NO PODÍAMOS SALIR MUCHO PARA NO DESPERTAR SOSPECHAS: Los seminaristas chinos, perseguidos (2013)
Páginas relacionadas
Ver también
Seminaristas en China
«Vivíamos
y nos formábamos en una habitación», denuncia Tomás Zhang, futuro sacerdote
becado a través de la Jornada de las Vocaciones Nativas. El régimen
comunista controla los movimientos de los cristianos fieles a la Iglesia
Católica. «En una misma habitación dormíamos, recibíamos clases y rezábamos
ocho seminaristas». Capilla, dormitorio y aula en unos pocos metros
cuadrados. Durante un año y medio,
(La Razón/InfoCatólica) «Fue mi primera experiencia de pertenecer a la
Iglesia perseguida. Nos cedió tres o cuatro habitaciones. No podíamos salir
mucho para no despertar sospechas. Así vivíamos, sin canto ni llanto»,
explica, consciente del peaje que ha de pagar por formar parte de la llamada
Iglesia clandestina de China.
«Yo prefiero llamarla la Iglesia fiel a Roma», añade este diácono que ha
vivido en primera persona el férreo control del régimen comunista que sólo
reconoce a aquellos sacerdotes que se muestran afines al sistema. «Al
principio éramos una Iglesia, pero el régimen cogió un cuchillo y la
dividió. Aunque entre nosotros nos queremos, no hay mucha relación».
Tomás estuvo en Madrid para presentar la Jornada de Vocaciones Nativas, que
Obras Misionales Pontificias convoca para este domingo y que busca promover
las becas de estudio para los futuros sacerdotes y religiosas en territorio
de misión. Precisamente Tomás se está formando en Pamplona: «El hecho de
tener que cuidar nuestra fe en lo oculto hace que los sacerdotes tengan poca
formación, algo que se intenta suplir con la piedad. Sin embargo, yo siempre
digo que si un sacerdote es tonto, tontea a la gente», explica con buen
humor.
Falta de libros
«Aunque la fe católica está presente en China desde hace 400 años, lo cierto
es que pocos libros se traducen a nuestro idioma. Es una de las grandes
urgencias. Por eso necesitamos de la fuente de la ciencia teológica y España
es una riqueza». De ahí la importancia de la campaña de las Vocaciones
Nativas, cuya recaudación permitió en 2011 en sus estudios a 73.741
seminaristas, un tercio de los futuros sacerdotes que hay en el mundo.
Seminaristas en China
(AyO) ¿Cómo viven los seminaristas en China? Es difícil de contestar, ya
que, dependiendo a la situación de cada diócesis, cambia el modo de vivir en
el seminario. Lo que voy a decir sobre mi seminario es un pequeño reflejo de
los seminarios clandestinos.
Cuando entré en el seminario, éramos casi 30 chicos, procedentes de tres
lugares diferentes del país. Nosotros, el curso más joven -casi todos
teníamos 17 años - vivíamos en una cueva, construida por los seminaristas
mayores en una montaña tan alta que nos parecía vivir en el cielo. Aquella
era nuestra capilla, nuestra aula de clase, y también el comedor.
Debajo de nosotros había una aldea, de unos 100 habitantes, todos católicos.
Eran los que nos protegían, y los que nos subían el arroz, la harina y las
verduras. Durante la semana, no teníamos mucho tiempo libre, porque había
que aprovechar las horas al máximo, pues allí nadie sabe cuánto puede durar
un curso. De lunes a viernes, teníamos ocho clases diarias, con asignaturas
muy variadas. Los sábados hacíamos la limpieza, y los domingos podíamos
salir a hacer una pequeña excursión por la montaña. El tiempo de formación
antes eran cinco años; ahora son diez, como mínimo.
El primer año vivimos muy felices en aquella cueva, nadie se quejó de la
humedad ni de la comida, pues el amor fraterno lo suple todo. La oración y
el estudio son nuestra tarea principal, porque sabemos que Cristo necesita
soldados bien armados de ciencia y de santidad para extender su reino en
China. Cuando alguno está enfermo, o le duele el estómago, o la pierna
-porque hay mucha humedad-, el formador suele decirle bromeando que son
síntomas de vocación, porque casi todos los curas tienen tales enfermedades.
¡Pues, ya ves cómo Dios confirma la llamada! Nosotros sabemos que el dolor
de estómago del formador es debido a la mala alimentación que tuvo cuando
estuvo en la cárcel, pues le daban muy poca comida, y mala.
Cuando le preguntamos qué pensaba en la cárcel, nos dijo: «En la comida;
después del desayuno, uno ya comienza a esperar el almuerzo, porque siempre
teníamos hambre». El trabajo en la cárcel no era muy duro, pero cansaba
mucho: tenía que escoger pelos de cerdos durante horas y horas, para la
fabricación de cepillos de zapatos. Mi formador tenía un sentimiento
especial con aquellos cepillos. Cuando Dios bendice, bendice con la cruz.
Así, estábamos casi acostumbrados a que Dios, de vez en cuando, nos mandaba
una pequeña cruz.
En aquel tiempo, cuando rezábamos, podíamos cantar; también podíamos reírnos
a carcajadas, hablar en voz alta, salir a dar paseos. Gozamos de bastante
libertad durante casi un curso entero. Luego tuvimos que irnos a otro sitio.
Es que los policías se enteraron de la existencia de un grupo de los
nuestros, que vivían en otra montaña. Les capturaron a todos cuando estaban
almorzando. En el camino a la comisaría, una feligresa vio a un seminarista
en el jeep de policía haciéndole señales, así que subió corriendo adonde
nosotros estábamos para avisarnos. Cuando llegó, estábamos preparando la
cena. El formador, sin pensar ni un segundo, en seguida nos mandó huir.
Bajamos de la montaña cruzando un bosque, de dos en dos. Todavía no éramos
conscientes del miedo, nos parecía casi divertido aquello de huir corriendo
de la policía. Hacíamos competiciones para ver quién corría más rápido.
Una vez salimos de la casa, los fieles de la aldea metieron piensos para los
animales domésticos en la cueva, y echaron polvo en el cristal de la
ventana, que siempre había estado muy limpia. Esa misma noche, subieron los
policías, llevando perros, para capturarnos también a nosotros. Dios pensó
que todavía no era el tiempo. Ya no había nadie allí. Tres meses después,
nos reunimos en otra provincia. Nos dijo el Rector que los seminaristas
detenidos recibieron una condena de tres años de cárcel, y que tenían que
cavar piedras, ya que el sitio era montañoso y hacía falta construir
caminos. En esta nueva casa, el formador nos dijo que fuéramos más prudentes
y cautelosos, no sólo por nuestra seguridad, sino también por la de la
familia que nos había acogido. Así que no podíamos hablar en voz alta, ni
reírnos demasiado, y mucho menos salir de la habitación, para que no se
enterasen los vecinos. Pero, no sé cómo, siempre acaban enterándose.
Por eso teníamos que cambiar de casa cada muy poco tiempo -como mucho, cada
medio año-. Hasta el día de hoy, los seminaristas de mi diócesis siguen
llevando este estilo de vida, huyendo de un sitio para otro. Cuando en
alguna fiesta, como la Pascua, quieren cantar los chicos, el formador elige
a uno o dos para que canten, y en voz baja.
La Iglesia en China lleva siglos de persecución. La sangre de los mártires,
semilla de los nuevos cristianos, está brotando. Una primavera del
cristianismo está llegando a China. Cada año, a pesar de la falta de
libertad religiosa, miles y miles chinos se bautizan. Ahora más que nunca
hacen falta misioneros intelectualmente bien preparados; tenemos que dar
razones de nuestra esperanza a la gente. Para llevar a cabo esta misión, la
Iglesia en Europa nos ha ofrecido su ayuda: muchos movimientos de la Iglesia
quieren encargarse de la educación de los seminaristas chinos. Así, muchas
diócesis han enviado a sus seminaristas a Europa para recibir una mejor
formación y para que luego puedan servir mejor a la Iglesia. Lo que quiero
es que la gente conozca un poco más cómo viven los seminaristas en China
ahora, porque se habla mucho de la apertura de China, el desarrollo de
China, incluso de la mejoría de las relaciones diplomáticas entre la Santa
Sede y China, como si en China hubiera libertad religiosa ya. Yo quería
escribir un poco cómo estudian los seminaristas en China, porque estudian
mucho.
El año pasado fui a China; la vida de los seminaristas sigue siendo como
antes, no pueden hablar ni cantar en voz alta. El día de la Asunción de la
Virgen, no se imaginan cuántas ganas tenían los chicos de cantar una misa a
la Virgen, pero no podían; cerramos todas las ventanas y puertas en pleno
agosto, para que pudieran cantar algo.
Se habla mucho de la Iglesia oficial o patriótica, y la Iglesia clandestina
o fiel a Roma, pero la cuestión de fondo no está en esto, sino en el sistema
político: para el comunismo no existe la persona, por consiguiente, ni sus
derechos, y mucho menos la libertad religiosa. Queremos todos ver una
Iglesia unida en China, pero es el Gobierno el que no lo quiere.
Al amable lector, le ruego que en su momento de oración se acuerde de los
obispos y los sacerdotes que están todavía en la cárcel, y rece por los
seminaristas, para que seamos aptos para el reino de Dios.