En la Escuela de San Ammonas: Las Cartas del Santo
Breves introducciones a las diversas cartas
INTRODUCCIÓN
LO QUE SABEMOS DE SAN AMMONAS
"AMMONAS (siglo IV). Su fiesta se celebra el 26 de enero (entre los
griegos). Después de 14 años de vida monástica en Scetes, discípulo de san
Antonio y sucesor suyo (356) en Pispir, a la orilla derecha del Nilo, al
frente de un grupo de anacoretas, Atanasio lo consagro obispo de una pequeña
localidad desconocida, sobre todo para los monjes, con los que se atribuyó
cierta responsabilidad pastoral más bien que jurídica. Murió ciertamente
antes del 396, ya que la Historia monachorum in Aegypto habla de su sucesor
Pityrion (XV, 2).
Se le atribuyen once apotegmas (PG 65, 120-124), de los que los números 1,
3, 4, 9 y 11 pertenecen sin duda al grupo original y se cree que son también
auténticos los 8 y 10, que subrayan su excepcional misericordia episcopal
con los pecadores (incluso los no arrepentidos). Por el contrario, el número
2 es sospechoso. Menos difundidas, pero de gran importancia, son las 14
cartas que atestiguan una versión siríaca del siglo VI (PO X, 6), algunas de
las cuales existen también en georgiano, en griego (PO XI, 4), en una
corrección árabe (PG 40, 1019-1066) y en armenio. Atestiguan un período muy
arcaico del monaquismo, con sus citas de apócrifos judeo-cristianos
(Ascensión de Isaías, Testamentos de los doce patriarcas) y su insistencia
en la experiencia del Espíritu santo" (Cfr. Diccionario Patrístico I, 101).
¿QUÉ VAMOS HACER?
En los días de San Ammonas los jóvenes que sentían la vocación de hacerse
monjes tenían que buscar a un padre espiritual, a un monje experimentado,
que quisiera recibirlos como discípulos suyos y enseñarles a ser auténticos
monjes.
Tenemos que tener presente una cosa importante. No es que monjes tenían una
ciencia especial de vivir y buscar la santidad. Nada más vivían la fe de
manera radical. Dígame usted, ¿qué le impide a usted de ayunar, rezar,
vigilar, orar, meditar, trabajar? Esto hacían los monjes. Esto los hacen los
cristianos.
Nosotros queremos acercarnos a San Ammonas y pedirle que nos acepte como
discípulo(as) de él. Los antiguos no aceptaban fácilmente a los discípulos
si no estaban convencidos que venían con un verdadero espíritu de querer
hacer la voluntad de Dios. Seremos sus discípulos y vamos a escuchar sus
consejos y - lo que es importantísimo - vamos a obedecerle. ¿De qué sirve
leer sus cartas y tener un poco más de información? Solamente nos hincha la
cabeza y nos hace creer que somos algo especial.
El Abad Amonas es un experto en cómo vivir en cristiano. Él nos aconsejará.
Estos consejos son válidos hoy. Nos enseñarán muchísimas cosas para crecer
en la fe, la esperanza y en el amor.
Hemos puesto un brevísimo comentario a
las cartas para ayudar a aterrizar en nuestra vida y en nuestro tiempo.
Sin embargo, recordemos que los monjes eran ante todo hombres de oración.
Usted solamente entenderá algo si se acerca con un espíritu de oración.
Una salvedad: Si pasa a la siguiente carta en el espacio de dos o tres días
le dará indigestión espiritual. Tómese su tiempo, Medite lo que San Ammonas
le quiere transmitir. Aplíquelo a su vida. Y cuando ha comprobado que
funcionA en su vida, ya puede pasar a la siguiente carta - siempre en
espíritu de oración.
BREVES COMIENTARIOS
A LAS CARTAS DE SAN AMMONAS
Carta 1 El cuerpo
Cuerpo no es lo mismo que cuerpo. Hay que tienen el cuerpo muerto en vida y
hay otros que tienen el cuerpo vivo, sano y vigoroso y están enfermos, con
achaques y tienen un semblante enfermizo. ¿Qué pasa? Pues, este cuerpo que
tocamos es templo del Espíritu Santo pero no es la salud física el signo de
que estamos realmente sanos. La verdadera salud hay que buscarla en la
dimensión de la fe y de la gracia. Esta carta de Amonas te hará descubrir
que aquí estamos hablando de algo que la gente común ni lo sospecha.
Carta 2 La alegría y la fuerza
Alguna vez ha llorado por ser pecador(a). La vida del cristiano es un
combate. Por eso hay gente que cree que los cristianos en el fondo son
personas que gozan de estar deprimidos, de estar tristes. No hay tal. Un
santo triste es un triste santo. Amonas lo explica claramente. El combate es
para alcanzar la alegría, el reposo. Es muy necesario tener presente esto al
leer esta carta y también todas las demás. Si no encuentras una alegría
mayor después de haber leído esta y las demás cartas algo estás haciendo
mal. Aplica, pues, sus sugerencias en el segundo párrafo cuando comienza a
decir: "He aquí como cultivarla...". Estás triste y deprimido porque no
aplicas sus sugerencias de todo corazón. Así de sencillo.
Carta 3 La Humildad
En todos nuestros pensamientos, en todas nuestras palabras y acciones se
deslizan fácilmente la vanagloria, el deseo de quedar bien delante de
nosotros mismos y delante de los demás junto con el orgullo que nunca está
lejos. Haciéndole caso a Amonas ¿qué tendrías que hacer para alcanzar la
humildad?
Carta 4 Discernimiento
Nosotros no somos personas malas. Si no ¿cómo estaríamos leyendo estas
cartas de Amonas? Sin embargo, nos engañamos muchas veces. Estamos pensando,
hablando y haciendo cosas "buenas" que en el fondo no lo son. Son fruto de
nuestra mediocridad. Apenas aparece el sufrimiento nos escapamos. Y ¿porqué
la huída nos parece buena? Es que delante de nosotros mismos y delante de
los demás encontramos unas razones muy convincentes del porqué pensamos,
hablamos o actuamos de la manara que estamos haciendo. Somos expertos en
convencernos a nosotros mismos y a los demás. ¿Cuál es el remedio? Lo dice
Amonas, lo dice Pablo. Busquemos "el alimento para los fuertes", busquemos
"las riquezas en su anchura y en su profundidad". ¿Cómo? Pide al Señor poder
ser radical en tu fe. Luego haz un silencio y deja que el Señor te hable al
corazón. Te dirá dónde y cómo. ¡No te asustes! Dios da "el querer y el
hacer". Pero no lo hará si no lo dejas actuar. Otras maneras de descubrir
este alimento de los fuertes es la Lectio Divina. También puedes acudir a
una persona que tiene discernimiento. ¡Ojalá el Señor te guíe para que
puedas caminar en una comunidad de creyentes que están buscando este
alimento de los fuertes! No se puede ser cristiano a solas.
Carta 5 y
Carta 6 La paternidad (maternidad) espiritual
Todos tenemos a personas que de alguna manera dependen de nosotros
espiritualmente. Dependen de nuestro ejemplo, de nuestras palabras y de
nuestros actos. Pero más aún dependen de nuestra oración. Son como hijos
espirituales. Lean las cartas de San Pablo y verán cómo "da a luz"
nuevamente a sus hijos espirituales, cómo ora por ellos. Descuidamos mucho
esta nuestra misión. Siquiera ahora eleva una oración por estas personas que
de alguna manera son hijos espirituales. '¿Y si no hay nadie que depende de
ti? No lo creo posible porque alguien te mira siempre y refleja en su ser lo
que tú eres. Pongamos un caso extremo. Está leyendo esto un niño de 10 años.
Adopta como hijos espirituales a los que Dios te sugiere y comienza a rezar
por ellos para darles a luz una y otra vez.
Carta 7 y
Carta 8 La imitación del padre
espiritual
Felices los que tienen delante de los ojos a una persona verdaderamente y
radicalmente cristiana porque pueden imitar. San Pablo habla muchas veces de
que sus creyentes lo imiten. No estoy hablando de una persona simpática.
Estoy hablando de un santo, de una santa. Si no hay en tu entorno nadie de
este tipo te recomiendo que leas las vidas de los santos. Demasiado nos
contentamos con lo mediocre. Demasiado nos regimos por el mínimo esfuerzo
requerido. Contempla a los santos. Llena tu casa de sus libros. Más que una
vez en la historia hay personas que se han convertido en santos por leer las
vidas de los santos. Ciertamente la santidad es un don de Dios que hay que
pedirlo. Pero no la vas a pedir si no está delante de tus ojos como
posibilidad real que imitar.
Carta 9 y
Carta 10 Las tentaciones
La tentación es necesaria para el crecimiento del cristiano. Para un momento
y piensa: ¿qué tentaciones estás padeciendo en este momento? Míralas de
cerca y descubrirás dos cosas por lo menos. De un lado el Señor te hace ver
dónde está en este momento tu pecado, tu lado débil que te llevará a
abandonar al Señor si Él no le pone remedio. Del otro lado el Señor te hace
ver que muchas veces das respuestas a las tentaciones que son meramente
respuestas humanas salidas de tu inteligencia. Lee nuevamente las
sugerencias del Abad Amonas. Verás con mayor claridad por dónde tienes que
comenzar para cambiar tu manera de reaccionar.
Carta 11 Las tres voluntades.
Discernimiento. Los monjes querían cambiar de lugar y por eso Amonas les
habla sobre las tres voluntades que se mueven en el hombre. Es preciso el
discernimiento para ver qué voluntad escoger. Nosotros nos encontramos
frecuentemente ante situaciones cuyo sufrimiento nos empuja a huir. De esta
manera pensamos solucionar el problema, de poder esquivar el sufrimiento. Lo
que en el fondo hacemos es realmente huir de la cruz que el Señor nos ha
puesto porque así nos conviene. Felices los que tienen a quien consultar y a
quien obedecer. Felices los que pueden recurrir a alguien con discernimiento
para poder contemplar cuál es la voluntad de Dios.
Carta 12 El beneficio de la soledad.
No hay que quemar etapas. Dios tiene sus planes y hace una historia con cada
uno. Por eso no nos atrevamos a aconsejar a los demás si estamos todavía
enfermos, es decir, cuando estamos en pecado. Por eso habría que aceptar
estos períodos a veces bastante largos de nuestro desierto personal. Este
desierto puede presentarse de diversas formas. El seminarista en preparación
a la vocación sacerdotal tiene que vivir el tiempo del desierto de su
formación. El adolescente quisiera ser libre para hacer lo que le da la gana
y sigue sometido a las reglas de la casa. También hay otros desiertos. Dios
te pone en crisis. Dios destruye tus planes. Dios te hunde en la enfermedad.
Dios te pone delante un largo tiempo de sufrimiento. Es la pedagogía divina
que te pasa por la criba.
Es en este tiempo y espacio de tu desierto que Dios quiere curarte. ¿Para
qué? Para que puedas ser feliz - ¿recuerdas la segunda carta? - y para que
puedas ayudar a los demás a serlo.
Carta 13 Tentaciones y el Espíritu Santo
Puesto que el destino del cristiano consiste en reproducir la imagen de
Cristo no es de admirar que seamos tentados como Cristo ha sido tentado. Es
más, precisamente las tentaciones son signo que ya hemos recibido el
Espíritu Santo. Esta carta te hace ver un panorama insospechado. Deja que
Abad Amonas te guíe.
Carta 14 La herencia de la justicia
De alguna manera al leer y meditar estas cartas has escogido al Abad Ammonas
como tu padre espiritual. Si has sido un(a) hijo(a) reverente entonces esta
breve carta te describe lo que te deja en herencia. No hay necesidad de
escribir una carta más larga porque al tomar en serio lo que te ha dicho en
las cartas anteriores te darás cuenta que es verdad lo que dice.
Ammonas Carta I
La Salud y el Cuerpo
Antes que nada, queridísimos hermanos, rezo por la salud espiritual de
ustedes. Porque las cosas visibles son temporales, pero las cosas invisibles
son eternas (2 Co 4,18). Ahora veo que su cuerpo es espiritual y está lleno
de vida.
Ahora bien, si el cuerpo tiene vida, Dios le dará herencia y ser considerado
como heredero de Dios. Dios le pagar la recompensa de todo su trabajo,
porque se preocupó por preservar todo su fruto con vida, para ser contado
como heredero de Dios. Ahora me alegro por ustedes y por su cuerpo, pues
está lleno de vida. En cambio, aquel cuyo cuerpo está muerto, no ser
considerado como heredero de Dios; más aún, Dios lo acusa cuando habla por
el profeta, en estos términos: ¡Grita fuerte, no te detengas, alza tu voz
como una trompeta! ¡Hazle conocer a mi pueblo sus pecados y a la casa de
Jacob sus iniquidades! Me buscan día tras día y desean acercarse a Dios,
diciendo: "¿Qué entonces? Hemos ayunado, y no lo viste. Hemos humillado
nuestra alma y no te enteraste" (Is 58,1-3).
Esto es lo que Él les responde: Porque en los días de su ayuno se les ha
encontrado haciendo su propia voluntad, golpeando a los que están bajo su
responsabilidad y maltratando a sus enemigos; ustedes ayunan para pleitear y
pelear. ¡No es así como hoy ser oída su voz en lo alto! Este no es el ayuno
que yo elegí, dice el Señor; ya puedes inclinar tu cuello como un asno y
acostarte sobre el cilicio y las cenizas, pero no llames a esto un ayuno
aceptable (Is 58,3-5). Este es un cuerpo muerto; por eso el Señor no los
escucha cuando le rezan a Dios, sino que, al contrario, al contrario, los
acusa. Y, además, respecto de estos, se dice en el Evangelio: ¡Si la luz que
está en ti es tinieblas, cuantas tinieblas habría (Mt 6,23)! El profeta
agrega severamente sobre ellos: Toda su justicia es como el lienzo manchado
de una mujer (Is 64,6). Ahora, pues, es un cuerpo muerto.
Pero ustedes, queridísimos hermanos, no tienen nada en común con ese cuerpo
muerto, sino que su cuerpo está lleno de vida. Rezo a Dios por ustedes, para
que los custodie, que su cuerpo no cambie, sino antes bien que crezca con
ustedes y aumente en gracia y alegría, en amor fraterno y amor por los
pobres, en buenas costumbres y en todos los frutos de la justicia, hasta que
salgan de esta vida y nos recibamos los unos a los otros en esa mansión
donde no hay tristeza, ni mal pensamiento, ni enfermedad, ni tribulación,
sino gozo y alegrías, gloria y luz eterna, paraíso y fruto que no pasa; y
que lleguemos a las moradas de los ángeles y a la asamblea de los
primogénitos, cuyos nombres están inscritos en los cielos (Hb 12,22-23), y a
todas las promesas de las cuales no podemos hablar ahora.
Les he escrito estas cosas a causa del amor que les tengo, para que se
fortalezca su corazón. Hay todavía muchas (otras) cosas que quisiera
escribirles. Sin embargo, dale ocasión al sabio, y se hará más sabio (Pr
9,9). Que Dios los preserve de este mundo malvado, a fin de que estén sanos
en el cuerpo, espíritu y alma; que Él les dé la comprensión en todo (2 Tm
2,7), para que estén libres del error de este tiempo.
Pórtense bien en el Señor, mis hermanos muy queridos. Todo cuerpo muerto le
sobreviene al hombre a causa del amor de la vanagloria y de los placeres.
Carta II (Ammonas)
La fuerza y la alegría del
cristiano
¡A los muy queridos en el Señor, un saludo gozoso!
Si alguien ama al Señor con todo su corazón y con toda su alma (Dt 6,5; Mt
22,37), y permanece en el temor con toda su fuerza, el temor le engendrará
las lágrimas, y las lágrimas le traerán la alegría. La alegría engendrará la
fuerza y, por ella, el alma dará frutos en todo. Y Dios, viendo que su fruto
es tan hermoso, lo recibe como un perfume agradable. En todas estas cosas
Dios se regocijará en ella =el alma con sus ángeles; y le dará un guardián
que la custodiará en todos sus caminos (Sal 90,11) para conducirla al lugar
del reposo, de modo que Satanás no domine sobre ella. Porque cuando el
diablo ve al guardián, es decir la fuerza que está alrededor del alma, huye
y no se atreve a aproximarse al hombre, temiendo la fuerza que está
alrededor de él. A causa de esto, muy amados en el Señor, ustedes, a quienes
ama mi alma, yo sé que son amigos de Dios. Adquieran, por tanto, esta fuerza
para ustedes mismos, de modo que Satanás les tema y puedan obrar sabiamente
en todas sus acciones. Así la dulzura de la gracia vendrá sobre ustedes y
aumentará su fruto. Porque la dulzura de la gracia espiritual es más dulce
que la miel y que el panal de miel (Sal 18,11), y pocos monjes y vírgenes
han conocido esta gran dulzura de la gracia, excepto algunos pocos en
ciertos lugares, porque no han recibido la fuerza divina. No han cultivado
esa fuerza, y por eso el Señor no se las ha dado; pues a todos los que la
cultivan, Dios se las da. Dios no hace acepción de personas (Hch 10,34),
sino que Él la da en todas las generaciones a quienes la cultivan.
Ahora, queridísimos, yo sé que ustedes son amigos de Dios y que, desde el
momento en que llegaron a este trabajo (=la vida monástica), aman a Dios con
todo su corazón, a causa de la sinceridad de sus corazones. Adquieran,
entonces, esa fuerza divina, para que pasen toda su vida en la libertad, el
gozo y la alegría, para que la obra de Dios les resulte fácil. Y esa fuerza
que le es dada al hombre aquí abajo, lo conducirá al reposo, hasta que haya
sobrepasado todas las potencias del aire (Efe 2,2). Puesto que hay en el
aire potencias que obstaculizan el camino a los hombres y no quieren
dejarlos que suban hacia Dios. Por tanto, ahora oremos a Dios
insistentemente, para que esas potencias no nos impidan subir hacia Dios,
pues en tanto que los justos tienen la fuerza divina con ellos, nadie puede
obstaculizarlos. He aquí como cultivarla, hasta que esa fuerza habite en el
hombre: que desprecie todos los ultrajes y los honores humanos, que odie
todas las ventajas de este mundo que se consideran como preciosas y todos
los placeres del cuerpo, que purifique su corazón de todo pensamiento impuro
y de toda la sabiduría vacua de este mundo, y que pida (la fuerza) día y
noche, con lágrimas y ayuno. Y Dios, que es bueno, no tardará en dárselas, y
cuando se las haya dado, ustedes pasarán todo el tiempo de su vida en el
reposo y la facilidad; encontrarán libertad delante de Dios y Él les
concederá todas sus peticiones, como está escrito (Sal 36,4; Mt 21,22).
Hay muchas otras cosas que quisiera escribirles, pero esto poco lo he
escrito por causa del gran amor que tengo por ustedes. De todo corazón,
pórtense bien en el Señor, honorables hermanos, amigos de Dios.
Hay muchas otras cosas que quisiera escribirles, pero esto poco lo he
escrito por causa del gran amor que tengo por ustedes. De todo corazón,
pórtense bien en el Señor, honorables hermanos, amigos de Dios.
Carta III (Ammonas)
La humildad
¡A los hermanos muy honrados en el Señor, un alegre saludo!
Les escribo esta carta como a grandes amigos de Dios, que lo buscan de todo
corazón. Es a ellos, en efecto, a quienes Dios escucha cuando oran, los
bendice en todo y les concede todas las peticiones de su alma cuando lo
invocan. Pero a quienes se aproximan a Él, no de todo corazón, sino dudando
y haciendo sus obras para ser glorificados por los hombres (Mt 6,2), a éstos
Dios no les escucha sus peticiones, sino que, antes bien, se irrita contra
sus obras, porque está escrito: Dios dispersar los huesos de los que buscan
agradar a los hombres (Sal 52,6).
Ustedes ven cómo se irrita Dios contra las obras de ellos, y no les concede
ninguna de sus peticiones; al contrario, les resiste, pues no hacen sus
obras con fe sino según el hombre. A causa de esto la fuerza divina no
habita en ellos, están enfermos en todas las obras que realizan. A causa de
esto no conocen la fuerza de la gracia, ni su facilidad ni su alegría, sino
que su alma está entorpecida en todas sus obras como por un fardo. Así son
la mayoría de los monjes, no han recibido la fuerza de la gracia que anima
el alma, la dispone a la alegría y le da cada día el gozo que hace arder su
corazón en Dios. Porque lo que hacen, lo hacen según el hombre; de modo que
la gracia no ha venido sobre ellos. En efecto, la fuerza de Dios aborrece a
aquel que obra para agradar a los hombres.
Por tanto, amadísimos, que ama mi alma y cuyos frutos son tenidos en cuenta
por Dios, combatan en todas sus obras el espíritu de vanagloria para
vencerlo en todo. De modo que todo su cuerpo sea agradable y permanezca
viviente junto al Creador, y que ustedes reciban la fuerza de la gracia, que
sobrepasa todas estas cosas. Estoy convencido, hermanos, que hacen todo lo
que pueden por esto, resistiendo al espíritu de vanagloria y luchando
siempre contra él. A causa de ello su cuerpo tiene vida. Pues ese espíritu
malvado se presenta ante el hombre en toda obra de justicia que el hombre
comienza, quiere corromper su fruto y hacerlo inútil, a fin de no permitir
que los hombres hagan la obra de justicia según Dios. En efecto, este
espíritu malo combate a quienes quieren ser fieles. Si algunos son alabados
por los hombres como fieles o como humildes o como misericordiosos,
inmediatamente este espíritu malvado entabla una batalla contra ellos; y
ciertamente resulta vencedor, disuelve y destruye sus cuerpos, porque los
incita a realizar sus acciones virtuosas con la preocupación de agradar a
los hombres y así pierde sus cuerpos. Mientras que los hombres crean que
tienen algo, delante de Dios no tienen nada. Por causa de esto Dios no les
otorga la fuerza, sino que los deja vacíos, puesto que no ha hallado sus
cuerpos dispuestos para ser llenados, y los priva de la muy grande dulzura
de la gracia.
Pero ustedes, queridísimos, luchen contra el espíritu de vanagloria y oren
siempre, para vencerlo en todo; de forma que la gracia de Dios esté siempre
con ustedes. Yo pediré a Dios que, en su bondad, les dé esta fuerza y esta
gracia en todo tiempo, pues nada es más excelente que esto. Si ven que el
fervor divino se aleja y los abandona, pídanlo de nuevo y volver a ustedes.
Pues ese fervor es como un fuego que cambia lo frío en su propia naturaleza.
Si ven su corazón repentinamente adormecido en ciertos momentos, pongan su
alma ante ustedes, sométanla al examen de un piadoso cuestionamiento y así,
necesariamente, ella tendrá nuevamente calor y se inflamar en Dios. Porque
también el profeta David, cuando vio su alma agobiada por el dolor habló de
la siguiente manera: Derramé mi alma sobre mí mismo (Sal 41,6), me acordé de
los días antiguos, medité sobre todas tus obras, extendí hacia ti mis manos.
Mi alma, como tierra reseca, suspiró por ti (Sal 142,5-6). Así obró David
cuando experimentó su corazón abrumado y frío, hasta que le devolvió el
calor y recibió la dulzura de la gracia divina.
Noche y día velaba y suplicaba. Hagan también ustedes esto, amadísimos, y
crecerán y Dios les revelar sus grandes misterios.
Que el Señor los conserve irreprochables y sanos de alma, espíritu y cuerpo,
hasta que los lleve a su propia morada con sus padres que han luchado bien y
han concluido su carrera en Cristo, a quien sea la gloria por los siglos de
los siglos.
Carta IV (Ammonas)
El Discernimiento
¡A los queridísimos hermanos en Cristo, un alegre saludo!
Saben que les escribo como a hijos muy queridos, como a hijos de la promesa
e hijos del Reino. Por eso me acuerdo de ustedes noche y día, para que Dios
los guarde de todo mal y tengan siempre la solicitud por obtener de Dios que
les otorgue el discernimiento y la visión de lo alto; a fin de aprender a
discernir en todas las cosas la diferencia entre el bien y el mal. Porque
está escrito: El alimento sólido es para los perfectos, para aquellos cuyas
facultades están ejercitadas por el hábito de discernir el bien y el mal (Hb
5,14). Estos han llegado a ser hijos del Reino y son contados en el rango de
los hijos, de aquellos a quienes Dios les ha dado la visión de lo alto en
todas sus obras, para que nadie los engañe, ni hombre ni demonio.
Puesto que el fiel es cautivado por la imagen del bien, y así muchos son
engañados, pues todavía no han recibido esa visión de lo alto. Por eso el
bienaventurado Pablo, sabiendo que esta es la gran riqueza de los fieles,
dijo: Doblo las rodillas noche y día ante el Señor Jesucristo por ustedes,
para que les otorgue una revelación con su conocimiento, que Él ilumine los
ojos de sus corazones, para que sepan cuál es la anchura y largura, la
altura y profundidad, a fin de conocer la caridad de Cristo que supera todo
conocimiento, etc. (Efe 3,14-19).
Como el bienaventurado Pablo los amaba de todo corazón, él quería que toda
la gran riqueza que conocía, es decir la visión de lo alto en Cristo, fuera
dada a sus hijos queridos. Sabía, en efecto, que si se les daba, ya no se
fatigarían más en ninguna cosa y no temerían nada, sino que la alegría de
Dios estaría en ellos noche y día, que la obra de Dios les resultaría dulce
en todo, más que la miel y que el panal de miel (Sal 18,11); y que Dios
estaría siempre con ellos para darles revelaciones y enseñarles grandes
misterios, de los que no puedo hablar con la lengua.
Ahora, por tanto, mis amadísimos, puesto que ustedes me han sido dados como
hijos, pido noche y día, con fe y lágrimas, que reciban el carisma de
clarividencia, que todavía no han obtenido después que entraron en la vida
ascética. Y yo, el humilde, pido también por ustedes, a fin de que lleguen a
ese progreso y a esa estatura, que no han alcanzado muchos monjes, sino sólo
algunas almas amigas de Dios aquí y allá. Si desean alcanzar esa perfección
no tomen la costumbre de recibir a un monje que lo es solamente de nombre y
que se cuenta entre los negligentes, sino aléjenlo de ustedes. De lo
contrario, no les permitirá progresar en Dios y extinguir su fervor.
Porque los corazones negligentes no tienen fervor, sino que siguen sus
propias voluntades; y si vienen a ustedes, les hablan de las cosas de este
mundo y por medio de esa conversación apagan su fervor y no les permiten
progresar. Por eso está escrito: No apaguen el Espíritu (1 Ts 5,19); ya que
se apaga por las palabras vanas y las distracciones. Cuando vean tales
monjes, háganles el bien, pero escapen de ellos y no se relacionen con
ellos, ya que son los que no les permiten a los hombres marchará en la vía
de la perfección en estos tiempos presentes.
Compórtense bien en el Señor, mis queridísimos, en el Espíritu de bondad.
Carta V (Ammonas)
La paternidad espiritual
A los amadísimos en el Señor
Ustedes saben que el amor de Dios exige el amor del prójimo sin cesar. Ahora
bien, el prójimo es aquel que ha sido llamado a la vocación celestial. El
servidor de Dios está orando por el prójimo noche y día, como por sí mismo.
Y puesto que ustedes también son mi prójimo, los recuerdo noche y día en mis
oraciones, para que aumente su fe y adquieran una fuerza más grande. Hago
esto por ustedes, porque en Dios ustedes son considerados como hijos.
Timoteo fue considerado como hijo por Pablo, y le escribía como sigue: Te
recuerdo noche y día en mis oraciones, y deseo verte. Me acuerdo de tus l
grimas y me lleno de gozo, porque me acuerdo de la fe sincera que tienes (2
Tm 1,3-5).
Ahora, queridísimos, como Pablo hacía con Timoteo, también mi corazón desea
verlos, recordando sus gemidos y la pena de su corazón. Pero yo sé que
también ustedes desean verme y que ello les es muy provechoso. Pablo, en
efecto, decía: Quiero ir a verlos, a fin de darles alguna gracia espiritual
que los consolide (Rm 1,11). Por ende, aunque están muy instruidos por el
Espíritu Santo, si voy a visitarlos, los afirmaré mucho con la doctrina del
mismo Espíritu, y les daré a conocer asimismo otras cosas que no puedo
escribirles por carta.
Compórtense bien en el Señor, en el Espíritu de bondad.
Carta VI (Ammonas)
La paternidad espiritual.
La oración por los hijos en la fe
Noche y día rezo para que la fuerza de Dios crezca en ustedes y les revele
los grandes misterios de la divinidad, de los que no puedo hablar con la
lengua, porque son grandes; no son de este mundo, y se revelen sólo a
quienes tienen el corazón purificado de toda mancha y de toda vanidad de
este mundo; a quienes han tomado su cruz y que junto con esto se odian a sí
mismos, y han sido obedientes a Dios en todo. En estos habita la divinidad y
ella alimenta su alma. En efecto, al igual que los árboles no crecen si no
los alcanza la fuerza del agua, del mismo modo el alma no puede crecer si no
recibe la alegría celestial. Y entre quienes la reciben, hay algunos a los
cuales Dios les revela los misterios celestiales, les muestra su lugar,
mientras ellos todavía están en el cuerpo y les concede todas sus
peticiones.
He aquí, pues, cuál es mi oración noche y día: que ustedes lleguen a ese
grado y que conozcan la infinita riqueza de Cristo (Efe 3,8), pues son poco
numerosos los que han sido hechos perfectos. Y son aquellos para los cuales
han sido preparados los tronos, a fin de que se sienten con Jesús para
juzgar a los hombres. Porque en cada generación se encuentran hombres
llegados a esa medida, para juzgar cada uno a su generación. Esto es lo que
pido incesantemente para ustedes en virtud del amor que les tengo. El
bienaventurado Pablo les decía, a los que él amaba: Quiero darles no sólo el
evangelio de Cristo, sino también nuestra vida, porque nos han llegado a ser
muy queridos (1 Ts 2,8). Les envié a mi hijo, hasta que Dios me conceda a mí
también llegar corporalmente hasta ustedes, para que les ayude a progresar
aún más. Pues cuando los padres reciben hijos, Dios está en medio de ellos
de ambos lados.
Permanezcan en paz y compórtense bien en el Señor.
Carta VII (Ammonas)
El carisma de los Padres
A los amadísimos en el Señor, que tienen parte en el Reino de los cielos.
Del mismo modo que ustedes buscan a Dios imitando a su padre, creo que
recibir n también las mismas promesas, porque ustedes han sido contados en
el número de sus hijos. Pues los hijos heredan la bendición de los padres,
imitando su celo. Por eso el bienaventurado Jacob imitando en todo la piedad
de sus padres, recibió de ellos la bendición; y cuando fue bendecido por los
padres, inmediatamente vio la escala levantada y a los ángeles subiendo y
bajando (Gn 22,1-12). Ahora bien, desde el momento en que algunos son
bendecidos por sus padres y ven las fuerzas divinas, nada los puede turbar.
Porque el bienaventurado Pablo cuando vio esas mismas fuerzas divinas,
devino inconmovible y gritó diciendo: "¿Quién me separar del amor de Cristo?
¿La espada, el hambre, la desnudez? Pero ni los ángeles ni los principados
ni las potestades, ni altura ni profundidad, ni ninguna otra criatura podrá
separarme del amor de Dios"[65] (Rm 8,35-39).
Ahora, pues, mis amadísimos, pidamos sin cesar noche y día que las
bendiciones de nuestros padres y las mías lleguen a ustedes; y así las
fuerzas de los ángeles permanezcan con ustedes, para que transcurran el
resto de sus días en toda alegría del corazón. Si, en efecto, alguno llega a
ese grado, la alegría de Dios estar siempre con él, y entonces hará todo sin
fatiga. Porque está escrito: La luz de los justos nunca se apaga, pero la
luz de los impíos se extinguir (Pr 13,9). Yo pido asimismo que en todo lugar
que yo vaya, también ustedes vengan, y hago esto a causa de la obediencia de
ustedes. Cuando el Señor vio la obediencia de sus discípulos, oró al Padre
por ellos diciendo: "Que allí donde yo esté, también estén éstos, porque
escucharon mis palabras" (Jn 17,24). Y nuevamente pide que ellos sean
preservados del Maligno (Jn 17,15), hasta que lleguen al lugar del reposo.
Yo también rezo y le pido al mismo Señor, que ustedes sean preservados del
Maligno hasta su llegada al lugar del reposo de Dios, y que obtengan la
bendición. En efecto, Jacob después de la escala vio cara a cara el campo de
los ángeles (Gn 28,12), (después) luchó con el ángel y lo venció (Gn
32,24-29). Dios le hizo esto para bendecirlo aún más.
Que Dios, a quien sirvo desde mi juventud, los bendiga (aún) más, y ustedes,
mis amadísimos, pórtense bien.
Carta VIII (Ammonas)
Imitación de nuestros padres espirituales
A los amadísimos en el Señor
Les escribo como a hijos muy amados, porque los padres carnales aman más a
los hijos que se les parecen. Yo también los veo (así), pues ustedes
progresan imitándome; y pido a Dios que lo que Él me ha dado, a mí, su
Padre, igualmente se los dé a ustedes. Rezo para que les pueda transmitir
los otros misterios que no me es posible escribirles por carta. Sean fuertes
en la paz de la misericordia del Padre, de modo que el carisma que
recibieron sus padres, también lo reciban ustedes. Si desean recibirlo,
entréguense al trabajo corporal y al trabajo del corazón, dirijan sus
pensamientos hacia el cielo noche y día, pidan de todo corazón el Espíritu
de fuego, y se les dará. Porque ese mismo Espíritu estuvo con Elías el
Tesbita, con Eliseo y los otros profetas. Pero velen para que no se
introduzcan pensamientos de duda en sus corazones, diciendo: "¿Quién puede
recibirlo?". No les permitan entrar en ustedes, sino que pidan con recta
intención, y recibieron.
Yo mismo, su padre, rezo por ustedes, para que reciban el Espíritu, porque
sé que renunciaron a sus vidas para recibirlo. Quien lo cultiva de
generación en generación, lo recibir , y este Espíritu habita en los de
corazón recto. Yo les aseguro que ustedes buscan a Dios con un corazón
recto. Cuando reciban ese Espíritu, Él les revelar todos los misterios
celestiales. Porque les revelar muchas cosas que no puedo escribir sobre el
papel. Entonces estar libres de todo temor, una alegría celestial los rodear
y se sentir n como si ya hubieran sido llevados al reino (de los cielos),
estando todavía en el cuerpo. Ya no tendrán necesidad de orar por ustedes
mismos, sino solamente por el prójimo. Porque Moisés, después que recibió el
Espíritu oró por el pueblo, diciendo: "Si tú los destruyes, bórrame del
libro de los vivos" (Ex 32,32). ¿Ven esta preocupación que tenían de orar
por los otros, cuando habían llegado a ese grado? Muchos otros llegaron
también a ese grado y rezaron por los demás.
Sobre todo esto no puedo escribirles ahora, pero ustedes son sabios y
comprenderán todo. Cuando los visite les expondré más completamente sobre el
Espíritu de fuego, cómo se debe alcanzar, y les mostraré todas las riquezas
que ahora no puedo confiar al papel.
Pórtense bien en ese Espíritu de fuego, progresen y afírmense de día en día.
Carta IX (Ammonas)
La Tentación I
Sé que están sufriendo penas en el corazón, porque han caído en la
tentación, pero si la soportan con valor, alcanzarán la alegría. Pues si no
soportan ninguna tentación, visible u oculta, no podrán progresar más allá
de la medida que han alcanzado. Todos los santos, en efecto, cuando pidieron
un aumento de fe, se encontraron frente a las tentaciones; porque desde el
momento en que recibieron una bendición de Dios, una tentación les fue
agregada por los enemigos, que querían privarlos de la bendición con que
Dios lo había gratificado. Los demonios, al ver que el alma bendecida hacía
progresos, la combatían, en secreto o bien abiertamente. Porque cuando Jacob
fue bendecido por su padre, inmediatamente le sobrevino la tentación de Esaú
(Gn 27,41). El diablo, en efecto, excitó su corazón contra Jacob y deseaba
borrar su bendición, pero no pudo prevalecer contra el justo, pues está
escrito: El Señor no dejar el cetro del pecador sobre el lote de los justos
(Sal 124,3) [87]. Por tanto, Jacob no perdió la bendición que había
recibido, sino que ella creció con él de día en día. Esfuércense también
ustedes por vencer la tentación, porque quienes reciben una bendición
necesariamente deben soportar las tentaciones. Yo mismo, su padre, he
soportado grandes tentaciones, en secreto y abiertamente, pero me sometí a
la voluntad de Dios, tuve paciencia, supliqué a Dios y Él me salvó.
Ahora entonces, también ustedes, mis amadísimos, ya que han recibido la
bendición del Señor, reciban igualmente las tentaciones y sopórtenlas hasta
que las hayan superado. Obtendrán así un gran progreso y un crecimiento de
todas sus virtudes; y se les dar una gran alegría celestial que todavía no
conocen. El remedio para superar las tentaciones es no caer en la
negligencia y orar a Dios, dándole gracias de todo corazón, teniendo una
gran paciencia en todo, de esta forma las tentaciones se alejar n de
ustedes. Porque Abrahán fue tentado de ese modo y apareció como más
agradable. Por tal motivo está escrito: Las pruebas de los justos son
numerosas, pero el Señor los librar de todas (Sal 33,20). Santiago dice
asimismo: Si alguno de ustedes sufre, que ore (St 5,13). ¡Ven como todos los
santos invocan a Dios en las tentaciones!
También está escrito: Dios es fiel, Él no permitir que ustedes sean tentados
por encima de sus fuerzas (1 Co 10,13); Dios, por ende, actúa en ustedes a
causa de la rectitud de sus corazones. Si Él no los amara, no les enviaría
tentaciones, pues está escrito: El Señor corrige al que ama; golpea al hijo
que le es grato (Pr 3,12; Hb 12,6). Son, pues, los justos quienes se
benefician con las tentaciones, puesto que los que no son tentados tampoco
son hijos legítimos; usan el hábito monacal, pero niegan su poder [96].
Antonio, en efecto, nos ha dicho que "nadie puede entrar en el reino de Dios
sin haber sido tentado". Y el bienaventurado Pedro escribe en su carta: En
esto ahora se alegrarán, ustedes que han tenido que soportar diversas
tentaciones, para que su fe puesta a prueba sea hallada más preciosa que el
oro perecedero probado por el fuego (1 P 1,6-7). Se dice asimismo que los
árboles agitados por los vientos echan mejores raíces y crecen más; así
sucede con los justos. En esto, pues, y en todo lo demás, obedezcan a sus
maestros para progresar.
Ustedes saben que al comienzo el Espíritu Santo les da la alegría en la obra
espiritual, porque ve que sus corazones son puros. Y cuando el Espíritu les
ha dado la alegría y la dulzura, entonces se va y los abandona: es su signo.
Hace esto con toda alma que busca a Dios, al comienzo. Se va y abandona a
todo hombre, para saber si lo buscarán o no. Algunos, cuando Él se va y los
abandona, quedan inmóviles, permanecen en el abatimiento y no oran a Dios
para que les quite ese peso, y les envíe la alegría y la dulzura que habían
conocido. Por su negligencia y su voluntad propia, se hacen extraños a la
dulzura de Dios. Por eso llegan a ser carnales; usan el hábito, pero
reniegan de su poder (2 Tm 3,5). Estos tales son ciegos en su vida y no
conocen la obra de Dios.
Si ellos perciben un peso desacostumbrado y contrario a la alegría
precedente, que oren a Dios con l grimas y ayunos; entonces Dios, en su
bondad, si ve que sus corazones son rectos, que le rezan de todo corazón y
que reniegan de sus voluntades propias, les da una alegría más grande que la
anterior y los fortifica aún más. Tal es el signo que realiza con toda alma
que busca a Dios.
Después de haber escrito esta carta, me acordé de una palabra que me impulsó
a escribirles sobre las tentaciones que se le presentan al alma del hombre,
y que hacen descender de los cielos a los abismos del Hades. He aquí porque
el profeta clama y dice: Tú has sacado mi alma de las profundidades del
Hades (Sal 85,13).
Cuando el alma sube del Hades, por el tiempo que ella acompaña al Espíritu
de Dios, las tentaciones le vienen de todas partes. Pero cuando ha superado
las tentaciones, llega a ser clarividente y recibe una nueva belleza. Así,
cuando el profeta debía ser llevado (al cielo), llegando al primer cielo, se
asombró de su resplandor; al arribar al segundo, se admiró al punto de
decir: "Pensé que la luz del primer cielo es oscuridad", y así para cada
cielo de los cielos. El alma de los justos perfectos avanza y progresa hasta
subir al cielo de los cielos. Si llega allí, ha superado todas las
tentaciones y ahora hay un hombre sobre la tierra que ha llegado a ese
grado.
Yo les escribo, mis amadísimos, para que se fortalezcan y aprendan que las
tentaciones no causan daño a los fieles sino aprovechamiento y que, sin la
venida de las tentaciones al alma, ella no puede subir a la morada de su
Creador.
Carta X (Ammonas)
La tentación es un signo de progreso
El Espíritu sopla donde quiere (Jn 3,8). Sopla sobre las almas puras y
rectas, y si ellas le obedecen, les da, al comienzo, el temor y el fervor.
Cuando ha sembrado esto en ellas, les hace odiar todas las cosas de este
mundo, ya sea el oro, la plata, los adornos; ya sea padre, madre, esposa o
hijo. Y le hace dulce al hombre la obra de Dios, más que la miel y que el
panal de miel (Sal 18,10), ya sea que se trate del trabajo del ayuno, de las
vigilias, de la soledad o de la limosna. Todo lo que es de Dios le parece
dulce, y Él le enseña todo (Jn 14,26).
Cuando Él le ha enseñado todo, entonces le concede al hombre ser tentado. A
partir de ese momento, todo lo que antes era dulce para él, se le hace
pesado. Por eso muchos, cuando son tentados, permanecen en el abatimiento y
se hacen carnales. Son aquellos de los que dice el Apóstol: Ustedes
comenzaron por el espíritu y ahora terminan por la carne; sufrieron todo
aquello en vano (Ga 3,3-4).
Si el hombre resiste a Satanás en la primera tentación, y lo vence, Dios le
otorga un fervor estable, tranquilo y sin turbación. Porque el primer fervor
es agitado e inestable, mientras que el segundo fervor es mejor. Éste
engendra la visión de las cosas espirituales y le hace recorrer un largo
camino con una paciencia imperturbable. Al igual que un barco con un buen
viento es impulsado fuertemente por sus dos remos y recorre una gran
distancia, de modo que los marineros están alegres y descansan, así el
segundo fervor concede el reposo ampliamente.
Ahora, pues, hijos míos amadísimos, adquieran el segundo fervor para estar
firmes en todo. Porque el fervor divino extirpa todas las pasiones (que
provienen) de las seducciones, destruye la vetustez del hombre viejo y hace
que el hombre llegue a ser templo de Dios, como está escrito: Yo habitaré y
caminaré en ellos (2 Co 6,16).
Si quieren que el fervor que se ha alejado vuelva a ustedes, he aquí lo que
el hombre debe hacer: que haga un pacto con Dios y que diga ante él:
"Perdóname lo que hice por negligencia, ya no seré más desobediente". Y que
el hombre no camine más a su antojo, para satisfacer su voluntad propia
corporal o espiritualmente sino que sus pensamientos estén vigilantes
delante de Dios noche y día, y que llore a toda hora frente a Dios
afligiéndose, reprendiéndose y diciendo: "¿Cómo has sido (tan) negligente
hasta el presente y estéril todos los días?". Que se acuerde de todos los
suplicios y del reino eterno, reprendiéndose y diciendo: "¡Dios te ha
gratificado con todo ese honor y tú eres negligente! ¡Te ha sometido el
mundo entero y tú eres negligente!". Cuando alguien se acusa así noche y día
y a toda hora, el fervor de Dios vuelve a ese hombre, y el segundo fervor es
mejor que el primero.
El bienaventurado David cuando ve llegar el abatimiento dice: "Me acordé de
los años eternos, medité y recordé los días de eternidad, medité sobre todas
tus obras, medité sobre las obras de tus manos. Levanté mis manos hacia ti.
Mi alma tiene sed de ti como tierra reseca" (Sal 76,6; 142,5-6). E Isaías
también dice: "Cuando hayas gemido de nuevo, entonces ser s salvado y volver
s a ser como eras" (Is 30,15).
Carta XI (Ammonas)
Las tres voluntades
A los queridísimos en el Señor
Ustedes saben que cuando la vida del hombre cambia y él comienza una nueva
vida agradable a Dios y superior a la anterior, también cambia su nombre.
Porque, en efecto, cuando nuestros santos padres avanzaban en la perfección
también era cambiado su nombre, y se les añadía un nombre nuevo, escrito
sobre las tablas del cielo. Cuando Sara progresó se le dijo: No te llamarás
más Sara, sino Sarra (Gn 17,15), y Abram fue llamado Abraham; Isac Isaac y
Jacob, Israel; Saulo, Pablo; y Simón, Cefas, pues sus vidas fueron cambiadas
y llegaron a ser más perfectos que antes. Por esto también ustedes crecieron
en Dios, y es necesario que sus nombres sean cambiados a causa de su
progreso según Dios. Ahora bien, amadísimos en el Señor, que amo de todo
corazón, yo busco el provecho de ustedes como el propio, porque ustedes me
han sido dados por hijos según Dios.
Me he enterado que la tentación los presiona, y temo que ella provenga de su
falta: porque oí decir que quieren dejar su lugar, y me he entristecido, a
pesar que hacía mucho tiempo que no me sentía atrapado por la tristeza.
Porque sé muy bien que si ahora dejan su lugar, no harán ningún progreso,
pues no es la voluntad de Dios. Si hacen esto y parten por su propia
decisión, Dios no los ayudar ni saldrá con ustedes, y temo que caeremos en
una multitud de males. Si seguimos nuestra voluntad propia, Dios no nos
enviar su fuerza, que hace prosperar todos los caminos de los hombres. Si un
hombre hace algo pensando que eso agrada a Dios, en tanto que se mezcla su
voluntad, Dios no lo ayuda y el corazón del hombre se encuentra triste y sin
fuerza en todo lo que emprende. Pues los fieles se equivocan, dejándose
cautivar por la ilusión del progreso espiritual. Al principio, Eva no fue
engañada sino por el pretexto del bien y del progreso. En efecto, habiendo
oído: Ustedes ser n como dioses (Gn 3,5), no discernió la voz del que le
hablaba, transgredió el mandamiento de Dios y no solamente no recibió el
bien, sino que incluso cayó bajo la maldición.
Salomón dice en los Proverbios: Hay caminos que les parecen buenos a los
hombres, y conducen a las profundidades del Hades (Pr 14,12). Dice esto de
quienes no comprenden la voluntad de Dios, sino que siguen su propia
voluntad. Los que siguen su voluntad propia y no comprenden la voluntad de
Dios, reciben de Satán s, al comienzo, un fervor semejante a la alegría,
pero que no es alegría; y luego trae tristeza y vergüenza. En cambio, el que
sigue la voluntad de Dios experimenta al principio una gran pena y al final
encuentra reposo y alegría. Por tanto, no hagan nada hasta que vaya a verlos
para hablar con ustedes.
Hay tres voluntades que acompañan constantemente al hombre, pero pocos
monjes las conocen, a excepción de los que han llegado a ser perfectos; de
ellos dice el Apóstol: El alimento sólido es para los perfectos, para
aquellos que por la práctica tienen los sentidos ejercitados en el
discernimiento del bien y del mal (Hb 5,14). ¿Cuáles son esas tres
voluntades? Una es aquella sugerida por el Enemigo; la otra, es la que brota
en el corazón del hombre; y la tercera es la que siembra Dios en el hombre.
Pero de estas tres, Dios solamente acepta la suya.
Examínense, pues, a sí mismos: ¿cuál de estas tres los empuja a dejar su
lugar? No se vayan antes que los visite. Porque yo conozco la voluntad de
Dios en este (asunto) mejor que ustedes. Es difícil, en efecto, conocer la
voluntad de Dios en todo momento. Pues si el hombre no renuncia a todas sus
voluntades y no se somete a sus padres según el Espíritu, no puede
comprender la voluntad de Dios. Incluso aunque la comprendiera, le faltaría
la fuerza para cumplirla.
Es una gran cosa conocer la voluntad de Dios, pero es más grande cumplirla.
Jacob tenía esas fuerzas porque obedecía a sus padres. Cuando ellos le
dijeron: "Vete a Mesopotamia, junto a Labán" (Gn 27,43; 28,2), obedeció con
prontitud, aunque no deseaba alejarse de sus padres. Pero como obedeció,
heredó la bendición de sus padres. Y yo, su padre, si no hubiera obedecido
primero a mis padres espirituales, Dios no me habría revelado su voluntad.
En efecto, está escrito: La bendición de los padres afianza la casa de los
hijos (Si 3,11). Y ya que soporté muchos trabajos en el desierto y en la
montaña, pidiendo a Dios noche y día, hasta que Dios me reveló su voluntad;
ahora también ustedes escuchen a su padre para que obtengan reposo y
progreso.
He sabido que ustedes dicen: "Nuestro padre no conoce nuestra pena", y:
"Jacob huyó de Esaú"; pero nosotros sabemos que él no huyó sino que fue
enviado por sus padres. Imiten, pues, a Jacob y esperen a que su padre los
envíe, y los bendiga cuando partan, para que Dios los haga prosperar.
Pórtense bien en el Señor, queridísimos.
Carta XII (Ammonas)
La soledad
¡A los amadísimos en el Señor, un alegre saludo!
Mis hermanos muy queridos, ustedes saben, también ustedes, que después de la
trasgresión de un mandamiento el alma no puede conocer a Dios, si no se
aleja de los hombres y de toda distracción. Porque entonces ella podrá ver
el ataque de los enemigos que combaten contra ella; pero cuando vea al
enemigo que lucha contra ella y triunfe de sus ataques, que le sobrevienen
de tiempo en tiempo, el Espíritu de Dios entonces permanecerá en ella y toda
su pena será cambiada en alegría y exultación. Si de nuevo es vencida en el
combate, entonces le vienen tristezas, disgustos y muchas otras aflicciones
varias.
Por eso los santos Padres vivieron como solitarios en lugares desiertos:
Elías el Tesbita, Juan Bautista y los otros Padres. No crean que fue cuando
se hallaban en medio de los hombres que los justos progresaron, junto a
ellos, en la virtud, sino que antes habitaron en una gran soledad, para
conseguir que la fuerza de Dios habitar en ellos. Después Dios los envió en
medio de los hombres, cuando ya poseían las virtudes, para servir a la
edificación de los hombres y curar sus enfermedades, pues ellos fueron los
médicos de las almas y pudieron curar sus enfermedades. Por esto, pues,
arrancados de la soledad, fueron enviados a los hombres; pero no fueron
enviados sino cuando todas sus propias enfermedades estuvieron curadas. Es
imposible, en efecto, que Dios los mande para servir a la edificación de los
hombres si todavía están enfermos. Pero los que salen antes de ser
perfectos, salen por su propia voluntad y no por la voluntad de Dios. Y Dios
dice de esos tales: "Yo no los envié, pero ellos corrieron" (Jr 23,21), etc.
A causa de esto, no pueden ni custodiarse a sí mismos, ni servir a la
edificación de otra alma.
Por el contrario, los que son enviados por Dios no quieren abandonar la
soledad, pues saben que es gracias a ella que han adquirido la fuerza
divina; pero para no desobedecer a su Creador, salen para servir a la
edificación de los otros, imitando al Señor, porque el Padre envió del cielo
a su verdadero Hijo para que Él curase todas las debilidades y todas las
enfermedades de los hombres. Está escrito: Tomó nuestras debilidades y cargó
nuestras enfermedades (Is 53,4). He aquí por qué todos los santos que van a
los hombres para curarlos, imitan al Creador en todo, para llegar a ser
dignos de convertirse en hijos adoptivos de Dios y para vivir, también
ellos, como el Padre y el Hijo, por los siglos de los siglos.
He aquí, amadísimos, que les he mostrado la fuerza de la soledad, cómo ella
cura en todos los aspectos y cómo le es grata a Dios. Por eso les escribí
que fueran fuertes en lo que emprendieran. Sépanlo, es por la soledad que
progresaron los santos y la fuerza divina habitó en ellos, dándoles a
conocer los misterios celestiales, y fue así que expulsaron toda la vetustez
de este mundo. Quien les escribe también llegó a esa meta por el mismo
camino.
Muchos son los monjes de nuestro tiempo que no han sido capaces de
perseverar en la soledad, porque no pudieron vencer su voluntad. Por eso
viven siempre entre los hombres, no siendo capaces de renunciar, de huir de
la compañía de los hombres y de emprender el combate. Abandonando la
soledad, se conforman con consolarse con sus prójimos por toda su vida. A
causa de esto no alcanzan la dulzura divina ni la fuerza divina habita en
ellos. Porque cuando esa fuerza se les presenta, los encuentra buscando su
felicidad en el mundo presente y en las pasiones del alma y del cuerpo. Y no
puede descender sobre ellos. El amor del dinero, la vanagloria, todas las
otras enfermedades y distracciones del alma impiden que la fuerza divina
descienda sobre ellos.
La mayoría no han podido progresar en esto, porque han permanecido en medio
de los hombres y no han logrado, a causa de esto, vencer todas sus
voluntades. No han querido, en efecto, vencerse a sí mismos al extremo de
huir de las distracciones causadas por los hombres, sino que permanecen
distraídos unos con otros. Por eso no han conocido la dulzura de Dios y no
han sido juzgados dignos de que su fuerza habite en ellos, y les dé el
carácter celestial. Así, la fuerza de Dios no habita en ellos, pues están
acaparados por las cosas de este mundo, entregados a las pasiones del alma,
a las glorias humanas y a las voluntades del hombre viejo. Es de esta forma
que Dios nos testimonia lo que debe suceder.
Fortifíquense, entonces, en lo que hacen. Porque quienes abandonan la
soledad no pueden vencer sus voluntades ni imponerse en el combate que se
entabla contra su adversario. A causa de esto no tienen más la fuerza de
Dios que habita en ellos. Ella no mora en los que sirven a sus pasiones.
Pero ustedes vencieron las pasiones y la fuerza de Dios vendrá por sí misma
a ustedes.
Pórtense bien en el Espíritu Santo.
Carta XIII (Ammonas)
Tentaciones don del Espíritu Santo
Queridísimos en el Señor, los saludo en el Espíritu de dulzura, que es
pacífico y perfuma las almas de los justos. Este Espíritu viene sólo a las
almas totalmente purificadas de su vetustez, porque es santo y no puede
entrar en un alma impura (Sb 1,4-5) [Cf. cartas de san Antonio, VII].
Nuestro Señor lo dio a los apóstoles únicamente después que ellos se
purificaron. Por eso Él les dijo: "Si me voy, les enviaré el consolador, el
Espíritu de verdad, y Él les dar a conocer todas las cosas" (Jn 16,7.13).
Pues este Espíritu, desde Abel y Henoc hasta hoy, se da a las almas de los
justos que están totalmente purificadas. Pero el que llega a las otras almas
no es ése, sino el Espíritu de penitencia [También san Antonio en sus cartas
(I,2 y 4) habla de un espíritu de penitencia o de conversión (Lettres, p.
45, nota 2).]; arriba a las otras almas para llamarlas a todas y
purificarlas de su impureza. Y cuando las ha purificado totalmente, las
entrega al Espíritu Santo, para que Él difunda sin cesar sobre ellas un
perfume suave, como lo dijo Leví: "¿Quién ha conocido el perfume del
Espíritu sino aquellos en los cuales Él habita?"[ También san Antonio en sus
cartas (I,2 y 4) habla de un espíritu de penitencia o de conversión
(Lettres, p. 45, nota 2)]. Son pocos los favorecidos incluso con el Espíritu
de penitencia, pero el Espíritu de verdad, de generación en generación,
apenas habita en algunas almas solamente.
Al igual que una perla preciosa no se encuentra en todas las casas, sino
únicamente, a veces, en los palacios reales, así también este Espíritu no se
encuentra sino en las almas de los justos que han llegado a ser perfectos.
Desde el instante en que Leví fue gratificado con Él, ofreció una gran
acción de gracias a Dios y dijo: "Te canto, Señor, porque me has regalado el
Espíritu que tú das a tus siervos". Y todos los justos a los cuales fue
enviado, ofrecieron a Dios grandes acciones de gracias. Porque es la perla
de la que habla el evangelio, comprada por aquel que vendió todos sus bienes
(Mt 13,46). Pues el tesoro escondido en un campo, que un hombre encontró y
por el que se alegró mucho (Mt 13,44). A las almas en las que habita, Él les
revela grandes misterios; para ellos la noche es como el día. He aquí que
les he dado a conocer la acción de ese Espíritu.
Quiero que sepan que desde el día en que los dejé, Dios me hizo prosperar en
todas las cosas, hasta que llegué a mi lugar. Y cuando estoy en mi soledad,
Él hace mi camino más próspero aún y me ayuda, ya sea secretamente, ya sea
abiertamente. Y hubiera deseado que ustedes estuvieran cerca mío a causa de
las revelaciones que me fueron dadas, porque cada día concede nuevas
(revelaciones).
Deseo, pues, que sepan cuál es la tentación. Ustedes saben que la tentación
no le sobreviene al hombre si no ha recibido el Espíritu. Cuando ha recibido
el Espíritu, es entregado al diablo para ser tentado. ¿Pero quién lo entrega
sino el Espíritu de Dios? Porque es imposible para el diablo tentar a un
fiel, si Dios no se lo entrega.
En efecto, nuestro Señor al tomar carne devino un ejemplo para nosotros en
todo. Cuando fue bautizado, el Espíritu Santo descendió sobre él en forma de
paloma (Mt 3,16), porque el Espíritu lo condujo al desierto[168] para ser
tentado (Mt 4,1), y el diablo no pudo nada contra Él. Pero la fuerza del
Espíritu, después de las tentaciones, les agrega a los santos otra grandeza
y una fuerza más grande.
Es necesario que ustedes conozcan mi tentación, que me ha hecho semejante a
nuestro Señor. Cuando Él descendió del cielo, vio un aire diferente,
tenebroso, y de nuevo cuando iba a descender al Hades, vio un aire más denso
y dijo: "Ahora mi alma está turbada" (Jn 12,27). Igualmente yo, de modo
parecido, soporté recientemente esta tentación que me turbó por todas
partes. Sin embargo, yo alabé a Dios, a quien sirvo con todo mi corazón
desde mi juventud y a quien obedezco, ya sea en el honor, ya sea en la
humillación. Él me sacó de ese aire tenebroso y me restableció en la primera
altura. Y pienso que esa tentación es la última.
Cuando el bienaventurado José soportó su última tentación en la prisión (Gn
29,20), fue más afligido que por todas las otras tentaciones. Pero después
de la prisión, que es la imagen del Hades, él recibió todos los honores,
porque llegó a ser rey (Gn 41,40). Desde entonces la tentación no lo probó
más. Les he dado a conocer en qué tentaciones me encontré y cómo estoy
ahora.
Después de haber escrito esta carta me acordé de la palabra escrita en
Ezequiel, que presenta la imagen de las almas que han llegado a ser
perfectas. Él vio un ser viviente sobre el rio Chobar, que tenía cuatro
rostros, cuatro pies y cuatro alas. Un rostro de Querubín, uno de hombre,
uno de águila y uno de toro (Ez 1,1-10). El rostro de Querubín es el
Espíritu de Dios, reposando en un alma y disponiéndola a alabar con una voz
dulce y bella. Y cuando Él quiere, desciende y edifica a los hombres, toma
entonces el rostro de hombre. Y el de toro, es cuando el alma fiel está en
el combate: el Espíritu de Dios la auxilia y le da la fuerza de un toro,
para que ella pueda cornear al diablo. Y el de águila, porque el águila
vuela más alto que todos los otros pájaros. Y cuando el alma del hombre se
eleva en las alturas, el Espíritu Santo viene a ella, enseñándole a
permanecer en las alturas y a estar cerca de Dios.
Les he dado a conocer pocas cosas sobre este ser. Pero si oran y los visito,
entraré en Betel, que es la casa de Dios (Gn 28,19), y cumpliré mis votos
(Sal 65,13), los que prometieron mis labios. Entonces les hablaré más
claramente sobre este ser.
En efecto, Betel quiere decir la casa de Dios (Gn 28,19). Dios combate,
entonces, por la casa sobre la que se invoca su nombre. Y fue Ezequiel quien
vio ese ser viviente.
Saluden a todos aquellos que han sido asociados al trabajo y a los sudores
de sus padres en la tentación, como Juan lo dice en otro lugar: "Dios es
glorificado por el sudor del alma". Así por la semilla de sudor que siembra,
el alma es asociada a Dios. Y aquellos son asociados también a su cosecha,
pues está escrito: Si sufrimos con él, viviremos con él (Rm 8,17), etc. El
Señor también dijo a sus discípulos: "Ustedes padecieron conmigo en mis
tentaciones, estableceré con ustedes un contrato real, al igual que El Padre
me prometió que se sentarían a mi mesa" (Lc 22,29), etc.
Ven que quienes comparten los trabajos también comparten el reposo, y el que
participa en la humillación, igualmente participa en el honor. Está escrito,
en efecto, en los Padres: "Un buen hijo hereda el derecho de primogenitura y
las bendiciones paternas". Sucede así con lo que nosotros sembramos. Son los
sembrados de Dios y los buenos hijos quienes heredan el derecho de
primogenitura y nuestras bendiciones. Cuando esté lejos, en mi lugar, la
llegada de los frutos me recordar estos sembrados.
Pero tú, como un buen maestro, exhórtalos con cuidado. ¡Quiera Dios que
abandones esta morada dejando una buena cosecha! Porque sabemos que eres un
padre bueno y un educador excelente. Sin embargo, te recuerdo que es por
causa de esta cosecha que Dios te ha dejado en esta morada.
Pórtate bien en el Señor, en el Espíritu dulce y pacífico que habita las
almas de los justos.
Carta XIV (Ammonas)
La herencia de la justicia
He aquí la carta que les ha escrito su padre; esta es la herencia de los
padres justos, que legan en herencia a sus hijos la justicia. Los padres
según la carne dejan en herencia a sus hijos el oro y la plata; pero los
justos dejan esto a sus hijos: la justicia. Los patriarcas eran muy ricos en
oro y plata, y próximos a la muerte, no les dieron ninguna orden, excepto
respecto de la justicia, pues ella permanece por siempre.
El oro y la plata son corruptibles (1 P 1,18), pertenecen a la miserable
tienda de este tiempo tan breve. Pero la justicia pertenece a la morada de
lo alto y le queda al hombre para siempre. Porque la herencia que les dan
sus padres es la justicia.
Pórtense bien en el Señor y en la buena voluntad de la justicia que Dios les
da día tras día, hasta su salida.