Opiniones sobre
los escándalos de sacerdotes de EEUU
Contenido
Serenidad
jurídica para evitar la histeria.
Contradicciones profundas en materia de sexo
Los equívocos de un
escándalo. La prensa y los abusos sexuales de sacerdotes
¿Sirve el matrimonio para curar las perversiones o las inclinaciones
desviadas?
Señor cura, tóqueme
El
celibato y los abusos sexuales de los sacerdotes
Serenidad
jurídica para evitar la histeria.
CIUDAD DEL VATICANO, 6 mayo 2002
(ZENIT).- La Iglesia católica cuenta con todos los medios jurídicos
necesarios castigar a los sacerdotes que cometen abusos, sólo hace
falta aplicarlos y no dejarse llevar por la nueva histeria colectiva;
asegura el responsable del organismo vaticano encargado de la
interpretación de los documentos legislativos.
El arzobispo Julián Herranz, quien participó en la reunión de
cardenales y obispos de Estados Unidos y de la Curia Romana celebrada
entre el 23 y el 24 de abril pasado para afrontar el argumento,
considera que «una recta visión jurídica» de la cuestión es capaz de
«restablecer serenidad en tantos espíritus turbados».
El presidente del Consejo Pontificio para la Interpretación de los
Textos Legislativos hizo estas afirmaciones «a título personal y sin
pronunciarse sobre el comunicado final de la reunión mencionada» al
dictar una conferencia en la Universidad Católica de Milán el 29 de
abril pasado sobre «El Derecho Canónico, ¿por qué?».
Expulsión del estado clerical
La «conferencia magistral» del arzobispo español, de la que Zenit ha
podido consultar el texto original escrito, deja ante todo claro que
el Código de Derecho Canónico prevé claramente la expulsión del estado
clerical de aquellos sacerdotes que se manchan con este tipo de
pecados y otros referentes al sexto mandamiento.
Ahora bien, recuerda al mismo tiempo que el ordenamiento jurídico de
la Iglesia, al igual que cualquier otro, exige el respeto de los
derechos fundamentales de todas las personas involucradas, en especial
los de las posibles víctimas, los del sacerdote denunciado.
«En los casos extremos --recordó--, ciertos delitos cometidos por los
ministros sagrados --que afectan no sólo a esa forma concreta de
homosexualidad que es la pederastia-- pueden ser castigados con la
pena perpetua de la expulsión del estado clerical» (Cf. Código de
Derecho Canónico, 1395).
Los sacerdotes también tienen derechos
Los castigos canónicos, como prevé el reciente «Motu proprio» de Juan
Pablo II «Sacramentorum sanctitatis tutela», promulgado el 5 de
noviembre de 2001 sobre delitos o sacrilegios cometidos por
sacerdotes, aclaró Herranz, «exigen las garantías necesarias, con una
investigación previa regular, la comprobación de los hechos y pruebas
de culpabilidad, asegurando al mismo tiempo el derecho a la defensa
tanto del acusado como de la víctima».
«Prescindir de estos procesos --que en los casos más graves pueden ser
particularmente rápidos-- y de otras medidas penales y disciplinarias
que deben ser tomadas para prohibir o limitar la actividad de aquellos
sacerdotes sobre los que recaen graves indicios de comportamientos de
este tipo, denotaría la falta del sentido más fundamental de justicia
en relación de todos los sujetos afectados, y de los que podrían serlo
en el futuro», alertó.
Simplificaciones indebidas
«Siguiendo la ola emotiva del clamor público, algunos proponen la
"obligación" de la Autoridad eclesiástica de denunciar al juez civil
todos los casos de los que tenga conocimiento, así como la obligación
de comunicar al mismo juez civil toda la documentación relativa de los
archivos eclesiásticos», constata el presidente del Consejo Pontificio
para la Interpretación de los Textos Legislativos.
Al mismo tiempo, constató, «como sucede con la jurisprudencia
prevaleciente en los Estados Unidos», algunos exigen «una casi
ilimitada responsabilidad jurídica de la Iglesia por cualquier
comportamiento delictivo de sus ministros».
Ahora bien, reconoció, «desde mi punto de vista, la justicia exige
evitar estas simplificaciones indebidas».
«Es necesario --señaló el arzobispo-- tener en cuenta, por una parte,
que cuando las autoridades eclesiásticas tratan estos delicados
problemas, no sólo tienen el deber de respetar con cuidado el
fundamental principio de la presunción de inocencia, sino que deben
adecuarse también a las exigencias de la relación de confianza, y del
correspondiente "secreto profesional" que es inherente a las
relaciones entre el obispos y los sacerdotes que colaboran con él, así
como entre los sacerdotes y los fieles».
«La esfera de responsabilidad jurídica de los obispos y de las
instituciones de la Iglesia debe ser delimitada en función de lo que
con certeza y de manera efectiva se habría podido hacer para evitar un
delito --explicó Herranz--, teniendo en cuenta asimismo que, incluso
en el caso de clérigos, hay circunstancias y ámbitos de comportamiento
que no son controlables, pues no afectan al ejercicio del ministerio,
sino que forman parte de la esfera de su vida privada, y de su
exclusiva responsabilidad personal».
Evitar la histeria mediática
«No cabe la menor duda de que para afrontar esta compleja situación,
la prudencia jurídica aconseja -- añadió--, incluso a las autoridades
civiles, no ceder al clima de sospecha, de acusaciones con frecuencia
infundadas, de denuncias muy tardías con sabor a montaje, de
aprovechamiento con objetivos económicos de la confusión y del
nerviosismo, que con frecuencia acompaña estas oleadas de escándalo
público».
«Es necesario evitar con energía --y este es un deber de todos-- que
algunos pretendan con insistencia echar fango sobre la Iglesia
--aseguró--. Es necesario oponerse a las maniobras que pretenden
extender las culpas, o al menos las sospechas, a esa aplastante
mayoría de sacerdotes --centenares de miles en el mundo-- que viven su
vocación y ejercen su ministerio en ejemplar fidelidad a Cristo y con
generosa abnegación y servicio a las almas».
«Es necesario oponerse a los intentos de quien querría hacer difícil o
contestar el trabajo pastoral necesario de los sacerdotes con la
infancia y la juventud --insistió--, o desalentar las vocaciones al
sacerdocio católico y al ingreso en los seminarios genérica e
injustamente difamados».
El prelado concluyó sintetizando en una fórmula su recomendación ante
la situación actual: aplicar «la serenidad del Derecho». La justicia,
explicó, «ayudará a no ser presa de fáciles emociones y de impresiones
superficiales, a no dejarse llevar por el impacto mediático de estos
casos dolorosos, así como por simples consideraciones económicas, ni
por preocupaciones personales por la propia imagen pública».
«Y lo que es más --concluyó--, hay que evitar tomar estos casos
verdaderamente excepcionales --que ciertamente exigen adecuadas
medidas de gobierno-- como ocasiones para poner en duda los
fundamentos de la doctrina y de la disciplina de la Iglesia sobre el
sacerdocio. Esta prudencia también es exigida por la auténtica
sabiduría jurídica».
Zenit, ZS02050607
Contradicciones
profundas en materia de sexo
CIUDAD DEL VATICANO, 4 mayo 2002 (ZENIT).- “Abusar de los jóvenes es
un grave síntoma de una crisis que afecta, no sólo a la Iglesia, sino
a la sociedad en general. Es una crisis profundamente arraigada de la
moral sexual, e incluso de las relaciones humanas, y sus primeras
víctimas son la familia y los jóvenes”.
Este texto forma parte del mensaje de Juan Pablo II (Cf. Zenit, 23 de
abril de 2002) a los cardenales norteamericanos, que fueron convocados
a Roma para trabajar en las soluciones al problema de los abusos
sexuales por parte de sacerdotes.
Los obispos y los comentaristas han afirmado que uno de los factores,
que han contribuido a que se produzcan los abusos sexuales, es el
clima general de hedonismo que reina hoy en día. Otros rechazan este
argumento, considerando que es un intento de exculpar por lo ocurrido
al clero y a los obispos.
El Papa hacía hincapié en ser cuidadosos para no minimizar el mal que
suponen estos abusos, calificándolos de “pecado espantoso ante los
ojos de Dios”. Juan Pablo II también dejó clara la necesidad de
purificación en la Iglesia y que el abusar de los jóvenes resulta
incompatible con el sacerdocio o con la vida religiosa.
Al mismo tiempo, el Papa tocó el tema de la crisis de la moral sexual.
No se trata de una teoría de determinismo social, o de negar la
responsabilidad por lo ocurrido. Ha intentado dejar claro que no es
fácil vivir en un ambiente que intenta romper todas las restricciones
y tabúes en el comportamiento sexual. Los sacerdotes, y todos los
miembros de la Iglesia, tienen que soportar esto, y tienen que vivir
con ello, en una sociedad que es muy hostil a la moral cristiana sobre
temas sexuales.
Cae la prohibición de la pornografía
Mientras el tema de la Iglesia copaba los titulares, hace dos semanas
que la Corte Suprema de Estados Unidos tiró por tierra las
pretensiones de una ley federal, que intentaba poner restricciones a
la pornografía infantil que se distribuye a través de los ordenadores.
El Acta de Prevención de Pornografía Infantil de 1996 “prohíbe temas
que no albergan crimen alguno ni crean ninguna víctima en su
producción”, escribía el juez Anthony M. Kennedy, en la decisión de la
corte, cuya votación dio como resultado 6 votos contra 3, informaba el
New York Times el 17 de abril.
Al comentar la decisión, el Fiscal General, John Ashcroft, afirmó que
esto hará “todavía más difícil” perseguir la pornografía infantil. La
ley pretendía imponer multas a quienes hicieran o poseyeran imágenes
que tuvieran algo que ver con pornografía infantil, incluyendo
fotografías de adultos que pretendieran mostrarse como menores de edad
e imágenes creadas por ordenador que, de hecho, son difíciles de
distinguir de las imágenes reales de niños.
La Corte Suprema “ha traicionado a los niños y los hace vulnerables a
los depredadores sexuales”, decía en un comunicado de prensa Jan
LaRue, director del Consejo de Investigaciones Legales para la Familia
Juan Miguel Petit, ponente especial de las Naciones Unidas para el
tema de la venta de niños, prostitución infantil y pornografía
infantil, y Abid Hussain, ponente especial para la libertad de opinión
y de expresión, expresaron también su preocupación.
En un comunicado de prensa, los dos funcionarios de las Naciones
Unidas indicaron: “Cualquier imagen que haga de los niños objetos
sexuales es sumamente dañina para todos los niños. Estamos intentando
desesperadamente transmitir el mensaje de que la explotación sexual de
niños es algo erróneo, pero el legitimar el derecho a gozar con
fantasías visuales de esta naturaleza compromete los esfuerzos de
todos los que están luchando para proteger a los niños”.
Robert Bork, antiguo juez federal de la corte de apelación y abogado
general de los Estados Unidos, escribía sobre este asunto el 23 de
abril en el Wall Street Journal: “Parece de simple sentido común
pensar que las imágenes gráficas de niños en actos sexuales darán como
resultado que se produzcan actos por parte de los pedófilos”, indicaba
Bork. “La Corte puntualiza que el problema de esta declaración es que
“los precedentes establecen... que este tema, que está dentro del
derecho de los adultos a escuchar, no debería silenciarse en un
intento de salvar a los niños del mismo”.
Bork continuaba: “Todo lo que se protege es el derecho de cada
individuo a satisfacer sus deseos, sin importar qué tenga como base
dicha satisfacción, sin tener en cuenta los derechos de los demás o la
salud de la sociedad”. Al asumir esta postura “la corte perjudica
seriamente los esfuerzos de la comunidad para conserva un ambiente
moral y estético satisfactorio”, concluía.
Defender a los niños del sexo
Muchos han mostrado también su preocupación por la noticia de la
próxima publicación del libro de Judith Levine: “Dañino para los
Menores de Edad: los Peligros de proteger a los Niños del Sexo”. Según
un reportaje de ABC, el libro defiende la idea de que proteger a los
niños del sexo puede hacer más daño que bien. El texto tiene un
prólogo de la Cirujano General de la Era Clinton, la Dr. Joycelyn
Elders.
“Dañino para los Menores de Edad” defiende que el sexo es una parte
del crecimiento de los niños y adolescentes, y que no todo encuentro
sexual con adultos es necesariamente traumático para los menores.
Levine cita a continuación las leyes holandesas sobre el
consentimiento sexual. En 1990, el parlamento holandés legalizó el
sexo entre adultos y niños desde los 12 años de edad, siempre y cuando
haya un consentimiento mutuo.
El libro de Levine “es parte de un movimiento más amplio dentro para
promover ‘la libre expresión sexual de los niños’”, advertía el
Washington Times el 19 de abril. El periódico continuaba subrayando
los numerosos estudios académicos publicados recientemente sobre los
“derechos sexuales” de los niños.
Tales afirmaciones molestan a Claire Reeves. La presidenta y fundadora
de Madres contra el Abuso Sexual advierte que la defensa intelectual
de la pedofilia crea “una enorme preocupación” porque puede ser como
“una luz verde” para quienes podrían molestar a los niños.
Levine recibió un fuerte apoyo desde el New York Times, que publicó un
reportaje “amistoso” sobre su libro, afirma Robert H. Knight, director
del Instituto para la Cultura y la Familia. Escribiendo en el
Washington Times el 24 de abril, Knight observaba que el artículo del
New York Times contrasta con la reacción de “enfado” de los críticos
de Levine, que están en “contra de una posición a favor de la
pedofilia fría y razonada”.
Existen más ejemplos de contradicciones culturales. Basta tomar
algunos periódicos que condenan a la Iglesia por los abusos sexuales a
adolescentes por parte de sacerdotes. Con anterioridad, estos mismos
periódicos arremetían en sus editoriales contra los Boy Scouts por
querer excluir de sus puestos directivos a homosexuales declarados.
Después de que el Tribunal Supremo fallara a su favor, los Scouts
tuvieron que hacer frente a una campaña de presión por parte de
ciertos grupos que buscaban que se les castigase económicamente por su
política contra los homosexuales.
Otro ejemplo es la industria pornográfica. Un estudio, citado por el
Times de Londres el 24 de abril, estimaba que las ganancias anuales de
esta industria en 1998, sólo en Estados Unidos, alcanzaban entre
10.000 y 14.000 millones de dólares. Y se considera que ésta es una
estimación a la baja. Esto significaría que la gente en Estados Unidos
gasta más en pornografía que en todo el resto de artes plásticas en
conjunto, hacía notar el Times.
La actitud de esquizofrenia que tiene la sociedad hacia el sexo
resulta evidente en los mass media. Cine, música, publicaciones,
vídeos y televisión exaltan de modo unánime el sexo y presentan
imágenes cada vez más explícitas. Los tribunales defienden estas
prácticas bajo la tutela legal de la libertad de expresión. Se supone
que, de algún modo mágico, todo esto no tiene ningún efecto negativo
en la forma de actuar de la gente.
La crisis de la Iglesia en el tema de los abusos sexuales forma parte
de un problema más amplio. Mientras la sociedad escudriña cómo la
Iglesia intenta hacer que estos abusos no se repitan, haría bien en
repasar sus propias consideraciones sobre cierto tipo de relaciones
sexuales.
Zenit, ZSI02050401
Los equívocos de un escándalo.
La prensa y los abusos sexuales de sacerdotes
Diego Contreras, Aceprensa 58/02, 1.V.02
La prensa de Estados Unidos no ha inventado el escándalo de los
sacerdotes acusados de abusos sexuales. Pero, en su mayor parte,
tampoco ha presentado un cuadro certero del problema. Ha invocado (con
razón) la transparencia en esta delicada cuestión, pero al mismo
tiempo ha omitido o censurado datos. Es la diferencia entre quienes
desean que la crisis sirva para mejorar y quienes solo ven en ella una
oportunidad para humillar a la Iglesia. Entre quienes piensan que el
escándalo solo se supera siendo más católicos y quienes lo usan para
justificar un catolicismo vacío de contenidos.
Desde 1985 suelen aparecer periódicamente a la luz pública en Estados
Unidos algunos casos de abusos cometidos por sacerdotes. La diferencia
es que ahora el vendaval parece imparable. Desde finales de enero, la
imagen pública de la Iglesia católica en Estados Unidos se ha
identificado con la de una institución que encubre a criminales. A
duras penas han encontrado espacio otras noticias de la Iglesia. Es
una reacción muy distinta a la que caracterizó el 11 de septiembre,
cuando los comentaristas no se cansaban de insistir –oportunamente– en
lo injusto que sería identificar a todos los musulmanes con los
terroristas. Ahora, casi nadie ha recordado que los crímenes y errores
de unos pocos no se pueden extender a los 46.000 sacerdotes de Estados
Unidos. Más bien al contrario: no han faltado quienes sostienen que la
causa es el mismo clero y sus reglas, por lo que abogan por reformas
como la supresión del celibato, la ordenación de mujeres, el
sacerdocio de casados,...
Los meses transcurridos desde el inicio de esta campaña ofrecen una
perspectiva suficiente para sacar algunas conclusiones sobre cómo se
está abordando la cuestión. Y un primer dato es que en la presentación
de las informaciones y de los comentarios se ha producido una especie
de “metonimia global”, un tomar el todo por la parte, que ha viciado
en su origen la comprensión del problema.
Hasta ahora, solo algunos comentarios marginales han puesto de relieve
que la crisis no es de “sacerdotes pederastas” (pedophile priests),
como se ha escrito hasta la saciedad, sino de “sacerdotes
homosexuales”. De las decenas de casos ventilados hasta la fecha,
parece que son cuatro los que habrían tenido como víctimas a niños
varones en edad pre-pubertad (que es lo que define al pederasta). La
gran mayoría de los abusos se refieren a adolescentes que rondan los
16-17 años (que son un target de los homosexuales), mientras que los
restantes son abusos cometidos contra mujeres.
En el fondo, es comprensible que no se haya identificado como
“problema homosexual”, pues de lo contrario un buen número de los
comentaristas que se han rasgado las vestiduras no hubieran podido
escribir nada. La razón es que ellos mismos, o sus periódicos,
apoyaron en su día propuestas, como la británica, para bajar a 16 años
la edad de consentimiento para relaciones homosexuales. Y que muchos
de ellos también manifestaron su desdén cuando el Tribunal Supremo de
EE.UU. dio la razón a los Boy Scouts en su oposición para admitir gays
en sus filas.
Que la cuestión central no es la pederastia lo confirma el único
estudio científico sobre el problema, publicado en 1996 por el
sociólogo protestante Philiph Jenkins, de la universidad de
Pennsylvania (1). En esas páginas se recogen datos referidos a Chicago
según los cuales solo uno de los 2.252 sacerdotes que trabajaron en la
diócesis durante el periodo 1963-1991 resultó pederasta, mientras que
el total de los que presumiblemente habían cometido abusos sexuales
ascendía a cuarenta y uno (el 1,8 %). Esas cifras indican una
incidencia menor que las de la sociedad en su conjunto. Desde luego,
un solo caso ya es indignante, pero de lo que se trata ahora es de
señalar que los abusos de niños no son precisamente un “problema
católico”, como machaconamente se está diciendo.
Si el núcleo del problema es la presencia de homosexuales entre el
clero, para solucionarlo de raíz habría que cuidar, ante todo, la
selección de los candidatos al sacerdocio y volver a reafirmar que los
homosexuales no son idóneos para el ministerio.
Hay que añadir, de todas formas, que ha tenido gran eco en la prensa
el dato de que la mayoría de los casos de abuso de los que se habla
tuvieron lugar entre la mitad de los años sesenta y mitad de los
ochenta. No consta ningún caso del año pasado, y solo uno del año
2000. Eso quiere decir que los años más tumultuosos coinciden con la
época libertaria de confusión postconciliar, y que la gravedad del
fenómeno está decreciendo, también gracias a las medidas adoptadas.
Se hablará de medidas y de reformas, pero al final, como escribe el
biógrafo de Juan Pablo II, George Weigel, quedará siempre claro que se
trata de “una crisis de fidelidad”, que no se resolverá adoptando un
catolicismo light, que ha sido precisamente la causa. “El camino para
una genuina reforma es que la Iglesia se vuelva más católica, no
menos” (Los Angeles Times, 26 de abril).
(1) Philiph Jenkins. Pedophiles and Priests. Anatomy of a Contemporary
Crisis. Oxford University Press (1996).
¿Sirve el matrimonio para curar las perversiones o las inclinaciones
desviadas?
Enrique Cases, Revista ARVO, V.02
En bastantes comentarios de los medios -incluso los de teórica
inspiración cristiana- sobre el lamentable asunto de los sacerdotes
pederastas, es penoso ver que a estas alturas todavía se refieren al
Matrimonio como remedio de los desafueros sexuales, remedio de la
concupiscencia, se decía antaño. Para evitar pederastia o aumentar el
número de sacerdotes: ¡curas al matrimonio!
Ahora bien, el Matrimonio ¿sirve para curar algo?. El Matrimonio es
una comunión de vida y amor, el lugar más adecuado para nacer rodeado
de afecto verdadero y de entrega sin reservas, queridos por lo que
"somos", no por lo que "tenemos". La reducción del matrimonio a
remedio de la concupiscencia quizá se deba a un desarrollo deforme de
la afectividad y de mirarla con un objetivo minúsculo, cuando no
deformado. El Matrimonio es la institución que protege el amor y la
vida; por eso el derecho vela para que no se den abusos, y Cristo
instituyó un sacramento para fortalecerlo y elevarlo a cumbres antes
impensables.
¿Sirve el Matrimonio para curar las perversiones o las inclinaciones
desviadas? Sería cuestión de hacer un muestreo y un estudio sincero,
cosa nada fácil, pero se puede decir con bastante aproximación que las
perversiones no se curan con el matrimonio. Tendrán que seguir otros
caminos, como el psiquiátrico, u otros. En el caso de la pederastia
pienso que claramente la vida muestra que no se cura con el
matrimonio; por otra parte más que casos de pederastia se ve que -los
de los escándalos recientes- han sido casos de homosexualidad, cosa
que se calla porque el lobby homosexual es fuerte y quiere que se
considere normal ésta práctica. Tampoco se curan los incestos porque
el familiar esté casado, y precisamente éste es el problema, que, por
cierto, va in crescendo.
¿Suprimir el celibato será solución para los que padezcan tales
situaciones? No creo. ¿Entonces por qué se plantea a raíz de estos
escándalos en USA? Es como si para resolver una epidemia de gripe se
recomendase multiplicar las operaciones de corazón, que en sí son muy
eficaces. Una cosa no va con la otra. Es conveniente la sinceridad. La
pregunta valerosa sería: ¿Se vive mejor la castidad según la Ley de
Dios en el Matrimonio que en el celibato? La respuesta es clara visto
el número de hijos por familia, las prácticas anticonceptivas, el
preservativo en las escuelas, el auge exponencial de la prostitución,
el aumento de las separaciones, los adulterios, la precocidad, etc..
La respuesta es tan obvia que da vergüenza plantear la cuestión.
¿No será que falta fe? ¿No dijo Jesús que no todos entienden estas
palabras? Vale la pena recordar las palabras de San Pablo sobre la
virginidad y el matrimonio y se obtendrán luces inequívocas para un
cristiano. Es muy posible que se de un cruce de dos problemas. Primero
un mal uso de la libertad que ha llevado a abusos de todo tipo en
cuanto a pornografía, literatura repugnante y obsesión pervertida en
todos los medios de comunicación: TV principalmente, cine, hasta radio
y teléfono. Pienso que las autoridades tendrán que plantearse alguna
medida para proteger a los menores, y a los normales, de los
pervertidos; y no limitarse a actuar sólo cuando el abuso sea
irreparable. Luego, que los pensadores y creadores de éticas para todo
en cinco minutos, utilicen la mente para pensar en serio.
Después, recordar que sin la Gracia santificante no se puede salir
adelante, especialmente en este tema, como se apunta muchas veces en
la Biblia y en la experiencia cristiana. Sería bueno dejar en paz a
los sacerdotes y a los religiosos con el celibato. Contemplen ustedes
la situación de los protestantes, que no tienen ministros de la
palabra suficientes, ni casados ni sin casar. Y sobre todo, si es
verdad, que lo es, lo que Juan Pablo II dice: que el sacerdocio es "un
don que es menester pedir de rodillas", rezar de verdad que es lo que
conducirá a una nueva leva de hombres íntegros, a la medida del
Corazón de Cristo, que es lo que se pretende. ¿O no?
Señor cura, tóqueme
Juan A. Herrero Brasas, El Mundo, 25.III.02
Tras una violenta diatriba anticatólica, el pastor fundamentalista
invita a subir a la zona del altar a una angelical niña de melena
rubia y ojos azules, mientras grita atronadoramente: «¿Dejaremos que
la Iglesia católica ponga sus manos sobre esta niña?». Enseguida se
forma un griterío entre los asistentes al servicio dominical: «¡No!
¡no! ¡nunca! ¡de ninguna manera!». Una mujer corre hacia la niña y la
abraza llorando, mientras grita «¡no lo consentiremos! ¡jamás!
¡pobrecita!». La niña, que no entiende lo que está pasando, también se
echa a llorar y lo mismo otras mujeres y otros niños, mientras los
demás siguen gritando como en un ataque de histeria colectiva. Este es
el tipo de escenas que se produce estos días en EEUU como resultado de
las acusaciones de pedofilia contra una serie de sacerdotes. La
derecha protestante fundamentalista, políticamente poderosa y
tradicionalmente anticatólica, está haciendo el agosto. Las
acusaciones de abuso sexual de menores se han convertido ya en un
auténtico acto de difamación colectiva contra el clero católico.
No hay ninguna duda de que a lo largo de los años se han producido
casos de abusos sexuales graves por parte de sacerdotes con menores
(generalmente tocamientos). Tampoco hay duda de que ello es totalmente
inadmisible y debe ser impedido por todos los medios por las
autoridades eclesiásticas, y castigado adecuadamente por la ley. Y las
víctimas de esos abusos tienen derecho a la solidaridad social. Pero
también es verdad que dichos abusos ocurren en todo colectivo humano y
profesional, y probablemente en otros más que en el sacerdocio. ¿Qué,
es pues, lo que está dando lugar al presente escándalo en Estados
Unidos?
La legislación norteamericana no hace distinción alguna entre el abuso
sexual de niños propiamente hablando («pedofilia»), y las relaciones
entre adolescentes mayores de 14 o 15 años y adultos («pederastia»).
Mientras que la pedofilia es universalmente considerada criminal, las
relaciones intergeneracionales de tipo pederasta han sido y aún hoy
son habituales en muchas culturas. En EEUU cualquier relación con un
menor de 18 años es automáticamente catalogada de violación y entra en
la categoría de pedofilia. En el caso actual, la gran mayoría de las
acusaciones corresponden a casos de pederastia propiamente hablando,
no de pedofilia. El total de sacerdotes acusados ronda los 100 a lo
largo de unos 40 años. Es decir, 100 sacerdotes de entre más de
100.000. Hasta el momento, los casos probados son pocos. Gran parte de
las acusaciones hacen referencia a episodios esporádicos ocurridos
hace 20 y hasta 30 años, y la palabra de quien acusa es generalmente
la única prueba. Sin restar gravedad al asunto, también hay que
señalar que en las últimas dos décadas, la Iglesia católica de EEUU se
ha convertido para muchos en la gallina de los huevos de oro.
Basándose en dudosos recuerdos de infancia o adolescencia, los
tribunales han impuesto el pago de compensaciones astronómicas a las
víctimas de abuso sexual. Tales compensaciones son especialmente
tentadoras cuando el individuo que cometió real o supuestamente el
agravio está respaldado por una institución (responsable subsidiaria)
que puede hacer efectivas dichas cantidades. En realidad, las
acusaciones contra los sacerdotes son sólo un capítulo más en lo que
se ha dado en denominar el «Movimiento de la memoria recuperada», un
movimiento ya institucionalizado del que forman parte abogados y
psicólogos «expertos» en ayudar a las «víctimas» a recordar episodios
de abuso sexual en su infancia. Después todos se reparten las
compensaciones.
Esto, como es lógico, da lugar a todo tipo de fraudes. Y la Iglesia
católica se ha convertido en objeto predilecto de chantajistas. En
1994, el cardenal J. Bernardin de Chicago fue objeto de una acusación
de este tipo. Un hombre de 34 años enfermo de SIDA acusó a Bernardin
de haberse sobrepasado con él cuando era adolescente, por lo que
exigía una compensación de varios millones de dólares. El acusador, ya
en su lecho de muerte, reconoció que la acusación había sido
inventada. Ayer leía en las noticias que un tal Luis Guzmán, joven
neoyorquino de 22 años, acusa de haberle metido mano a los 17 años de
edad a un cura con quien supuestamente se emborrachó una noche. Cinco
años después, y al calor del presente escándalo, exige 100 millones de
dólares en compensación por el terrible trauma que ello le ha causado.
Es sólo uno más de los casos.
Seamos sinceros, por semejante cantidad ¿quién no estaría deseoso de
que un cura le tocara el culo?
Juan A. Herrero Brasas es profesor de Etica en la Universidad del
Estado de California.
El
celibato y los abusos sexuales de los sacerdotes
Javier Abad Gómez, El País (Colombia), 27.IV.02
Es lógico que las noticias sobre los abusos sexuales de algunos
sacerdotes en los Estados Unidos hayan suscitado un mar de tinta en
los periódicos y de minutos en la televisión. No es para menos, máxime
cuando se trata de personas que, por su posición moral, deberían
mostrar una conducta ejemplar. Los sacerdotes somos hombres que
debemos rendir cada día cuenta de nuestra actuación a quien la
solicite, ya que nuestra vida está siempre abierta al escrutinio de
los demás. Después, lógicamente, de la mirada de Dios. Por eso duele
tanto la infidelidad personal de quienes están llamados a una conducta
digna y ejemplar. Lo dice el Papa en su carta a los sacerdotes el
Jueves Santo de este año: "En cuanto sacerdotes, nos sentimos en estos
momentos personalmente conmovidos en lo más íntimo por los pecados de
algunos hermanos nuestros que han traicionado la gracia recibida con
la Ordenación, cediendo incluso a las peores manifestaciones del
mysterium iniquitatis que actúa en el mundo. Se provocan así
escándalos graves, que llegan a crear un clima denso de sospechas
sobre todos los demás sacerdotes beneméritos, que ejercen su
ministerio con honestidad y coherencia, y a veces con caridad
heroica". Y, más claramente aún, ante los 13 Cardenales de los Estados
Unidos: "La gente debe saber que no hay cabida en el sacerdocio ni en
la vida religiosa para aquellos que podrían hacer daño a los jóvenes".
Lo que sorprende en los comentarios de prensa es la insistencia en que
la Iglesia, por ello, debería suprimir la imposición del celibato
sacerdotal. Es una conclusión equivocada. En primer lugar, porque la
Iglesia no impone el celibato a nadie. Hacerlo sería un ultraje al
derecho natural. Cada persona es libre de elegir su propio estado de
vida y sólo tiene que responder ante Dios de su elección. Otra cosa es
que la Iglesia contemple, en su sabiduría, entre las señales de
vocación sacerdotal, la previa recepción del don del celibato.
Otro equívoco es la relación que se quiere establecer entre el
celibato y los desahogos de carácter sexual, incluso aberrante. El
celibato, que tantos sacerdotes amamos y que constituye una fuente de
felicidad, no es una carga, sino un don de Dios, que lleva añejas las
gracias para ser vivido con altura y generosidad.
Los sacerdotes que fallan no lo hacen por razón del celibato. ¿Cómo se
explicaría entonces que la mayoría de violaciones de niñas y de niños
tiene lugar en sus propios hogares y entre sus mismos parientes? Con
la máxima frecuencia se trata de padres, padrastros, compañeros de sus
propias madres. Es decir, hombres casados o unidos maritalmente, con
una vida sexual activa. No hay base científica ni sociológica que
permita afirmar que sea la abstinencia sexual la que incita a la
pedofilia o a la aberración sexual. Muy al contrario. Es la
incontinencia la que genera deseos de satisfacción que buscan desahogo
en formas cada vez menos humanas. Y esto, lamentablemente puede
afectar a cualquier persona que no se decide a ejercer, con
generosidad, el dominio sobre su propia sexualidad.
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