ANTIGUA HOMILÍA(Secunda Clementis)
I.
Hermanos, tendríamos que pensar en Jesucristo como Dios y como Juez de los
vivos y los muertos. Y no deberíamos pensar cosas mediocres de la salvación;
porque, cuando pensamos cosas mediocres, esperamos también recibir cosas
mediocres. Y los que escuchan como si se tratara de cosas mediocres hacen
mal; y nosotros también hacemos mal no sabiendo de dónde y por quién y para
qué lugar somos llamados, y cuántas cosas ha sufrido Jesucristo por causa
nuestra. ¿Qué recompensa, pues, le daremos?, o ¿qué fruto digno de su don
hacia nosotros? ¡Y cuántas misericordias le debemos! Porque El nos ha
concedido la luz; nos ha hablado como un padre a sus hijos; nos ha salvado
cuando perecíamos. ¿Qué alabanza le rendiremos?, o ¿qué pago de recompensa
por las cosas que hemos recibido nosotros, que éramos ciegos en nuestro
entendimiento, y rendíamos culto a palos y piedras y oro y plata y bronce,
obras de los hombres; y toda nuestra vida no era otra cosa que muerte? Así
pues, cuando estábamos envueltos en la oscuridad y oprimidos por esta espesa
niebla en nuestra visión, recobramos la vista, poniendo a un lado, por su
voluntad, la nube que nos envolvía. Porque Él tuvo misericordia de nosotros,
y en su compasión nos salvó, habiéndonos visto en mucho error y perdición,
cuando no teníamos esperanza de salvación, excepto la que nos vino de Él.
Porque Él nos llamó cuando aún no éramos, y de nuestro no ser, Él quiso que
fuéramos.
II.
Regocíjate, oh estéril. Prorrumpe en canciones y gritos de júbilo la que
nunca estuvo de parto; porque más son los hijos de la desamparada que los de
la que tenía marido. En este: Regocíjate, oh estéril, la que no daba
a luz, hablaba de nosotros; porque nuestra Iglesia era estéril antes de
que se le hubieran dado hijos. Y en lo que dice: Prorrumpe en canciones y
gritos de júbilo la que nunca estuvo de parto, significa esto: como la
mujer que está de parto, no nos cansemos de ofrecer nuestras oraciones con
simplicidad a Dios. Además, en lo que dice: Porque más son los hijos de
la desamparada que los de la que tiene marido, dijo esto porque nuestro
pueblo parecía desamparado y abandonado por Dios, en tanto que ahora,
habiendo creído, hemos pasado a ser más que los que parecían tener Dios. Y
también otro texto dice: No he venido a llamar ajustos, sino a pecadores.
Significa esto: que es justo salvar a los que perecen. Porque es
verdaderamente una obra grande y maravillosa el confirmar y corroborar no a
los que están de pie, sino a los que caen. Así también Cristo ha querido
salvar a los que perecen. Y ha salvado a muchos, viniendo y llamándonos
cuando ya estábamos pereciendo.
III.
Vemos, pues, que Él nos concedió una misericordia muy grande; ante todo, que
nosotros los que vivimos no sacrificamos a los dioses muertos ni les
rendimos culto, sino que por medio de Él hemos llegado a conocer al Padre de
la verdad. ¿Qué otra cosa es este conocimiento hacia Él, sino el no negar a
Aquel por medio del cual le hemos conocido? Sí, El mismo dijo: Al que me
confesare, yo también le confesaré delante del Padre. Esta es, pues,
nuestra recompensa si verdaderamente confesamos a Aquel por medio del cual
hemos sido salvados. Pero, ¿cuándo le confesamos? Cuando hacemos lo que Él
dijo y no somos desobedientes a sus mandamientos, y no sólo le honramos
con nuestros labios, sino con todo nuestro corazón y con toda nuestra
mente. Ahora bien, El dice también en Isaías: Este pueblo me honra de
labios, pero su corazón está lejos de mí.
IV.
Por tanto, no sólo le llamemos Señor, porque esto no nos salvará; porque Él
dijo: No todo el que me llama Señor, Señor, será salvo, sino el que obra
justicia. Así pues, hermanos, confésemosle en nuestras obras, amándonos
unos a otros, no cometiendo adulterio, no diciendo mal el uno del otro, y no
teniendo celos, sino siendo templados, misericordiosos y bondadosos. Y
teniendo sentimientos amistosos los unos hacia los otros, y no siendo
codiciosos. Con estas obras le hemos de confesar, y no con otras. Y no hemos
de tener temor de los hombres, sino de Dios. Por esta causa, si hacéis estas
cosas, el Señor dice: Aunque estéis unidos a mí en mi propio seno, si no
hacéis mis mandamientos, yo os echaré y os diré: Apartaos de mí, no sé de
dónde sois, obradores de iniquidad.
V.
Por tanto,
hermanos, prescindamos de nuestra estancia en este mundo y hagamos la
voluntad del que nos ha llamado, y no tengamos miedo de apartarnos de este
mundo. Porque el Señor ha dicho: Seréis como corderos en medio de lobos.
Pero Pedro contestó, y le dijo: ¿Qué pasa, pues, silos lobos devoran
a los corderos? Jesús contestó a Pedro: Los corderos no tienen por
qué temer a los lobos después que han muerto; y vosotros también, no temáis
a los que os matan y no pueden haceros nada más; sino temed a Aquel que
después que habéis muerto tiene poder sobre vuestra alma y cuerpo para
echarlos a la gehena de fuego. Y sabéis, hermanos, que la estancia de
esta carne en este mundo es despreciable y dura poco, pero la promesa de
Cnsto es grande y maravillosa, a saber, el reposo del reino que sera y la
vida eterna. ¿Qué podemos hacer, pues, para obtenerlos, sino andar en
santidad y jusficia y considerar que estas cosas del mundo son extrañas para
nosotros y no desearlas? Porque cuando deseamos obtener estas cosas nos
descarriamos del camino recto.
VI.
Pero el Señor dijo: Nadie puede servir a dos señores. Si deseamos
servir a la vez a Dios y a Mammon, no sacaremos ningún beneficio: Porque
¿qué ganará un hombre si consigue todo el mundo y pierde su alma? Ahora
bien, esta época y la futura son enemigas. La una habla de adulterio y
contaminación y avaricia y engaños, en tanto que la otra se despide de estas
cosas. Por tanto, no podemos ser amigos de las dos, sino que hemos de decir
adiós a la una y tener amistad con la otra. Consideremos que es mejor
aborrecer las cosas que están aquí, porque son despreciables y duran poco y
perecen, y amar las cosas de allí, que son buenas e imperecederas. Porque si
hacemos la voluntad de Cristo hallaremos descanso; pero si no la hacemos,
nada nos librará del castigo eterno si desobedecemos sus mandamientos. Y la
escritura dice también en Ezequiel: Aunque Noé y Job y Daniel se
levanten, no librarán a sus hijos de la cautividad. Pero si ni aun
hombres tan justos como éstos no pueden con sus actos de justicia librar a
sus hijos, ¿con qué confianza nosotros, si no mantenemos nuestro bautismo
puro y sin tacha, entraremos en el reino de Dios? O ¿quién será nuestro
abogado, a menos que se nos halle en posesión de obras santas y justas?
VII.
Así pues, hermanos, contendamos, sabiendo que la contienda está muy cerca y
que, aunque muchos acuden a las competiciones, no todos son galardonados,
sino sólo los que se han esforzado en alto grado y luchado con valentía.
Contendamos de modo que todos recibamos el galardón. Por tanto, corramos en
el curso debido la competición incorruptible. Y acudamos a ella en tropel y
esforcémonos, para que podamos recibir también el premio. Y si no todos
podemos recibir la corona, por lo menos acerquémonos a ella tanto como
podamos. Recordemos que los que pugnan en las lides corruptibles, si se
descubre que están pugnando de modo ilegítimo en ellas, primero son
azotados, y luego son eliminados y echados de la competición. ¿Qué pensáis?
¿Qué le pasará a aquel que ha pugnado de modo corrupto en la competición de
la incorrupción? Porque, con referencia a los que no han guardado el sello,
El dice: Su gusano no morirá, y su fuego no se apagará y serán un ejemplo
para toda carne.
VIII.
En tanto que estamos en la tierra, pues, arrepintámonos, porque somos
arcilla en la mano del artesano. Pues de la misma manera que el alfarero, si
está moldeando una vasija y se le deforma o rompe en las manos, le da forma
nuevamente, pero, una vez la ha puesto en el horno encendido, ya no puede
repararla, del mismo modo nosotros, en tanto que estamos en este mundo,
arrepintámonos de todo corazón de las cosas malas que hemos hecho en la
carne, para que podamos ser salvados por el Señor en tanto que hay
oportunidad para el arrepentimiento. Porque una vez hemos partido de este
mundo ya no podemos hacer confesión allí, ni tampoco arrepentimos. Por lo
tanto, hermanos, si hemos hecho la voluntad del Padre, y hemos mantenido
pura la carne, y hemos guardado los mandamientos del Señor, recibiremos la
vida eterna. Porque el Señor dice en el Evangelio: Si no habéis guardado
lo que es pequeño, ¿quién os dará lo que es grande? Porque os digo que el
que es fiel en lo poco, es fiel también en lo mucho. De modo que lo que
Él quiere decir es: Mantened la carne pura y el sello sin mácula, para que
podáis recibir la vida.
IX.
Y que nadie entre vosotros diga que esta carne no va a ser juzgada ni se
levanta otra vez. Entended esto: ¿En qué fuisteis salvados? ¿En qué
recobrasteis la vista si no fue en esta carne? Por tanto hemos de guardar la
carne como un templo de Dios; porque de la misma manera que fuisteis
llamados en la carne, seréis llamados también en la carne. Si Cristo el
Señor que nos salvó, siendo primero espíritu, luego se hizo carne, y en ella
nos llamó, de la misma manera también nosotros recibiremos nuestra
recompensa en esta carne. Por tanto, amémonos los unos a los otros, para que
podamos entrar en el reino de Dios. En tanto que tenemos tiempo para ser
curados, pongámonos en las manos de Dios, el médico, dándole una recompensa.
¿Qué recompensa? Arrepentimiento procedente de un corazón sincero. Porque Él
discierne todas las cosas con antelación y sabe lo que hay en nuestro
corazón. Por tanto démosle eterna alabanza, no sólo con los labios, sino
también con nuestro corazón, para que Él pueda recibirnos como hijos. Porque
el Señor también ha dicho: Estos son mis hermanos, los que hacen la
voluntad de mi Padre.
X.
Por lo tanto, hermanos míos, hagamos la voluntad del Padre que nos ha
llamado, para que podamos vivir; y prosigamos la virtud, abandonando el
vicio como precursor de nuestros pecados, y apartémonos de la impiedad para
que no nos sobrevengan males. Porque si somos diligentes en hacer bien, la
paz irá tras de nosotros. Porque por esta causa le es imposible al hombre
+alcanzar la felicidad+, puesto que invitan a los temores de los hombres,
prefiriendo el goce de este mundo a la promesa de la vida venidera. Porque
no saben cuán gran tormento acarrea el goce de aquí, y el deleite que
proporciona la promesa de lo venidero. Y verdaderamente, si hicieran estas
cosas con respecto a ellos mismos, aún sería tolerable; pero lo que hacen es
seguir enseñando el mal a almas inocentes, no sabiendo que tendrán una
condenación doble, la suya y la de los que los escuchan.
XI.
Por tanto sirvamos a Dios con el corazón puro, y seremos justos; pero si no
le servimos, porque no creemos en la promesa de Dios, seremos unos
desgraciados. Porque la palabra de la profecía dice también: Desgraciados
los indecisos, que dudan en su corazón y dicen: Estas cosas ya las hemos
oído, incluso en los días de nuestros padres; con todo, hemos aguardado día
tras día y no hemos visto ninguna. ¡Necios!, comparaos a un árbol; pongamos
una vid. Primero se desprende de las hojas, luego sale un brote, después
viene el agraz y finalmente el racimo maduro. Del mismo modo mi pueblo tuvo
turbación y aflicciones; pero después recibirá las cosas buenas. Por
tanto, hermanos míos, no seamos indecisos, sino suframos con paciencia en
esperanza, para que podamos obtener también nuestra recompensa. Porque
fiel es el que prometió pagar a cada uno la recompensa de sus obras. Si
hemos obrado justicia, pues, a los ojos de Dios, entraremos en su reino y
recibiremos las promesas que ningún oído oyó, ni ha visto ojo alguno, ni
aun han entrado en el corazón del hombre.
XII.
Por tanto esperemos el reino de Dios a su sazón, en amor y justicia, puesto
que no sabemos cuál es el día de la aparición de Dios. Porque el mismo
Señor, cuando cierta persona le preguntó cuándo vendría su reino, contestó:
Cuando los dos sean uno, y el de fuera como el de dentro, y el varón como
la hembra, ni varón ni hembra. Ahora bien, los dos son uno cuando
decimos la verdad entre nosotros, y en dos cuerpos habrá sólo un alma, sin
disimulo. Y al decir lo exterior como lo interior quiere decir esto:
lo interior quiere decir el alma, y lo exterior significa el cuerpo. Por
tanto, de la misma manera que aparece el cuerpo, que se manifieste el alma
en sus buenas obras. Y al decir el varón con la hembra, ni varón ni
hembra, significa esto: que un hermano al ver a una hermana no debería
pensar en ella como siendo una mujer, y que una hermana al ver a un hermano
no debería pensar en él como siendo un hombre. Si hacéis estas cosas, dice
Él, vendrá el reino de mi Padre.
XIII.
Por tanto, hermanos, arrepintámonos inmediatamente. Seamos sobrios para lo
que es bueno; porque estamos llenos de locura y maldad. Borremos nuestros
pecados anteriores, y arrepintámonos con toda el alma y seamos salvos. Y que
no seamos hallados complaciendo a los hombres. Ni deseemos agradarnos los
unos a los otros solamente, sino también a los que están fuera, con nuestra
justicia, para que el Nombre no sea blasfemado por causa de nosotros. Porque
el Señor ha dicho: Mi nombre es blasfemado en todas formas entre todos
los gentiles; y también: ¡Ay de aquel por razón del cual mi Nombre es
blasfemado! ¿En qué es blasfemado? En que vosotros no hacéis las cosas
que deseo. Porque los gentiles, cuando oyen de nuestra boca las palabras de
Dios, se maravillan de su hermosura y grandeza; pero cuando descubren que
nuestras obras no son dignas de las palabras que decimos, inmediatamente
empiezan a blasfemar, diciendo que es un cuento falaz y un engaño. Porque
cuando oyen que les decimos que Dios dice: ¿Qué clase de merecimiento es
el vuestro, si amáis a los que os aman?; pero sí es un merecimiento vuestro
si amáis a vuestros enemigos y a los que os aborrecen; cuando oyen estas
cosas, digo, se maravillan de su soberana bondad; pero cuando ven que no
sólo no amamos a los que nos aborrecen, sino que ni aun amamos a los que nos
aman, se burlan de nosotros y nos desprecian, y el Nombre es blasfemado.
XIV.
Por tanto, hermanos, si hacemos la voluntad de Dios nuestro Padre, seremos
de la primera Iglesia, que es espiritual, que fue creada antes que el sol y
la luna; pero si no hacemos la voluntad del Señor, seremos como la escritura
que dice: Mi casa ha sido hecha cueva de ladrones. Por tanto,
prefiramos ser de la Iglesia de la vida, para que seamos salvados. Y no creo
que ignoréis que la Iglesia viva es el cuerpo de Cristo; porque la
Escritura dice: Dios hizo al hombre, varón y hembra. El varón es
Cristo y la hembra es la Iglesia. Y los libros y los apóstoles declaran de
modo inequívoco que la Iglesia no sólo existe ahora por primera vez, sino
que ha sido desde el principio: porque era espiritual, como nuestro Jesús
era también espiritual, pero fue manifestada en los últimos días para que Él
pueda salvarnos. Ahora bien, siendo la Iglesia espiritual, fue manifestada
en la carne de Cristo, con lo cual nos mostró que, si alguno de nosotros la
guarda en la carne y no la contamina, la recibirá de nuevo en el Espíritu
Santo; porque esta carne es la contrapartida y copia del espíritu. Ningún
hombre que haya contaminado la copia, pues, recibirá el original como
porción suya. Esto es, pues, lo que Él quiere decir, hermanos: Guardad la
carne para que podáis participar del espíritu. Pero si decimos que la carne
es la Iglesia y el espíritu es Cristo, entonces el que haya obrado de modo
inexcusable con la carne ha obrado de modo inexcusable con la Iglesia. Este,
pues, no participará del espíritu, que es Cristo. Tan excelente es la vida y
la inmortalidad que esta carne puede recibir como su porción si el Espíritu
Santo va unido a ella. Nadie puede declarar o decir las cosas que el
Señor tiene preparadas para sus elegidos.
XV.
Ahora
bien, no creo que haya dado ningún consejo despreciable respecto a la
continencia, y todo el que lo ponga por obra no se arrepentirá del mismo,
sino que le salvará a él y a mí, su consejero. Porque es una gran recompensa
el convenir a un alma extraviada y a punto de perecer, para que pueda ser
salvada. Porque ésta es la recompensa que podemos dar a Dios, que nos ha
creado, si el que habla y escucha, a su vez habla y escucha con fe y amor.
Por tanto permanezcamos en las cosas que creemos, en la justicia y la
santidad, para que podamos con confianza pedir a Dios que dice: Cuando
aún estás hablando, he aquí Yo estoy contigo. Porque estas palabras son
la garantía de una gran promesa: porque el Señor dice de sí mismo que está
más dispuesto a dar que el que pide a pedir. Viendo, pues, que somos
participantes de una bondad tan grande, no andemos remisos en obtener tantas
cosas buenas. Porque así como es grande el plaçer que proporcionan estas
palabras a los que las ejecutan, así será la condenación que acarrean sobre
sí mismos los que han sido desobedientes.
XVI.
Por tanto, hermanos, siendo así que la oportunidad que hemos tenido para el
arrepentimiento no ha sido pequeña, puesto que tenemos tiempo para ello,
volvámonos a Dios que nos ha llamado, entretanto que tenemos a Uno que nos
reciba. Porque si nos desprendemos de estos goces y vencemos nuestra alma,
rehusando dar satisfacción a sus concupiscencias, seremos partícipes de la
misericordia de Jesús. Porque sabéis que el día del juicio está acercándose,
como un horno encendido, y los poderes de los cielos se disolverán, y
toda la tierra se derretirá como plomo en el fuego, y entonces se descubrirá
el secreto y las obras ocultas de los hombres. El dar limosna es, pues, una
cosa buena, como el arrepentirse del pecado. El ayuno es mejor que la
oración, pero el dar limosna mejor que estos dos. Y el amor cubrirá
multitud de pecados, pero la oración hecha en buena conciencia libra de
la muerte. Bienaventurado el hombre que tenga abundancia de ellas. Porque el
dar limosna quita la carga del pecado.
XVII.
Arrepintámonos, pues, de todo corazón, para que ninguno de nosotros perezca
por el camino. Porque si hemos recibido mandamiento de que debemos también
ocuparnos de esto, apartar a los hombre de sus ídolos e instruirlos, ¡cuánto
peor es que un alma que conoce ya a Dios perezca! Por tanto, ayudémonos los
unos a los otros, de modo que podamos guiar al débil hacia arriba, como
abrazando lo que es bueno, a fin de que todos podamos ser salvados; y
convirtámonos y amonestémonos unos a otros. Y no intentemos prestar atención
y creer sólo ahora, cuando nos están amonestando los presbíteros; sino que
también, cuando hayamos partido para casa, recordemos los mandamientos del
Señor y no permitamos ser arrastrados por otro camino por nuestros deseos
mundanos; asimismo, vengamos aquí con más frecuencia, y esforcémonos en
progresar en los mandamientos del Señor, para que, unánimes, podamos ser
reunidos para vida. Porque el Señor ha dicho: Vengo para congregar a
todas las naciones, tribus y lenguas. Al decir esto habla del día de su
aparición, cuando vendrá a redimirnos, a cada uno según sus obras. Y
los no creyentes verán su gloria y su poder, y se quedarán asombrados
al ver el reino del mundo entregado a Jesús, y dirán: Ay de nosotros, porque
Tú eras, y nosotros no te conocimos y no creímos en Ti; y no obedecimos a
los presbíteros cuando nos hablaban de nuestra salvación. Y su gusano no
morirá, y su fuego no se apagará, y serán hechos un ejemplo para toda carne.
Está hablando del día del juicio, cuando los hombres verán a aquellos
que, entre vosotros, han vivido vidas impías y han puesto por obra
falsamente los mandamientos de Jesucristo. Pero los justos, habiendo obrado
bien y sufrido tormentos y aborrecido los placeres del alma, cuando
contemplen a los que han obrado mal y negado a Jesús con sus palabras y con
sus hechos, cuando sean castigados con penosos tormentos en un fuego
inextinguible, darán gloria a Dios, diciendo: Habrá esperanza para aquel que
ha servido a Dios de todo corazón.
XVIII.
Por tanto seamos hallados entre los que dan gracias, entre los que han
servido a Dios, y no entre los impíos que son juzgados. Porque yo también,
siendo un pecador extremo y aún no libre de la tentación, sino en medio de
las añagazas del diablo, procuro con diligencia seguir la justicia, para
poder prevalecer consiguiendo llegar por lo menos cerca de ella, en tanto
que temo el juicio venidero.
XIX.
Por tanto, hermanos y hermanas, después de haber oído al Dios de verdad, os
leo una exhortación a fin de que podáis prestar atención a las cosas que
están escritas, para que podáis salvaros a vosotros mismos y al que lee en
medio de vosotros. Porque os pido como una recompensa, que os arrepintáis de
todo corazón y os procuréis la salvación y la vida. Porque al hacer esto
estableceremos un objetivo para todos los jóvenes que desean esforzarse en
la prosecución de la piedad y la bondad de Dios. Y no nos desanimemos y
aflijamos, siendo como somos necios, cuando alguien nos aconseje que nos
volvamos de la injusticia hacia la justicia. Porque a veces, cuando obramos
mal, no nos damos cuenta de ello, por causa de la indecisión e incredulidad
que hay en nuestros pechos, y nuestro entendimiento es enturbiado por
nuestras vanas concupiscencias. Por tanto pongamos en práctica la justicia,
para que podamos ser salvos hasta el fin. Bienaventurados los que obedecen
estas ordenanzas. Aunque tengan que sufrir aflicción durante un tiempo breve
en el mundo, recogerán el fruto inmortal de la resurrección. Por tanto, que
no se aflija el que es piadoso si es desgraciado en los días presentes, pues
le esperan tiempos de bienaventuranza. Volverá a vivir en el cielo con los
padres y se regocijará durante toda una eternidad sin penas.
XX.
Y no permitas tampoco que esto turbe tu mente, que vemos que los impíos
poseen riquezas, y los siervos de Dios sufren estrecheces. Tengamos fe,
hermanos y hermanas. Estamos militando en las filas de un Dios vivo; y
recibimos entrenamiento en la vida presente, para que podamos ser coronados
en la futura. Ningún justo ha recogido el fruto rápidamente, sino que ha
esperado que le llegue. Porque si Dios hubiera dado la recompensa de los
justos inmediatamente, entonces nuestro entrenamiento habría sido un pago
contante y sonante, no un entrenamiento en la piedad; porque no habríamos
sido justos yendo en pos de lo que es piadoso, sino de las ganancias. Y por
esta causa el juicio divino alcanza al espíritu que no es justo, y lo llena
de cadenas.
Al único
Dios invisible, Padre de la verdad, que nos envió al Salvador y Príncipe de
la inmortalidad, por medio del cual Dios también nos hizo manifiesta la
verdad y la vida celestial, a Él sea la gloria por los siglos de los siglos.
Amén.
Fuente: Los
Padres Apostólicos, por J. B. Lightfoot. Editorial CLIE
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