San Pacomio: CATEQUESIS A PROPÓSITO DE UN MONJE RENCOROSO
Catequesis pronunciada por nuestro muy venerable santo padre Pacomio, el
santo archimandrita con motivo de un hermano que guardaba rencor contra
otro; en tiempos del abad Ebonh, que había llevado a aquel hermano a
Tabennesi. (Pacomio) le dirigió estas palabras en presencia de otros padres
ancianos, para su gran alegría. ¡En la paz de Dios! ¡Desciendan sobre
nosotros sus santas bendiciones y las de todos los santos! ¡Que todos
podamos ser salvados! ¡Amén!
Hijo mío, escucha y sé sabio (Pr 23,19), recibe la verdadera doctrina hay,
en efecto, dos caminos.
Sé obediente a Dios como Abraham, que dejó su tierra, marchó al exilio y
vivió bajo una carpa con Isaac en la tierra prometida, como en tierra
extranjera; obedeció, se humilló a sí mismo, recibió una heredad, incluso
fue puesto a prueba con respecto a Isaac, fue valiente en la prueba y
ofreció a Isaac en sacrificio a Dios. Por eso Dios lo llamó: "Mi amigo" (St
2,23).
Recibe aquel ejemplo de bondad de Isaac, cuando escuchó a su padre, y le
estuvo sometido hasta el sacrificio, como cordero inocente.
Recibe asimismo el ejemplo de la humildad de Jacob, su obediencia, su
perseverancia, hasta convertirse en luz que ve al Padre del universo; fue
llamado Israel.
Recibe aquel ejemplo de la sabiduría de José y su sumisión. Lucha en la
castidad y en el servicio hasta reinar.
Hijo mío, imita la vida de los santos y practica sus virtudes. Despierta, no
seas negligente, incita a tus conciudadanos, de los cuales te has
constituido el garante (Pr 6,3), levántate de entre los muertos; y Cristo te
iluminará (Ef 5,14), y la gracia se infundirá dentro de ti.
La paciencia, en efecto, te revela todas las gracias. Los santos fueron
pacientes y consiguieron las promesas. El orgullo de los santos es la
paciencia. Sé paciente para ser contado en las filas de los santos,
confiando que recibirás una corona incorruptible.
¿Un mal pensamiento? Sopórtalo con paciencia, hasta que Dios te dé la calma.
¿El ayuno? Persevera con firmeza. ¿La oración? Sin descanso, en tu
habitación entre tú y Dios. Un solo corazón con tu hermano; la virginidad en
todos los miembros, virginidad en tus pensamientos, pureza de cuerpo y
pureza de corazón; la cabeza inclinada y el corazón humilde, bondad en el
momento de la cólera.
Si un pensamiento te oprime, no te desalientes sopórtalo con valor diciendo:
Todos me rodearon, pero yo en el nombre del Señor los rechacé (Sal 117,11).
De improviso te llega el auxilio de Dios, los alejas de ti, Dios te protege
y la gloria divina camina contigo, porque el coraje camina con el que es
humilde y tú serás saciado como lo desea tu alma (Is 58,11). Los caminos de
Dios son la humildad de corazón y la bondad. Pues está escrito: ¿A quién
cuidaré sino al humilde y al pacífico? (Is 66,2). Si caminas por las sendas
del Señor, él te custodiar, te dará fuerza, te colmará de ciencia y de
sabiduría, pensará en ti en todo tiempo, te liberará del diablo y en tu
muerte te dará la gracia en su paz.
Hijo mío, te ruego: vigila, sé sobrio, para conocer a aquellos que tienden
trampas contra ti. El espíritu de la maldad y el de incredulidad suelen
caminar juntos; el espíritu de la mentira y del fraude caminan juntos; el
espíritu de la avaricia, el de la codicia y el del perjurio, aquel de la
deshonestidad y el de la envidia caminan juntos; el espíritu de la
vanagloria y el de la glotonería caminan juntos; el espíritu de la
fornicación y el de la impureza caminan juntos; el espíritu de la enemistad
y el de la tristeza caminan juntos. ¡Desgraciada la pobre alma en la que
habiten (estos vicios) y la dominen! A esa alma, la apartan de Dios, porque
ella está en su poder, va de aquí para allí hasta que cae en el abismo del
infierno.
Hijo mío, obedéceme, no seas negligente, no concedas el sueño a tus ojos, ni
reposo a tus párpados, para que puedas escapar de las trampas como una
gacela (Pr 6,4-5). Hijo mío, muchas veces, desde mi juventud, cuando estaba
en el desierto, todos los espíritus me han molestado, me afligían a tal
punto que mi corazón se deprimía, al extremo de pensar que no podía resistir
las amenazas del dragón. Me atormentaba de todas las formas. Si yo
progresaba, excitaba contra mí a (sus espíritus) que me hacían la guerra; si
me retiraba, me afligía con su insolencia; muchas veces mi corazón se turbó,
iba de un lado a otro y no encontraba quietud. Si, en cambio, huía cerca de
Dios derramando l grimas con humildad, con ayunos y noches de vigilias,
entonces el adversario y todos sus espíritus quedaban impotentes frente a
mí, el ardor divino venía a mí y de repente reconocía el auxilio de Dios,
porque en su clemencia da a conocer a los hijos de los hombres su fuerza y
su bondad.
Hijo mío, no condenes a ningún hombre, si ves que alguno es alabado, no
digas: "Este ya ha recibido su recompensa". Cuídate de este pensamiento pues
es muy malvado. Dios no ama a quien se alaba a sí mismo y odia a su hermano.
Pues quien se dice a sí mismo: "yo soy", cuando no es nadie, se engaña a sí
mismo (Ga 6,3). ¿Quién podrá ayudarlo si es orgulloso, si se presenta del
mismo modo en que se presenta Dios diciendo: Nadie es como yo (Ex 9,14)?
Oirá en seguida su propio reproche: Descenderás a los infiernos, serás
arrojado con los muertos, debajo tuyo estará la podredumbre, te cubrirán los
gusanos (Is 14,ll.15.19). En cuanto al hombre que ha adquirido la humildad,
se juzga solo a sí mismo, diciendo: "Mis pecados sobrepasan los de los
demás", no juzga a nadie, no condena a nadie. ¿Quién eres tú para juzgar a
un siervo que no es tuyo? Al que esta caído, en efecto, su Señor tiene el
poder de hacerlo levantar (Rm 14,4). Vigila sobre ti mismo, hijo mío, no
condenes a ningún hombre, gusta de todas las virtudes y custódialas.
Si eres extranjero, permanece aparte, no busques refugio cerca de alguien y
no te mezcles en sus asuntos. Si eres pobre, no te desanimes por ninguna
cosa, para que no te sea dirigido el reproche: La pobreza es mala en la boca
del impío (Si 13,24-30) ni debas oír que se te dice: Si padecen hambre se
entristecerán y maldecirán al jefe y a los ancianos (Is 8,21). Cuida para
que no se te haga la guerra porque te falta cualquier cosa respecto de las
necesidades del cuerpo, con motivo de la comida. No te desanimes, sé
paciente. Ciertamente Dios obra en lo secreto. Piensa en Habacuc en Judea y
Daniel en Caldea. La distancia que los separaba era de cuarenta y cinco
estadios; y además Daniel, entregado como alimento a las fieras, estaba en
lo hondo de la fosa, y con todo (el profeta) le proveyó la comida. Piensa en
Elías en el desierto y en la viuda de Sarepta; ésta estaba oprimida por el
flagelo de la carestía y el tormento del hambre, y en tal indigencia no fue
pusilánime, sino que luchó, venció y obtuvo lo que Dios le había prometido;
su casa disfrutó de abundancia en tiempo de carestía. No es ciertamente
prodigalidad dar pan en tiempo de abundancia y no es pobreza estar
desalentado en la indigencia. Está escrito, en efecto, sobre los santos:
Estaban necesitados, atribulados y afligidos (Hb 11,37), pero se gloriaban
en sus tribulaciones. Si eres perseverante en la lucha según las Escrituras,
no sufrirás ninguna esclavitud, como está escrito: Que nadie los engañe en
cuestión de comida y de bebida o respecto de las fiestas, novilunios o
sábados. Estas cosas son las sombras de aquellas futuras (Col 2,16-17).
Medita en todo momento las palabras de Dios, persevera en la fatiga, da
gracia en todas las cosas, huye de las alabanzas de los hombres, ama a quien
te corrige en el temor de Dios. Que todos te sean de provecho, para que tú
seas de provecho a todos. Persevera en tu obra y en palabras de bondad. No
des un paso adelante y otro atrás, a fin de que Dios no deje de amarte. La
corona, en efecto, será para quien haya perseverado. Obedece siempre más a
Dios, y él te salvar.
Cuando te encuentres en medio de tus hermanos no provoques las bromas.
Sadrac, Mesac y Abed-Negó rechazaron las diversiones de Nabucodonosor; por
eso éste no pudo convencerlos con las melodías de sus instrumentos, ni
engañarlos con las comidas de su mesa. Y así ellos sofocaron aquella llama
que se elevaba a una altura de cuarenta y nueve codos; no fueron disolutos
con quien era disoluto, sino que fueron rectos con quien era recto, es decir
con Dios. Por eso Dios los constituyó señores de sus enemigos. También
Daniel, por su parte, no obedeció al malvado pensamiento de los Caldeos, por
esto se convirtió en un gran elegido y fue hallado vigilante y sabio, y
cerró las fauces de los leones salvajes (Hb 11,33).
Ahora hijo mío, si pones a Dios como tu esperanza, él será tu auxilio en la
hora de la angustia; Quien se acerca a Dios debe creer que él existe y que
recompensa a aquellos que lo buscan (Hb 11,6). Estas palabras han sido
escritas para nosotros, para que creamos en Dios, para que jóvenes y
ancianos, luchemos con ayunos, oraciones y otras obras religiosas. Ni
siquiera la saliva que se seca en tu boca durante el ayuno, la olvidará
Dios, sino que encontrarás todo esto en la hora de la angustia. Sólo
humíllate en todo, contrólate en el hablar, incluso si has comprendido todas
las cosas; no te acostumbres a insultar, sino soporta con alegría toda
prueba. Si conocieras el honor que resulta de las pruebas no rezarías para
ser librado, porque es bueno para ti orar, llorar, suspirar, hasta ser
salvado, antes que relajar tu corazón y caer prisionero. ¿Oh hombre, qué
haces en Babilonia? Has envejecido en tierra extranjera (Ba 3,10), porque no
te has sometido a la prueba y no obras con rectitud delante de Dios. Por
esto, hermano, no relajes tu corazón.
Tal vez, eres un poco negligente, pero tus enemigos no acostumbran a dormir,
ni son negligentes en tenderte trampas noche y día. Por eso no busques cosas
grandes para no ser humillado y alegrar así a tus enemigos. Busca la
humildad, porque quien se ensalza será humillado y quien se humilla será
ensalzado (Mt 23,12; Lc 18,14). Y si no estás en condiciones de bastarte a
ti mismo, únete a otro que trabaje según el evangelio de Cristo y avanzarás
con él. Escucha o bien sométete a quien escucha; sé fuerte, para ser llamado
Elías, o bien obedece a quienes son fuertes, a fin de ser llamado Eliseo,
quien por haber obedecido a Elías recibió doble parte de su espíritu.
Si quieres vivir en medio de los hombres, imita a Abraham, Lot, Moisés y
Samuel. Si deseas vivir en el desierto, he aquí todos los profetas que te
han precedido. Imita a aquellos que vagaron por el desierto, por los valles
y las cavernas de la tierra (Hb ll,38.37), pobres, atribulados y afligidos.
Está escrito también: La sombra de quien está sediento y el Espíritu de los
hombres que han soportado la violencia te bendecirán (Is 25,4). Además, el
ladrón sobre la cruz profirió una palabra, el Señor perdonó sus pecados y lo
recibió en el paraíso. ¡Entonces, qué gran honor recibirás si eres paciente
en la prueba, o ante el espíritu de fornicación, o ante el espíritu de
orgullo, o bien frente a cualquier otra pasión! Tú luchas contra las
pasiones diabólicas, no para seguirlas, y Jesús te dará lo que te ha
prometido. Cuídate de la negligencia, porque ella es la madre de todos los
vicios.
Hijo mío, huye de la concupiscencia, porque entenebrece la mente y no
permite conocer el misterio de Dios; te hace extraño al lenguaje del
espíritu; te impide llevar la cruz de Cristo, y no deja que tu corazón esté
sobrio para alabar a Dios. Cuídate de los apetitos del vientre, que te hacen
ajeno a los bienes del paraíso. Cuídate de la impureza, ella provoca la ira
de Dios y de sus ángeles.
Hijo mío, vuélvete hacia Dios y ámalo; huye del enemigo, y ódialo; así las
bendiciones de Dios descenderán sobre ti, y podrás heredar la bendición de
Judá, hijo de Jacob. Está escrito, en efecto: Judá, tus hermanos te bendecir
n, tus manos estarán sobre la espalda de tus enemigos, y los hijos de tu
padre te servirán (Gn 49,8). Cuídate del orgullo, porque es el principio de
todo mal. El comienzo del orgullo es alejarse de Dios y lo que le sigue es
el endurecimiento del corazón. Si te cuidas de esto, tu lugar de reposo será
la Jerusalén celestial. Si el Señor te ama y te da gloria, cuídate de
exaltar tu corazón; antes bien, persevera en la humildad y habitarás en la
gloria que Dios te ha dado. Vigila sobre ti, porque: Dichoso quien sea
encontrado velando; será constituido sobre los bienes de su Señor (Mt 24,
46-47), y entrará lleno de alegría en el Reino. Los amigos del esposo lo
amar n, porque lo encontraron cuidando la viña.
Hijo mío, sé misericordioso en todas las cosas, porque está escrito:
Esfuérzate por presentarte ante Dios como un hombre probado, un trabajador
irreprensible (2 Tm 2,15). Vuélvete hacia Dios como el que siembra y
cosecha, y almacenarás en tu granero los bienes de Dios. No ores
ostensiblemente como aquellos hipócritas, sino renuncia a tus deseos, obra
para Dios obrando así por tu propia salvación. Si te aguijonea una pasión:
amor por el dinero, envidia, odio y otras pasiones, vela sobre ti, ten un
corazón de león, un corazón valiente, combate las pasiones, destrúyelas como
a Sijón, Hog y todos los reyes de los Amorreos. El Hijo amado, el Unigénito,
el rey Jesús, combate por ti para que puedas heredar las ciudades enemigas.
Rechaza todo orgullo lejos de ti y sé valiente. Mira: cuando Jesús, el hijo
de Navé, fue valeroso, Dios le entregó en sus manos a sus enemigos. Si eres
pusilánime, te haces extraño a la ley de Dios; la pusilanimidad te colma de
pretextos para ceder a la pereza, a la incredulidad y a la negligencia,
hasta que perezcas. Ten un corazón de león, grita también tú: ¿Quién nos
separará del amor de Dios? (Rm 8,35), y di: Aunque mi hombre exterior se
desmorone, el interior se renueva día a día (2 Co 4,16).
Si habitas en el desierto, lucha con oraciones, ayunos y mortificaciones. Si
vives en medio de los hombres: Sé prudente como las serpientes y sencillo
como las palomas (Mt 10,16). Si alguien te maldice, sopórtalo de buen ánimo,
espera en Dios que realizará lo que es bueno para ti. Tú no maldigas a la
imagen de Dios, pues Dios te ha dicho: A quien me glorifique, yo lo
glorificaré, a quien me maldiga yo lo maldeciré (1 S 2,30). Y si te alaban,
no te alegres, porque está escrito: Pobres de ustedes si todos los hombres
los alaban (Lc 6,26). También está dicho: Dichosos ustedes cuando los
insulten, los persigan, y rechacen su nombre como maldito (Lc 6,22). Del
mismo modo nuestros padres Bernabé y Pablo, después de ser alabados,
rasgaron sus vestiduras y se entristecieron, porque aborrecían la gloria de
los hombres. También Pedro y Juan, después de haber sufrido ultrajes en el
Sanedrín, salieron llenos de alegría porque habían merecido ser ultrajados
por el santo nombre del Señor. Tenían su esperanza en la gloria de los
cielos.
Pero tú, hijo mío, huye de las comodidades de este mundo, para estar en la
alegría del mundo futuro; no seas negligente dejando pasar día tras día, no
sea que te vengan a buscar antes de que tú lo adviertas y conozcas la
angustia; y los servidores del ángel de la muerte te rodeen, te rapten
cruelmente y te lleven a sus moradas de tinieblas, llenas de terror y
angustia. No te aflijas cuando seas ultrajado por los hombres, sino aflígete
y suspira cuando peques - este es el verdadero ultraje - y cuando seas
doblegado por tus pecados.
Te ruego insistentemente odiar la vanagloria. La vanagloria es el arma del
diablo. De este modo fue engañada Eva. (El diablo) le dijo: Coman del fruto
del árbol, se abrirán sus ojos y serán como dioses (Gn 3,5). Ella escuchó
pensando que era verdad, buscó tener la gloria de la divinidad y le fue
quitada incluso aquella gloria humana. Lo mismo tú, si sigues la vanagloria,
ella te hará ajeno a la gloria divina. Pero para Eva no había nada escrito a
fin de advertirla sobre esta guerra, antes que el diablo la tentase; para
esto vino el Verbo de Dios y tomó carne de la Virgen María: para liberar a
la estirpe de Eva. Tú, en cambio, respecto a esta guerra, te has instruido
en las santas Escrituras, por los santos que te han precedido. Por eso,
hermano mío, no digas: "No había oído hablar, no me habían informado ni ayer
ni antes de ayer". Pues está escrito, en efecto: El clamor de su voz se ha
difundido por toda la tierra, y sus palabras han llegado hasta los confines
del mundo (Sal 18,15; Rm 10,18).
Ahora, pues, si eres alabado, refrena tu corazón y da gloria Dios. Y si, en
cambio, te insultan, da gloria a Dios y agradécele de ser digno de la suerte
de su Hijo y de sus santos. Si han llamado "impostor" a tu Señor, "locos" a
los profetas, y "tontos" a otros, cuanto más nosotros, (que somos) tierra y
ceniza, no debemos entristecernos cuando somos calumniados. Este es el
camino para que tengas vida. Si, en cambio, es tu negligencia la que te
precipita, entonces llora y gime. En efecto: Aquellos que se criaban entre
púrpura, ahora están cubiertos de basura (Lam 4,5), porque han descuidado la
ley de Dios y han seguido sus caprichos. Ahora, hijo mío, llora delante de
Dios en todo tiempo, porque esta escrito: ¡Dichoso el que has elegido y has
tomado contigo! (Sal 64,5). Has puesto en su corazón tus pensamientos en el
valle del llanto, lugar que tú has preparado (Sal 83,6-7).
Adquiere la inocencia, sé cómo esas ovejas inocentes, que si se les quita la
lana no dicen ni una palabra. No vayas de un lugar a otro diciendo: "Aquí o
allá encontraré a Dios". Dios ha dicho: Yo lleno el cielo, Yo lleno la
tierra (Jr 23,24). Y de nuevo: Si pasaras a través del agua, Yo estoy
contigo (Is 43,2). Y: Los ríos no te sumergirán (Is 43,2). Debes saber, hijo
mío, que Dios vive dentro de ti, para que permanezcas en su ley y en sus
mandamientos. El ladrón estaba en la cruz y entró en el paraíso. Judas, en
cambio, era uno de los apóstoles y traicionó a su Señor. Rajab yacía en la
prostitución y fue contada entre los santos; Eva, en cambio, en el paraíso
fue engañada. Job sobre la basura fue comparado a su Señor, Adán en el
paraíso se desvió del precepto. Los ángeles estaban en el cielo y fueron
precipitados al abismo; Elías y Henoc fueron conducidos al reino de los
cielos. En todo lugar, por tanto, busquen a Dios, busquen en todo tiempo su
fuerza (1 Cro 16,11; Sal 104,4). Búsquenlo como Abraham que obedeció a Dios,
ofreció en sacrificio a su hijo y por esto fue llamado "mi amigo". Búsquenlo
como José, que luchó contra la impureza hasta reinar sobre sus enemigos.
Búsquenlo como Moisés, que siguió a su Señor; él lo constituyó legislador y
le hizo conocer su imagen. Lo buscó Daniel y (Dios) le dio a conocer grandes
misterios y lo salvó de las fauces de los leones. Lo buscaron los tres
santos y lo encontraron en el horno ardiente. Job se refugió en él, y él le
curó sus heridas. Lo buscó Susana, y (Dios) la salvó de las manos de los
impíos. Lo buscó Judit, y lo encontró en la carpa de Holofernes. Todos estos
lo buscaron, y él los salvó, y también salvó a los otros.
En cuanto a ti, hijo mío, ¿hasta cuándo serás negligente? ¿cuál es el límite
de tu negligencia? Este año es como el año pasado y hoy es como ayer.
Mientras seas negligente, no habrá ningún progreso para ti. Sé sobrio, eleva
tu corazón. Deberás comparecer delante del tribunal de Dios y rendir cuentas
de lo que has hecho en lo secreto y de lo que has hecho públicamente. Si vas
a un lugar donde se combate la guerra, la guerra de Dios, y si el Espíritu
de Dios te exhorta: "No te duermas en este lugar, porque hay insidias", y el
diablo por su parte te susurra: "Cualquier cosa que te suceda, es la primera
vez, o si has visto esto o aquello, no te aflijas"; no escuches sus astutos
discursos. No sea que el Espíritu de Dios se retire de ti y te desanimes,
que pierdas la fuerza como Sansón, que los extranjeros te aten con cadenas y
te lleven a la rueda de moler; es decir, al rechinar de dientes y te
conviertas para ellos en un objeto de irrisión, es decir que se burlen de ti
y que ya no conozcas más el camino hacia tu ciudad, porque te han sacado los
ojos por haberle abierto tu corazón a Dalila, es decir al diablo que te ha
capturado con el engaño, porque no has escuchado los consejos del Espíritu.
Has visto también lo que le sucedió a un hombre valiente como David;
felizmente en seguida se arrepintió respecto de la mujer de Urías. Está
escrito asimismo: Han visto mi herida, teman (Job 6,21).
He aquí que has aprendido que Dios no les ha ahorrado (pruebas) a los
santos. Vigila, entonces, sabes las promesas que has hecho, huye de la
arrogancia, arranca de ti mismo al diablo para que él no te arranque los
ojos de tu inteligencia y te deje ciego, de modo que no conozcas más el
camino de la ciudad, el lugar donde vives. Reconoce de nuevo la ciudad de
Cristo, dale gloria porque ha muerto por ti.
¿Por qué cuándo un hermano te hiere con una palabra, te enojas, te comportas
como una fiera? ¿Acaso no recuerdas que Cristo murió por ti? Y cuando tu
enemigo, esto es el diablo, te susurra alguna cosa, inclinas tu oído hacia
él para que te derrame su maldad, le abres tu corazón y absorbes el veneno
que te ha dado. ¡Desdichado! ¡Éste es el momento de transformarte en una
fiera o ser como el fuego, para quemar toda su maldad! Debiste tener náuseas
y vomitar la maloliente iniquidad; ¡que el veneno no penetre dentro de ti y
perezcas! Oh hombre, no has soportado una pequeña palabra dicha por tu
hermano. Pero cuando el enemigo busca devorar tu alma, ¿entonces, ¿qué has
hecho? ¿Con él sí tuviste paciencia?
No, querido mío, no se deberá lamentar tu situación, puesto que, en vez de
un ornamento de oro sobre la cabeza, se te rapará la cabeza a causa de tus
obras (Is 3,24). Vigila más bien sobre ti, soporta alegremente a quien te
desprecia, sé misericordioso con tu hermano, no temas los sufrimientos del
cuerpo.
Hijo mío, presta atención a las palabras del sabio Pablo cuando dice: Me
esperan cadenas y tribulaciones en Jerusalén, pero no justifico mi alma con
ninguna palabra sobre el modo de acabar mi carrera (Hch 20,23-24); y: Estoy
dispuesto a morir en Jerusalén por el nombre de mi Señor Jesucristo (Hch
21,13). Ni el sufrimiento, en efecto, ni la prueba, impedirán a los santos
alcanzar al Señor. ¡Ten confianza! ¡Sé valiente! ¡Acaba con la cobardía
diabólica! Corre más bien en pos del coraje de los santos. Hijo mío, ¿por
qué huyes de Adonai, el Señor Sabaoth y recaes en la esclavitud de los
Caldeos? ¿Por qué das de comer a tu corazón en compañía de los demonios?
Hijo mío, cuídate de la fornicación, no corrompas los miembros de Cristo. No
obedezcas a los demonios. No hagas de los miembros de Cristo, miembros de
una prostituta (1 Co 6,15). Piensa en la angustia del castigo, pon delante
de ti el juicio de Dios, huye toda concupiscencia, despójate del hombre
viejo y de sus obras y revístete del hombre nuevo (Col 3,9). Piensa en la
angustia (que experimentarás) en el momento de salir de este cuerpo.
¡Hijo mío, refúgiate a los pies de Dios! Es él quien te ha creado y por ti
ha padecido estos sufrimientos. Ha dicho, en efecto: Ofrecí mi espalda a los
latigazos y mis mejillas a los golpes, no retiré mi cara a la ignominia de
los salivazos (Is 50,6). Oh hombre, ¿de qué te sirve hacer el camino hacia
Egipto para beber el agua de Geón, que está contaminada? (Jr 2,18). ¿En qué
te benefician estos pensamientos turbulentos, hasta el extremo de sufrir
tales penas? Conviértete, más bien, y llora sobre tus pecados. Está escrito,
en efecto: Si hacen una oferta por sus pecados, sus almas tendrán una
descendencia que vivirá por mucho tiempo (Is 53,10).
Oh hombre, has visto que la transgresión es una cosa mala, y cuánto
sufrimiento y angustia engendra el pecado. Pronto, huye, oh hombre, del
pecado, piensa en seguida en la muerte. Está escrito: El hombre sensato
trata duramente al pecado (Pr 29,8), y: El rostro de los ascetas
resplandecerá como el sol (Mt 13,43; Dan 12,3). Acuérdate también de Moisés:
Prefirió sufrir con el pueblo de Dios, antes que gozar de las delicias
momentáneas del pecado (Hb 11,25). Si amas el sufrimiento de los santos,
ellos serán tus amigos e intercesores ante Dios y el te concederá todas tus
justas peticiones, pues has llevado tu cruz y has seguido a tu Señor.
No busques un puesto de honor entre los hombres, para que Dios te proteja
contra las tempestades que tú no conoces y te establezca en su ciudad, la
Jerusalén celestial. Examina todo y quédate con lo que bueno (1 Ts 5,21). No
seas altanero frente a la imagen de Dios. Vigila sobre tu juventud, para
velar sobre tu ancianidad. Que no debas experimentar vergüenza o reproches
en el valle de Josafat, allí donde todas las criaturas de Dios te verán y te
increparán diciendo: "¡Siempre habíamos pensado que eras una oveja y aquí,
en cambio, hemos constatado que eres un lobo! Vete ahora al abismo del
infierno, arrójate en el seno de la tierra" (Is 14,15). ¡Qué gran vergüenza!
En el mundo eras alabado como un elegido, pero cuando llegaste al valle de
Josafat, al lugar del juicio, te han visto desnudo, y todos contemplan tus
pecados y tu inmundicia expuestos ante Dios y los hombres. ¡Pobre de ti en
aquella hora! ¿Hacia dónde volverás tu rostro? ¿Abrirás acaso tu boca? ¿Qué
dirás? Tus pecados están impresos sobre tu alma negra como un cilicio. ¿Qué
harás entonces? ¿Llorarás? Tus lágrimas no serán recibidas. ¿Suplicarás? Tus
súplicas no serán recibidas, porque no tienen piedad aquellos a los cuales
te has entregado. Pobre de ti en aquella hora, cuando oigas la voz severa y
terrible: Los pecadores, vayan al infierno (Sal 9,18), y también: Apártense
de mi malditos, al fuego eterno que ha sido preparado por el diablo y sus
ángeles (Mt 25,41). Y también: A los que cometieron transgresiones yo los he
detestado (Sal 100,3). Borraré de la ciudad del Señor a todos aquellos que
obran el mal (Sal 100,8).
Hijo mío, usa de este mundo con circunspección, avanza considerándote nada,
sigue al Señor en todas las cosas para estar seguro en el valle de Josafat.
Que el mundo te mire como a uno de aquellos que han sido despreciados; a fin
de que en el día del juicio, en cambio, tu seas hallado revestido de gloria!
Y no confíes a nadie tu corazón en lo que atañe al descanso de tu alma, sino
confía todos tus anhelos al rey el te sustentará (Sal 54,23). Mira a Elías,
confió en el Señor en el torrente Querit y fue alimentado por un cuervo.
Cuídate atentamente de la fornicación. Ésta ha herido y hecho caer a muchos.
No te hagas amigo de un joven. No corras detrás de las mujeres. Huye de la
complacencia del cuerpo, porque las amistades inflaman como llamas. No
corras tras ninguna carne, porque si la piedra cae sobre el hierro, la llama
se inflama y consume todas las sustancias. Refúgiate siempre en el Señor,
siéntate a su sombra, porque quien vive bajo la protección del Altísimo,
habitará a la sombra del Dios del cielo (Sal 90,1), y no vacilará nunca (Sal
124,1). Acuérdate del Señor y que suba a tu corazón el pensamiento de la
Jerusalén celestial; estarás bajo la bendición del cielo y la gloria de Dios
te custodiará.
Vigila con toda solicitud tu cuerpo y tu corazón. Busca la paz y la pureza
(Hb 12,14), que están unidas entre sí, y verás a Dios.
No tengas disputas con nadie, porque quien está en alguna pelea con su
hermano, es enemigo de Dios y quien está en paz con su hermano, está en paz
con Dios. ¿No has aprendido ahora que nada es más grande que la paz que
conduce al amor mutuo? Incluso si estás libre de todo pecado, pero eres
enemigo de tu hermano, te haces extraño a Dios; está escrito, en efecto:
Busquen la paz y la pureza (Hb 12,14), porque están unidas entre sí. Está
escrito asimismo: Aunque tuviese toda la fe como para mover montañas, si no
tengo la caridad del corazón, de nada me serviría (1 Co 13,2-3). La caridad
edifica (1 Co 8,1). ¿Qué cosa podría ser purificada de la impureza? (Si
34,4). Si sientes en tu corazón odio o enemistad, ¿dónde está tu pureza? El
Señor dice por Jeremías: Dirige a su prójimo palabras de paz, pero hay
enemistad en su corazón, habla amablemente a su prójimo pero hay enemistad
en su corazón, o alimenta pensamientos de enemistad. ¿Contra esto no deberé
encolerizarme? dice el Señor. ¿O de un pagano como éste mi alma no deberá
vengarse? (Jr 9,5-9). Es como si dijese: "El que es enemigo de su hermano,
ése es un pagano, porque los paganos caminan en las tinieblas, sin conocer
la luz. Así, quien odia a su hermano camina en las tinieblas y no conoce a
Dios. El odio y la enemistad, en efecto, han cegado sus ojos y no ve la
imagen de Dios.
El Señor nos ha mandado amar a nuestros enemigos, bendecir a los que nos
maldicen y hacer el bien a los que nos persiguen. ¡En qué peligro nos
encontramos entonces, si nos odiamos unos a otros, (si odiamos) a nuestros
miembros-hermanos unidos a nosotros, los hijos de Dios, renuevos de la
verdadera vid, ovejas del rebaño espiritual reunidas por el verdadero
pastor, el Unigénito de Dios, que se ofreció en sacrificio por nosotros! Por
esta obra grandiosa el Verbo viviente ha padecido esos sufrimientos. ¿Y tú,
oh hombre, la odias por envidia y vanagloria, por avaricia o por arrogancia?
Así, el enemigo te ha descarriado para hacerte extraño a Dios. ¿Qué defensa
presentarás delante de Cristo? Él te dirá: "Odiando a tu hermano me odias a
mí". Irás, pues, al castigo eterno, porque has alimentado la enemistad hacia
tu hermano; en cambio, tu hermano entrará en la vida eterna, porque se ha
humillado delante de ti por causa de Jesús.
Busquemos entonces los remedios para este mal antes de morir. Queridísimos,
dirijámonos al evangelio de la verdadera ley de Dios, el Cristo, y le
oiremos decir: No condenen para no ser condenados, perdonen y serán
perdonados (Lc 6,37). Si no perdonas, tampoco serás perdonado. Si estás en
peleas con tu hermano, prepárate para el castigo por tus culpas, tus
transgresiones, tus fornicaciones realizadas ocultamente, tus mentiras, tus
palabras obscenas, tus malos pensamientos, tu avaricia, tus malas acciones
de las que rendirás cuenta al tribunal de Cristo, cuando todas las creaturas
de Dios te contemplarán y todos los ángeles del entero ejército angélico
estarán presentes con sus espadas desenvainadas, obligándote a justificarte
y a confesar tus pecados; y tus vestidos estarán todos manchados y tu boca
permanecerá cerrada; estarás aterrado sin tener nada que decir!
Desventurado, ¿de cuántas cosas deberás rendir cuentas? Impurezas
innumerables, que son como un cáncer para tu alma, deseos de los ojos, malos
pensamientos que entristecen al Espíritu y afligen el alma, palabras
inconvenientes, lengua fanfarrona que mancha todo el cuerpo, bromas, malas
diversiones, maledicencias, celos, odios, burlas, ofensas contra la imagen
de Dios, condenas, deseos del vientre que te han excluido de los bienes del
paraíso, pasiones, blasfemias que es vergonzoso mencionar, malos
pensamientos contra la imagen de Dios, cólera, disputas, obscenidades,
arrogancia de los ojos, deseos perversos, falta de respeto, vanidades. Sobre
todo, esto serás interrogado, porque has pleiteado con tu hermano y no has
resuelto el pleito, como hubieras debido, en el amor de Dios. ¿Nunca has
oído decir que la caridad cubre una multitud de pecados (1 P 4,8)? Y Su
Padre que esta en los cielos hará con ustedes lo mismo si no se perdonan
mutuamente en sus corazones (Mt 18,35). Su Padre que está en los cielos no
les perdonará sus pecados.
He aquí, queridos míos, que ustedes saben que nos hemos revestido de Cristo,
bueno y amigo de los hombres. No nos despojemos de Cristo a causa de
nuestras malas obras. Hemos prometido la pureza a Dios, hemos prometido la
vida monástica, cumplamos las obras que son: ayuno, oración incesante, la
pureza de cuerpo y la pureza de corazón. Si hemos prometido a Dios la
pureza, no nos ocurra que seamos sorprendidos en la fornicación, la cual
asume formas variadas. Se ha dicho, en efecto: Se han prostituido de
múltiples formas (Ez 16,25). Hermanos míos, que no nos sorprendan en obras
de este género, ¡qué no nos encuentren inferiores a todos los hombres!
Nos hemos prometido a nosotros mismos ser discípulos de Cristo;
mortifiquémonos, porque la mortificación maltrata a la impureza. Esta es la
hora de la lucha. No nos retiremos, por el temor de devenir esclavos del
pecado. Hemos sido constituidos luz del mundo; que nadie se escandalice por
causa nuestra. Revistámonos de silencio, pues muchos, en efecto, le deben su
salvación.
¡Velen sobre ustedes mismos, hermanos! No seamos exigentes entre nosotros,
por temor a que lo sean con nosotros en la hora del castigo. A nosotros,
vírgenes, monjes, anacoretas, ciertamente se nos dirá: "Dame lo mío con los
intereses. Nos increparán y nos dirán: "¿Dónde está el vestido de bodas?
¿Dónde está la luz de las lámparas? Si eres mi hijo, ¿dónde está mi gloria?
Si eres mi siervo, ¿dónde mi temor? (Mal 1,6). Si me has odiado en este
mundo, ahora apártate de mi porque no te conozco (Mt 7,23). Si has odiado a
tu hermano, te has hecho extraño a mi reino. Si has estado en peleas con tu
hermano y no lo has perdonado, te atarán las manos detrás de la espalda, te
atarán los pies y te arrojarán a las tinieblas exteriores, donde habrá
llantos y rechinar de dientes (Mt 22,13). Si has golpeado a tu hermano,
serás entregado a los ángeles sin piedad y serás fustigado con el flagelo de
las llamas eternamente. No has tenido respeto por mi imagen, me has
insultado, me has despreciado y deshonrado, por eso yo no tendré respeto por
ti en la aflicción de tu angustia. No has hecho las paces con tu hermano en
este mundo, yo no estaré contigo en el día del gran juicio. Has insultado al
pobre. Es a mí a quien has insultado. Has golpeado al desgraciado. Así te
has hecho cómplice de quien me ha golpeado en mi humillación sobre la cruz.
¿Acaso te he dejado faltar alguna cosa desde mi salida del mundo? ¿No te
hice el don de mi cuerpo y de mi sangre como alimento de vida? ¿No padecí la
muerte por tu causa, a fin de salvarte? ¿No te manifesté el misterio
celestial, para hacer de ti mi hermano y mi amigo? ¿No te he dado el poder
de pisar serpientes y escorpiones y todo poder sobre el enemigo (Lc 10,19)?
¿No te he dado múltiples remedios de vida con los cuales puedes salvarte:
¿mis portentos, mis signos, mis milagros, con los cuales me revestí en el
mundo como con una armadura de guerra? Te los he dado para que te ciñas y
derrotes a Goliat, es decir el diablo. ¿Qué cosa te falta ahora, por qué te
me has convertido en un extraño? ¡Sólo tu negligencia te precipita en el
abismo infernal!".
Hijo mío, estas cosas y otras peores nos dirán si somos negligentes y no
obedecemos (el mandamiento) de perdonarnos mutuamente. Vigilemos sobre
nosotros mismos y cuales son las potestades de Dios, que vendrán en nuestro
auxilio en el día de la muerte; aquellas que nos guiaron en medio de la dura
y terrible guerra, aquellas que harán resurgir nuestras almas de entre los
muertos.
Se nos han dado, ante todo, la fe y la ciencia para expulsar de nosotros
mismos la incredulidad, se nos han dado, después, la sabiduría y la
prudencia para discernir los pensamientos del diablo, huirles y detestarlos.
Se nos ha predicado el ayuno, la oración, la templanza, que otorgan la calma
al cuerpo y la quietud a las pasiones. Se nos han dado la pureza y la
vigilancia, gracias a las cuales Dios habitará en nosotros. Se nos han dado
la paciencia y la mansedumbre. Si custodiamos todas esto, heredaremos la
gloria de Dios.
Se nos han dado la caridad y la paz, poderosas en la lucha; el enemigo, en
efecto, no se puede acercar al lugar donde se encuentran éstas. Respecto a
la alegría, se nos ha ordenado combatir con ella la tristeza. Se nos han
dado la generosidad y la disposición para el servicio. Nos han dado la santa
oración y la perseverancia que colman de luz el alma. Se nos han dado la
modestia y la simplicidad, que desarman la maldad. Ha sido escrito para
nosotros que debemos abstenernos de juzgar, para vencer la mentira, perverso
vicio que está en el hombre, porque si no juzgamos no seremos juzgados en el
día del juicio. Se nos ha dado la paciencia para afrontar el sufrimiento y
las injusticias, para que no nos oprima el desaliento.
Nuestros padres han transcurrido sus vidas en el hambre, en la sed y en
innumerables mortificaciones, hasta conquistar la pureza; sobre todo han
huido del hábito del vino, que nos colma de todos los males. Las
turbaciones, los tumultos y los desórdenes en nuestros miembros son causados
por el abuso del vino. Esta es una pasión llena de pecados, es la
esterilidad y la podredumbre de los frutos. La insaciable voluptuosidad
entenebrece el entendimiento, hace impúdica la conciencia y rompe el freno
de la lengua. Hay alegría plena cuando no se entristece al Espíritu Santo y
no está atontada la voluntad. El sacerdote y el profeta, está escrito,
fueron atontados por el vino (Is 28,7). El vino es licencioso, insolente la
ebriedad. Quien se abandona a él no estará limpio de pecado (Pr 20,1). Cosa
buena es el vino, si se bebe con moderación. Si vuelves tus ojos a las copas
y a los cálices, caminarás desnudo como un necio (Pr 23,31). El que se haya
preparado para hacerse discípulo de Jesús, que se abstenga del vino y de la
ebriedad.
Nuestros padres, conociendo cuántos males provienen del vino, se
abstuvieron. Bebían poquísimo, en caso de enfermedad. Y si le fue concedido
un poco a Timoteo, ese gran trabajador, eso sucedió porque su cuerpo estaba
lleno de enfermedades. Pero a quien hierve de vicios en la flor de la
juventud, en quien se acumulan las impurezas de las pasiones, ¿qué le diré?
Tengo miedo de decirle que no beba (vino) por temor de que alguno,
despreciando la propia salvación, murmure contra mí. En nuestros días, en
efecto, para muchos este lenguaje es duro. Además, queridos míos, es bueno
vigilar y es útil mortificarse, porque quien se mortifica pondrá en un lugar
seguro su nave, en el buen y santo puerto de la salvación, y saciará de los
bienes del cielo.
Pero lo que es todavía más grande que todo esto: nos ha sido dada la
humildad; ella vela sobre todas las otras virtudes, tal es la gran y santa
fuerza de la cual se revistió Dios cuando vino al mundo. La humildad es el
baluarte de las virtudes, el tesoro de las obras, la armadura de la
salvación, el remedio para toda herida. Después de haber fabricado las telas
finas, los ornamentos preciosos y todos los adornos para el tabernáculo, se
lo revistió con una tela da cilicio. La humildad es cosa mínima delante de
los hombres, pero preciosa y estimada delante de Dios. Si la adquirimos
pisaremos todo el poder del enemigo (Lc 10,19). Está escrito, en efecto: ¿A
quién miraré, sino al humilde y al manso? (Is 66,2).
No concedamos reposo a nuestro corazón en este tiempo de carestía, porque si
se ha multiplicado la jactancia y la vanagloria, se ha multiplicado la
avidez, reina la fornicación por causa de la saciedad de la carne, ha
prevalecido el orgullo. Los jóvenes no obedecen más a los ancianos, los
ancianos no se preocupan más por los jóvenes, cada uno camina según los
deseos de su corazón. Éste es el tiempo de gritar con el profeta: ¡Ay de mí,
oh alma mía! El hombre que teme a Dios ha desaparecido de la tierra y el que
es recto entre los hombres no vive más según el Cristo; cada uno oprime a su
prójimo (Mi 7,1-2).
Queridísimos míos, luchen porque el tiempo está cerca y los días se han
acortado. Ya no hay un padre que enseñe a sus hijos, no hay un hijo que
obedezca a su padre, han desaparecido las vírgenes rectas; los santos padres
han muerto doquiera. Han desaparecido madres y viudas. Hemos llegado a ser
como huérfanos; se pisa a los humildes y se golpea la cabeza de los pobres.
Por esto, todavía un poco y vendrá la ira de Dios, y estaremos en la
aflicción sin que haya nadie para consolarnos. Todo esto nos ha sucedido
porque no hemos querido mortificarnos.
Queridos míos, luchemos para recibir la corona que ha sido preparada. El
trono está listo, la puerta del reino está abierta; al vencedor le daré el
maná escondido. Si luchamos y vencemos las pasiones, reinaremos para
siempre, pero si somos vencidos tendremos remordimientos y lloraremos con l
grimas amargas. Combatámonos a nosotros mismos mientras esté a nuestro
alcance la penitencia. Revistámonos con la mortificación y así nos
renovaremos en la pureza. Amemos a los hombres y seremos amigos de Jesús,
amigo de los hombres.
Si hemos prometido a Dios la vida monástica, <<hagamos las obras de la vida
monástica que son: ayuno, pureza, silencio, humildad, ocultamiento",
caridad, virginidad, pero no sólo del cuerpo, sino aquella virginidad que es
(escudo) contra todo pecado. En el evangelio, en efecto, algunas vírgenes
fueron rechazadas a causa de su pereza; aquellas, en cambio, que vigilaban
valerosamente entraron en la sala de bodas. ¡Qué cada uno de nosotros pueda
entrar en ese lugar para siempre!
El amor al dinero: por su causa somos combatidos. Si quieres amasar
riquezas, que son la carnada para el anzuelo del pescador, sobre todo
mediante la avaricia o con el comercio, o bien con la violencia o con el
engaño, o con un trabajo excesivo, al extremo de no tener tiempo para servir
a Dios, o por cualquier otro medio; si has deseado amasar oro y plata,
recuerda aquello que se dice en el evangelio: ¡Insensato! Esta noche te será
quitada la vida y aquello que has amontonado ¿para quién será? (Lc 12,20). Y
también: Amontona tesoros, sin saber para quién los amontona (Sal 38,7).
Lucha, querido mío, combate contra las pasiones y di: "Haré como Abraham,
levantaré mis manos hacia el Dios Altísimo, que ha creado el cielo y la
tierra (para atestiguar) que no tomaré nada de lo que es tuyo, ni un hijo,
ni la correa de una sandalia (Gn 14,22-23)"; son bienes esenciales para un
humilde extranjero. Y (di también) El Señor ama al prosélito, para proveerlo
de pan y vestido (Dt 10,18). Igualmente, a propósito de la pereza, por causa
de la cual se nos combate: Acumula riquezas en vistas a la limosna y para
los necesitados (Si 18,25). Recuerda que está escrito: Serán maldecidos tus
graneros y todo lo que ellos contengan (Dt 28,17). A propósito del oro y de
la plata, Santiago ha dicho: Su herrumbre se levantará en testimonio contra
ustedes; la herrumbre devorará su carne como el fuego (St 5,3), y: Es
superior el hombre justo que no tiene ídolos (Ba 6,72) y ve la su ignominia.
Purifícate de la maldición, antes que el Señor te llame. Has puesto tu
esperanza en Dios, porque está escrito: Que sus corazones sean puros y
perfectos delante de Dios (1 R 8,61).
Querido mío, te saludo en el Señor. En verdad has puesto en Dios tu auxilio,
él te ama, has caminado con todo el corazón según los mandamientos de Dios.
¡Qué Dios te bendiga, que tus fuentes se vuelvan ríos y tus ríos un mar!
Verdaderamente eres carro y auriga de la templanza. La lámpara de Dios arde
delante de ti, que reflejas la luz secreta del Espíritu y dispones tus
palabras con juicio. Que Dios te conceda la gracia de fuerza atlética de los
santos, que no se encuentren ídolos en tu ciudad. Que puedas poner tu pie
sobre el cuello del príncipe de las tinieblas, ver al generalísimo del
ejército del Señor a tu derecha, sumergir al faraón y sus ejércitos y hacer
atravesar a tu pueblo el mar salado, es decir ésta vida. ¡Así sea!
¡Te ruego aún no dar reposo a tu corazón! Esta es la alegría de los
demonios: hacer que el hombre conceda reposo a su corazón y arrastrarlo a la
red antes que lo advierta. No seas negligente en aprender el temor del
Señor, crece como las jóvenes plantas y agradarás a Dios, como un joven
búfalo que levanta en alto sus cuernos y sus pezuñas. Sé un hombre fuerte en
obras y palabras; no reces como los hipócritas, para que tu suerte no sea
como la de ellos. No pierdas ni siquiera un día de tu existencia, conoce qué
cosa le das a Dios cada día. Vive solo, como un general prudente. Discierne
tu pensamiento, sea que vivas en la soledad, sea en medio de otros. Cada
día, en suma, júzgate a ti mismo. Es mejor, en efecto, vivir en medio de un
millar de hombres con toda humildad, que solo, en una guarida de hiena, con
orgullo. De Lot, que vivía en medio de Sodoma se atestigua que era un
excelente hombre de fe. Hemos escuchado, en cambio, respecto a Caín, con el
cual no había sobre la tierra sino tres seres humanos, que fue un malvado.
Ahora se te propone la lucha. Examina lo que te ocurre cada día, para saber
si estás en el número de los nuestros o en el de aquellos que nos combaten.
Solamente a ti los demonios acostumbran a presentarse por tu derecha, a los
demás hombres se les aparecen por la izquierda. También yo, en verdad, fui
asaltado por la derecha; me llevaron al diablo atado como un asno salvaje,
pero el Señor me socorrió; yo no confié en ellos y no les entregué mi
corazón. Muchas veces fui tentado por insidias diabólicas a mi derecha, y
(el diablo) se puso a caminar delante mío. Se atrevió incluso a tentar al
Señor, pero éste lo hizo desaparecer junto con sus engaños.
Hijo mío, revístete de humildad, toma como consejeros tuyos a Cristo y a su
Padre bueno; sé amigo de un hombre de Dios, que tenga la ley de Dios en su
corazón, sé como un pobre que lleva su cruz y ama las lágrimas. Permanece de
duelo también tú, con un sudario en la cabeza. Que tu celda sea para ti una
tumba, hasta que Dios te resucite y te dé la corona de la victoria.
Si alguna vez llegas a litigar con un hermano que te ha hecho sufrir con una
palabra suya, o si tu corazón hiere a un hermano diciéndole: "No mereces
esto", o bien si el enemigo te insinúa contra alguien: "No merece esas
alabanzas", si recibes la sugestión o el pensamiento del diablo; si crece la
hostilidad de tu pensamiento; si estas en disputa con tu hermano, sabiendo
que no hay bálsamo en Galaad, ni médico en la vecindad (Jr 8,22), refúgiate
en seguida en la soledad con la conciencia en Dios, llora a solas con Cristo
y el espíritu de Jesús le hablará a tu entendimiento y te convencerá de la
plenitud del mandamiento. ¿Por qué debes luchar solo, igual que una fiera
salvaje, como si este veneno estuviese dentro de ti?
Piensa que tú también has caído a menudo. ¿No has escuchado decir a Cristo:
¿Perdona a tu hermano setenta veces siete (Mt 18,22)? ¿No has derramado
lágrimas muchas veces suplicando: ¿Perdóname mis innumerables pecados (Sal
24,18)? Si tú exiges lo poco que tu hermano te debe, en seguida el Espíritu
de Dios pone delante tuyo el juicio y el temor de los castigos. Recuerda que
los santos fueron considerados dignos de ser ultrajados. Recuerda que Cristo
fue abofeteado, insultado y crucificado por tu causa; y él colmará
inmediatamente tu corazón con la misericordia y el temor; entonces te
postrarás en tierra llorando, y diciendo: "Perdóname, Señor, porque he hecho
sufrir a tu imagen". Inmediatamente te levantarás con el consuelo del
arrepentimiento y te arrojarás a los pies de tu hermano con el corazón
abierto, con el rostro radiante, la sonrisa sobre los labios, irradiando paz
y, sonriendo, le pedirás a tu hermano: "Perdóname, hermano mío, por haberte
hecho sufrir". Que abunden tus lágrimas; después de las lágrimas viene una
gran alegría. Que la paz exulte entre ustedes dos y el Espíritu de Dios, por
su parte, se gozará y exclamará: Dichosos los pacíficos por que serán
llamados hijos de Dios (Mt 5,9). Cuando el enemigo oye el sonido de esta
voz, queda confundido, Dios es glorificado y sobre ti desciende una gran
bendición.
Hermano mío, éste es el tiempo de hacernos la guerra a nosotros mismos; tú
sabes que por todas partes se levantan las tinieblas. Las Iglesias están
llenas de litigantes y excitados, las comunidades monásticas se han vuelto
ambiciosas, reina el orgullo. No hay ninguno que se ponga a servir al
prójimo: en cambio, todos oprimen a su prójimo (Mi 7,2). Estamos inmersos en
el dolor. No hay más profeta ni sabio. No hay ninguno que pueda convencer a
otro, porque abunda la dureza de corazón. Quienes comprenden permanecen en
silencio pues los tiempos son malos. Cada uno es Señor de sí mismo, se
desprecia lo que no se debería despreciar.
Ahora, hermano mío, vive en paz con tu hermano. Y reza también por mí,
porque no puedo hacer nada, sino que estoy atribulado por mis deseos. Tú
vigila sobre ti en todas las cosas, esfuérzate, cumple tu obra de
predicador. Permanece firme en la prueba, lleva a término el combate de la
vida monástica con humildad, mansedumbre y temblor ante las palabras que
escucharás. Custodia la virginidad, evita los excesos y esas abominables
palabras poco oportunas; no te alejes de los escritos de los santos, sino
que sé firme en la fe de Cristo Jesús nuestro Señor. ¡A él sea la gloria, a
su Padre bueno y al Espíritu Santo! Así sea! Bendícenos.