Testimonios de Discapacitados
Daniel Timmons, escribiendo en el
National Post de Canadá el pasado 8 de octubre, describía cómo perdió la
mayor parte del control des sus manos y piernas. Sufre de esclerosis lateral
amiotrópica, también conocida como enfermedad de Lou Gherig. «Cada día no es
sólo una difícil batalla física, sino también una tortura psicológica»,
explicaba.
«Por mi propia experiencia, resulta un desafío el propósito de vivir cuando
tu cuerpo declina tan rápidamente y el miedo llena tu mente», indicaba
Timmons. Sin embargo, se oponía al suicidio asistido, observando que sería
más exacto llamarlo asesinato asistido.
Nuestra dignidad no depende de existir sin
dolor, añadía. «Si el sufrimiento de la gente les impide ver el valor de
vivir, entonces merecen nuestra compasión. Pero nadie debería actuar
deliberadamente para matarles».
El New York Times, el pasado 7 de noviembre,
presentaba el caso de otra víctima que sufre de la misma enfermedad, Jules
Lodish. Los reporteros visitaron su hogar de Bethesda,
Maryland, cuando ya llevaba viviendo diez años con la enfermedad. Ahora
prácticamente todos los músculos del cuerpo de Lodish están paralizados y
escribe en un ordenador crispando los músculos de su mejilla. Al preguntarle
que siente sobre su vida, Lodish respondía: «Todavía miro hacia delante cada
día».
Linda Manzini, profesora de
psiquiatría en la Universidad Sanitaria y Científica de Oregón en Portland,
declaró al New York Times que muchos pacientes tienen profundas creencias
religiosas que les ayudan a sostenerse, y son capaces «de encontrar
esperanza en el futuro, encontrar un significado y tolerar las pérdidas
diarias que están experimentando».
Vivir vidas «defectuosas»
Desde Londres, Jane Campbell, comisionado
de la Comisión de Derechos de los Discapacitados, habló de su experiencia
tras sufrir de atrofia espinal muscular. Escribiendo el 2 de diciembre en el
Times, explicaba qué le ocurrió en enero de 2004 cuando fue admitida al
hospital con una grave neumonía.
El médico que la trataba le comentó que si ella entrara en una parada
respiratoria, «él daba por descontado que no querría ser resucitada ni ser
conectada a respiración asistida». Ella contestó: «Por supuesto que querría
ser conectada a respiración asistida. El mismo escenario se repitió el día
siguiente con otro médico, y Campbell temió por su vida. Asustada de que los
médicos la dejaran morir, rechazó dormir durante las siguientes 48 horas.
«Este incidente, y otros similares que atrajeron
la atención de la Comisión de Derechos de los Discapacitados, refleja el
punto de vista de la sociedad de que personas como yo misma vivimos vidas
defectuosas e insostenibles y que la muerte es preferible a vivir con una
minusvalía grave», explicaba en el artículo.
También observaba que el concepto de enfermedad
terminal no es fácil de definir. Más de una cuarta parte de los médicos que
autorizan muertes asistidas en Oregón ha afirmado que no estaban seguros de
poder dar un pronóstico preciso seis meses vista.
Otro testimonio reciente vino de España, donde
el campeón de paraolímpico de Atenas, José Javier Curto,
describió al periódico La Razón que tras 11 años de vivir en una silla de
ruedas, debido a una enfermedad muscular, es un firme opositor a la
eutanasia.
Nuestras vidas pertenecen a Dios, afirmaba, con o sin sufrimiento. Además,
afirmaba que el caso de Ramón Sanpedro no era el caso típico. De hecho,
calculaba que la gran mayoría de los paralíticos quieren seguir vivos y se
oponen a la eutanasia.
El 6 de febrero el Telegraph informaba de otro
caso de Inglaterra, el de la baronesa Chapman de Leeds. La
baronesa se sentaba en la Cámara de los Lores, en el momento en que allí se
debatía la Ley de Capacidad Mental del gobierno británico. La ley, se decía,
abriría las puertas a la eutanasia.
La baronesa nació con una enfermedad de debilidad de huesos. En su
nacimiento, los médicos mantuvieron que no sería capaz de comunicarse y que
no tendría ninguna función mental apreciable. Ella tomó asiento en los Lores
el pasado octubre, y en su discurso condenó la Ley de Capacidad Mental,
diciendo: «Si esta ley hubiera sido aprobada hace 43 años, yo no estaría
aquí».
Declaró que, unos pocos meses después de su nacimiento en 1961, los médicos
la enviaron a su casa, diciendo que no había nada que ellos pudieran hacer
por ella. «Me enviaron a casa a morir», afirmó, «y todavía estoy esperando».
Nacida con 50 fracturas de hueso, ha sufrido 600 en total, y con sólo 2 pies
y 9 pulgadas de alto ha tenido que superar graves obstáculos. Sin embargo,
«creo que, en cualquier situación, a una persona se le deberían dar todas
las oportunidades para sobrevivir», defendió.