Homilia de San Hilario de Poitiers sobre el salmo 130
San Hilario (315-367 d.C. aprox.), obispo de Poitiers, en las Galias (actual Francia), fue el más grande defensor de la fe católica expresada en el Concilio de Nicea (325 d.C.), ante el avance de la herejía arriana, lo que le valió el apelativo de "Atanasio del occidente". Su obra más importante es su tratado sobre la Trinidad (De Trinitate), el cual escribió durante el tiempo que estuvo exiliado en el Asia Menor, entre los años 356 y 360. Dentro de sus obras exegéticas se cuenta un comentario al Evangelio de Mateo y exégesis de algunos pasajes del Antiguo Testamento entre los que encontramos algunos salmos. Debe notarse, como se ve en el comentario al salmo 130, que San Hilario hace uso del texto griego del Antiguo Testamento -conocido como "Septuaginta"-, y no del texto hebreo que se impuso luego a partir de San Jerónimo (s. V).
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"¡Oh Señor!, no se ha engreído mi corazón, ni se han ensoberbecido mis
ojos".
1. Este breve Salmo, que exige un tratamiento analítico más que un
tratamiento homilético. Nos enseña la lección de la humildad y la
mansedumbre. Ahora, dado que hemos hablado muchas veces acerca de la
humildad, no hay necesidad de repetir las mismas cosas aquí. Por supuesto
que estamos obligados a tener en cuenta la gran necesidad que tenemos de que
nuestra fe permanezca en humildad cuando escuchamos al Profeta que la
entiende como equivalente al desempeño de los trabajos más altos: ¡Oh
Señor!, mi corazón no está exaltado. Pues un corazón contrito es el más
noble sacrificio a los ojos de Dios. El corazón, por lo tanto, no debe
inflarse por la prosperidad, sino que debe guardarse humildemente en los
límites de la mansedumbre, mediante el temor de Dios.
2. "Ni se han ensoberbecido mis ojos". El sentido estricto del griego aquí
transmite un significado diferente. Oude emeteoristhesan oi ophthalmoi ;
esto es, que no han sido elevados de un objeto para mirar a otro. Pero los
ojos deben elevarse en obediencia a las palabras del profeta: "Eleva tus
ojos y mira quién ha desplegado todas estas cosas" (Is 11,26). Y el Señor
dice en el Evangelio: "Eleva tus ojos, y mira los campos, que están blancos
hasta la cosecha" (Jn 55,35). Los ojos están, entonces, para ser elevados.
No para poner su mirada en cualquier parte, sino para permanecer fijos de
manera definitiva sobre todo aquello para lo que han sido elevados.
3. Y continua así: "No he andado entre grandezas, ni en cosas maravillosas
que me sobrepasan". Es muy peligroso andar entre cosas malas, y no quedarse
entre las cosas maravillosas. Las obras de Dios son grandes; Él, en Sí
mismo, es maravilloso en todo lo alto: ¿cómo puede entonces enorgullecerse
el salmista como si fuera una obra buena no andar entre grandezas y
maravillas? La adición de las palabras, "que me sobrepasan", nos muestra de
que se está hablando de caminar entre cosas distintas a las que los hombres
comúnmente consideran como grandes y maravillosas. Pues David, que fue
profeta y rey, también fue humilde y despreciado e indigno de sentarse a la
mesa de su padre; pero encontró el favor de Dios, fue ungido rey, e
inspirado para profetizar. Su reino no lo hizo altivo, no lo motivaban malas
intenciones: amó a quienes lo persiguieron, rindió honores a sus enemigos
muertos, perdonó a sus hijos incestuosos y asesinos. Fue despreciado en su
soberanía; como padre, fue herido; como profeta, fue afligido; y aun así no
reclamó venganza como podría hacerlo un profeta, ni infligió castigo como lo
haría un padre, ni correspondió a los insultos como lo haría un soberano. De
este modo no anduvo entre grandezas y maravillas que le sobrepasaban.
4. Veamos lo que sigue: "Si no humillaba mis pensamientos y en cambio he
elevado mi alma". ¡Qué inconsecuencia de parte del Profeta! No eleva su
corazón: pero sí eleva su alma. No camina entre grandezas y maravillas que
le sobrepasan; pero sus pensamientos no son bajos. Su inteligencia se
exalta, pero su corazón se apoca. Es humilde en su proceder: pero no es
humilde en su pensamiento. Su alma se eleva a las alturas porque su
pensamiento aspira alcanzar el cielo. Pero su corazón, "del que proceden
-según el Evangelio- pensamientos perversos, asesinatos, adulterios,
fornicaciones, robos, falsos testimonios, insultos" (Mt 15, 19), es humilde,
apremiado bajo el suave yugo de la mansedumbre. Nosotros debemos definir el
justo medio, entonces, entre la humildad y la exaltación, para que podamos
ser humildes de corazón pero elevados de alma y pensamiento.
Después continúa: "Como el niño destetado en los brazos de su madre, así
recompensarás mi alma". Nos es dicho que cuando Isaac fue destetado, Abraham
celebró una fiesta, porque ahora que era destetado, cruzaba el umbral de la
niñez y pasaba más allá del alimento de leche. El Apóstol alimenta a todos
los que son imperfectos en la fe, inclusive a niños en las cosas de Dios,
con la leche del conocimiento. De este modo dejar de necesitar leche marca
el mayor avance posible. Abraham proclamó mediante una alegre fiesta que su
hijo pasaba a la edad de comer carne, y el Apóstol rehusa el pan a los de
mentalidad carnal y a aquellos que son niños en Cristo. Y así, el Profeta
pide a Dios que, ya que no ha ensoberbecido su corazón, ni ha caminado en
medio de grandezas y maravillas que le sobrepasan; ya que no ha humillado
sus pensamientos sino que ha elevado su alma, que premie a su alma
recostándose como un niño destetado sobre su madre: es decir, que sea
considerado digno de la recompensa del Pan perfecto, celestial y vivo,
basado en que por razón de sus reconocidos trabajos ahora ya ha terminado la
etapa de lactancia.
6. Pero él no pide este Pan vivo del cielo sólo para sí mismo. Él alienta a
toda la humanidad a expectar este Pan, proclamando: "Que Israel espere en el
Señor, desde ahora y por siglos". Él no pone límite temporal a nuestra
esperanza, sino que nos invita a proyectarnos hasta el infinito en nuestra
fiel expectación. Nosotros debemos esperar por siempre, ganando la esperanza
de la vida futura mediante la esperanza de nuestra vida presente, que la
tenemos en Cristo Jesús nuestro Señor, que es bendito por los siglos de los
siglos. Amén.