Ateismo - A: cuatro dogmas (¿demostrables?) en los que creen hasta los ateos
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J. Cadarso / P. J. Ginés 27. X. MMXI
"Como las abejas que sin titubear atraviesan una y outra vez las amplias
extensiones de los campos para alcanzar el bancal preferido y después,
fatigadas pero satisfechas y cargadas de pollen, vuelven al panal para
llevar a cabo allí en una acción fecunda y silenciosa la sabia
transformación del néctar de las flores en néctar de vida. Así vosotros,
después de haberla acogido, guardad bien cerrada en vuestro corazón la
palabra de Dios". (Padre Pio de Pietrelcina)
Casi todo el mundo acepta estos cuatro principios, aunque en un mundo
postmoderno hay autonombrados racionalistas que niegan la causalidad, la
no-contradicción, la fiabilidad de la percepción e incluso la noción de
autoconciencia.
Muchos de los grandes descubrimientos científicos de la historia no podrían
haberse producido sin que los científicos, independientemente de su opción
religiosa (o no-religiosa), creyeran en unos primeros principios que,
científicamente, son indemostrables.
Así lo asegura Scott Hahn, profesor en la Universidad Franciscana de
Steubenville, en su obra "La fe es razonable" (Ed. Rialp), cuando afirma que
antes de producirse cualquier demostración empírica "un científico debe
tener fe en los datos experimentales que le ofrecen los otros científicos y
en las instituciones que le patrocinan, así como en los criterios según los
cuales esos científicos recibieron sus títulos o credenciales. Un científico
debe tener fe en la autoridad y solvencia de la revistas científicas, al
igual que en los resultados de los diferentes estudios que éstas publican".
Cuando desde el campo científico se niega esta fe de la que habla Hahn lo
único que se consigue, afirma, es poner las más altas aspiraciones del
hombre al servicio de las tiranías más destructivas. Esa fe, al estar bien
edificada y fundada, posibilita que la ciencia avance rápidamente. Para que
esto llegue a producirse es necesario que creyentes y no creyentes acepten
cuatro dogmas básicos, cuatro "creencias" indemostrables pero en las que
creen hasta los escépticos más escépticos.
Creencia 1 - El principio de no-contradicción
Un objeto A no puede ser A y no-A al mismo tiempo y en el mismo
sentido. No podemos decir que cierto animal es un gato, pero que no lo es,
si estamos llamando "gato" a la misma cosa, usando la palabra en el mismo
sentido. O lo es, o no lo es. Caer en la contradicción, decimos, es un
disparate. Algunos filósofos antiguos (y algunos adolescentes modernos,
algunos de edad avanzada) aseguran que toda proposición es simultáneamente
verdadera y falsa. Pero Aristóteles observó que esos mismos filósofos no
eran coherentes con sus postulados teóricos y al rechazar esta ley estaban
sugiriendo, simultáneamente, su validez.
Creencia 2 - La general fiabilidad del sentido de percepción
Creemos (hasta el más escéptico de los escépticos, y sin prueba
alguna) que nuestros sentidos perciben la realidad tal y como es,
independientemente de nuestra percepción. Alguien puede decir que los
sentidos son poco fiables como ciertas ilusiones ópticas, pero éstas son
ilusiones ficticias precisamente porque algún otro sentido anula la
percepción del sentido que nos engaña, o nuestra razón descubre la causa de
la ilusión. Por ejemplo, un lápiz metido en un vaso de agua parece estar
doblado pero nuestro sentido del tacto nos dice que no lo está al recorrerlo
con los dedos en toda su extensión.
Creencia 3 - El principio de causalidad
Los cristianos defienden el principio de causalidad, y los
científicos (incluso ateos) también, aunque no faltará el filósofo ateo que
lo niegue simplemente por llevarle la contraria a los filósofos cristianos.
El principio dice: a cada efecto le corresponde una causa. "Si observamos la
secuencia de flores, chocolates y finalmente un beso, concluimos que hay una
relación causa-efecto", dice Hahn (que escribió un libro testimonio sobre la
fe en su matrimonio). Los científicos deben asumir necesariamente que todos
los efectos que investigan tienen una causa. De otro modo, no tendrían nada
a qué agarrarse para explicarlos. Es más, si alguien argumentara contra la
causalidad, estaría proponiendo una vez más un argumento que se
autodestruye, ¡porque, en realidad, cualquier argumento pretende causar un
efecto: cambiar tu mentalidad, tus pensamientos y convicciones!
Creencia 4 - La noción de autoconciencia
Es la que les indica a un racionalista y a un creyente que existen.
Puedo pensar que todo es una ilusión, pero todavía sigo estando conmigo
mismo: con el ente que está abrigando esa ilusión. La auto-conciencia
presume que hay un yo, independientemente de lo que pueda ser ese yo. Yo sé
que existo, incluso aunque pretenda no estar seguro de todo lo demás.
Un ateo o escéptico razonable y un cristiano cualquiera estarán de acuerdo
en estas 4 cosas, y les parecerán razonables y evidentes, aunque bastante
indemostrables.
Los "originales" que intentan sortear estos 4 puntos
No faltarán los sofistas (sobre todo en el bando "escéptico") que nieguen
alguna o las cuatro. Por ejemplo, abundan los que niegan la Creencia 1
("esto es así para ti, pero no para mí, pero ambos tenemos razón aunque
decimos cosas contrarias e incompatibles"). Cuando hablamos de
"postmodernidad" nos referimos a este tipo de gente.
Y desde la película "Matrix" (y antes, con el gnosticismo) abundan los que
niegan la segunda creencia ("todo es ilusión, los sentidos nos engañan",
dicen); incluso hay una teoría que dice que hay muchos más mundos de ficción
que reales: novelas, videojuegos cada vez más sofisticados... "¿Y si somos
personajes de ficción en un videojuego increíblemente sofisticado? ¿No es
razonable pensar que en millones de años una civilización haya creado
tecnología que emita ficciones tan realistas que sus personajes -nosotros-
creamos ser reales, cuando no lo somos, apenas bits en un programa? ¿Qué nos
hace tan especiales para creer que nosotros somos los reales y todos los
demás mundos ficticios?" Si uno lee mucho Philip K. Dick puede llegar a
eso... aunque eso no evitó que Dick se bautizase católico inquieto por estas
y otras ideas extrañas.
La tercera creencia la puede negar cualquiera si se ve arrinconado por,
digamos, un milagro. Imaginemos que un enfermo sin cura está muriendo; rezan
a una beata y le ponen una estampita bajo la almohada. Dos horas después el
moribundo está perfecto, su pulmón regenerado, camina y come. El escéptico
renuncia a la Creencia 3 (Causalidad) y dictamina: "la causa no es Dios ni
la oración, no hay causa; habría pasado de todas formas y no puedes
demostrar lo contrario"(como señala C.S. Lewis en "Cartas a Malcolm"). ¡Es
una lógica imbatible, tanto como indemostrable... y quizá nuestro escéptico
no la usará para casi nada más en su vida! Por último, un escéptico radical
puede insistir en que "no tengo creencias, no creo que existo, solo tomo la
hipótesis que existo" o la contraria ("no tengo creencias, tengo
seguridades, sé con certeza que existo"). La primera posición dura hasta que
le pinchan con una aguja. La segunda es bastante razonable pero... ¿no es el
tipo de creencia de la que el escéptico radical suele mofarse?
La fe y la razón, explica Hahn, son por tanto facultades complementarias
para llegar a la verdad de las cosas. Cuando una criatura o máquina alada
trata de volar con un ala, cae a tierra. De modo similar, cuando los seres
humanos tratamos de elevarnos sólo con una de esas dos facultades, nos
estrellamos. La postura católica da espacio por lo tanto a la fe (confianza)
y la razón como herramientas complementarias.
http://www.religionenlibertad.com/articulo.asp?idarticulo=18487
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Los ateos suelen pasar de animosos a
tramposos, convirtiendo el naturalismo metodológico en imperialismo
epistemológico.
Cuando el ateo Bertrand Russell en su famoso debate de la BBC se vio
presionado por el filósofo jesuita Frederick Copleston, acabó diciendo: "el
mundo es, eso es todo" (o sea, porque sí). Ahora bien, es verdad que
nuestras explicaciones comienzan aquí. La explicación científica,
ciertamente, debe comenzar aquí; una ciencia sólo puede usar sus métodos
sobre algún objeto de estudio que ya esté dado en la existencia. Pero es una
huida intelectual, una restricción arbitraria al impulso natural de la mente
por saber, rehusarse a hacer la pregunta filosóficamente. La pregunta por la
existencia misma es una de las más naturales y básicas que hace la mente
inquisitiva, cuando se le permite trabajar al máximo de su capacidad. La
pregunta básica que hacemos sobre los seres de nuestra experiencia no es:
qué son, cómo son o cómo operan. Sino la pregunta radical sobre su
existencia: por qué existen, absolutamente, del modo en el que existen, cuál
es la inteligibilidad última, o la razón suficiente, por la que de hecho
existen absolutamente.
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«Vendrán de Oriente y Occidente, del norte y del sur»
Los que acuden a Dios, apoyándose en él, con el deseo de ser
salvados, son realmente salvados: es la inspiración divina la que les hace
concebir este deseo de salvación; son iluminados por Él que los llama a que
lleguen al conocimiento de la verdad. Son en efecto, los hijos de la
promesa, la recompensa de la fe, la descendencia espiritual de Abraham, «una
raza elegida, un sacerdocio real" (1P 2,9), previsto desde antiguo y
predestinado a la vida eterna... A través de Isaías, el Señor nos dio a
conocer su gracia, que hizo de todo hombre una criatura nueva: " He aquí que
voy a hacer algo nuevo, ya está brotando,¿ no lo notáis? Abriré un camino en
el desierto, corrientes de agua en la estepa..., para dar a beber a mi
pueblo elegido, a este pueblo que me he formado, para que proclame mi
alabanza». Y en otro lugar dice: Ante mí se doblará toda rodilla, por mi
jurará toda lengua» (Is 43,19s; 45,23).
Es imposible que todo esto no llegue, porque la providencia de Dios nunca
falla; sus designios no cambian; su voluntad perdura y sus promesas no son
erróneas. Por consiguiente, todos los que asuman estas palabras serán
salvados. Deposita, en efecto sus leyes en sus conciencias, las inscribe con
su dedo en sus corazones (Rm 2,15); acceden al conocimiento de Dios, no por
el conducto de la enseñanza humana sino bajo la dirección del maestro
supremo: «Así pues, ni el que planta es nada, ni tampoco el que riega; sino
Dios que hace crecer» (1Co 3,7)... A todos da la posibilidad de cambiar el
corazón, tener un juicio justo y una voluntad recta. En el interior de cada
hombre, Dios infunde el temor, para que se instruyan con sus mandamientos...
celebren la paciencia de su misericordia, y los milagros que ha realizado:
porque Dios los ha elegido, los ha hecho sus hijos, herederos de la nueva
alianza (Jr. 31,31).
La sed espiritual de Cristo tendrá final. He aquí su sed: su deseo intenso
de amor hacia nosotros, que durará hasta el juicio final. Ya que los
elegidos, que serán la alegría y la felicidad de Jesús durante toda la
Eternidad, están aún en parte aquí abajo, y, después de nosotros, habrá
otros hasta el último día. Su sed ardiente es poseernos a todos en Él, para
su gran felicidad - por lo menos, esto es lo que me parece a mí...
En tanto que Dios, es la felicidad perfecta, bienaventuranza infinita que no
puede ser aumentada ni disminuida... Pero la fe nos enseña que, por su
humanidad, quiso sufrir la Pasión, sufrir todo tipo de dolores y morir por
amor a nosotros y para nuestra felicidad eterna... En tanto que es nuestra
Cabeza, Cristo está consagrado y no puede seguir sufriendo; pero, puesto que
es también el cuerpo que une a todos sus miembros (Ef. 1,23), no está
todavía completamente glorioso e impasible. Por eso, siente siempre este
deseo y esta sed que sentía de Cruz (Jn 19,28) y que me parece, estaban en
él desde toda la Eternidad. Y así se puede decir ahora y se dirá, hasta que
la última alma salvada, haya entrado en esta Bienaventuranza.
Sí, tan cierto es que hay en Dios misericordia y piedad, como que hay en Él
esa sed y ese deseo. En virtud de este deseo, que está en Cristo, nosotros
también lo deseamos: sin esto ninguna alma llega al cielo. Este deseo y sed
proceden, me parece, de la infinita bondad de Dios, y su misericordia...; y
esta sed persistirá en él, mientras estemos en la indigencia, atrayéndonos a
su Bienaventuranza.
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«Duc in altum» (Lc 5,4) dijo Cristo al apóstol Pedro en el Mar de Galilea.
Jesús, después de haber hablado a la muchedumbre desde la barca de Simón,
invitó al Apóstol a remar mar adentro para pescar: Duc in altum (Lc 5, 4).
Pedro y los primeros compañeros confiaron en la palabra de Cristo y echaron
las redes. Y habiéndolo hecho, recogieron una cantidad enorme de peces (Lc
5, 6). ¡Duc in altum! Esta palabra resuena también hoy para nosotros y nos
invita a recordar con gratitud el pasado, a vivir con pasión el presente y a
abrirnos con confianza al futuro: Jesucristo es el mismo, ayer, hoy y
siempre (Hb 13, 8).
"Los astros brillan alegres para su Hacedor; los cielos proclaman su gloria;
la naturaleza festeja la grandeza de Dios; quiero adorar tu majestad sobre
el cielo y bajo la tierra" Oh estrellas, tierra y mar, unidos en un solo
himno y unánimamente y en señal de agradecimiento, canten la incomprensible
misericordia de Dios. "Hacer de todos los hombres una sola familia que se
reconoce unida en el único Padre común, y que cultiva con su trabajo y
respeto todo lo que Él nos ha dado en la Creación" Benedicto PP. XVI -
Agosto MMXI
San Roberto Bellarmino (1542-1621), jesuita, obispo y doctor de la Iglesia
Tratado sobre la ascensión de la mente hacia Dios, Grado 1: Opera omnia 6
(trad. breviario 17/09 - edición de 1862, 214)
¿Cuál es el gran mandamiento?
¿Qué es, Señor, lo que mandas a tus siervos? "Cargad, nos dices,
con mi yugo". ¿Y cómo es este yugo tuyo? "Mi yugo, añades, es llevadero y mi
carga, ligera". ¿Quién, no llevará de buena gana, un yugo que no oprime,
sino que anima; una carga que no pesa, sino que reconforta? Con razón
añades: " y encontraréis vuestro descanso" (Mt 11,29). ¿Y cuál es este yugo
tuyo, que no fatiga sino que da reposo? Por supuesto aquel mandamiento, el
primero y el más grande: "Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón".
¿Qué más fácil, más agradable, más dulce que amar la bondad, la belleza y el
amor, todo lo cual eres tú, Señor Dios mío?
¿Acaso no prometes además un premio, a los que guardan tus mandamientos "más
preciosos que el oro y más dulce que la miel del panal"? (Sal. 18,11) Por
cierto que sí, y un premio grandioso, como dice tu apóstol Santiago: "El
Señor preparó la corona de vida para aquellos que lo aman" (1,12)... Y así
dice san Pablo, inspirándose en el profeta Isaías: " Ni el ojo vió, ni el
oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo
aman " (1Co 2,9)
En verdad, es muy grande el premio que proporciona la observancia de tus
mandamientos. Y no sólo aquel mandamiento, el primero y el más grande es
provechoso para el hombre que lo cumple, no para Dios que lo impone, sino
que también los demás mandamientos de Dios, perfeccionan al que los cumple,
lo embellecen, lo instruyen, lo ilustran, lo hacen en definitiva bueno y
feliz. Por esto, si juzgas rectamente, comprenderás que has sido creado para
la gloria de Dios y para tu eterna salvación, comprenderás que éste es tu
fin, que éste es el objetivo de tu alma, el tesoro de tu corazón. Si llegas
a este fin, serás dichoso, si no lo alcanzas, eres un desdichado.
Laus Deo +
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