Reflexione acerca de la
Catequesis
Dominical para Niños
a ustedes los padres de
familia,
a ustedes los
catequistas,
a ustedes los
profesores de religión
y a ustedes sus
sacerdotes...
(Nuestro
sitio ofrece recursos para la catequesis familiar y
dominical de los
niños. Sin embargo, de
ningún modo queremos dar pie al terrible malentendido como si pretendiéremos
colaborar en sustituir la Misa Dominical de la Comunidad Parroquial con una
Misa para Niños.)
Yo
acuso a los padres de familia
Yo
acuso a los profesores de religión
¿Incapacitamos
a los niños de percibir el misterio de Dios?
Acondicionamos
a los niños a no percibir los signos de Dios.
¿Por
qué no les enseñamos a escuchar?
¿Desecharemos
las dinámicas, juegos y medios audiovisuales?
porque no están asumiendo
su responsabilidad de transmitir la fe,
porque en lugar de
vigilar las influencias exteriores y anunciarles el amor de Dios, los dejan
horas y horas ante el televisor y los
valores se corrompen en su corazón,
y, en el caso de
esforzarse en hablarles cada semana, lo hacen mal porque lo hacen de manera
errónea. Los “expertos” los han engañado, proporcionándoles medios que sirven
sólo para “entretener” religiosamente a sus hijos. La vivencia que se inculca a
los hijos no es nada más que un moralismo para que se porten bien.
No saben lo que pasa con
sus hijos en las clases de religión y, además, abandonan su derecho y deber
inalienable de transmitir la fe y ceden este alienable privilegio suyo a los
“expertos”, porque han estudiado, porque saben mejor y porque es más cómodo
así.
Porque deslumbrados por la facilidad que brindan
“dinámicas, juegos, cuentos y medios audiovisuales” los deforman a los niños porque
los inhabilitan a percibir el misterio de Dios. Con “la mejor buena
voluntad” les están atrofiando los
“sentidos espirituales”. Y enseñan a sus
padres hacer exactamente lo mismo, haciéndoles creer que ustedes los
“expertos” saben lo que hacen. No lo saben.
porque están en este
trabajo por dinero y no por vocación. En caso de hacer más de lo que prescribe
el programa oficial se van por la misma línea que los catequistas: los
entretienen a los niños y les “facilitan” el cristianismo igual que ustedes lo
viven: la ley del menor esfuerzo.
Ustedes están tranquilos
porque han enviado a sus catequistas a las escuelas de la diócesis, donde han
aprendido un sinfín de “trucos”. Ustedes mismos están aplicándolos porque son
tan eficaces y tan entretenidos. Y no saben lo que enseñan los profesores de
religión en los colegios y escuelas de su jurisdicción porque tienen ustedes
mucho trabajo y para la vigilancia existen
los encargados oficiales.
Yo los acuso porque
también se han ido por la vía fácil.
Pues, es cierto.
Consideren el siguiente hecho. La eucaristía es el centro y el culmen de la
vida cristiana. La Iglesia a través de
los siglos ha celebrado la eucaristía cuyos elementos básicos no han variado.
Aunque haya una impresionante riqueza de ritos y maneras de celebrar, la
eucaristía saca su dinámica de la Pascua del Señor prefigurada en el éxodo del
pueblo escogido; los “vehículos” por medio de los cuales el Señor quiere llegar
a su pueblo reunido en asamblea son básicamente dos: la palabra y los signos
eucarísticos inmersos en el himno eucarístico que canta las maravillas de la
salvación. Todo lo demás es respuesta del pueblo que celebra. La Iglesia a
través de los siglos se ha esmerado en que la liturgia sea hermosa. Pero la
hermosura de la eucaristía tiene fundamentalmente sólo una raíz: la encarnación del Hijo de Dios. Los
Santos Padres no se cansan de repetir que al hacerse hombre la segunda persona
de la Santísima Trinidad, ha asumido también
una “encarnación en los signos”: el pan y el vino eucarísticos y en la
palabra proclamada. Orígenes no duda en decir que la palabra proclamada es otra
“encarnación” del Hijo de Dios.
Por eso observamos que en
la liturgia hay al mismo tiempo, junto con su solemnidad y hermosura, una
profunda sencillez y austeridad que no menoscaba en nada su belleza porque hace
transparentar la comunidad de creyentes bautizados a la presencia de la Santísima Trinidad.
Por eso es esencial que
los signos de la presencia divina le sean perceptibles a todos, también al
niño. Esto requiere de una iniciación. ¿Quién de ustedes les ha enseñado que el
presbítero actúa “in persona Christi”? ¿Quién les ha enseñado a reconocer los
múltiples signos de la presencia del Señor en la asamblea? ¿Quién les ha
enseñado a creerlo?
Me atrevo a decir que
gran parte de las dinámicas, juegos y “trucos” oscurecen estos signos. Cuando
suena suavemente una música hermosa que va a transformar al oyente desde
adentro, y yo, al mismo tiempo, hago sonar estrepitosamente el ritmo de una música
estridente, es imposible percibir la música suave. Es más, la aniquilo. Dios ha
escogido unos signos básicos sencillos de muy "poco ruido", y la
Iglesia ha construido alrededor de ellos su celebración. Y nosotros, en lugar
de darles a los niños y jóvenes un acceso, ofrecemos un sustituto. El “ruido”
de estos sustitutos no permite percibir la suave música transformadora de los signos
de Dios.
Desde la tierna edad
“facilitamos” la participación de los niños en la eucaristía, y, al mismo tiempo, les robamos la percepción
profunda de la fe. Para que no se distraigan, para que participen, para que
gocen, bien intencionados nosotros, les armamos juegos, dinámicas y medios
audiovisuales. En consecuencia el niño y más tarde el joven es
condicionado forzosamente a esperar una celebración
“entretenida” que evite el aburrimiento y que facilite la atención de las
generaciones con cada vez menos capacidad de concentración. La ley del menor
esfuerzo. Y en el trayecto el niño - y más tarde el joven - pierde la capacidad de percibir el misterio de
Dios. En esta dirección van también las misas dominicales para niños. ¿Porqué
desaparecen de nuestras misas cuando crecen?
¿Por qué brillan por su ausencia
en la adolescencia? ¿Los padres de familia tienen la culpa? Es cierto,
pero los catequistas también. ¿Qué hacen de la eucaristía? Dramatizaciones,
dinámicas, juegos, visualizaciones extravagantes. El templo se llena de dibujos
y trabajos manuales elaborados por los niños, de bailes, de ruidos. ¿Así se
percibe el misterio?
Hace años vi en la
televisión (también tiene cosas buenas) un informe sobre la educación de los
niños de una tribu de indígenas norteamericanos. Me llamó especialmente la
atención el hecho que las madres enseñan a sus hijos, apenas saben caminar, a
estar sentados quietos a su lado. Cuando se les preguntaba el porqué de esta
exigencia, contestaron que los niños no pueden participar en las reuniones y
ceremonias de los mayores si no saben estar sentados quietos. Compara con esto la pedagogía religiosa de
los padres modernos cuando llevan a sus hijos a la eucaristía. Estos corretean
por la asamblea distrayendo y destruyendo el ambiente de hermosura austera y de
atención. El pretexto: ¡Los niños son así!
¿Porqué el estar quieto,
el estar recogido
es tan importante para la celebración cristiana? Desde San Pablo – pero lo
sabían ya los antiguos rabinos – es un hecho incontrastable que la fe viene por
el (lo) oído. ¿Alguien que corretea, que está inquieto y distraído escuchará? ¡Jamás!
Por eso, desde la tierna
infancia los niños deben aprender que hay momentos cuando tienen que a estar quietos y cuando deben escuchar.
Si no aprenden esto sus hijos, no los traigan a la eucaristía.
Solución:
hagamos una eucaristía corta con textos cortos.
La
eucaristía normal es la celebración de la comunidad. No hay nada en contra
que entre semana se
celebren misas especiales con niños donde participan pocos adultos, pero sólo a manera de entrenamiento. Sirven para
ejercitarse. Los niños deben aprender cómo participar en la celebración de la
asamblea de los adultos. ¿Qué no van a entender? ¿Usted lo entiende todo? ¿Los
niños entienden todo en la vida familiar? Los padres tampoco en los momentos
importantes asumirán lenguajes y gestos infantiles sino se comportarán como adultos.
¿Por qué? Porque los niños son preparados para la vida de adulto. Nuevamente,
esto no quita que haya momentos especialmente para ellos. Pero los momentos
grandes de la familia no se van a infantilizar para que no se aburran. Más bien
se les enseña poco a poco cómo disfrutar a la manera de los adultos.
Porque nosotros, los
adultos, no sabemos escuchar. El simple hecho
de que un adulto diga que la misa fue aburrida traiciona un secreto
celosamente guardado y ni se da cuenta lo que revela. En su corazón existe la
desolación de la abominación. En la asamblea eucarística viene el “Padre de los
cielos y habla familiarmente con sus hijos” (Concilio Vaticano II). En la
asamblea eucarística Jesucristo muere y resucita de nuevo en una
re-actualización potente. La asamblea hace memoria la Pascua de Jesús, inserta
en ella a los presentes y anticipa la plenitud en el Cielo. La asamblea es
transportada al encuentro con la asamblea celeste. Y se atreven decir
que ¡La Misa es aburrida... ! Valiente declaración de no-fe.
Y los presbíteros, los
catequistas y los profesores de religión tenemos la culpa porque nos sentimos
culpables de que la misa sea aburrida. Así que les ofrecemos substitutos para
entretenerlos para que no sea aburrida la misa. No les enseñamos a vivir la
misa. ¿Qué cosa se ha atrofiado en el corazón del que habla del aburrimiento en
la eucaristía? No tiene fe. No percibe que Jesucristo está actuando el milagro
inaudito de la Pascua. No es de admirar que los niños crezcan con este espíritu
de la emoción fácil y se conviertan en replicas de cristianos a los que han
entretenido en su niñez y juventud y se aburren de adultos.
Lo trágico de todo es que
los sacerdotes, los catequistas, los profesores de religión y los padres de
familia nos esforzamos en mantener con trucos la atención de las nuevas
generaciones cuyo margen de atención es cada vez menor porque desde niño, para
mantener el interés, son bombardeados en la televisión con 12 imágenes al
segundo y si no les gusta cambian de canal.
El Papa Juan Pablo II ha
escrito una encíclica profética para el tercer milenio, la "Novo millenio ineunte”. En ella recuerda como
finalidad, objetivo, meta de la Iglesia y
de todos los bautizados una sola cosa: todos somos llamados a la
santidad. Y luego traza los pasos de la pedagogía que debería llevar a los
adultos (y a los niños) a la santidad. Entre los primeros están la escucha de
la palabra y la oración, elementos que requieren tener fe y estar quietos.
Díganme, ¿acaso estos elementos no son los esenciales para la liturgia
eucarística de la que habla el Papa también? No vayamos a sustituir con nada a estos elementos.
El hombre moderno
necesita aprender de nuevo a escuchar en su corazón, a dialogar con Dios que
está presente en su historia y dejarse arrastrar por la Pascua de Jesús. Estos
tres elementos forman parte de la fe. Nadie puede hacerse propietario de la fe.
La fe es un don y la fe – aquí se cierra el círculo – viene por el (lo) oído. Y
hay que decir frecuentemente al Señor: “Aumenta nuestra fe”. ¿Cuándo ha rezado
así la última vez y cuándo ha hecho rezar a los niños para pedir la fe? ¿Les ha enseñado a descubrir los
signos de los fe en su vida?
Los antiguos rabinos
utilizaron con frecuencia los cuentos para ilustrar su enseñanza, la Iglesia a
través de los tiempos ha utilizado múltiples medios para animar a vivir la fe:
peregrinaciones, lucernarios, procesiones, las pinturas (biblia pauperum),
variadas costumbres de religiosidad. Pero
nunca los ha utilizado para sustituir lo que es lo más grande en la vida
cristiana, la eucaristía. Son introducción, preparación, prolongación, si se
quiere; sirven para disponerse a lo que es lo más grande y sirven para continuar
en muchas facetas de la vida el misterio pascual.
Por eso, los padres de
familia, los catequistas, los profesores de religión, los presbíteros
utilizarán agradecidos los subsidios que se ofrezcan. Pero todo tiene una sola
finalidad, la de capacitar al niño a participar en la celebración dominical de
la comunidad de los adultos. Los padres hablarán a sus hijos en ese contexto de
la misa dominical. Los catequistas – antes de la misa por ejemplo – realizarán
sus dinámicas, juegos y diálogos para que los niños entren a la misa con los
oídos abiertos y con el corazón dispuesto. Si al niño más le llama la atención la
preparación que la celebración misma con los adultos, entonces le hemos
enseñado mal, hemos empleado mal los subsidios, nos hemos quedado en la
superficie, hemos sustituido lo esencial con lo secundario, no hemos fomentado
la fe y los niños y jóvenes en el futuro esperarán entretenimientos y no al
Señor.
Yo los acuso a ustedes y
me acuso a mí porque hemos caído en la trampa de lo fácil y hemos hecho daño a
los niños. ¡Lo hicimos con tanta buena voluntad, con tanto esfuerzo! Y los
hemos incapacitado a los niños y a los jóvenes. No percibirán el misterio de Dios.
¡Nosotros todos tenemos
la culpa!
Gerardo Müller msc
Misionero del Sagrado Corazón
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