Razones para creer: 10. ¿Nos dan los Evangelios la verdadera imagen de Jesús?
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Se dice a veces que los
escritos evangélicos son simplemente el reflejo de la fe de las comunidades
cristianas primitivas, y así se viene a contraponer el «Cristo de la fe» y el
«Cristo de la historia».
Es verdad que los evangelios
no son libros de historia en el sentido actual del término. Cada uno de los
autores ha escogido entre los hechos y las palabras de Jesús aquello que más
convenía a los destinatarios previstos, y ha dispuesto de esos elementos en
función del mensaje que quería transmitir. En este sentido, si la historia
moderna puede compararse a una fotografía, podría decirse que los
evangelios son cuadros de maestros de la pintura, y que lleva cada uno
la marca propia de su autor.
También sería excesivo rechazar
su valor histórico. Lucas declara al principio de su relato que se ha «informado
con toda exactitud con la ayuda de los testigos oculares» de los hechos que
relata. Y no olvidemos que en aquella época, escasa en testimonios escritos,
las tradiciones orales eran de una precisión que somos incapaces de
imaginar hoy en día.
En el caso de las palabras de
un rabbí, era normal que los discípulos las memorizasen con meticulosa
precisión, incluso cuando ellos mismos no entendían su sentido. Por otra
parte, así es como Jesús dio su enseñanza: «Os he dicho estas cosas mientras
permanezco entre vosotros; pero el Abogado, el Espíritu Santo, que el Padre
enviará en mi nombre, ése os hará entender todo y os traerá a la memoria
todo lo que yo os he dicho» (Jn 14,26).
En la transfiguración, por
ejemplo, vemos vemos cómo Pedro, Santiago y Juan se preguntan confusos «qué
quiere decir eso de resucitar de entre los muertos», un poco como en el caso de
Bernardette, cuando va a ver al párroco repitiendo por el camino los términos
«Inmaculada Concepción», cuyo significado no entendía.
Por otra parte, es de señalar
que las divergencias en los detalles propios de cada evangelista no hacen sino
subrayar su acuerdo en lo esencial. De ahí resulta que la persona de
Jesús esté retratada con una nitidez que en modo alguno podría explicarse por
una mixtificación, consciente o no, de los evangelistas.
¿Podemos, pues, decir que los
evangelios nos ofrecen el verdadero rostro de Jesús? La única respuesta
aceptable a esta pregunta es lo que espontáneamente piensa aquel que lee los
Evangelios: a través de los temperamentos propios y de los rasgos peculiares de
su comunidades respectivas, los evangelistas nos ponen en la presencia de
una personalidad histórica de primera magnitud.
• «Lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que nuestras manos han tocado del Verbo de vida... eso os lo anunciamos» (1Juan 1,1-3).