NOSOTROS SACERDOTES, CÉLIBES
COMO CRISTO: LA HISTORIA DEL CELIBATO
Card. Walter Brandmüller
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¿Cuál ha sido la historia del celibato
sacerdotal en la Iglesia? ¿Es verdad que es un "invento" relativamente
moderno, como pareció entender el periodista Scalfari a partir de su segunda
entrevista -sin notas, sin grabación- con el Papa Francisco?
A esto responde, a sus 85, el alemán
Walter Brandmüller, una de los mayores autoridades en Historia de la
Iglesia, autoridad reconocida por Benedicto XVI cuando lo creó cardenal en
2010, gesto honorífico y de agradecimiento por una vida de servicio como
historiador, ya que al tener más de 80 años no podría votar en un Cónclave.
De hecho, ni siquiera era obispo en ese momento, sino un simple sacerdote.
Brandmüller fue presidente del Comité
Pontificio de Ciencias Históricas (de 1998 a 2009) y Presidente de la
Comisión Internacional para la Historia de la Iglesia Contemporánea (de 1998
a 2006). Y el mundo protestante, de clero casado, no es ajeno a su
experiencia, ya que nació en una familia protestante y se convirtió al
catolicismo en su adolescencia.
Este
es el historiador que ha querido explicar al periodista Scalfari -y a todas
las personas interesadas- que el celibato sacerdotal es una tradición desde
la época de los apóstoles y el ejemplo de Jesucristo, y que las excepciones
en el caso del clero oriental o ex-protestante son permitidas sólo a favor
del bien superior que es la unidad de la Iglesia. Lo publicó así el 13 de
julio de 2014 en "Il Foglio".
"/span>Ilustrísimo
Señor Scalfari, aunque no tengo el placer de conocerle personalmente,
quisiera volver sobre sus afirmaciones acerca del celibato contenida en su
informe sobre su coloquio con el Papa Francisco, publicadas el 13 de julio
de 2014 e inmediatamente desmentidas en su autenticidad por el director de
la sala de prensa vaticana.
Como “antiguo profesor” que ha enseñado historia de la iglesia en la
universidad durante treinta años, deseo informarle sobre el estado actual de
la investigación en este campo.
En especial, es obligatorio recalcar especialmente que el celibato no se
remonta en absoluto a una ley inventada 900 años después de la muerte de
Cristo. Más bien son los Evangelios según Mateo, Marcos y Lucas los que
refieren las palabras de Jesús al respecto.
Mateo escribe (19, 29): “Y todo aquel
que haya dejado casas, hermanos, hermanas, padre, madre, hijos o hacienda
por mi nombre, recibirá el ciento por uno y
heredará vida eterna”.
Muy similar es lo que escribe Marcos (10, 29): “Yo os aseguro: nadie
que haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o hacienda por
mí quedará sin recibir el ciento por uno”.
Más concreto es Lucas (18, 29ss): “El les dijo: «Yo os aseguro que nadie
que haya dejado casa, mujer, hermanos, padres o hijos por el Reino de Dios,
quedará sin recibir mucho más al
presente y, en el mundo venidero, vida eterna”.
Jesús no dirige estas palabras a las grandes masas, sino más bien a quienes
envía para que difundan su Evangelio y anuncien la llegada del Reino de
Dios.
Para cumplir esta misión es
necesario liberarse de cualquier vínculo terreno y humano. Y
visto que esta separación significa la pérdida de lo que se da por
descontado, Jesús promete una “recompensa” más que apropiada.
A este punto se hace notar, a menudo, que el “dejar todo” se refería sólo a
la duración del viaje de anuncio de su Evangelio y que una vez terminada la
tarea los discípulos habrían vuelto con sus familias. Pero no hay rastro de
esto. El texto de los Evangelios, aludiendo a la vida eterna, habla además
de algo definitivo.
Ahora bien, visto que los Evangelios fueron escritos entre el 40 y el 70
d.C., sus redactores habrían quedado mal si hubieran atribuido a Jesús
palabras a las cuales después no correspondía su conducta de vida. Jesús,
de hecho, pretende que todos los que se han hecho partícipes de su misión
adopten también su estilo de vida.
Pero entonces, ¿qué quiere decir Pablo cuando en la primera carta a los
Corintios (9, 5) escribe: “¿No soy yo libre? ¿No soy yo apóstol? ¿Por
ventura no tenemos derecho a comer y beber? ¿No
tenemos derecho a llevar con nosotros una mujer cristiana, como los demás
apóstoles y los hermanos del Señor y Cefas? ¿Acaso
únicamente Bernabé y yo estamos privados del derecho de no trabajar?”?
Estas preguntas y afirmaciones, ¿no dan por descontado que los apóstoles
estuvieron acompañados por las respectivas esposas?
Aquí hay que proceder con cautela. Las preguntas retóricas del apóstol se
refieren al derecho que tiene quien anuncia el Evangelio de vivir a expensas
de la comunidad, y esto vale también para quien lo acompaña.
Y aquí se plantea, obviamente, la pregunta sobre quién es este acompañante.
La expresión griega “adelphén
gynaìka” necesita
una explicación. “Adelphe”
significa hermana.Y
aquí, por hermana
en la fe se entiende una cristiana, mientras “gyne” indica – más
genéricamente – una mujer, virgen o esposa.
En resumen, un ser femenino. Esto sin embargo hace imposible
demostrar que los apóstoles estuvieran acompañados por las esposas.
Porque si en cambio fuera así, no se entendería por qué se habla
distintamente de una "adelphe" como hermana, por tanto cristiana. En lo que
concierne a la esposa, es necesario saber que el apóstol la dejó en el
momento en el que entró a formar parte del círculo de los discípulos.
El capítulo 8 del Evangelio de Lucas ayuda a aclarar las cosas. En él se
lee: “Le acompañaban los Doce y algunas mujeres que habían sido curadas de
espíritus malignos y enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que
habían salido siete demonios, Juana, mujer de Cusa, un administrador de
Herodes, Susana y otras muchas que les servían con sus bienes”.
Por esta descripción parece lógico deducir que los apóstoles siguieron el
ejemplo de Jesús.
Además, hay que volver a llamar la atención sobre el llamamiento
empático al celibato y a la abstinencia conyugal hecha por el apóstol Pablo (1
Corintios 7, 29ss): “Os digo, pues, hermanos: El tiempo es corto. Por
tanto, los que tienen mujer, vivan como si no la tuviesen”. Y
sigue: “El no casado se preocupa de las cosas del Señor, de cómo agradar al
Señor. El casado se preocupa de las cosas del mundo, de cómo agradar a su
mujer; está por tanto dividido”. Esta claro que Pablo con estas palabras se
dirige, en primer lugar, a los obispos y los sacerdotes. Él mismo se atuvo a
este ideal.
Para demostrar que Pablo o la iglesia de los tiempos apostólicos no conoció
el celibato se
mencionan, a veces, las cartas a Timoteo e Tito, las
denominadas cartas pastorales. Y en efecto, en la primera carta de Timoteo
(3, 2) se habla de un obispo casado. Y repetidamente se traduce el texto
original griego de la manera siguiente: “El
obispo sea marido de una mujer”, lo
que se entiende como un precepto. Pero bastaría un conocimiento rudimentario
del griego para traducir correctamente: “Por
esto el obispo sea irreprensible, se case una sola vez (¡y
debe ser marido de una mujer!), sea
sobrio y sensato”.
Y también en la carta a Tito se lee: “Un
anciano (es
decir, un sacerdote, obispo) debe
ser integérrimo y estar casado una sola vez”.
Son indicaciones que tienden a excluir
la posibilidad de que sea ordenado sacerdote-obispo quien, después de la
muerte de su esposa, se haya vuelto a casar (bigamia
sucesiva).
Porque, a parte del hecho de que en esos tiempos no se veía de buen ojo un
viudo que se volvía a casar, para la Iglesia se añadía además la
consideración de que un
hombre así no podía dar ninguna garantía de respetar la abstinencia, a la
cual un obispo o sacerdote deben votarse.
El celibato en la Iglesia post-apostólica
La forma originaria del celibato preveía, por consiguiente, que
el sacerdote o el obispo continuaran la vida familiar, pero no la conyugal.
También por esto se prefería ordenar a hombres de edad más avanzada.
El hecho que todo esto esté relacionado con antiguas y consagradas
tradiciones apostólicas, lo testimonian las obras de escritores
eclesiásticos como Clemente de Alejandría y el norteafricano Tertuliano, que
vivieron en el siglo II-III después de Cristo.
Además, una
serie de edificantes novelas sobre los apóstoles son testigos de
la alta consideración de la que gozaba la abstinencia entre los cristianos:
hablamos de los denominados Hechos
de los Apóstoles apócrifos,
redactados en el siglo II y muy difundidos.
En el sucesivo siglo III se multiplicaron y fueron cada vez más explícitos -
sobre todo en Oriente - los documentos
literarios sobre la abstinencia de los clérigos.
He aquí, por ejemplo, un pasaje extraído de la denominada Didascalia
siríaca: “El
obispo, antes de ser ordenado, debe ser puesto a prueba para establecer si
es casto y si ha educado a sus hijos en el temor de Dios”.
También el gran teólogo Orígenes de Alejandría (siglo III) conoce un
celibato de abstinencia vinculante, un celibato que explica y profundiza
teológicamente en diversas obras. Y hay, desde luego, otros documentos que
podríamos citar como apoyo, cosa que, obviamente, aquí no es posible
presentar.
La primera ley sobre celibato
Fue el Concilio de Elvira de 305-306 quien dio a esta práctica de origen
apostólico una forma de ley. Con el canon 33, el
Concilio prohíbe a los obispos, sacerdotes, diáconos y a todos los otros
clérigos relaciones conyugales con la esposa y
les prohíbe, también, tener hijos.
Por lo tanto, en esos tiempos se pensaba que abstinencia y vida familiar
eran conciliables.
Así también el Santo Papa León I, llamado León
Magno, alrededor del año 450 escribió que los consagrados no tenían que
repudiar a sus mujeres.
Tenían que permanecer junto a las mismas, pero
como “si nos las tuvieran”,
escribe Pablo en la primera carta a los Corintios (7, 29).
Con el pasar del tiempo, se
tenderá cada vez más a acordar el sacramento sólo a hombres célibes.
La codificación llegará en la Edad Media, época en la que se daba por
descontado que el sacerdote y el obispo eran célibes. Otra
cosa es el hecho de que la disciplina canónica no siempre fuera vivida al
pie de la letra, pero
esto no debe asombrar. Como encontramos en la naturaleza de las cosas,
también la observancia del celibato ha tenido, en los siglos, sus altos y
bajos.
Es famosa, por ejemplo, la encendida disputa que tuvo lugar en el siglo XI,
en tiempos de la denominada reforma gregoriana. En esa situación delicada se
asistió a una rotura tan neta - sobre todo en las iglesias alemana y
francesa - que llevó a los prelados alemanes contrarios al celibato a
expulsar con la fuerza de su diócesis al obispo Altmann de Passau.
En Francia, los emisarios del Papa encargados de insistir sobre la
disciplina del celibato fueron amenazados de muerte y
el santo abad Walter de Pontoise fue golpeado durante un Sínodo que tuvo
lugar en París por los obispos contrarios al celibato y encarcelado.
A pesar de todo ello, la reforma consiguió imponerse y se asistió a una
renovada primavera religiosa.
Es interesante observar que la
contestación al precepto del celibato surge siempre en concomitancia con
señales de decadencia en
la iglesia, mientras en tiempos de renovada fe y de florecer cultural se
nota una observancia reforzada del celibato.
Y, desde luego, no es difícil extraer de estas observaciones históricas un
paralelismo con la crisis actual.
El padre Krivovichev, de la Iglesia Ortodoxa rusa, con su esposa e hijos
(contábamos aquí
su historia y conversión);
la norma estable de clero casado en el cristianismo Oriental no es realmente
antigua; es de un concilio del 691 nunca aceptado por Roma. Vea también: No es cierto que los
ortodoxos o grecocatólicos casen a sus curas: el padre Cattaneo lo aclara
Los problemas de la Iglesia de Oriente
Quedan abiertas aún dos preguntas que se planten frecuentemente.
Una es la que se refiere a la práctica del celibato en la Iglesia
católica del reino bizantino y de rito oriental, que no
admite el matrimonio para obispos y monjes, pero lo concede a los
sacerdotes, a
condición de que se hayan casado
antes de
tomar los sacramentos. Y tomando precisamente esta práctica como ejemplo,
hay quien se pregunta si no podría ser adoptada también por el Occidente
latino.
A este propósito hay que recalcar, sobre todo, que precisamente en Oriente
la práctica del celibato abstinente se ha considerado vinculante.
Y fue sólo en el Concilio del año 691, el denominado "Quinisextum" o
"Trullanum", cuando resultó evidente la decadencia religiosa y cultural del
reino bizantino, llegando a la ruptura con la herencia apostólica. Este
Concilio, influenciado en máxima parte por el emperador, que con una nueva
legislación quería volver a poner orden en las relaciones, no fue sin
embargo nunca reconocido por los Papas.
La práctica adoptada por la Iglesia de Oriente se remonta precisamente a
este momento. Después, cuando a partir de los siglos XVI y XVII, y
sucesivamente, distingas Iglesias ortodoxas volvieron a la Iglesia de
Occidente, en Roma se planteó el problema acerca de cómo comportarse con el
clero casado de esas Iglesias. Los
distintos Papas que se sucedieron decidieron, por el bien y la unidad de la
Iglesia, no pretender ninguna modificación,
por parte de los sacerdotes que habían vuelto a la Iglesia madre, de su modo
de vivir.
El caso de los ex-protestantes
Basándose en una motivación similar se funda también la dispensa papal del
celibato concedida - a partir de Pío XII - a los pastores protestantes que
se convierten a la Iglesia católica y que desean ser ordenados sacerdotes.
Esta regla ha sido recientemente aplicada también por Benedicto XVI a los
numerosos prelados anglicanos que desearon unirse, en conformidad con la
constitución apostólica "Anglicanorum coetibus", a la Iglesia madre
católica.
Con esta extraordinaria
concesión,
la Iglesia reconoce a estos hombres de fe su largo y a veces doloroso camino
religioso, que con la conversión ha llegado a la meta. Una meta que, en
nombre de la verdad, lleva directamente a los interesados a renunciar
también al sustentamiento económico percibido hasta ese momento. Es la
unidad de la iglesia, bien de inmenso valor, la que justifica estas
excepciones.
¿Herencia vinculante?
Pero a parte de estas excepciones, se plantea la otra pregunta fundamental,
es decir: la
Iglesia, ¿está autorizada a renunciar a una evidente herencia apostólica?
Es una opción que se toma en consideración continuamente.
Algunos piensan que esta decisión no puede ser tomada sólo por una parte de
la Iglesia, sino por un Concilio general. De este modo se piensa que, aunque
sin implicar a todos los ámbitos eclesiásticos, al menos para algunos se
podría aflojar la obligación del celibato, incluso abolirlo. Y lo que hoy
parece aún inoportuno, podría ser realidad mañana.
Pero si se quisiera hacer esto, se debería reproponer en primer plano el
elemento vinculante de las tradiciones apostólicas.
Y aún nos
podríamos preguntar si, con una decisión tomada en sede de Concilio, sería
posible abolir la fiesta del domingo que,
si queremos ser escrupulosos, tiene menos fundamentos bíblicos que el
celibato.
Por último, para concluir, permítaseme avanzar una consideración proyectada
en el futuro: si sigue siendo válida la constatación de que cada reforma
eclesiástica que merece esta definición debe surgir de un profundo
conocimiento de la fe eclesiástica, entonces también la disputa actual sobre
el celibato será superada por un conocimiento más profundo de lo que
significa ser sacerdote.
Y si se entiende y enseña que el sacerdocio no es una función de servicio,
ejercida en nombre de la comunidad, sino que el
sacerdote - en virtud de los sacramentos recibidos - enseña, guía y
santifica "in persona Christi", tanto
más se entenderá que precisamente por esto él asume también la forma de vida
de Cristo.
Y un
sacerdocio así entendido y vivido volverá de nuevo a ejercer una fuerza de
atracción sobre la élite de los jóvenes.
Respecto al resto, es necesario aceptar que el celibato, así como la
virginidad en nombre del Reino de los Cielos, seguirán siendo siempre, para
quien tiene una concepción secularizada de la vida, algo irritante. Pero
ya Jesús decía a este propósito: “Quien pueda entender, que entienda”.