Jean Paul Sartre: Libertad, ateísmo y felicidad
POR LUIS FERNÁNDEZ CUERVO,
Dr. en Medicina
Columnista de El Diario de Hoy.
Algunos lectores de mi artículo anterior sobre Jean Paul Sartre y su Auto sacramental me preguntan si Sartre murió con su firme ateísmo o si esa obra suya fue una puerta abierta a la luz de la fe. Sólo puedo decirles lo que ya escribí en otra ocasión. El periódico francés Le Nouvel Observateur recogió un diálogo de Sartre con un marxista, pocos días antes de su muerte. Sartre dijo allí: "No me percibo a mí mismo como producto del azar, como una mota de polvo en el universo, sino como alguien que ha sido esperado, preparado, prefigurado. En resumen, como un ser que sólo un Creador pudo colocar aquí, y esta idea de una mano creadora hace referencia a Dios".
Sorprendente declaración. Esas pocas palabras fueron como una bomba para muchos de sus admiradores. Simone de Beauvoir, la que había sido su compañera de vida más habitual, entró en furia y se dedicó, con saña y tesón, a ocultar esa "claudicación".
Norman Geisler (en The intellectuals Speak out About God, Chicago 1984) recogió la consternación que esa confesión de Sartre produjo en todos sus colegas. El hecho era una noticia-bomba. ¿Por qué no estalló en las mejores páginas de los grandes diarios del mundo?
Que el lector se lo explique como le parezca. A mi no me sorprende. La mayoría de los medios de comunicación, críticos implacables contra los cristianos y sus debilidades, elogian y propagan los ataques de los ateos contra la religión, pero son muy remisos en airear cuando claudican de su ateísmo. No sólo en el caso de Sartre.
Tampoco figura en muchos espacios de Internet la conversión al catolicismo del Premio Nobel Alexis Carrel; ni de otros muchos ateos ilustres que alcanzaron la fe. Pocos saben que Albert Camus quería tener fe poco antes de su accidente mortal; ni que el marxista Gramsci, enemigo acérrimo de la Iglesia Católica, enfermo de enfermedad mortal en un hospital, pidió ante el asombro de las monjitas, que le trajeran la imagen del Niño Jesús para besarla. Mucho menos se acepta el hecho de Voltaire retractándose de sus ataques a la Iglesia Católica y muriendo recibiendo la absolución y la unción de enfermos en su lecho de muerte.
Sartre dijo que "el hombre es una pasión inútil". Y dijo una gran verdad… a medias. Es una pasión inútil y absurda mientras se sostenga que no existe Dios, ni su premio y castigo en la otra vida. Se puede ser ateo e incluso ganar fama y dinero, mientras el resto de la vida le sonríe. Cara a la muerte, todo triunfo en esta vida --dinero, fama, éxitos, homenajes, monumentos, etc.-- son humo y ceniza. ¿Quién se acuerda hoy de Sartre? ¿Quién lo conoce, quién lee sus obras? Un pequeño puñado de eruditos, tal vez, y eso si con ello logran alguna fama y dinero.
Pero vuelvo a la obra "Barioná, el hijo del trueno". Sartre presenta allí la lucha de Barioná con su libertad afirmándose contra Dios. Pero, al mismo tiempo, Sartre, interpretando al rey mago Baltasar en esa obra de teatro, anima al ateo Barioná, a que acepte el nuevo sentido y valor que tendría su libertad si reconocía al Niño como el Mesías salvador.
Y con eso acierta, porque la libertad auténtica es obediencia a Dios, es amor y servicio a los demás hombres. Rabindranath Tagore, ese gran escritor indio, lo explicaba así: "Yo dormía y soñaba que la vida era alegría. Desperté y vi que la vida era servicio. Serví y comprendí que el servicio era alegría."
Son formas de explicar esa sentencia de Jesucristo que muchos no entienden: "La verdad os hará libres". La mentira, el vicio, la maldad, siempre esclavizan. Con la Verdad divina --que tiene nombre y realidad muy humanos: Jesús--, viene el amor a los demás y con ello, la alegría y la felicidad auténticas.