«El pesimismo religioso contagioso».
Catolicismo al 25%
El periodismo
contagioso
Por monseñor Juan del Río Martín,
obispo de Asidonia-Jerez
El católico en la actualidad tiene que luchar contra la plaga de una lectura
sesgada y negativa del ser y quehacer de la Iglesia. Ello produce pesimismo y
desánimo en muchos espíritus acerca del futuro de la fe cristiana en España y en
el entorno cultural europeo. Abundan los «profetas de calamidades» que, bajo un
barniz de intelectualidad, citan estudios sociológicos, espléndidamente
subvencionados y fuertemente manipulados, para poner en evidencia lo mal que les
va a los católicos en la modernidad. Por supuesto, esos mismos concienzudos y
costosos informes no se hacen tanto de otras confesiones cristianas, ni de otras
religiones, ni de otros grupos sociales o políticos y, en el caso que se hagan,
no se les da la publicidad de la que gozan los que se refieren a la Iglesia
católica.
Raro es el informativo de cualquier medio que abre su primera página con una
noticia positiva de la Iglesia o de los católicos, que hay muchas y muy buenas.
Lo corriente es poner el énfasis en las escandalosas o en la ridiculización de
determinados mensajes y personas. Esto es sencillamente desinformación,
orientada a potenciar la desmoralización en las filas de los cristianos
católicos. Es patente la intención de difundir la idea de que la Iglesia tiene
«los días contados», que es una «reliquia ideológica del pasado» y que, además,
son incompatibles democracia con cristianismo.
El demócrata de moda ha de ser relativista en lo religioso y en lo moral y, por
supuesto, crítico con la doctrina y la jerarquía de la Iglesia. Se olvida o
calla que los principios que rigen la vida democrática han nacido del
cristianismo, y que quienes los defienden son hijos de la tradición y de la
cultura cristiana. Se silencia la labor social de la Iglesia, que actúa sobre
los más desfavorecidos, sobre los que nadie quiere o sobre los que ya no
interesan desde el punto de vista económico.
Para algunos poderes, y España no es una excepción, la democracia será adulta
cuando el catolicismo pierda su implantación sociológica porque así lo exige su
«ingeniería social» por encima de la realidad ciudadana. Detrás hay enmascarados
nacional-laicismos, totalitarios y nihilistas.
Nada de esto es nuevo; ya lo vimos en tiempo de la Ilustración cuando Voltaire
dijo: «Por fin se ha acabado esta antigua Iglesia, vive la humanidad». Y ¿qué
sucedió, en cambio? Pues como dice el Papa Ratzinger, la Iglesia se renovó y en
el siglo XIX florecieron grandes santos, hubo una nueva vitalidad misionera,
docente y caritativa con nuevas congregaciones religiosas. Lo mismo sucedió en
el siglo pasado. Hitler dijo en cierta ocasión: «La Providencia me ha llamado a
mí, un católico, para acabar con el catolicismo. Sólo un católico puede destruir
el catolicismo». Igualmente la gran corriente marxista estaba segura de realizar
la revisión científica del mundo y de abrir las puertas del futuro: «La Iglesia
está llamada a su fin, está acabada». Son muchos los que han vaticinado el final
del cristianismo: ellos han desaparecido y la Iglesia sigue peregrinando «entre
las persecuciones de este mundo y las consolaciones de Dios» (san Agustín). Pero
«ésta es la fuerza victoriosa que ha vencido al mundo: nuestra fe» (1Jn 4,4-5).
Es la vida de Cristo la que vence en su Iglesia. Ella está viva entre nosotros
y, en medio de las crisis resurge con nueva juventud y lozanía. No hay que
desanimarse, sino mostrar la alegría de ser católico en tiempos de inclemencia.
Es urgente recobrar la confianza en la capacidad de la fe para incidir
positivamente en la configuración de una nueva cultura. Debemos aprender a no
tener miedo, recuperando un espíritu de esperanza y confianza en el Señor que va
por delante de nosotros y nos dice: ¡Ánimo, que yo estaré con vosotros hasta el
final de los siglos!