«Los niños y los medios de comunicación social: un reto para la educación»
Mensaje del Papa Benedicto XVI
con motivo de la 41a Jornada Mundial
de las Comunicaciones Sociales 2007,
20 de mayo,
Queridos hermanos y hermanas:
1. El tema de la cuadragésima primera Jornada de las Comunicaciones
Sociales, "Los niños y los medios de comunicación social: un reto para la
educación", nos invita a reflexionar sobre dos aspectos de suma importancia.
Uno es la formación de los niños. El segundo, quizás menos obvio pero no
menos importante, es la formación de los medios mismos.
Los complejos desafíos a los que se enfrenta la educación actual están
fuertemente relacionados con el influjo penetrante de estos medios en
nuestro mundo. Como un aspecto del fenómeno de la globalización e impulsados
por el rápido desarrollo tecnológico, los medios marcan profundamente el
entorno cultural (cf. Juan Pablo II, Carta apostólica El rápido desarrollo,
3). De hecho, algunos afirman que la influencia formativa de los medios se
contrapone a la de la escuela, de la Iglesia e incluso a la del hogar. "Para
muchas personas la realidad corresponde a lo que los medios de comunicación
definen como tal" (Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales, «Aetatis
novae», 4).
2. La relación entre los niños, los medios de comunicación y la educación se
puede considerar desde dos perspectivas: la formación de los niños por parte
de los medios, y la formación de los niños para responder adecuadamente a
los medios. Surge entonces como una especie de reciprocidad que apunta a la
responsabilidad de los medios como industria, y a la necesidad de una
participación crítica y activa por parte de los lectores, televidentes u
oyentes. En este contexto, la formación en el recto uso de los medios es
esencial para el desarrollo cultural, moral y espiritual de los niños.
¿Cómo se puede promover y proteger este bien común? Educar a los niños para
que hagan un buen uso de los medios es responsabilidad de los padres, de la
Iglesia y de la escuela. El papel de los padres es de vital importancia.
Éstos tienen el derecho y el deber de asegurar un uso prudente de los medios
educando la conciencia de sus hijos, para que sean capaces de expresar
juicios serenos y objetivos que después les guíen en la elección o rechazo
de los programas propuestos (cf. Juan Pablo II, Exhortación apostólica «Familiaris
consortio», 76). Para llevar a cabo eso, los padres deberían de contar con
el estímulo y ayuda de las escuelas y parroquias, asegurando así que este
aspecto de la paternidad, difícil pero gratificante, sea apoyado por toda la
comunidad.
La educación para los medios debería ser positiva. Cuando se pone a los
niños delante de lo que es estética y moralmente excelente se les ayuda a
desarrollar la apreciación, la prudencia y la capacidad de discernimiento.
En este punto, es importante reconocer el valor fundamental del ejemplo de
los padres y el beneficio de introducir a los jóvenes en los clásicos de la
literatura infantil, las bellas artes y la música selecta. Si bien la
literatura popular siempre tendrá un lugar propio en la cultura, no debería
ser aceptada pasivamente la tentación al sensacionalismo en los lugares de
enseñanza. La belleza, que es como un espejo de lo divino, inspira y
vivifica los corazones y mentes jóvenes, mientras que la fealdad y la
tosquedad tienen un impacto deprimente en las actitudes y comportamientos.
La educación para los medios, como toda labor educativa, requiere la
formación del ejercicio de la libertad. Se trata de una tarea exigente. Muy
a menudo la libertad se presenta como la búsqueda frenética del placer o de
nuevas experiencias. Pero más que de una liberación se trata de una condena.
La verdadera libertad nunca condenaría a un individuo - especialmente un
niño - a la búsqueda insaciable de la novedad. A la luz de la verdad, la
auténtica libertad se experimenta como una respuesta definitiva al "sí" de
Dios a la humanidad, que nos llama a elegir lo que es bueno, verdadero y
bello, no de un modo discriminado sino deliberadamente. Los padres de
familia son, pues, los guardianes de la libertad de sus hijos; y en la
medida en que les devuelven esa libertad, los conducen a la profunda alegría
de la vida (cf. «Discurso en el V Encuentro Mundial de las Familias»,
Valencia, 8 julio 2006).
3. Este profundo deseo de los padres y profesores de educar a los niños en
el camino de la belleza, de la verdad y de la bondad, solo será favorecido
por la industria de los medios en la medida en que promueva la dignidad
fundamental del ser humano, el verdadero valor del matrimonio y de la vida
familiar, así como los logros y metas de la humanidad. De ahí que la
necesidad de que los medios estén comprometidos en una formación efectiva y
éticamente aceptable sea vista con particular interés e incluso con
urgencia, no solamente por los padres y profesores, sino también por todos
aquéllos que tienen un sentido de responsabilidad cívica.
Si bien afirmamos con certeza que muchos operadores de los medios desean
hacer lo que es justo (cf. Pontificio Consejo para las Comunicaciones
Sociales, «Ética en las comunicaciones sociales», 4), debemos reconocer que
los comunicadores se enfrentan con frecuencia a "presiones psicológicas y
especiales dilemas éticos" («Aetetatis novae», 19) viendo como a veces la
competencia comercial fuerza a rebajar su estándar.
Toda tendencia a producir programas --incluso películas de animación y video
juegos-- que exaltan la violencia y reflejan comportamientos antisociales o
que, en nombre del entretenimiento, trivializan la sexualidad humana, es
perversión; y mucho más cuando se trata de programas dirigidos a niños y
adolescentes. ¿Cómo se podría explicar este "entretenimiento" a los
innumerables jóvenes inocentes que son víctimas realmente de la violencia,
la explotación y el abuso? A este respecto, haríamos bien en reflexionar
sobre el contraste entre Cristo, que "abrazaba a los niños, y los bendecía
poniendo las manos sobre ellos" (Mc 10,16), y aquél que "escandaliza a uno
de estos pequeños más le vale que le pongan al cuello una piedra de molino"
(Lc 17,2).
Exhorto nuevamente a los responsables de la industria de estos medios para
que formen y motiven a los productores a salvaguardar el bien común, a
preservar la verdad, a proteger la dignidad humana individual y a promover
el respeto por las necesidades de la familia.
4. La Iglesia misma, a la luz del mensaje de salvación que se le ha
confiado, es también maestra en humanidad y aprovecha la oportunidad para
ofrecer ayuda a los padres, educadores, comunicadores y jóvenes. Las
parroquias y los programas escolares, hoy en día, deberían estar a la
vanguardia en lo que respecta a la educación para los medios de comunicación
social. Sobre todo, la Iglesia desea compartir una visión de la dignidad
humana que es el centro de toda auténtica comunicación. "Al verlo con los
ojos de Cristo, puedo dar al otro mucho más que cosas externas necesarias:
puedo ofrecerle la mirada de amor que él necesita" («Deus caritas est», 18).
Vaticano, 24 de enero de 2007, fiesta de san Francisco de Sales.
BENEDICTUS PP. XVI