Paulo VI y el diablo (G. Hubert)
¿Cómo se ha podido llegar a esta
situación? »
Ésta es la pregunta que se hacía el Papa Pablo VI, algunos años
después de la clausura del Concilio Vaticano II, a la vista de los
acontecimientos que sacudían a la Iglesia. «Se creía que, después del
Concilio, el sol habría brillado sobre la historia de la Iglesia. Pero
en lugar del sol, han aparecido las nubes, la tempestad, las
tinieblas, la incertidumbre. »
Sí, ¿cómo se ha podido llegar a esta situación?
La respuesta de Pablo VI es clara y neta: «Una potencia hostil ha
intervenido. Su nombre es el diablo, ese ser misterioso del que San
Pedro habla en su primera Carta. ¿Cuántas veces, en el Evangelio,
Cristo nos habla de este enemigo de los hombres?». Y el Papa precisa:
«Nosotros creemos que un ser preternatural ha venido al mundo
precisamente para turbar la paz, para ahogar los frutos del Concilio
ecuménico, y para impedir a la Iglesia cantar su alegría por haber
retomado plenamente conciencia de ella misma».
Para decirlo brevemente, Pablo VI tenía la sensación de que «el humo
de Satanás ha entrado por alguna fisura en el templo de Dios».
Así se expresaba Pablo VI sobre la crisis de la Iglesia el 29 de junio
de 1972, noveno aniversario de su coronación. Algunos periódicos se
mostraron sorprendidos por la declaración del Papa sobre la presencia
de Satanás en la Iglesia. Otros periódicos se escandalizaron. ¿No
estaba Pablo VI exhumando creencias medievales que se creían olvidadas
para siempre?
Una de las grandes necesidades de la Iglesia contemporánea
Sin arredrarse ante estas críticas Pablo VI volvió sobre este tema
candente cinco meses más tarde. Y lejos de contentarse con reafirmar
la verdad sobre Satanás y su actividad, el Papa consagró una entera
catequesis a la presencia activa de Satanás en la Iglesia (cfr
Audiencia general, 15 de noviembre de 1972).
Desde el inicio, Pablo VI subrayó la dimensión universal del tema:
«¿Cuáles son hoy afirma las necesidades más importantes de la
Iglesia?». La respuesta del Papa es clara: «Una de las necesidades más
grandes de la Iglesia es la de defenderse de ese mal al que llamamos
el demonio».
Y Pablo VI recuerda la enseñanza de la Iglesia sobre la presencia en
el mundo «de un ser viviente, espiritual, pervertido y pervertidor,
realidad terrible, misteriosa y temible».
Después, refiriéndose a algunas publicaciones recientes (en una de las
cuales un profesor de exégesis invitaba a los cristianos a «liquidar
al diablo»), Pablo VI afirmaba que «se separan de la enseñanza de la
Biblia y de la Iglesia los que se niegan a reconocer la existencia del
diablo, o los que lo consideran un principio autónomo que no tiene,
como todas las criaturas, su origen en Dios; y también los que lo
explican como una pseudorealidad, una invención del espíritu para
personificar las causas desconocidas de nuestros males».
«Nosotros sabemos prosiguió Pablo VI- que este ser oscuro y
perturbador existe verdaderamente y que está actuando de continuo con
una astucia traidora. Es el enemigo oculto que siembra el error y la
desgracia en la historia de la humanidad.»
«Es el seductor pérfido y taimado que sabe insinuarse en nosotros por
los sentidos, la imaginación, la concupiscencia, la lógica utópica,
las relaciones sociales desordenadas, para introducir en nuestros
actos desviaciones muy nocivas y que, sin embargo, parecen
corresponder a nuestras estructuras físicas o psíquicas o a nuestras
aspiraciones profundas. »
Satanás sabe insinuarse... para introducir... Estas expresiones, ¿no
recuerdan a las del león rugiente de San Pedro que ronda, buscando a
quien devorar? El diablo no espera a ser invitado para presentarse,
más bien impone su presencia con una habilidad infinita.
El Papa evocó también el papel de Satanás en la vida de Cristo. Jesús
calificó al diablo de «príncipe de este mundo» tres veces a lo largo
de su ministerio, tan grande es el poder de Satanás sobre los hombres.
Pablo VI se esforzó en señalar los indicios reveladores de la
presencia activa del demonio en el mundo. Volveremos sobre este
diagnóstico.
Lagunas en la teología y en la catequesis
En su exposición, el Santo Padre sacó una conclusión práctica que, más
allá de los millares de fieles presentes en la vasta sala de las
audiencias, se dirigía a los católicos de todo el mundo: «A propósito
del demonio y de su influencia sobre los individuos, sobre las
comunidades, sobre sociedades enteras, habría que retomar un capítulo
muy importante de la doctrina católica, al que hoy se presta poca
atención».
El cardenal J. L. Suenens, antiguo arzobispo de BruxellesMalines,
escribió al final de su libro Renouveau et Puissances des ténébres:
«Acabando estas páginas, confieso que yo mismo me siento interpelado,
ya que me doy cuenta de que a lo largo de mi ministerio pastoral no he
subrayado bastante la realidad de las Potencias del mal que actúan en
nuestro mundo contemporáneo y la necesidad del combate espiritual que
se impone entre nosotros» (p. 113).
En otras palabras, la Cabeza de la Iglesia piensa que la demonología
es un capítulo «muy importante» de la teología católica y que hoy en
día se descuida demasiado. Existe una laguna en la enseñanza de la
teología, en la catequesis y en la predicación. Y esta laguna solicita
ser colmada. Estamos ante «una de las necesidades más grandes» de la
Iglesia en el momento presente.
¿Quién lo habría previsto? La catequesis de Pablo VI sobre la
existencia a influencia del demonio produjo un resentimiento
inesperado por parte de la prensa. Una vez más, se acusó a la Cabeza
de la Iglesia de retornar a creencias ya superadas por la ciencia. ¡El
diablo está muerto y enterrado!
Raramente los periódicos se habían levantado con una vehemencia tan
ácida contra el Soberano Pontífice. ¿Cómo explicar la violencia de
estas reacciones?
Que periódicos hostiles a la fe cristiana ironicen sobre una enseñanza
del Papa no suscita ninguna extrañeza. Es coherente con sus
posiciones. Pero que al mismo tiempo se dejen llevar de la cólera,
esto es lo que sorprende...
¿Cómo no presentir bajo estas reacciones la cólera del Maligno? En
efecto, Satanás necesita el anonimato para poder actuar de manera
eficaz. ¿Cuál no será su irritación, por tanto, cuando ve al Papa
denunciar urbi et orbi sus artimañas en la Iglesia? Es la cólera del
enemigo que se siente desenmascarado y que exhala su despecho a través
de estos secuaces inconscientes.
El enemigo desenmascarado
Habría que retomar el capítulo de la demonología: esta consigna de
Pablo VI tuvo una especie de precedente en la historia del papado
contemporáneo.
Era un día de diciembre de 1884 o de enero de 1885, en el Vaticano, en
la capilla privada de León XIIII. Después de haber celebrado la misa,
el Papa, según su costumbre, asistió a una segunda misa. Hacia el
final, se le vio levantar la cabeza de repente y mirar fijamente hacia
el altar, encima del tabernáculo. El rostro del Papa palideció y sus
rasgos se tensaron. Acabada la misa, León XIII se levantó y, todavía
bajo los efectos de una intensa emoción, se dirigió hacia su estudio.
Un prelado de los que le rodeaban le preguntó: «Santo Padre, ¿Se
siente fatigado? ¿Necesita algo?». «No, respondió León XIII, no
necesito nada... »
El Papa se encerró en su estudio. Media hora más tarde, hizo llamar al
secretario de la Congregación de Ritos. Le dio una hoja, y le pidió
que la hiciera imprimir y la enviara a los obispos de todo el mundo.
¿Cuál era el contenido de esta hoja? Era una oración al arcángel San
Miguel, compuesta por el mismo León XIII. Una oración que los
sacerdotes recitarían después de cada misa rezada, al pie del altar,
después del Salve Regina ya prescrito por Pío IX:
Arcángel San Miguel, defiéndenos en la lucha, sé nuestro amparo contra
la adversidad y las asechanzas del demonio. Reprímale Dios, pedimos
suplicantes. Y tú, Príncipe de la milicia celestial, arroja al
infierno, con el divino poder, a Satanás y a los otros malos espíritus
que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas.
León XIII confió más tarde a uno de sus secretarios, Mons. Rinaldo
Angeh, que durante la misa había visto una nube de demonios que se
lanzaban contra la Ciudad Eterna para atacarla. De ahí su decisión de
movilizar a San Miguel Arcángel y a las milicias del cielo para
defender a la Iglesia contra Satanás y sus ejércitos, y más
especialmente para la solución de lo que se llamaba «la Cuestión
romana».
La oración a San Miguel fue suprimida en la reciente reforma
litúrgica. Algunos piensan que, siendo tan adecuada para conservar
entre los fieles y los sacerdotes la fe en la presencia activa de los
ángeles buenos y de los malvados, podría ser reintroducida, o bien en
la Liturgia de las Horas, o bien en la oración de los fieles en la
misa. Como afirmaba Juan Pablo II el 24 de mayo de 1987, en el
santuario de San Miguel Arcángel en el Monte Gargan: «el demonio sigue
vivo y activo en el mundo». Las hostilidades no han cesado, los
ejércitos de Satanás no han sido desmovilizados. Por lo tanto la
oración continúa siendo necesaria.
El 20 de abril de 1884, poco tiempo antes de esta visión del mundo
diabólico, León XIII había publicado una encíclica sobre la
francmasonería que se inicia con consideraciones de envergadura
cósmica. «Desde que, por la envidia del demonio, el género humano se
separó miserablemente de Dios, a quien debía su llamada a la
existencia y los dones sobrenaturales, los hombres se ha dividido en
dos campos opuestos que no cesan de combatir: uno por la verdad y la
virtud, el otro por aquello que es contrario a la virtud y a la
verdad. »
Meditando las consideraciones de León XIII se comprende mejor la
consigna dada por Pablo VI en su catequesis del 15 de noviembre de
1972: «Habría que retomar un capítulo muy importante de la doctrina
católica (la demonología), al que hoy se presta poca atención».
Juan Pablo II ha hecho suya la consigna de su predecesor. En su
enseñanza ha ido incluso más allá de Pablo VI. Mientras que éste no
dedicó más que una catequesis del miércoles al problema del demonio,
Juan Pablo II ha tratado este tema a lo largo de seis audiencias
generales sucesivas. Y hay que añadir a esta enseñanza una
peregrinación al santuario de San Miguel Arcángel en el Monte Gargan,
el 24 de mayo de 1987, y un discurso sobre el demonio pronunciado el 4
de septiembre de 1988, con motivo de su viaje a Turín.
Las instituciones, instrumento de Satanás
En otras ocasiones, Juan Pablo II ha puesto en guardia a los fieles
contra las insidias del diablo, como por ejemplo en su encuentro con
30.000 jóvenes en las islas Madeira (mayo de 1991) donde citó un
pasaje significativo de su mensaje de 1985 para El año internacional
de la juventud: «La táctica que Satanás ha aplicado, y que continúa
aplicando, consiste en no revelarse, para que el mal que ha difundido
desde los orígenes se desarrolle por la acción del hombre mismo, por
los sistemas y las relaciones entre los hombres, entre las clases y
entre las naciones, para que el mal se transforme cada vez más en un
pecado 'estructural' y se pueda identificar cada vez menos como un
pecado `personal'». Satanás actúa, pero actúa sobre todo en la sombra,
para pasar desapercibido. Satanás actúa a través de los hombres y
también a través de las instituciones.
¿Es posible imaginar el papel de Satanás en la preparación, lejana y
cercana de las leyes que autorizan el aborto y la eutanasia?
En un estudio actual sobre Satanás, Dom Alois Mager o.s.b., antiguo
decano de la facultad de teología de Salzburgo, afirma que el mundo
satánico se caracteriza por dos rasgos: la mentira y el asesinato. «La
mentira aniquila la vida espiritual; el asesinato, la vida corporal...
Aniquilar siempre, ésta es la táctica de las fuerzas satánicas». Ahora
bien, Dios es Aquel que es y que da sin cesar la vida, el movimiento y
la existencia (cfr Hch 17, 28).
La insistencia creciente de dos Papas contemporáneos sobre Satanás y
sus maquinaciones ¿no es altamente significativa? ¿No nos invita a una
profundización en nuestra postura sobre el papel de Satanás en la
historia, la historia grande de los pueblos y de la Iglesia y la
historia pequeña de cada hombre en particular?
Un terreno minado
Sé muy bien que escribiendo estas páginas me aventuro en un terreno
minado, rodeado de misterio. Primero por la materia tratada. Después
por el escepticismo existente sobre el tema. Pocos cristianos parecen
creer verdaderamente en la existencia personal de los demonios. Muchos
parecen incluso rechazar esta verdad, no porque sea incierta, sino
porque se nos dice «hoy en día la gente no la admitiría». ¡Como si el
hombre de la era atómica pudiera censurar los datos de la Revelación!
¡Como si ésta se asemejara al menú de un restaurante donde cada
cliente elige o rechaza los platos a su gusto!
Otros, también irreverentes con la Revelación, compartirían con gusto
la posición de este viejo señor que, al final de una agitada mesa
redonda sobre la existencia del diablo, sugería que la cuestión fuese
decidida... por un referéndum: «La mayoría decidirá si los demonios
existen o no». ¡Como si la verdad dependiese del número de opiniones y
no de su consistencia! ¿Lo que afirman cien charlatanes deberá tener
más peso que la opinión meditada de un sabio o de un santo?
Algunos años antes de la intervención de Pablo VI, el cardenal
GabrielMarie Garrone denunciaba la conspiración del silencio sobre la
existencia de los demonios: «Hoy en día apenas si se osa hablar. Reina
sobre este tema una especie de conspiración del silencio. Y cuando
este silencio se rompe es por personas que se hacen los entendidos o
que plantean, con una temeridad sorprendente, la cuestión de la
existencia del demonio. Ahora bien, la Iglesia posee sobre este punto
una certeza que no se puede rechazar sin temeridad y que reposa sobre
una enseñanza constante que tiene su fuente en el Evangelio y más
allá. La existencia, la naturaleza, la acción del demonio constituyen
un dominio profundamente misterioso en el que la única actitud sabia
consistirá en aceptar las afirmaciones de la fe, sin pretender saber
más de lo que la Revelación ha considerado bueno decirnos».
Y el cardenal concluye: «Negar la existencia y la acción del 'Maligno'
equivale a ofrecerle un inicio de poder sobre nosotros. Es mejor, en
esto como en el resto, pensar humildemente como la Iglesia, que
colocarse, por una pretenciosa superioridad, fuera de la influencia
benefactora de su verdad y de su ayuda».
Es una obra buena armarles
Una decena de años más tarde, una vigorosa profesión de fe del obispo
de Estrasburgo, Mons. Léon Arthur Elchinger, se hará eco de las
consideraciones del cardenal Gabriel Marie Garrone. Pondrá, como se
suele decir, los punto sobre las «íes», desafiando de esta manera a
cierta intelligentia.
«Creer en Lucifer, en el Maligno, en Satanás, en la acción entre
nosotros del Espíritu del mal, del Demonio, del Príncipe de los
demonios, significa pasar ante los ojos de muchos por ingenuo, simple,
supersticioso. Pues bien, yo creo. »
«Creo en su existencia, en su influencia, en su inteligencia sutil, en
su capacidad suprema de disimulo, en su habilidad para introducirse
por todas partes, en su capacidad consumada de llegar a hacer creer
que no existe. Sí, creo en su presencia entre nosotros, en su éxito,
incluso dentro de grupos que se reúnen para luchar contra la
autodestrucción de la sociedad y de la Iglesia. Él consigue que se
ocupen en actividades completamente secundarias a incluso infantiles,
en lamentaciones inútiles, en discusiones estériles, y durante este
tiempo puede continuar su juego sin miedo a ser molestado. »
Y el prelado expone sus razones de orden sobrenatural primero y
después de orden natural.
«Sí, creo en Lucifer y esto no es una prueba de estrechez de espíritu
o de pesimismo. Creo porque los libros inspirados del Antiguo y del
Nuevo Testamento nos hablan del combate que entabla contra aquellos a
los que Dios ha prometido la herencia de su Reino. Creo porque, con un
poco de imparcialidad y una mirada que no se cierre a la luz de lo
Alto, se adivina, se constata cómo este combate continúa bajo nuestros
ojos. Ciertamente, no se trata de materializar a Lucifer, de quedarnos
en las representaciones de una piedad popular. Lucifer, el Príncipe
del mal, actúa en el espíritu y en el corazón del hombre. »
«Finalmente, creo en Lucifer porque creo en Jesucristo que nos pone en
guardia contra él y nos pide combatirlo con todas nuestras fuerzas si
no queremos ser engañados sobre el sentido de la vida y del amor».
Tomado de: http://www.unav.es/capellaniauniversitaria
Las citas son de El diablo hoy, de Georges Hubert, Edit. Palabra, 2000
Cortesía de www.interrogantes.net
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