Exterminio en la Iglesia siro-católica: En Bagdad se repite 'El asesino en la catedral'
La verdad sobre el exterminio en la iglesia
siro-católica. La eliminación de los cristianos objetivo primero de la
ideología islamista. El Papa se reúne con los sobrevivientes. Y lanza un
llamado al mundo
por Sandro Magister
En
la foto Benedicto XVI saluda y conforta a los cristianos iraquíes,
siete hombres, dieciséis mujeres y tres niños, sobrevivientes de la masacre
del 31 de octubre pasado en la catedral siro-católica de Bagdad, llegados a
Roma para ser curados de las heridas.
Es el miércoles 1 de diciembre, al final de la audiencia general. Cuatro
días después, en el Ángelus del domingo 5, el Papa Joseph Ratzinger volvió a
rezar por las víctimas de los "continuos atentados que se verifican en Irak
contra cristianos y musulmanes".
En los mismos días, el Papa mencionó también otras "situaciones de
violencia, de intolerancia, de sufrimiento que existen en el mundo". Pero la
insistente referencia a Irak pareció expresar una preocupación especial.
En efecto, los ataques a los cristianos en el país de Tigris y del Éufrates
denotan un odio siempre más marcadamente religioso, islamista.
El ataque del 31 de octubre a la catedral siro-católica de Bagdad, con 58
muertos y muchas decenas de heridos, atacados mientras celebraban la misa,
ha sido considerado en el Vaticano como un acontecimiento revelador.
La dinámica de la masacre no deja dudas. Los agresores usaban correas
explosivas. Disparaban y tiraban bombas gritando: "se irán todos al
infierno, mientras nosotros al paraíso. Alá es el más grande".
En las cinco horas del ataque, los terroristas rezaron dos veces, recitaron
el Corán como en una mezquita.
Devastaron el altar, tiraron al blanco sobre el crucifijo, se ensañaron con
los niños simplemente por ser "infieles".
Lo que ocurrió en esas cinco horas terribles se supo a distancia de días,
poco a poco, gracias a los testimonios de numerosos heridos llevados a Roma
y otras ciudades europeas para ser curados.
Otra preocupación del Papa y de los otros hombres de Iglesia se refiere al
escaso interés que los gobiernos y la opinión pública occidental demuestran
respecto a estos ataques anticristianos.
Se además se mira dentro del mundo musulmán, la indiferencia con la que se
dejan hacer tales actos parece todavía mayor. Las voces de condena que se
alzan son raras y débiles. El terrorismo islamista parece ser - en la
opinión difundida - un simple exceso en vez de un crimen inaceptable.
En esto parece encontrar una ulterior confirmación la idea según la cual la
violencia contra el infiel es algo intrínseco al Islam en general y no una
alteración del mismo: idea que estuvo al centro de la lección de Ratisbona y
que el Papa Ratzinger considera que es posible revertir sólo con una
"revolución iluminista" por parte del mismo Islam.
Pero para retornar al ataque a la catedral siro-católica de Bagdad, a
continuación se reporta una reconstrucción, publicada un mes después, el 30
de noviembre, en el diario italiano "Il Foglio".
Otro informe dramático, recogido de los sobrevivientes, fue publicado el
mismo día por "Asia News", la agencia on line dirigida por el padre Bernardo
Cervellera del Pontificio Instituto para las Misiones Extranjeras:
> "Provo a dimenticare, ma vedo sempre la chiesa insanguinata a Baghdad"
Mientras tanto, continúan en Bagdad y en otras localidades iraquíes los
asesinatos de cristianos, atacados por ser tales: los dos últimos, una
pareja de esposos asaltados en su casa, la noche del domingo 5 de diciembre.
Una célula de Al Qaida considerada responsable de la agresión a la catedral
ha sido arrestada. Las autoridades iraquíes han prometido medidas de
protección especiales. Pero el éxodo de los cristianos de Bagdad y de Mosul
hacia el más seguro Kurdistán, en el extremo norte del país, continúa.
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NUESTRA SEÑORA DE LA MASACRE
por Marco Pedersini
Raghada al-Wafi camina raudamente por las calles del barrio de Karrada, en
la rivera del Tigris que mira el corazón acorazado de Bagdad, la Green Zone.
La acompaña su esposo, está contenta, sonríe. Es el domingo 31 de octubre y
tienen una linda noticia que dar al padre Thair Abdallah, el joven sacerdote
que los unió en matrimonio: Raghada espera un bebé. Van hacia Nuestra Señora
del Perpetuo Socorro, la gran iglesia siro-católica del barrio, cuyo ingreso
vigila una gran cruz.
En la misa del domingo en la tarde hay doscientos fieles, incluida una
familia caldea y una ortodoxa. El Padre Wasim confiesa cerca del ingreso, a
la sobra de las macizas puertas de madera. Su hermano de comunidad, el
anciano padre Rafael Qusaimi, está dando las últimas instrucciones al coro
antes de la celebración. Inicia el canto y el padre Thair aparece a la
derecha del ábside, dirigiéndose con pasos rápidos hacia el altar.
En el año litúrgico siro-católico, es el domingo de la dedicación. Una voz
hace resonar las lecturas. La Carta a los Hebreos 8, 1-12, que cita al
profeta Jeremías: " He aquí que días vienen, dice el Señor, y concertaré con
la casa de Israel y con la casa de Judá una nueva Alianza, … Pondré mis
leyes en su mente, en sus corazones las grabaré; y yo seré su Dios y ellos
serán mi pueblo". Evangelio de Mateo 16, 13-20: "'Y vosotros ¿quién decís
que soy yo?' Simón Pedro contestó: 'Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios
vivo'. Replicando Jesús le dijo: 'Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás,
porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está
en los cielos. Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra
edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella'".
Son las cinco y cuarto y el padre Thair está por terminar la homilía, cuando
fuera de la Iglesia una ráfaga de metralleta rompe el silencio. El sacerdote
trata de tranquilizar a los fieles, los disparos sin duda son dirigidos a
otro lado, dice, no hay nada que temer, es lo normal en un país que desde
hace años no tiene oídos sino para los ruidos de la guerra. Pero los
disparos siguen y luego ocurre una fuerte explosión, cerca del portón de la
Iglesia. Los fieles están aterrorizados, quisieran escapar pero no hay
dónde. "Levantémonos, recemos juntos", insiste el padre Thair. No puede
saberlo, pero a pocos pasos de la Iglesia hay un comando armado que está
dando el asalto a la sede de la Bolsa. Una bomba de mano ha matado a dos de
los guardias que vigilan el palacio. Los otros guardias han respondido al
fuego, hiriendo a uno de los asaltantes, que es arrastrado fuera por sus
compañeros hacia el atrio de la iglesia. Los terroristas retroceden con las
metrallas desplegadas, con las espaldas hacia la fachada, y uno de ellos
activa el explosivo con el que han rellenado el jeep Cherokee negro
estacionado frente a la iglesia. El jeep explota en una nube de polvo y los
guardias de seguridad están desorientados. Creen que acaban de rechazar un
ataque a la Bolsa y en cambio esto ha sido sólo un distractor, para un
ataque de escala bastante mayor.
El padre Wasim trata de mantener cerrado el portón de madera de la iglesia,
pero es arrojado atrás por el comando de hombres armados que irrumpen con el
rostro cubierto, con el uniforme del ejército iraquí: un engaño clásico del
repertorio jihadista. En el fondo de la iglesia, detrás del altar, los otros
dos sacerdotes están empujando la mayor cantidad de fieles hacia la
sacristía, para protegerlos del ataque. "¡Déjenlos a ellos, tómenme a mí!",
grita el padre Wasim, que recibe al instante una bala en medio del pecho. El
que lo hiere ni siquiera sabe a quién dispara. El sacerdote aprieta sus
manos al pecho y el hombre se gira hacia el compañero que está a su lado:
"¿quién es este?". "Es un sacerdote", responde el otro, y descarga una
ráfaga sobre el agonizante padre Wasim.
"¡Déjenlos tranquilos, tómenme a mí!", grita también el padre Thair desde el
altar. También él es eliminado en un instante y muere entre los brazos
incrédulos de su madre.
El padre Rafael logró empujar en la sacristía, a la derecha del altar, unos
setenta fieles antes que los terroristas se lancen contra la puerta. Esta
resiste pero los asaltantes encuentran una alternativa: la habitación tiene
una pequeña ventana sin vidrios, en lo alto, que da al exterior, y lanzar
por allí adentro algunas bombas de mano es un juego para los jóvenes
carniceros. La esquirla de una granada golpea al padre Rafael, hiriéndolo
gravemente en el abdomen. Otros son alcanzados por los proyectiles que
perforan la puerta. Una mujer cierra a su hijo de cinco años en un cajón,
salvándolo del ataque.
La madre del padre Thair no puede saberlo, pero está por perder a su otro
hijo que la había acompañado a misa. Los terroristas hacen que todos se
tiren por tierra, excepto los varones jóvenes. Estos deben permanecer de
pie. Los abaten uno por uno.
*
Si no fuera por el color arenado, las arquitecturas limpias de Nuestra
Señora del Perpetuo Socorro parecerían instalaciones extrañas respecto a los
muchos palacios en torno. La imponente cruz sobre la fachada sobresale a las
casas bajas, recuerdo de un tiempo en el Bagdad era una ciudad multicultural
que acogía gente de todo Irak. El Tigres envuelve el barrio de Karrada por
tres de sus lados, convirtiéndolo en una península musulmana chiíta con
fuerte presencia cristiana, en el corazón de la ciudad. Para llegar de la
Green Zone basta atravesar el río, pero las fuerzas especiales iraquíes
llegan a la iglesia recién a las seis de la tarde, cuarenta y cinco minutos
después del ataque.
Mientras tanto, dentro, el comando armado mantiene de rehenes a los
sobrevivientes e impone el silencio disparando al primer signo de
movimiento. Entre los jihadistas al menos tres son muchachitos, entre
catorce y quince años. Cada uno de ellos viste una correa explosiva - con
esferas de metal para aumentar el potencial mortal - y dispone de una
ametralladora y bombas de mano. El gobierno dirá luego que eran cinco, no
iraquíes, y que murieron durante el ataque. La prueba contundente de su
proveniencia de afuera serían los cinco pasaportes (tres yemenitas y dos
egipcios) encontrados entre las ruinas, limpiadas el día siguiente a toda
prisa mientras el ejército blindaba el ingreso de la iglesia para que
ninguno pudiera ver la masacre. Los testigos confirman que los asaltantes no
hablaban dialectos iraquíes, sino el árabe clásico que se usa entre árabes
de nacionalidades diferentes. Según el acento, seguramente había egipcios y
también un sirio. Es un detalle relevante, dado que la estrategia de Al
Queda en Irak es comandada desde las zonas que están en el límite con Siria,
donde operan los jefes terroristas como Abu Khalaf, el comandante militar
asesinado hace poco, y su gran ideólogo, el "jeque" de setenta años, Issa al
Masri. Issa, que en árabe quiere decir Jesús.
Pero los relatos de los testigos hablan de ocho personas y de al menos otro
que dirigía las operaciones desde la terraza que circunda el techo de la
iglesia. Quizá fueron más, a juzgar por las operaciones con las que casi un
mes después, el sábado 27 de noviembre, las fuerzas de seguridad iraquíes
han arrestado una célula de al Qaida en el barrio de al Mansour, en Bagdad:
doce hombres, con material tóxico y siete toneladas de explosivo, los cuales
confesaron haber participado del ataque a la iglesia. El plan inicial debía
ser diferente: irrumpiendo, el comendo jihadista llevaba consigo cuatro
maletas de explosivos, que deberían haber explotado en torno al perímetro de
la iglesia, para hacerla derrumbar matando de esa manera a todos los
doscientos fieles presentes en la misa dominical. Por qué motivo las cosas
no fueron así es un secreto que los cinco terroristas se han llevado a la
tumba, o quizá está sepultado en la mente del desconocido vestido de civil
que un guardián jura haber visto salir de la escuela adyacente a la iglesia.
Los sobrevivientes cuentan que hacia la mitad del asalto uno de los
terroristas llamó a alguien en el exterior con un walkie talkie. "Hemos
terminado con los proyectiles, ¿qué hacemos?". Una orden veloz, con un
resultado siniestro: "bien, entonces a partir de ahora usamos las bombas".
Dentro de la iglesia, mientras mantienen de rehenes a los fieles, los
terroristas se muestran extrañamente seguros no obstante el asedio del
ejército iraquí y el ronquido sordo de los helicópteros americanos que
controlan la situación desde lo alto. Están tan a sus anchas antes del
maghrib, la oración de la tarde, y luego al ishà, la de la noche, en medio a
los cuerpos de sus víctimas.
Las fuerzas armadas, en el exterior, esperan no se sabe qué cosa, porque es
claro para todos que no habrá ninguna oferta de mediación, de ninguna de las
dos partes. Un dependiente laico de la curia de Bagdad que se precipitó al
lugar del asedio trata de ayudar. Es decidido, quiere aprovechar su
conocimiento detallado de la planta del edificio para destrabar la
situación. Pero apenas trata de ofrecer su ayuda a los militares, obtiene
solamente un seco "esto es asunto nuestro, vete". Los soldados rechazan
bruscamente también a un hombre que les implora hacer algo para salvar a su
mujer y a sus dos hijos, un muchacho y una muchacha, retenidos dentro de la
iglesia. La situación detenida dura casi tres horas.
*
Cae la noche. Los muros de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro se vuelven de
color rojo para luego ennegrecer. El asedio queda detenido en un ocaso
irreal, vuelto túrbido por el ofuscamiento del aire, por todo el tiempo que
corre de la llegada del ejército iraquí hasta el asalto final para intentar
liberar a los rehenes. Disparos intermitentes rompen el silencio, marcando
el ritmo del enfrentamiento a distancia. Ninguna de las dos partes estudia a
la otra: se espera hasta que no llegue el momento de recitar el final ya
escrito.
Los terroristas disparan a quien sea que tome un celular, como demuestran
las heridas de dos muchachas, heridas en la mano y en el brazo cuando sus
teléfonos comenzaron a sonar. Disparan al primer sonido sospechoso y los
niños que lloran son asesinados al instante. Entre los cuerpos extendidos,
los muertos permanecen intercalados con los vivos. Una muchacha contará:
"una lámpara me había caído encima, bloqueándome la cadera. Tenía las
astillas de vidrio incrustadas en la piel, el pie de un hombre sobre la
cabeza y el cuerpo de una muchacha que me apretaba el pecho, bañándome con
la sangre que brotaba de sus heridas". Mientras sentía los proyectiles
rozarle muy cerca, pudo llamar a su familia que la esperaba en casa: "Estaba
segura de morir y quería despedirme de ellos, decirles por última vez: los
quiero mucho". Alguno al mando dispara sobre las estufas de calefacción,
para asfixiar con su gas a quien está tendido cerca de ellas.
El crucifijo se convierte en un blanco para los proyectiles. Los terroristas
lo acribillan de balas - cuentan los sobrevivientes - mientras gritan
mostrando desprecio: "¡Vamos, díganle a Él que los salve!". Y también:
"ustedes son infieles. Estamos aquí para vengar la quema de libros del Corán
y las mujeres musulmanas puestas en la cárcel en Egipto". Aluden a la falsa
noticia, desmentida incluso por los Hermanos musulmanes pero que es usada
como pretexto por al Qaida para la ofensiva contra los cristianos, según la
cual la Iglesia copta egipcia habría recluido en un convento a Camila
Chehata y Wafa Constantine, esposas de dos sacerdotes coptos, como castigo
por su conversión al Islam.
Cuando terminan las balas, la granada reventada por un terrorista pone fin
también a la vida de Raghada y del niño que llevaba en su seno. Según
algunos testigos, la mujer habría encontrado la muerte abrazada fuertemente
a uno de los terroristas, que la habría tomado con él para luego hacerse
explotar. Ni siquiera el esposo vivirá para ver la irrupción del ejército
iraquí, que comienza a cargar compacto desde el ingreso principal de la
iglesia, enésima prueba de la ignorancia de los militares no preparados y
mal guiados. "Los marines son más inteligentes", hace notar el padre Giorgio
Jahola, un sacerdote de Mosul venido a Roma al Policlínico Gemelli con los
heridos que necesitan atención. "Todo el perímetro de la iglesia está
circundado por ventanas, a las que se puede fácilmente por las terrazas. Los
ingresos laterales acostumbraban estar obstruidos por barras de cemento,
pero las autoridades primero los habían hecho remover precisamente en los
dos días anteriores al ataque. Por lo tanto habían otros pasos disponibles".
Los terroristas estaban listos: ya habían recitado la plegaria del martirio:
"Alá es el más grande, Alá es el más grande, no hay otro Dios excepto Alá".
Y estaban decididos a hacerse explotar. Dos lo lograron, un tercero fue
bloqueado por los militares iraquíes cuando, a las 21:05, desconectaron la
corriente eléctrica y una voz gritó: "Somos las fuerzas iraquíes, pónganse
de pie cálmense: os salvaremos".
El asalto no será recordado entre los más fulminantes de la historia: el
intercambio de proyectiles duró veinte minutos, hasta las 21:25 para librar
la nave de la iglesia y la sacristía. El acceso a la iglesia ha sido luego
liberado y, en el desorden de los auxilios, los familiares comenzaron a
recorrer frenéticamente de un hospital a otro, con la esperanza de encontrar
a sus seres queridos aún con vida en alguna parte. Dentro y en torno a la
iglesia se contaron 58 muertos, excluidos los asaltantes.
*
Tres días después, martes, mujeres vestidas de negro acompañan siete ataúdes
envueltos en una bandera iraquí. El ministro de los derechos humanos, el
cristiano Wijdan Mikheil, está en la ceremonia junto al líder político
chiíta Ammar al Hakim, que tiene el rostro regado por las lágrimas. El humo
del incienso impregna el aire, mientras más de setecientas personas saludan
a los heridos cubiertos de flores que avanzan lentamente hacia el altar. Dos
de ellos custodian los cuerpos del padre Thair y del padre Wasim. Un
instante más y serán sepultados junto en el cementerio que está bajo su
iglesia, pobre y profundamente adolorida.