Recursos para y Aspectos de la Scrutatio (Lectio Divina)
Pulchrum y discurso
teológico
Signos milagros descritos por S. Agustín pueden aplicarse a la Escritura
comprendida sólo intelectualmente
Entender la
Escritura recurriendo a los Padres
Lo escondido de la Escritura revelado sirve al culto y al inculto
Pulchrum y discurso
teológico
En su obra monumental alrededor de la estética teológica (Gloria,
una estética religiosa Madrid. Encuentro: 1985 4 vols.) Hans Urs von
Balthasar reclama la necesidad de rellenar una laguna en el discurso
teológico. Anota que la teología ha hablado del verum (el dogma) y del bonum
(la ética) pero ha hecho enteramente caso omiso del tercer trascendental el
pulchrum. Esto no es un elemento secundario sino se trata, en realidad, de
devolver la teología a su cauce original. Lo que aquí nos interesa en este
contexto es su afirmación irrefutable que la relación de la forma y el
esplendor que Santo Tomás llama species y lumen ostentan las mismas
relaciones teológicas que se dan entre fe y gracia: “... porque la fe adopta
una actitud de entrega al percibir la forma de la revelación, a la vez que
la gracia se apodera del creyente y lo eleva hacia el mundo de Dios”
(Introd. I, p. 16).
Esto se aplica muy bien a la lectio. Si miramos en la Escritura la palabra
solamente para sacar la verdad (verum) y la moral (bonum) entonces no lo
encontramos a Dios mismo. Estamos sólo concentrados en las aplicaciones. No
de damos importancia a la persona. En realidad sólo buscamos lo nuestro. En
cambio, cuando uno contempla la persona misma, estamos en su presencia
gozando, familiarizándose, disfrutando. La persona está en el centro de la
lectio. ¿Cuál es esa persona? JESUCRISTO.
Importancia del pulchrum
La belleza... reclama para sí al menos tanto valor y fuerza de decisión como
la verdad y el bien, y que no se deja separar ni alejar de sus dos hermanas
sin arrastrarlas consigo en una misteriosa venganza. De aquel cuyo semblante
se crispa ante la sola mención de su nombre... podemos asegurar que -
abierta o tácitamente ya no es capaz de rezar y, pronto, ni siquiera será
capaz de amar” (Gloria I, 22-23)
Signos milagros descritos por S. Agustín pueden aplicarse a la
Escritura comprendida sólo intelectualmente
“Lo que nuestro Señor Jesucristo hizo en el plano material quiso que fuese
comprendido espiritualmente. No hizo milagros por el placer de realizarlos,
sino para que lo hecho apareciese al que lo veía como algo asombroso, y al
que lo entendía, como algo verdadero. El que mira los caracteres de un libro
bellamente dibujados, pero no sabe leer, alaba ciertamente la mano de quien
los ha escrito, siente asombro ante la belleza de las letras, pero no sabe
lo que quieren decir, a qué se refieren ; alaba con los ojos, pero no
entiende con el espíritu. Otro, en cambio, alaba la obra de arte y entiende
su sentido, a saber, que puede ver como todo el mundo, pero también leer, y
esto sólo puede hacerlo aquel que ha aprendido... Así debemos ser en la
escuela de Cristo” (Agust. Serm 98,3 PL 38, 592).
Entender
la Escritura recurriendo a los Padres
En efecto, se ha dicho: Interroga a tu padre y te lo anunciará, a tus
ancianos y te lo dirán (Dt 32, 7). La ciencia no es de todos (cf. 1 Cor 8,
7). Acerquémonos a la fuente de este jardín, a las aguas perennes y
purísimas que saltan hasta la vida eterna (cf. Jn 4, 14). (Juan Damasceno
Expositio Fidei 90)
Lo escondido de la Escritura revelado sirve al culto y al inculto
Existe una sabiduría de Dios, escondida y envuelta en el misterio que Dios
había destinado a nosotros antes de todos los siglos (cf, 1Cor 2,7). Esta
sabiduría de Dios es Cristo: en efecto, Cristo es la potencia y la sabiduría
de Dios… En él están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y de la
ciencia: él, escondido en el misterio, había sido destinado a nosotros antes
de todos los siglos. Es verdad, predestinado y prefigurado en la ley y los
profetas. Los profetas, de hecho, fueron llamados visionarios precisamente
porque se les ha dado ver, mientras que los demás no han visto. Abrahán ha
visto su día y le ha invadido el gozo. Para Ezequiel se ha abierto los
cielos mientras que el pueblo pecador no ha podido penetrar su secreto.
Quítame el velo de los ojos, dice David, y contemplaré las maravillas de tu
ley (Sal 118,18). Efectivamente la ley es espiritual y es preciso que se
quite el velo que lo cubre para poder entender y para contemplar la gloria
de Dios con el rostro descubierto (cf. 2Cor 3,14-18).
En el Apocalipsis se presenta un libro cerrado con siete sellos. Si se lo
das a un hombre instruido para que lo lea te dirá: “¿Cómo podré leerlo si
está sellado?”. ¡Cuántas personas se consideran instruidas hoy por hoy y
tienen en la mano un libro sellado! Y no pueden abrirlo porque si no lo abre
aquel que tiene la llave de David; si abre nadie puede cerrar, si cierra
nadie podrá abrir l (Ap 3,7).
En los Hechos de los Apóstoles el eunuco, o expresado con mayor precisión,
“el hombre etíope eunuco”, así efectivamente lo llama la Escritura, fue
interrogado por Felipe mientras leía la Escritura: ¿Crees poder entender lo
que está leyendo? Y este responde: ¿Cómo puedo comprenderlo si nadie me lo
explica? (Hch 8,30-31). En cuanto a mí, yo ciertamente no soy más santo que
aquel eunuco y tampoco más estudioso y aplicado. Este hombre sale de
Etiopia, es decir, del extremo confín de la tierra, abandona la corte real
para venir al templo. Y es tan grande su amor a la ley y al conocimiento de
Dios que inclusivo viajando en su carruaje continúa leyendo la Sagrada
Escritura. A pesar de todo, aunque tenga en mano el libro y comience a
comprender algo de la palabra del Señor, aunque la esté articulando con la
lengua y la pronuncie con sus labios, a pesar de todo no conoce aún aquel
Dios a quien, sin saberlo, venera en su libro. Llega Felipe y le muestra a
Jesús a quien la letra mantenía encerrado y escondido. ¡Qué maravilloso
poder tiene el hombre sabio! Inmediatamente el eunuco cree, es bautizado y
se convierte en fiel y santo; era discípulo y, a su vez, se convierte en
maestro…
Ahora dime, hermano carísimo: vivir entre los textos sagrados, meditarlos
siempre, no conocer otra cosa, no buscar otra cosa, ¿acaso no te parece ya
aquí abajo un modo de habitar en el reino de los cielos? Ciertamente no
querrás que durante la lectura de la Sagrada Escritura, te fuera robado por
la simpleza y, cari diría, banalidad del lenguaje, que puede provenir de una
traducción defectuosa o de una tema estudiado a propósito para facilitar la
comprensión. En una misma frase el hombre culto y el hombre ignorante podrán
recoger significados diversos de acuerdo a su capacidad. Yo no soy tan
descarado y tan estúpido de engañarme que conozco todas estas cosas. Sería
como querer coger los frutos de un árbol cuyas raíces están plantadas en el
cielo. Confieso que sí lo deseo. Ciertamente no esteré ocioso, y si rechazo
ocupar el lugar del maestro, prometo ser tu compañero. A quien pide se dará,
a quien llama se le abrirá y a quien busca hallará.
(Jerónimo, carta 53 a Paulino)