
de los “numerosos frutos de conversión personal y fecundo impulso misionero”
La Carta
recuerda el itinerario de forma sucinta y significativa. Y a la vista de los
resultados cristianos del Camino y de los juicios autorizados emitidos
previamente, pronuncia su discernimiento como Pastor supremo. Por esto nos
parece que esta toma de postura es un hito determinante en la recepción por
la Iglesia Católica del Camino Neocatecumenal. En esto, en que haya tenido
lugar tal reconocimiento público, reside probablemente el significado más
alto de la Carta.
b) “Reconozco
el Camino Neocatecumenal como un itinerario de formación católica”
Este es el
juicio madurado lentamente en la Iglesia, preparado por diversas
intervenciones episcopales y papales, y pronunciado por el Papa como
garantía última del discernimiento.
Quizá sea
oportuno explicitar brevemente el contenido de este juicio pastoral. Es,
dice el Papa, “un itinerario de formación católica”. Cuál sea la manera
concreta de esa formación se ha indicado antes: “Es un itinerario de tipo
Catecumenal”; por tanto, tiende a la iniciación cristiana, no a cualquier
proceso formativo. Tiene que ver con el bautismo, que es el fundamento
sacramental de la existencia cristiana. Católica puede tener doble
significado; el primer sentido es obvio: el Camino Neocatecumenal no “huele”
a protestante; quizá incluso nos desvele una limitación de nuestra enseñanza
tradicional en relación con las realidades centrales de la fe y de la
justificación; el Camino es católico sin ambigüedades; podemos fiarnos de su
catolicidad. El segundo sentido sería éste: Su validez no se limita a los
núcleos urbanos, o a los países de nuestro ámbito geográfico de Europa
occidental, o a ciertos grupos sociales…
(Lo que la
encíclica Redemptoris Missio dice a propósito de la misión ad gentes es
realidad experimentada por el Camino Neocatecumenal en su servicio a la
nueva evangelización: “Lugares privilegiados deberían ser las grandes
ciudades, donde surgen nuevas costumbres y modelos de vida, nuevas formas de
cultura que luego influyen sobre la población. Es verdad que la “opción por
los últimos” debe llevar a no olvidar los grupos humanos más marginados y
aislados, pero también es verdad que no se puede evangelizar las personas o
los pequeños grupos descuidando, por así decir, los centros donde nace una
humanidad nueva con nuevos modelos de desarrollo. El futuro de las jóvenes
naciones se está formando en las ciudades (nº 37) San Pablo evangelizó en
los centros de irradiación del Imperio. La acreditación del Evangelio en
nuestro tiempo pasa por su arraigo en la nueva cultura desarrollada
especialmente en las ciudades.
Puede
conectarse con lo que terminamos de decir una constante de la historia de la
salvación: “el resto” . A través de un resto Dios muestra su fidelidad a las
promesas en medio de las situaciones difíciles del pueblo; y de esta forma
el resto es como un germen para la nueva etapa que empieza y que más tardes
alcanzará maduración y esplendor. El resto fiel es como el fermento
vigoroso, que actúa en el pueblo y poco a poco lo transforma. En esta
pedagogía de Dios se inscriben las reformas de la Iglesia a lo largo de la
historia, las fundaciones de nuevas familias espirituales, los movimientos
de renovación de ayer y de hoy…La vocación del resto no es encerrarse en si
mismo, sino irradiar luz, fermentar la Iglesia. En este sentido la
“estrategia” a través del resto no tiende al repliegue sino apunta a largo
plazo. La Nueva Evangelización difícilmente puede afrontarse dirigiéndonos
inmediatamente al conjunto como tal de los cristianos; sin descuidar muchas
tareas siempre posibles, poco a poco irá entrando en la ola renovadora del
resto. Por este motivo se impone la atención especial a los “fermentos” a
través de los cuales se anticipa el futuro)
…Ha mostrado su
capacidad de iniciación a la fe cristiana en Europa occidental y en la
Europa del centro y del este, en Estados Unidos y en Brasil, en Nicaragua y
en Chile, en Japón y en Costa de Marfil…Personas de diversa condición,
cultura y edad…forman parte de la misma comunidad. Esta universalidad
verificada pone una cierta sordina a algunos reclamos de la inculturación;
no se puede acentuar tanto la peculiaridad cultural de cada espacio humano
que se ponga en peligro la comunidad universal en la misma fe, en la misma
liturgia y en la misma moral cristianas.
Pero, es
verdad, también es ley misionera la inculturación de la fe. Esta
inculturación se refiere a la aclimatación honda de la fe, de su celebración
y de su práctica dentro de las variadas culturas de los diferentes pueblos;
y también dentro de un mismo pueblo a la inserción profunda en sus diversas
etapas histórico-culturales. La fe cristiana necesita ser “inculturada” en
África, por ejemplo, y también en nuestra cultura científico-técnica,
autosuficiente y con pretensiones de radical emancipación. En este sentido
completa el Papa con los siguientes términos su discernimiento central:
“Reconozco el Camino Neocatecumenal como un itinerario de formación
católica, válido para la sociedad y para los tiempos de hoy” El Camino ha
realizado una síntesis vital entre fe cristiana y hombre contemporáneo,
impregnado por la secularización, desconfiado antes las llamadas a la
trascendencia, tocado de un marxismo difuso, de vuelta de una forma
religiosa de comportarse…
A nuestro
modo de ver uno de los aspectos más originales y vigorosos del Camino
Neocatecumenal consiste en la manera de presentar la salvación. Es
simultáneamente responsable con la fe cristiana, transmitida por la Iglesia,
y elocuente al hombre actual. Poco a poco percibe vitalmente el oyente que a
la luz de la muerte y resurrección de Jesucristo está siendo desenmascarada
su existencia irredenta y se le hace la promesa muy concreta de una
existencia nueva. El que haya escuchado hablar a Kiko Argüello sobre la cruz
gloriosa de Jesucristo difícilmente se puede sustraer a la convicción de que
ahí se contiene y expresa con una penetración singular lo que más hondamente
afecta al hombre: el perdón de los pecados, la salvación, la liberación, la
posibilidad de amar en una dimensión nueva.
Uno sospecha
que la Nueva Evangelización, que es ante todo una llamada a la fe y a la
conversión, necesita hallar todavía en buena medida las claves actualizadas
del discurso soteriológico. Mucho hemos encontrado en la experiencia
renovada de la oración; es importante acentuar la fidelidad con la que Jesús
avanza hacia su muerte; bastante de soteriología contiene la liberación del
hombre en sus dimensiones colectivas; la teoría de la “satisfacción”,
elaborada en la edad media, mantiene su vigencia…; pero ¿dónde están las
grandes realidades del pecado, de la muerte, del diablo…, de la misericordia
del Padre, de la muerte y resurrección de Jesucristo, del Espíritu Santo…,
del perdón de los pecados, de la vida eterna, del hombre nuevo…? Aquí
precisamente, en la renovación fiel de este núcleo esencial cristiano, de
este fundamental “corpus paulinum” es probablemente donde el Camino
Neocatecumenal muestra su mayor fuerza. No podemos ahora detenernos más en
esto; algo dijimos al respecto en el capítulo primero, y más adelante
volveremos sobre ello. La vinculación tan honda y la disponibilidad tan
admirable que suscita el Camino en catequistas itinerantes, en matrimonios
abiertos a la vida, en vocaciones para el presbiterado y la consagración
religiosa…tiene que ver estrechamente con lo que terminamos de afirmar.
La aprobación
del Papa enseña autorizadamente, por tanto, que el Camino Neocatecumenal es
“un itinerario de formación católica”, y señala también como un vigilante
que otea las direcciones del Espíritu que aquí se nos ofrece una
vía para llegar al hombre contemporáneo. Es un don del Espíritu Santo
suscitado en nuestro tiempo y como respuesta a las necesidades misioneras de
la Iglesia en nuestra época.
El Papa en su
Carta no entra en los elementos organizativos del Camino Neocatecumenal, ni
en la estructura que va tomando o podría tomar este numerosísimo grupo de
cristianos. Estudió la petición que le fue dirigida, y respondió con este
discernimiento.
El Camino
Neocatecumenal no quiere ser –con ese querer inherente a todo carisma- ni
una orden religiosa, ni un instituto secular, ni una sociedad de vida
apostólica, ni una prelatura personal, ni una asociación pública o privada
de laicos, ni un movimiento especializado de Acción católica…Todo eso es
respetado en su alma católica. Quiere ser un camino de iniciación cristiana;
esto y no otra cosa, esto y no más, esto y no menos. La Iglesia tiene la
responsabilidad de escrutar los dones del Espíritu, de ayudarlos en su
maduración, de abrirles espacio a su dinamismo, de acompañarlos siempre pero
de forma especialmente atenta y cordial hasta que hallen la forma a que
aspiran con el “instinto” del Espíritu, y de facilitarles su configuración
dentro de la Iglesia. El Papa en su Carta respeta exquisitamente estas
“leyes” connaturales a los carismas. Es, por otra parte, necesario –con la
necesidad también interna a su condición carismática- que los carismas se
dejen lealmente discernir y eventualmente corregir, y poco a poco integrar
en la comunión pacífica de la Santa Iglesia.
c) “Deseo que los hermanos en el Episcopado valoricen y ayuden…esta obra
para la Nueva Evangelización”
Una vez
pronunciado el discernimiento se dirige el Papa a los Obispos como
presidentes de las Iglesias particulares. No quiere en este aspecto ejercer
su autoridad suprema en forma de mandato; pide con encarecimiento,
confiadamente espera, seriamente desea (todos estos matices puede tener la
palabra del original italiano) que se estime, que se apoye y que se
favorezca el Camino Neocatecumenal. La Carta solicita una vinculación
cordial y convincente. La petición dirigida a los Obispos se extiende
expresamente a los Presbíteros, en cuya inmediata responsabilidad están
puestas las parroquias, dentro de las cuales se abre y madura la comunidad
neocatecumenal como un fermento de renovación de la misma parroquia y como
un camino evangelizador de los alejados.
La Nueva
Evangelización, a la que insistentemente nos viene convocando Juan Pablo II,
y de cuya necesidad nos hemos apercibido todos, debe ser con palabras del
Papa, “nueva en su ardor, nueva en sus métodos, nueva en sus expresiones”.
Pero, ¿dónde están los cristianos que asuman esta nueva evangelización en
todo su desafío? El Papa durante la IV Jornada Mundial de la Juventud, en el
Monte del Gozo, invitó a aquellas riadas incontables de jóvenes a ser
evangelizadores en el umbral del año dos mil. ¿Qué caminos, qué métodos, qué
formas poseemos? Pues bien, el Camino Neocatecumenal ha redescubierto, con
la requerida fidelidad y renovación necesaria, el “método” más “tradicional”
de la Iglesia y más concorde con la evangelización, a saber la iniciación
cristiana. Es realmente un camino abierto y un camino fecundo; es un camino
real y no un mero proyecto; ha nacido en contacto con la vida de muchas
comunidades.
En el marco de la exhortación a los Obispos y a los Presbíteros para que acojan con responsabilidad este don del Espíritu a la Iglesia en nuestro tiempo, se sitúan dos apuntes eclesialmente muy relevantes. En ellos se articulan con recíproco respeto las tres realidades que están en juego: Genuinidad del carisma, comunión de las Diócesis en torno al Obispo, y unidad católica de la Iglesia particular y de la Iglesia universal. Atender a cada realidad en su sentido eclesial y en su peso propio no es un encaje de bolillos sino un equilibrio eclesialmente fecundo. En torno a ellas giró en bastantes ocasiones el diálogo dentro de la Asamblea Sinodal de 1987; fueron probablemente incluso dos de los puntos más calientes al tratar las llamadas “nuevas realidades eclesiales”.
A. Originalidad del carisma y comunión diocesana
El Papa desea y
pide inseparablemente dos cosas: Que el carisma pueda desarrollarse dentro
de las Iglesias particulares y de las parroquias según su propia
originalidad, y que la comunión de la diócesis no sufra quebranto. Una
realidad no puede afirmarse ni crecer a costa de la otra ya que el mismo
Espíritu Santo es el Creador de los dones espirituales y el principio más
misterioso y eficaz de la unidad de la Iglesia. Donde está el Espíritu de
Dios allí está la libertad de los hijos de Dios y la concordia cristiana
(Cfr. 1 Cor. 12, 11; 2ª Cor. 3,17). Aplicando esto a nuestro caso: “Se
realice (esta obra) según las líneas propuestas por los iniciadores, en el
espíritu de servicio al Ordinario del lugar y de comunión con él” (Carta).
Conservando fielmente las líneas del Camino existe la confianza y la
experiencia de que Dios muestra su fecundidad; si lo desfiguráramos,
habríamos cambiado lo que dio el Espíritu a la Iglesia con unos contornos
precisos y característicos. Y, por otra parte, la Diócesis debe conservar la
unidad necesaria y propiciar la libertad legítima.
La iniciación
cristiana, promovida por el Camino Neocatecumenal, comporta una serie de
requisitos, que solo se comprenden en su justo alcance, si se los sitúa en
la pedagogía de una experiencia. Por ejemplo, Santa Teresa de Jesús recibió
personalmente un carisma, formuló como escritora genial su experiencia, y
como maestra y fundadora la transmitió en forma de andadura a otras mujeres.
En su pedagogía hasta la recreación tiene un sentido, y unos matices
característicos la celebración de Navidad.
¿Cómo preparar
las celebraciones, cómo disponer el lugar de la asamblea, cómo dar las
catequesis, cómo orar, cómo escrutar la Sagrada Escritura, cómo transmitir
la fe a los hijos, cómo ayunar, cómo desprenderse del dinero…? Los grandes
valores que el Catecumenado debe enseñar vitalmente se hacen pedagogía
menuda en acciones, gestos, ritos, signos… A través de ellos, de manera
concreta y adaptada al momento del itinerario y a las personas, se entra en
el dinamismo de la fe, de la conversión, de la evangelización, de la
celebración, de la compartición de los bienes, de la lectura de la
Escritura, del misterio de la Iglesia…Porque esos elementos son “manuductio”
efectiva y verificada en las comunidades primeras, se los defiende
celosamente en el Camino y se los sustrae a la arbitrariedad de cualquier
reformador espontaneo. Tienen los iniciadores la convicción de que si
fueran suprimidos o cambiados desde fuera peligraría la comunicación del
carisma, que en definitiva tiende al encuentro con Jesucristo muerto y
resucitado, a la conversión continua, a la vivencia de la fe en una
comunidad, a la testificación del Evangelio en nuestro mundo. En cada “paso”
del Camino, que abre a una nueva etapa, los catecúmenos son iniciados en un
aspecto del bautismo por medio de acciones determinadas.
Cada grupo en
la Iglesia tiene su propio estilo, sus propias formas, sus propias
modalidades pedagógicas. La Sagrada Escritura puede ser leída como “lectio
divina” por los monjes, como parte de la “revisión de vida” en los
movimientos apostólicos, como “lectura del Evangelio” en los sacerdotes del
Prado, como “escrutinio” en el Camino Neocatecumenal…Lo decisivo es ir al
encuentro de Dios que nos habla en su Palabra.
Todo carisma,
por tanto, en cuanto don del Espíritu debe ser respetado en su identidad y
acogido con gratitud y fidelidad. Pero los carismas no nacen en situación
adulta ni en estado puro. Necesitan,. Consecuentemente, ser decantados y
madurar. Cualquier detalle no es constitutivo de su ser, y por ello no puede
ser retenido como cuestión de vida o muerte. De aquí la maleabilidad que se
requiere en los iniciadores del Camino Neocatecumenal. Pero el proceso de
maduración, de aclimatación y de discernimiento requiere que los iniciadores
sean escuchados constantemente. Una irresponsable intervención exterior
puede ponerlo en peligro.
El
discernimiento debe acontecer en el seno de la Iglesia que es una comunión,
fundada en Jesucristo y en su Espíritu, y presidida sacramentalmente
por el Obispo con la colaboración de su presbiterio. El Espíritu Santo va
conduciendo a la Iglesia a la verdad completa, le actualiza sin cesar la
memoria de Jesús y la unifica en comunión de carismas y ministerios. En esta
anchura, y no en cualquier proyecto de pastoral de conjunto, debe asentarse
la magnanimidad pastoral y humana de los Obispos y Presbíteros. Tanto la
terquedad del carismático como la estrechez del ministro pueden obstaculizar
la relación, llamada a ser fecunda, entre la originalidad del carisma y la
comunión de la Diócesis en torno al Obispo. El Camino Neocatecumenal tiene
muy claro que si el Obispo no quiere ni se abre el Catecumenado en las
parroquias de su Diócesis ni una vez abierto se despliega su itinerario (y
lo mismo se diga en relación con el párroco).
B) Iglesia
particular e Iglesia universal
En el
discernimiento de los dones espirituales y en su posibilidad de acogida y de
expansión la Diócesis no puede cerrarse sobre si misma. La única Iglesia de
Jesucristo se realiza y manifiesta ciertamente en cada una de las Iglesias
particulares; pero éstas son tales en la comunión viviente, en oferta y
acogida siempre fluidas, dentro de la “Católica”, para utilizar la expresión
de San Agustín. Ni la Diócesis es como una sucursal administrativa de la
Internacional-Iglesia, ni la Iglesia universal es simple resultado de las
Iglesias particulares ya constituidas y que ulteriormente decidieran
federarse. La Iglesia particular y la comunión de la Iglesia universal se
constituyen al mismo tiempo.
La comunión de
las Iglesias se realiza diariamente porque todas participan en la misma fe,
profesada en el “símbolo” que identifica a los cristianos, porque reciben el
Evangelio como forma e inspiración para la vida, y porque celebran los
mismos sacramentos, actualización del misterio pascual de Jesucristo por la
fuerza del Espíritu Santo. La unión de las Iglesias se expresa y lleva a
cabo “colateralmente” por la comunicación afectiva y efectiva entre ellas;
y, además, porque hay un centro de comunión –la Iglesia de Roma y su Obispo-
que son, con su autoridad, factor insustituible de comunión en la fe y el
amor, en la unión visible y la misión. En la fidelidad a la voluntad del
Señor, que quiso la unión de sus discípulos, va implicada la acogida del
centro de comunión y de comunicación católicas.
Con este
trasfondo eclesiológico escribe Juan Pablo II: “Que (esta obra) se realice
según las líneas propuestas por los iniciadores…en la unidad de la Iglesia
particular con la Iglesia universal”. Así como el carisma debe ayudar al
Obispo y estar en comunión con él, la originalidad del carisma debe ser
respetada por la Iglesia particular, aunque fuera un carisma nacido fuera de
la Diócesis o con especial vinculación al ministerio del Sucesor de Pedro,
ya que la comunión universal es constitutiva de cada Diócesis. La
responsabilidad del Obispo en su Diócesis no puede prescindir de la
solidaridad con las demás Diócesis, ni puede sustraerse a la comunión
afectiva y efectiva con el Obispo de Roma. Es Pastor de su Diócesis en
relación de fraternidad y de obediencia hacia el Sucesor de Pedro. En cuanto
verdadero pastor de una Iglesia particular con auténtica consistencia
eclesial debe decidir, animado por un alma de comunión, qué puede y debe
hacer, aquí y ahora, ante Dios, en relación con los diversos carismas
suscitados por el Espíritu Santo, en el presente y en el pasado de la
Iglesia, para el bien de todos.
Son indicios de
cómo la Carta tiene en cuenta las Iglesias particulares el que se recuerde
el discernimiento realizado anteriormente por otros Obispos, y el que se
exhorte a los Obispos y a los Presbíteros a que ayuden en sus Diócesis y
parroquias al Camino Neocatecumenal.
Antes de
concluir este pequeño comentario a la carta del Papa quizá sea oportuno
afrontar una cuestión estrechamente relacionada con ella.
Con frecuencia
surge la pregunta por el sentido de los llamados “nuevos movimientos”
estrechamente vinculados con el ministerio petrino, y con incidencia más o
menos honda en las Diócesis. ¿No se debe su existencia a una eclesiología de
“Iglesia universal” que se compaginaría difícilmente con una comprensión de
la Iglesia como “comunión de Iglesias” y con la diocesanidad, tan resaltadas
por el Concilio Vaticano II?
Estrictamente
hablando los “nuevos movimientos” no son desde este punto de vista novedad
eclesial. Desde hace siglos hay, por ejemplo, familias religiosas que al
mismo tiempo que desempeñan su actividad en las Diócesis poseen una
vinculación especial con el centro de la comunión católica, es decir con el
Papado, a fin de vivir su carisma y de cumplir su misión de manera más
eficaz y más holgada. Este hecho muestra que la Iglesia no se articula
exclusivamente en torno a la Diócesis y su Obispo, sino también entorno a
una región con sus Diócesis y Obispos, y en torno al principio visible de
comunión y de comunidad, que es el Papa. Querer reducir todas las
manifestaciones eclesiales a la diocesanidad equivale a empobrecer
gravemente la Iglesia.
Por otra parte,
la situación actual del mundo, dentro del cual tiene que cumplir la Iglesia
su misión, está en un proceso de unificación creciente. Cercernar realidades
eclesiales supradiocesanas y universales sería, en este contexto, dejar
incumplidas tareas apostólicas necesarias. Si no queremos limitar el
quehacer de la Iglesia al culto, que efectivamente puede celebrarse en
totalidad dentro de cada Diócesis, la transmisión de la Palabra de Dios
dentro de una cultura de los “medios de comunicación”, la misión “ad
gentes”, el servicio de la caridad, la defensa de la dignidad humana…
desbordan las posibilidades de cada Diócesis. Realizaciones tan eficaces
como “Manos unidas” o “Proyecto hombre”, un movimiento tan vigoroso de fe y
de evangelización como el Camino Neocatecumenal…son una oferta y una ayuda
preciosa a la misión de la Iglesia, que cada Diócesis lleva adelante en su
lugar concreto. Sin una cierta organización supradiocesana no podrían
garantizar a las Diócesis el ofrecimiento peculiar; y las Diócesis no
deberían considerar la presencia y actuación de tales movimientos como
perturbación de su carácter diocesano sino como oportunidad de
enriquecimiento cristiano y evangelizador.