La muerte (asesinato) del hermano Roger: ¿Por qué?
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Testimonio que ha escrito el hermano François de Taizé al cumplirse un año
del fallecimiento del hermano Roger Schultz, fundador de la Comunidad Ecuménica
Internacional de Taizé.
En muchos de los mensajes que recibimos el año pasado se comparaba la muerte del
hermano Roger con las de Martin Luther King, Monseñor Romero o Gandhi. Con todo,
no se puede negar que hubo una diferencia. Estos últimos se encontraban
involucrados en un combate de origen político, ideológico, y fueron asesinados
por sus adversarios, que no podían soportar sus opiniones ni su influencia.
Algunos dirán que es inútil buscar una explicación al asesinato del hermano
Roger. El mal frustra siempre toda explicación. Un justo del Antiguo Testamento
decía que lo odiaban «sin razón», y San Juan puso semejante afirmación en boca
de Jesús: «Me odiaron sin causa».
Sin embargo, tratando al hermano Roger, hay un aspecto de su personalidad que me
llamó siempre la atención, y me pregunto si ello no explica por qué fue
agredido. El hermano Roger era un inocente. No porque no hubiera faltas en él.
El inocente es alguien para quien las cosas son más evidentes e inmediatas que
para los demás. Para el inocente la verdad es evidente. No depende de
razonamientos. El hermano Roger la «veía», por así decirlo, y le costaba darse
cuenta de que otros tuvieran una manera más laboriosa de ver las cosas. Para él,
lo que él decía era simple y claro, y se asombraba de que otros no lo
percibieran así. Se comprende fácilmente que, a menudo, el hermano Roger se
encontrara desarmado o se sintiera vulnerable. No obstante, su inocencia, en
general, no tenía nada de ingenuo. Para él, lo real no tiene la misma opacidad
que para el resto. Él «veía a través».
Tomaré el ejemplo de la unidad de los cristianos. Para el hermano Roger era
evidente que si esta unidad era querida por Cristo, tenía que poder ser vivida
sin demora. Los argumentos que se le oponían tuvieron que parecerle
artificiales. Para él, la unidad de los cristianos era ante todo una cuestión de
reconciliación. Y en el fondo tenía razón, ya que nosotros, por el contrario,
muy pocas veces nos preguntamos si estamos dispuestos a pagar el precio de la
unidad. Una reconciliación que no nos afectara en nuestra propia carne, ¿merece
llevar tal nombre?
Decían de él que no tenía un pensamiento teológico. Pero, ¿acaso no veía él
mucho más claro que aquellos que decían eso? Los cristianos, desde hace siglos,
han tenido la necesidad de justificar sus divisiones aumentando artificialmente
lo que les oponía. Sin darse cuenta entraron en un proceso de rivalidad y la
evidencia de dicho fenómeno se les ha ido de las manos. No han podido «ver a
través». La unidad les parecía imposible.
El hermano Roger era un hombre realista. Tenía en cuenta aquello que quedaría
irrealizable, sobre todo desde el punto de vista institucional. Pero él no podía
detenerse en ello. Esa inocencia le daba una fuerza persuasiva muy particular,
una especie de dulzura que no se daba nunca por vencida. Hasta el fin, vio la
unidad de los cristianos como una cuestión de reconciliación. Y la
reconciliación es un camino que cada cristiano puede hacer. Si todos lo
realizaran de verdad, la unidad estaría muy cerca.
Había otro aspecto de esa manera de ver del hermano Roger en el cual se podía
palpar todavía mejor su personalidad en toda su radicalidad: todo aquello que
podía sembrar una duda sobre el amor de Dios le era insoportable. Aquí tocamos
el tema de la comprensión inmediata de las cosas de Dios. No era un rechazo a
reflexionar, sino que sentía muy fuerte en sí mismo que un cierto lenguaje que
se considera correcto, por ejemplo sobre el amor de Dios, podría, en realidad,
oscurecer lo que personas no prevenidas esperaban de este amor.
Si el hermano Roger insistió tanto sobre la bondad profunda de cada ser humano,
habría que verlo con la misma óptica. No se hacía ilusiones acerca del mal. Por
naturaleza, era más bien vulnerable. Pero tenía la certeza de que si Dios ama y
perdona, significa que rechaza volver sobre el mal. Todo perdón verdadero
despierta el fondo del corazón humano, este fondo que está hecho para la bondad.
Esta insistencia sobre la bondad impresionaba a Paul Ricoeur. Nos dijo un día en
Taizé que era ahí donde él veía el sentido de la religión: «Liberar el fondo de
bondad de los hombres, ir allí donde está totalmente oculta». En el pasado,
algunas predicaciones cristianas recalcaban constantemente que la naturaleza
humana era fundamentalmente mala. Se hacía para garantizar la pura gratuidad del
perdón. Pero dicha prédica llevó a que mucha gente se alejara de la fe, incluso
si escuchaban hablar del amor, tenían la impresión de que ese amor tenía
reservas y que el perdón que se anunciaba no era total.
Lo más precioso de la herencia del hermano Roger se encuentra, quizás ahí: ese
sentido del amor y del perdón, dos realidades que eran evidentes para él y que
captaba con una inmediatez que, a menudo, se nos escapaba. En este campo era
verdaderamente el inocente, siempre sencillo, desarmado, leyendo en el corazón
de los demás, capaz de una extrema confianza. Su bellísima mirada lo
transparentaba. Si él se sentía tan a gusto con los niños, era porque ellos
vivían las cosas con la misma inmediatez; ellos no pueden protegerse ni pueden
creer en algo que es complicado; sus corazones van directo hacia lo que les
conmueve.
La duda no estaba jamás ausente en el hermano Roger. Por eso le gustaba tanto la
frase: «¡No dejes que me hablen mis tinieblas!» Porque las tinieblas son las
insinuaciones de la duda. Pero esta duda no tapaba la evidencia con la que él
sentía el amor de Dios. Quizás, la duda, reclamaba un lenguaje que no dejase
convivir ninguna ambigüedad. La evidencia de la que hablo no se sitúa a nivel
intelectual, sino más profundamente, a nivel del corazón. Y, como todo lo que no
puede ser protegido por fuertes razonamientos o certezas bien construidas, esta
evidencia era necesariamente frágil.
En los evangelios, la simplicidad de Jesús incomoda. Algunos de los que le
escuchaban se sentían cuestionados. Era como si los pensamientos de sus
corazones hubieran sido develados. El lenguaje claro de Jesús y su manera de
leer los corazones constituía, para ellos, una amenaza. Un hombre que no se deja
atrapar por los conflictos aparece como peligroso para algunos. Este hombre
fascina, pero la fascinación puede volverse fácilmente hostilidad.
El hermano Roger fascinó ciertamente por su inocencia, por su percepción de
inmediatez, por su mirada. Creo que él vio en los ojos de algunos que la
fascinación podía transformarse en desconfianza o en agresividad. Para alguien
que lleva sobre sí mismo conflictos irresolubles, su inocencia debió volverse
insoportable. No bastaba con insultar a este inocente. Hacia falta eliminarlo.
El doctor Bernard de Senarclens escribió: «Si la luz es demasiado viva, y pienso
que la que emanaba el hermano Roger podía encandilar, no siempre es fácil
soportarla. Entonces no queda otra solución que apagar esa fuente luminosa
suprimiéndola.»
Quise escribir esta reflexión porque me permite sacar a la luz un aspecto de la
unidad de la vida del hermano Roger. Su muerte ha sellado misteriosamente lo que
él siempre fue. Porque no lo mataron por una causa que él defendía. Lo mataron
por lo que era.
Hermano François, de Taizé