DECLARACION CONJUNTA
SOBRE
LA DOCTRINA DE LA JUSTIFICACION
FEDERACION LUTERANA MUNDIAL
CONSEJO PONTIFICIO PARA LA UNIDAD DE LOS
CRISTIANOS
Un documento histórico
«Podemos alegrarnos por
este importante logro ecuménico». Con estas palabras Juan Pablo II comentó el
28 de junio la «Declaración conjunta sobre la doctrina de la justificación»
firmada por la Santa Sede y la Federación Luterana Mundial. Se trata de un
documento que quiere poner fin a condenas históricas entre las dos confesiones
cristianas.
El pontífice reconoció que,
«si bien la Declaración no resuelve todas las cuestiones relativas a la
doctrina de la justificación, expresa un consenso en verdades fundamentales de
tal doctrina».
Al final del documento
publicamos las aclaraciones que ilustró el cardenal el cardenal Edward I.
Cassidy, prefecto del Consejo Pontificio para la Unidad de los Cristianos, al
presentar oficialmente la Declaración conjunta.
DECLARACION CONJUNTA
SOBRE
LA
DOCTRINA DE LA JUSTIFICACION
(Propuesta
definitiva)
FEDERACION
LUTERANA MUNDIAL
CONSEJO
PONTIFICIO PARA LA UNIDAD DE LOS CRISTIANOS
Preámbulo
-
La doctrina de la justificación tuvo una
importancia capital para la reforma luterana del siglo XVI. De hecho, sería
el «artículo primero y principal» (1), a la vez «rector y juez de las demás
doctrinas cristianas» (2). La versión entonces fue sostenida y defendida en
particular por su singular apreciación contra la teología y la iglesia
católicas romanas de la época que, a su vez, sostenían y defendían una
doctrina de la justificación de otra índole. Desde la perspectiva de la
Reforma, la justificación era la raíz de todos los conflictos, y tanto en
las Confesiones luteranas (3) como en el Concilio de Trento de la Iglesia
católica romana hubo condenas de una y otra doctrinas. Esta últimas siguen
vigentes, provocando divisiones dentro de la Iglesia.
-
Para la tradición luterana, la doctrina de la
justificación conserva esa condición particular. De ahí que desde un
principio, ocupara un lugar preponderante en el diálogo oficial
luterano-católico romano.
-
Al respecto, les remitimos a los informes «The
Gospel and the Church» (1972) (4) y «Church and Justification» (1994) (5) de
la Comisión luterano-católica romana; «Justificación by Faith» (1983) (6)
del Diálogo luterano-católico romano de los Estados Unidos y «The
Condemnations of the Reformation Era - Do They Still Divide?» (1986) (7) del
Grupo de trabajo ecuménico de teólogos protestantes y católicos de Alemania.
Las iglesias han acogido oficialmente algunos de estos informes de los
diálogos; ejemplo importante de esta acogida es la respuesta vinculante que
en 1994 dio la Iglesia Evangélica Unida de Alemania al estudio
«Condemnations» al más alto nivel posible de reconocimiento eclesiástico,
junto con las demás iglesias de la Iglesia evangélica de Alemania (8).
-
Respecto a los debates sobre la doctrina de la
justificación, tanto enfoques y conclusiones de los informes de los diálogos
como las respuestas trasuntan un alto grado de acuerdo. Por lo tanto, ha
llegado la hora de hacer acopio de los resultados de los diálogos sobre esta
doctrina y resumirlos para informar a nuestras iglesias acerca de los mismos
a efectos de que puedan tomar las consiguientes decisiones vinculantes.
-
Una de las finalidades de la presente
Declaración conjunta es demostrar que a partir de este diálogo, las iglesias
luterana y católica romana (9) se encuentran en posición de articular una
interpretación común de nuestra justificación por la gracia de Dios mediante
la fe en Cristo. Cabe señalar que no engloba todo lo que una y otra iglesia
enseñan acerca de la justificación, limitándose a recoger el consenso sobre
las verdades básicas de dicha doctrina y demostrando que las diferencias
subsistentes en cuanto a su explicación, ya no dan lugar a condenas
doctrinales.
-
Nuestra declaración no es un planteamiento nuevo
o independiente de los informes de los diálogos y demás documentos
publicados hasta la fecha; tampoco los sustituye. Más bien, tal y como lo
demuestra la lista de fuentes que figura en el anexo, se nutre de los mismos
y de los argumentos expuestos en ellos.
-
Al igual que los diálogos en sí, la presente
Declaración conjunta se funda en la convicción de que al superar las
cuestiones controvertidas y las condenas doctrinales de otrora, las iglesias
no toman estas últimas a la ligera y reniegan su propio pasado. Por el
contrario, la declaración está impregnada de la convicción de que en sus
respectivas historias, nuestras iglesias han llegado a nuevos puntos de
vista. Hubo hechos que no solo abrieron el camino sino que también exigieron
que las iglesias examinaran con nuevos ojos aquellas condenas y cuestiones
que eran fuente de división.
1. EL MENSAJE BIBLICO DE LA JUSTIFICACION
-
Nuestra escucha común de la palabra de Dios en
las Escrituras ha dado lugar a nuevos enfoques. Juntos oímos lo que dice el
Evangelio: «De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito
para que todo aquel que en él cree no se pierda sino que tenga vida eterna»
(San Juan 3, 16). Esta buena nueva se plantea de diversas maneras en las
Sagradas Escrituras. En el Antiguo Testamento escuchamos la palabra de Dios
acerca del pecado (Sal 51, 1-1; Dn 9, 5 y ss; Ec 8, 9 y ss; Esd 9;6 y ss) y
la desobediencia humanos (Gn 3, 1-19 y Neh 9, 16-26), así como la «justicia»
(Is 46, 13; 51, 5-8; 56, 1; cf. 53, 11; Jer 9, 24) y el «juicio» de Dios (Ec
12, 14; Sal 9,5 y ss; y 76, 7-9).
-
En el Nuevo Testamento se alude de diversas
maneras a la «justicia» y la «justificación» en los escritos de San Mateo
(5,10; 6, 33 y 21, 32), San Juan (16, 8-11); Hebreos (5, 1-3 y 10, 37-38), y
Santiago (2, 14-26) (10). En las epístolas de San Pablo también se describe
de varias maneras el don de la salvación, entre ellas: «Estad pues, firmes
en la libertad con que Cristo nos hizo libres» (Gá 5, 1-13, cf. Ro 5, 11);
«tenemos paz para con Dios» (Ro 6, 11-23) y «santificados en Cristo Jesús»
(1 Co 1, 2 y 1, 31; 2 Co 1, 1). A la cabeza de todas ellas está la
«justificación» del pecado de los seres humanos por la gracia de Dios por
medio de la fe (Ro 3, 23-25) que cobró singular relevancia en el período de
la Reforma.
-
San Pablo asevera que el Evangelio es poder de
Dios para la salvación de quien ha sucumbido al pecado; mensaje que proclama
que «la justicia de Dios se revela por fe y para fe» (Ro 1, 16-17) y ello
concede la «justificación» (Ro 3, 21-31). Proclama a Jesucristo «nuestra
justificación» (1 Co 1, 30) atribuyendo al Señor resucitado lo que Jeremías
proclama de Dios mismo (23, 6). En la muerte y resurrección de Cristo están
arraigadas todas las dimensiones de su labor redentora porque él es «Señor
nuestro, el cual fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado
para nuestra justificación» (Ro 4, 25). Todo ser humano tiene necesidad de
la justicia de Dios «por cuanto todos pecaron y están destituidos de la
gloria de Dios» (Ro 1, 18; 2, 23 3, 22; 11, 32 y Gá 3, 22). En Gálatas 3, 6
y Romanos 4, 3-9, San Pablo entiende que la fe de Abraham (Gn 15, 6) es fe
en un Dios que justifica al pecador y recurre al testimonio del Antiguo
Testamento para apuntalar su prédica de que la justicia le será reconocida a
todo aquel que, como Abraham, crea en la promesa de Dios. «Mas el justo por
la fe vivirá» (Ro 1, 17 y Hab 2, 4, cf. Gá 3, 11). En las epístolas de San
Pablo, la justicia de Dios también es poder para aquellos que tienen fe (Ro
1, 17 y 2 Co 5, 21). Él hace de Cristo justicia de Dios para el creyente (2
Co 5, 21). La justificación nos llega a través de Cristo Jesús «a quien Dios
puso como propiciación por medio de la fe en su sangre» (Ro 3, 2, véase 3,
21-28). «Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de
vosotros, pues es don de Dios. No por obras...» (Ef 2, 8-9).
-
La justificación es perdón de los pecados (cf.
Ro 3, 23-25; Hechos 13, 39 y San Lucas 18, 14), liberación del dominio del
pecado y la muerte (Ro 5, 12-21) y de la maldición de la ley (Gá 3, 10-14) y
aceptación de la comunión con Dios: ya pero no todavía plenamente en el
reino de Dios a venir (Ro 5, 12). Ella nos une a Cristo, a su muerte y
resurrección (Ro 6, 5). Se opera cuando acogemos al Espíritu Santo en el
bautismo, incorporándonos al cuerpo que es uno (Ro 8, 1-2 y 9-11; y 1 Co 12,
12-13). Todo ello proviene solo de Dios, por la gloria de Cristo y por
gracia mediante la fe en «el Evangelio del Hijo de Dios» (Ro 1, 1-3).
-
Los justos viven por la fe que dimana de la
palabra de Cristo (Ro 10, 17) y que obra por el amor (Gá 5, 6), que es fruto
del Espíritu (Gá 5, 22) pero como los justos son asediados desde dentro y
desde fuera por poderes y deseos (Ro 8, 35-39 y Gá 5, 16-21) y sucumben al
pecado (1 Jn 1, 8 y 10) deben escuchar una y otra vez las promesas de Dios y
confesar sus pecados (1 Jn 1, 9), participar en el cuerpo y en la sangre de
Cristo y ser exhortados a vivir con justicia, conforme a la voluntad de
Dios. De ahí que el Apóstol diga a los justos «...ocupaos en vuestra
salvación por temor y temblor, porque Dios es el que en vosotros produce así
el querer como el hacer, por su buena voluntad» (Flp 2, 12-13). Pero ello no
invalida la buena nueva: «Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que
están en Cristo Jesús» (Ro 8, 1) y en quienes Cristo vive (Gá 2, 20). Por la
justicia de Cristo «vino a todos los hombres la justificación que produce
vida» (Ro 5, 18).
2. LA DOCTRINA DE LA JUSTIFICACION EN CUANTO
PROBLEMA ECUMENICO
-
En el siglo XVI, las divergencias en cuanto a la
interpretación y aplicación del mensaje bíblico de la justificación no solo
fueron la causa principal de la división de la iglesia occidental, también
dieron lugar a las condenas doctrinales. Por lo tanto, una interpretación
común de la justificación es indispensable para acabar con esa división.
Mediante el enfoque apropiado de estudios bíblicos recientes y recurriendo a
métodos modernos de investigación sobre la historia de la teología y los
dogmas, el diálogo ecuménico entablado después del Concilio Vaticano II ha
permitido llegar a una convergencia notable respecto a la justificación,
cuyo fruto es la presente Declaración conjunta que recoge el consenso sobre
los planteamientos básicos de la doctrina de la justificación. A la luz de
dicho consenso, las respectivas condenas doctrinales del siglo XVI ya no se
aplican a los interlocutores de nuestros días.
3. LA INTERPRETACION COMUN DE LA JUSTIFICACION
-
Las iglesias luterana y católica romana han
escuchado juntas la buena nueva proclamada en la Sagradas Escrituras. Esta
escucha común, junto con las conversaciones teológicas mantenidas en estos
últimos años, forjaron una interpretación de la justificación que ambas
comparten. Dicha interpretación engloba un consenso sobre los planteamientos
básicos que, aun cuando difieran, las explicaciones de las respectivas
declaraciones no contradicen.
-
En la fe, juntos tenemos la convicción de que la
justificación es obra del Dios trino. El Padre envió a su Hijo al mundo para
salvar a los pecadores. Fundamento y postulado de la justificación es la
encarnación, muerte y resurrección de Cristo. Por lo tanto, la justificación
significa que Cristo es justicia nuestra, en la cual compartimos mediante el
Espíritu Santo, conforme con la voluntad del Padre. Juntos confesamos: «Sólo
por gracia mediante la fe en Cristo y su obra salvífica y no por algún
mérito nuestro, somos aceptados por Dios y recibimos el Espíritu Santo que
renueva nuestros corazones, capacitándonos y llamándonos a buenas obras»
(11).
-
Todos los seres humanos somos llamados por Dios
a la salvación en Cristo. Sólo a través de Él somos justificados cuando
recibimos esta salvación en fe. La fe es en sí don de Dios mediante el
Espíritu Santo que opera en palabra y sacramento en la comunidad de creyente
y que, a la vez, les conduce a la renovación de su vida que Dios habrá de
consumar en la vida eterna.
-
También compartimos la convicción de que el
mensaje de la justificación nos orienta sobre todo hacia el corazón del
testimonio del Nuevo Testamento sobre la acción redentora de Dios en Cristo:
nos dice que en cuanto pecadores nuestra nueva vida obedece únicamente al
perdón y la misericordia renovadora que de Dios imparte como un don y
nosotros recibimos en la fe y nunca por mérito propio cualquiera que éste
sea.
-
Por consiguiente, la doctrina de la
justificación que recoge y explica este mensaje es algo más que un elemento
de la doctrina cristiana y establece un vínculo esencial entre todos los
postulados de la fe que han de considerarse internamente relacionados entre
sí. Constituye un criterio indispensable que sirve constantemente para
orientar hacia Cristo el magisterio y la práctica de nuestras iglesias.
Cuando los luteranos resaltan el significado sin parangón de este criterio,
no niegan la interrelación y el significado de todos los postulados de la
fe. Cuando los católicos se ven ligados por varios criterios, tampoco niegan
la función peculiar del mensaje de la justificación. Luteranos y católicos
compartimos la meta de confesar a Cristo en quien debemos creer
primordialmente por ser el solo mediador (1 Ti 2, 5-6) a través de quien
Dios se da a sí mismo en el Espíritu Santo y prodiga sus dones renovadores.
4. EXPLICACION DE LA INTERPRETACION COMUN DE LA
JUSTIFICACION
4.1. La impotencia y el pecado humanos respecto
a la justificación
-
Juntos confesamos que en lo que atañe a su
salvación, el ser humano depende enteramente de la gracia redentora de Dios.
La libertad de la cual dispone respecto a las personas y a las cosas de este
mundo no es tal respecto a la salvación porque por ser pecador depende del
juicio de Dios y es incapaz de volverse hacia él en busca de redención, de
merecer su justificación ante Dios o de acceder a la salvación por sus
propios medios. La justificación es obra de la sola gracia de Dios. Puesto
que católicos y luteranos lo confesamos juntos, es válido decir que:
-
Cuando los católicos afirman que el ser humano
«coopera», aceptando la acción justificadora de Dios, consideran que esa
aceptación personal es en sí un fruto de la gracia y no una acción que
dimana de la innata capacidad humana.
-
Según la enseñanza luterana, el ser humano es
incapaz de contribuir a su salvación porque en cuanto pecador se opone
activamente a Dios y a su acción redentora. Los luteranos no niegan que una
persona pueda rechazar la obra de la gracia, pero aseveran que sólo puede
recibir la justificación 'pasivamente', lo que excluye toda posibilidad de
contribuir a la propia justificación de negar que el creyente participa
plena y personalmente en su fe, que se realiza por la Palabra de Dios.
4.2. La justificación en cuanto perdón del
pecado y fuente de justicia
-
Juntos confesamos que la gracia de Dios perdona
el pecado del ser humano y, a la vez, lo libera del poder avasallador del
pecado, confiriéndole el don de una nueva vida en Cristo. Cuando los seres
humanos comparten en Cristo por fe, Dios ya no les imputa sus pecados y
mediante el Espíritu Santo les transmite un amor activo. Estos dos elementos
del obrar de la gracia de Dios no han de separarse porque los seres humanos
están unidos por la fe en Cristo que personifica nuestra justificación (1 Co
1, 30), perdón del pecado y presencia redentora de Dios. Puesto que
católicos y luteranos lo confesamos juntos, es válido decir que:
-
Cuando los luteranos ponen el énfasis en que la
justicia de Cristo es justicia nuestra, por ello entienden insistir sobre
todo en que la justicia ante Dios en Cristo le es garantizada al pecador
mediante la declaración de perdón y tan sólo en la unión con Cristo su vida
es renovada. Cuando subrayan que la gracia de Dios es amor redentor («el
favor de Dios») (12) no por ello niegan la renovación de la vida del
cristiano. Más bien quieren decir que la justificación está exenta de la
cooperación humana y no depende de los efectos renovadores de vida que surte
la gracia en el ser humano.
-
Cuando los católicos hacen hincapié en la
renovación de la persona desde dentro al aceptar la gracia impartida al
creyente como un don (13), quieren insistir en que la gracia del perdón de
Dios siempre conlleva un don de vida nueva que en el Espíritu Santo, se
convierte en verdadero amor activo. Por lo tanto, no niegan que el don de la
gracia de Dios en la justificación sea independiente de la cooperación
humana.
4.3. Justificación por fe y por gracia
-
Juntos confesamos que el pecador es justificado
por la fe en la acción salvífica de Dios en Cristo. Por obra del Espíritu
Santo en el bautismo, se le concede el don de salvación que sienta las bases
de la vida cristiana en su conjunto. Confían en la promesa de la gracia
divina por la fe justificadora que es esperanza en Dios y amor por él. Dicha
fe es activa en el amor y, entonces, el cristiano no puede ni debe quedarse
sin obras, pero todo lo que en el ser humano antecede o sucede al libre don
de la fe no es motivo de justificación ni la merece.
-
Según la interpretación luterana, el pecador es
justificado sólo por la fe ('sola fide'). Por fe pone su plena confianza en
el Creador y Redentor con quien vive en comunión. Dios mismo insufla esa fe,
generando tal confianza en su palabra creativa. Porque la obra de Dios es
una nueva creación, incide en todas las dimensiones del ser humano,
conduciéndolo a una vida de amor y esperanza. En la doctrina de la
«justificación por la sola fe» se hace una distinción entre la justificación
propiamente dicha y la renovación de la vida que forzosamente proviene de la
justificación, sin la cual no existe la fe, pero ello no significa que se
separen una y otra. Por consiguiente, se da el fundamento de la renovación
de la vida que proviene del amor que Dios otorga al ser humano en la
justificación. Justificación y renovación son una en Cristo quien está
presente en la fe.
-
En la interpretación católica también se
considera que la fe es fundamental en la justificación. Porque sin fe no
puede haber justificación. El ser humano es justificado mediante el bautismo
en cuanto oyente y creyente de la palabra. La justificación del pecador es
perdón de los pecados y volverse justo por la gracia justificadora que nos
hace hijos de Dios. En la justificación, el justo recibe de Cristo la fe, la
esperanza y el amor, que lo incorporan a la comunión con él (14). Esta nueva
relación personal con Dios se funda totalmente en la gracia y depende
constantemente de la obra salvífica y creativa de Dios misericordioso que es
fiel a sí mismo para que se pueda confiar en él. De ahí que la gracia
justificadora no sea nunca una posesión humana a la que se puede apelar ante
Dios. La enseñanza católica pone el énfasis en la renovación de la vida por
la gracia justificadora; esta renovación en la fe, la esperanza y el amor
siempre depende de la gracia insondable de Dios y no contribuye en nada a la
justificación de la cual se podría hacer alarde ante Él (Ro 3, 27).
4.4. El pecador justificado
-
Juntos confesamos que en el bautismo, el
Espíritu Santo nos hace uno en Cristo, justifica y renueva verdaderamente al
ser humano, pero el justificado, a lo largo de toda su vida, debe acudir
constantemente a la gracia incondicional y justificadora de Dios. Por estar
expuesto, también constantemente, al poder del pecado y a sus ataques
apremiantes (cf. Ro 6, 12-14), el ser humano no está eximido de luchar
durante toda su vida con la oposición a Dios y la codicia egoísta del viejo
Adán (cf. Gá 5, 16 y Ro 7, 7-10). Asimismo, el justificado debe pedir perdón
a Dios todos los días, como en el Padrenuestro (Mt 6, 12 y 1 Jn 1, 9), y es
el llamado incesantemente a la conversión y la penitencia, y perdonado una y
otra vez.
-
Los luteranos entienden que ser cristiano es ser
«al mismo tiempo justo y pecador». El creyente es plenamente justo porque
Dios le perdona sus pecados mediante la Palabra y el Sacramento, y le
concede la justicia de Cristo que él hace suya en la fe. En Cristo, el
creyente se vuelve justo ante Dios pero viéndose a sí mismo, reconoce que
también sigue siendo totalmente pecador; el pecado sigue viviendo en él (1
Jn 1, 8 y Ro 7, 17-20), porque se torna una y otra vez hacia falsos dioses y
no ama a Dios con ese amor íntegro que debería profesar a su Creador (Dt 6,
5 y Mt 22, 36-40). Esta oposición a Dios es en sí un verdadero pecado pero
su poder avasallador se quebranta por mérito de Cristo y ya no domina al
cristiano porque es dominado por Cristo a quien el justificado está unido
por la fe. En esta vida, entonces, el cristiano puede llevar una existencia
medianamente justa. A pesar del pecado, el cristiano ya no está separado de
Dios porque renace en el diario retorno al bautismo, y a quien ha renacido
por el bautismo y el Espíritu Santo, se le perdona ese pecado. De ahí que el
pecado ya no conduzca a la condenación y la muerte eterna (15). Por lo
tanto, cuando los luteranos dicen que el justificado es también pecador y
que su oposición a Dios es un pecado en sí, no niegan que, a pesar de ese
pecado, no sean separados de Dios y que dicho pecado sea un pecado
«dominado». En estas afirmaciones coinciden con los católicos romanos, a
pesar de la diferencia de interpretación del pecado en el justificado.
-
Los católicos mantienen que la gracia impartida
por Jesucristo en el bautismo lava de todo aquello que es pecado
«propiamente dicho» y que es pasible de «condenación» (Ro 8, 1) (16). Pero
de todos modos, en el ser humano queda una propensión (concupiscencia) que
proviene del pecado y compele al pecado. Dado que según la convicción
católica, el pecado siempre entraña un elemento personal y dado que este
elemento no interviene en dicha propensión, los católicos no la consideran
pecado propiamente dicho. Por lo tanto, no niegan que esta propensión no
corresponda al designio inicial de Dios para la humanidad ni que esté en
contradicción con Él y sea un enemigo que hay que combatir a lo largo de
toda la vida. Agradecidos por la redención en Cristo, subrayan que esta
propensión que se opone a Dios no merece el castigo de la muerte eterna ni
aparta de Dios al justificado. Ahora bien, una vez que el ser humano se
aparta de Dios por voluntad propia, no basta con que vuelva a observar los
mandamientos ya que debe recibir perdón y paz en el Sacramento de la
Reconciliación mediante la palabra de perdón que le es dado en virtud de la
labor reconciliadora de Dios en Cristo.
4. 5 Ley y Evangelio
-
Juntos confesamos que el ser humano es
justificado por la fe en el Evangelio «sin las obras de la Ley» (Ro 3, 28).
Cristo cumplió con ella y, por su muerte y resurrección, la superó cuanto
medio de salvación. Asimismo, confesamos que los mandamientos de Dios
conservan toda su validez para el justificado y que Cristo, mediante su
magisterio y ejemplo, expresó la voluntad de Dios que también es norma de
conducta para el justificado.
-
Los luteranos declaran que para comprender la
justificación es preciso hacer una distinción y establecer un orden entre
ley y Evangelio. En teología, ley significa demanda y acusación. Por ser
pecadores, a lo largo de la vida de todos los seres humanos, cristianos
incluidos, pesa esta acusación que revela su pecado para que mediante la fe
en el Evangelio se encomienden sin reservas a la misericordia de Dios en
Cristo que es la única que los justifica.
-
Puesto que la ley en cuanto medio de salvación
fue cumplida y superada a través del Evangelio, los católicos pueden decir
que Cristo no es un «legislador» como lo fue Moisés. Cuando los católicos
hacen hincapié en que el justo está obligado a observar los mandamientos de
Dios, no por ello niegan que mediante Jesucristo, Dios ha prometido
misericordiosamente a sus hijos, la gracia de la vida eterna (18).
4. 6 Certeza de salvación
-
Juntos confesamos que el creyente puede confiar
en la misericordia y en las promesas de Dios. A pesar de su propia flaqueza
y de las múltiples amenazas que acechan su fe, en virtud de la muerte y
resurrección de Cristo puede edificar a partir de la promesa efectiva de la
gracia de Dios en la Palabra y el Sacramento y estar seguros de esta gracia.
-
Los reformadores pusieron un énfasis particular
en ello: en medio de la tentación, el creyente no debería mirarse a sí mismo
sino contemplar únicamente a Cristo y confiar tan sólo en Él. Al confiar en
la promesa de Dios, tiene la certeza de su salvación que nunca tendrá
mirándose a sí mismo.
-
Los católicos pueden compartir la preocupación
de los reformadores por arraigar la fe en la realidad objetiva de la promesa
de Cristo, prescindiendo de la propia experiencia y confiando sólo en la
Palabra de perdón de Cristo (cf. Mt 16, 19 y 18, 18). Con el Concilio
Vaticano II, los católicos declaran: Tener fe es encomendarse plenamente a
Dios (19) que nos libera de la oscuridad del pecado y la muerte y nos
despierta a la vida eterna (20). Al respecto, cabe señalar que no se puede
creer en Dios y, a la vez, considerar que la divina promesa es indigna de
confianza. Nadie puede dudar de la misericordia de Dios ni del mérito de
Cristo. No obstante, todo ser humano puede interrogarse acerca de su
salvación, al constatar sus flaquezas e imperfecciones. Ahora bien,
reconociendo sus propios defectos puede tener la certeza de que Dios ha
previsto su salvación.
4. 7 Las buenas obras del justificado
-
Juntos confesamos que las buenas obras, una vida
cristiana de fe, esperanza y amor, surgen después de la justificación y son
fruto de ella. Cuando el justificado vive en Cristo y actúa en la gracia que
le fue concedida, en términos bíblicos, produce buen fruto. Dado que el
cristiano lucha contra el pecado toda su vida, esta consecuencia de la
justificación también es para él un deber que debe cumplir. Por
consiguiente, tanto Jesús como los escritos apostólicos amonestan al
cristiano a producir las obras del amor.
-
Según la interpretación católica, las buenas
obras, posibilitadas por obra y gracia del Espíritu Santo, contribuyen a
crecer en gracia para que la justicia de Dios sea preservada y se ahonde la
comunión en Cristo. Cuando los católicos afirman el carácter «meritorio» de
las buenas obras, por ello entienden que, conforme al testimonio bíblico, se
les promete una recompensa en el cielo. Su intención no es cuestionar la
índole de esas obras en cuanto don, ni mucho menos negar que la
justificación siempre es un don inmerecido de la gracia, sino poner el
énfasis en la responsabilidad del ser humano por sus actos.
-
Los luteranos también sustentan el concepto de
preservar la gracia y de crecer en gracia y fe, haciendo hincapié en que la
justicia en canto ser aceptado por Dios y compartir la justicia de Cristo es
siempre completa. Asimismo, declaran que puede haber crecimiento por su
incidencia en la vida cristiana. Cuando consideran que las buenas obras del
cristiano son frutos y señales de la justificación y no de los propios
«méritos», también entienden por ellos que, conforme al Nuevo Testamento, la
vida eterna es una «recompensa» inmerecida en el sentido del cumplimiento de
la promesa de Dios al creyente.
5. SIGNIFICADO Y ALCANCE DEL CONSENSO LOGRADO
-
La interpretación de la doctrina de la
justificación expuesta en la presente declaración demuestra que entre
luteranos y católicos hay consenso respecto a los postulados fundamentales
de dicha doctrina. A la luz de este consenso, las diferencias restantes de
lenguaje, elaboración teológica y énfasis, descritas en los párrafos 18 a
39, son aceptables. Por lo tanto, las diferencias de las explicaciones
luterana y católica de la justificación están abiertas unas a otras y no
desbarata el consenso relativo a los postulados fundamentales.
-
De ahí que las condenas doctrinales del siglo
XVI, por lo menos en lo que atañe a la doctrina de la justificación, se vean
con nuevos ojos: las condenas del Concilio de Trento no se aplican al
magisterio de las iglesias luteranas expuesto en la presente declaración y,
la condenas de las Confesiones Luteranas, no se aplican al magisterio de la
Iglesia Católica Romana, expuesto en la presente declaración.
-
Ello no quita seriedad alguna a las condenas
relativas a la doctrina de la justificación. Algunas distaban de ser simples
futilidades y siguen siendo para nosotros «advertencias saludables» a las
cuales debemos atender en nuestro magisterio y práctica (21).
-
Nuestro consenso respecto a los postulados
fundamentales de la doctrina de la justificación debe llegar a influir en la
vida y el magisterio de nuestras iglesias. Allí se comprobará. Al respecto
subsisten cuestiones de mayor o menor importancia que requieren ulterior
aclaración, entre ellas, temas tales como: la relación entre la Palabra de
Dios y la doctrina de la iglesia, eclesiología, autoridad de la iglesia,
ministerio, los sacramentos y la relación entre justificación y ética
social. Estamos convencidos de que el consenso que hemos alcanzado sienta
sólidas bases para esta aclaración. Las iglesias luteranas y la Iglesia
Católica Romana seguirán bregando juntas por profundizar esta interpretación
común de la justificación y hacerla fructificar en la vida y el magisterio
de las iglesias.
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Damos gracias al Señor por este paso decisivo en
el camino de superar la división de la iglesia. Pedimos al Espíritu Santo
que nos siga conduciendo hacia esa unidad visible que es voluntad de Cristo.
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Artículos de Esmascalda, II, 1; Libro de concordia, 292.
-
«Rector
et judex super omnia genera doctrinarum» Weimar Edition of Luther's Works
(WA), 39, I, 205.
-
Cabe
señalar que las confesiones vinculantes de algunas iglesias luteranas sólo
abarcan la Confesión de Ausburgo y el Catecismo menor de Lutero, textos que
no contienen condenas acerca de la justificación en relación con la Iglesia
católica romana.
-
«Report
of the Joint Lutheran-Roman Catholic Sutdy Comission», publicado en «Growth
in Agreement» (Nueva York; Ginebra, 1984) - pp. 168-189.
-
Publicado por la Federación Luterana Mundial (Ginebra, 1994).
-
«Lutheran and Catholics in Dialogue VII» (Minneapolis, 1985).
-
Minneapolis, 1990.
-
Gemeinsame Stellungnahme der Arnoldshainer Konferenz, der Vereinigten Kirche
und des Deutschen Nationalkomitees des Lutherischen Weltbundes zum Dokument
"Lehrverurteilungen-kirchentrennend" Ökumenische Rundschau 44 (1995) :
99-102; including the position papers wich underlie this resolution, cf.
Lehrverurteilungen im Gespräch, Die ersten offiziellen Stellungnahmen aus
den evangelischen Kirchen in Deutschland (Göttingen: Vandenhoeck & Ruprecht,
1993).
-
En la
presente declaración la palabra «iglesia» se utiliza para reflejar las
propias interpretaciones de las iglesias participantes sin que se pretenda
resolver ninguna de las cuestiones eclesiológicas relativas a dicho término.
-
Cf.
«Malta Report» paras. 26-30 «Justification by Faith», paras. 122-147. At the
request of the Us dialogue on justification, the non-Pauline New Testament
texts were addressed in «Righteousness in the New Testament», by John
Reumann, with responses by Joseph A. Fitzmyer and Jerome D. Quinn
(Philadelphia; New York, 1982), pp. 124-180. The results of this study were
summarized in the dialogue report «Justification by Faith» in paras.
139-142.
-
«All
Under One Christ» p. 14 in «Growth in Agreement», 241-247.
-
Cf. WA
8:106; American Edition 32:227.
-
Cf. DS
1528
-
Cf. DS
1530
-
Cf.
Apology II: 38-45, Libro de concordia, 105f.
-
Cf. DS
1515
-
Cf. DS
1515
-
Cf.
1545
-
Cf. DV
5.
-
Cf. DV
4.
-
«Condemnations of the Reformation Era», 27.
Nota del
traductor: se dejaron en inglés o alemán las notas al pie de página y los
documentos de referencia que no se han publicado en español.
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ACLARACIONES DE LA SANTA SEDE
A LA DECLARACION CONJUNTA
Al presentar el 25 de junio en la Sala de Prensa
de la Santa Sede la «Declaración conjunta sobre la doctrina de la
justificación», el cardenal Edward I. Cassidy, prefecto del Consejo Pontificio
para la Unidad de los Cristianos, ilustró algunas cuestiones del documento que
todavía tienen que aclararse para que alcance el acuerdo total por parte de la
Santa Sede.
El cardenal puso en evidencia que este documento,
«sin lugar a dudas, debe ser entendido como un eminente resultado del
movimiento ecuménico y como un hito en el camino hacia el restablecimiento de
la plena unidad visible entre los discípulos del único Señor y Salvador
Jesucristo».
El purpurado reveló que por parte católica, el
proyecto ha sido examinado principalmente por la Congregación para la Doctrina
de la Fe y el Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los
Cristianos. Asimismo, aseguró que la Santa Sede ha recibido una considerable
ayuda de los comentarios ofrecidos por varias Conferencias Episcopales de
países en los que un significativo número de luteranos y católicos viven
juntos.
Los límites de la declaración
Cassidy explicó que «Al mismo tiempo, la
declaración común tiene sus límites. Constituye un importante progreso, pero
no pretende resolver todas las cuestiones que luteranos y católicos deben
afrontar juntos en el camino que han emprendido para superar su separación y
llegar a la plena unidad visible».
«La Iglesia católica cree que no se puede hablar
aún de un consenso tal que elimine toda diferencia entre católicos y luteranos
en la comprensión de la justificación».
«Las dificultades principales son las relativas al
párrafo 4.4 de la declaración común, sobre la persona justificada como
pecadora. (...) La explicación luterana parece en contradicción con la
comprensión católica del bautismo, que borra todo lo que puede ser propiamente
definido como pecado».
«Uno de los puntos más debatidos de la declaración
común se refiere a la cuestión tratada en el n. 18, relativa al modo según el
cual los luteranos comprenden la justificación, que para ellos constituye el
criterio sobre el que se basa la vida y la praxis de la Iglesia (...). También
para los católicos, la doctrina de la justificación es 'un criterio
indispensable que constantemente orienta hacia Cristo toda la enseñanza y la
praxis de nuestras Iglesias'. Los católicos, sin embargo, 'se sienten
vinculados por múltiples criterios' y la Nota enumera estos últimos».
«Con satisfacción, la Iglesia Católica ha puesto
en evidencia que el n. 21 (...) declara que el hombre puede rechazar la
gracia; pero hay que afirmar también que, junto a la libertad de rechazar,
existe en la persona justificada una nueva capacidad para adherirse a
la voluntad divina, una capacidad que
--justamente-- se define como 'cooperatio'. Teniendo en cuenta este modo de
comprender, y notando también que en el n. 17 luteranos y católicos expresan
la convicción común de que la nueva vida proviene de la misericordia divina, y
no de un mérito nuestro de cualquier tipo, no se ve bien cómo el término 'mere
passive' pueda ser usado a este propósito por los luteranos».
«La Iglesia católica mantiene también, junto con
los Luteranos, que las buenas obras de la persona justificada son siempre
fruto de la gracia. Al mismo tiempo, y sin disminuir mínimamente la total
iniciativa divina, ésta (la Iglesia) las considera fruto del hombre
justificado e interiormente transformado. Por lo tanto, se puede afirmar que
la vida eterna es, al mismo tiempo, gracia y recompensa dada por Dios por las
buenas obras y los méritos».
«Sería especialmente deseable proceder a una
reflexión más profunda sobre el fundamento bíblico que constituye, tanto para
los luteranos como para los católicos, la base común de la doctrina de la
justificación».
«El acto formal de la firma de la declaración
común está fijado para el próximo otoño, en una fecha que todavía no se ha
establecido y en el marco de las celebraciones por el consenso alcanzado».
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