INTRODUCCIÓN AL ADVIENTO Ciclo A
Para ser
del todo fieles al propósito de este trabajo, hemos de mirar al Adviento
desde una doble perspectiva: la de la liturgia y la del pensamiento de la
Iglesia expresado en el Catecismo.
El contenido de los cuatro domingos previos a la Navidad es
suficientemente explícito para que de ellos saquemos la conclusión de que la
Iglesia nos invita a una espera y a una
esperanza. A una espera porque se anuncia la venida al fin de los
tiempos, algo así como una tensión permanente entre el ya y el todavía no.
Eso se llama dar sentido verdaderamente escatológico a la vida
cristiana. El ya nos convence de que Jesús ha venido ya, que está
entre nosotros, que la Redención objetiva está
ya realizada, pero que todavía no se ha consumado. Y por eso estamos
a la espera.
Pero este ya nos invita a algo más. A que la presencia
de Jesús en medio del mundo, muchas de cuyas estructuras aún están alejadas
del Evangelio, sea más notoria
por medio de sus testigos. Si el creyente está
convencido de que el Reino de Dios ha venido, y que está
en medio de nosotros, que la Iglesia es la verdadera portadora de los
signos que lo anuncian y lo hacen presente, entonces está
en tensión para descubrir los signos de los tiempos.
Es precisamente en este punto donde se tocan la venida
histórica de Cristo hace 20 siglos y el saber aguardar su presencia de
salvación, hoy como ayer y como siempre. La primera no la repetimos, porque
ya ha venido; la de hoy la actualizamos en una liturgia que nos invita a
despertar de nuestro sueño, a estar en vela, a levantar la cabeza porque se
acerca nuestra liberación.
Y es que el anuncio de Cristo de que el Reino de Dios
está cerca podríamos entenderlo
como que nos está dando siempre alcance. Porque lo que así sucede ha
llegado, pero no del todo.
Anticipar la Parusía de Cristo (Domingo XXXIII y I
Adviento) es descubrir entre nosotros las señales de salvación. Es sentir
sobre nosotros el Juicio salvador, pero que nos hace mirar a lo íntimo de
nuestras vidas, para descubrir en ellas los espacios aún vacíos de Dios, las
esferas de nuestra existencia aún no inundadas por la conversión cristiana.
La
perenne actualidad de la salvación traída por Cristo nos es presentada
precisamente así por la liturgia: Hoy sabréis que viene el Señor y mañana
veréis su gloria (Vigilia de Navidad).
Y todo teniendo por delante unas semanas inmediatamente
previas a la Navidad. Es de temer que haya sido esto precisamente lo que en
nuestro tiempo haya restado importancia al Adviento.
La inminente Navidad y lo que lleva consigo tienen la suficiente
fuerza como para oscurecer este tiempo.
Sobre todo en España, donde no contamos con signos externos propios,
como sucede, por ejemplo, en
Alemania (el Adventskranz) con la Corona y las velas que son una forma muy
plástica de crear clima de expectación ante lo que se aproxima.
La esperanza a la que se nos convoca tiene un horizonte
m s amplio. Abarca realmente
toda nuestra existencia; pero se hace m s patente en estas fechas.
La esperanza, apoyada en la fe, afirma que el mismo
Cristo, cuya venida en carne conmemoramos ahora, vendrá a en Majestad al fin
de los tiempos. Es como una invitación a mirar el presente desde el futuro
de Dios. Es afirmar rotunda e incuestionablemente que el futuro es de Él y
no del hombre. Que es Él es el dueño de la historia. Pero que nos la ha
entregado en nuestras manos para que nos salvemos desde ella pero no en
ella. Porque la salvación plena no es ni está
en este mundo. La salvación meramente intramundana, tan apreciada
desde los filósofos de la sospecha, es, desde la óptica cristiana, una
pretensión vana. Pero, lejos de nosotros cualquier desentendimiento
de la realidad creada o cualquier genero de alienación, estamos
llamados a trabajar, a esforzarnos, a hacer presente la gratuidad del Dios
que nos envía a su Hijo en nuestra condición humana para participar de
nuestra peripecia humana, pero para hacerla salvadora solamente por Él y
desde Él.
El creyente cristiano, la Iglesia entera, se esfuerza,
evangeliza, promueve al hombre nuevo, desde la esperanza y por ella. Desde
ella porque sabe que es misión encomendada y que Dios dar
el incremento; por ella porque sólo ella puede impulsar
y ayudar a superar las dificultades de un mundo para el que la venida
de Cristo no es en gran medida noticia. Sentir hambre de Dios y advertir los
vacíos que hay en la vida y que sólo Dios puede llenar, es precisamente la
misión de quien vive de la esperanza.
Nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica (524) que
al celebrar anualmente la liturgia del Adviento, la Iglesia actualiza esta
espera del Mesías: participando en la larga preparación de la primera venida
del Salvador, los fieles renuevan el ardiente deseo de su segunda Venida.
Concisa y exacta manera de resumir cuanto venimos diciendo.
Hay una serie de personajes, aludidos constantemente
por la liturgia de estas semanas, y cuya cooperación a la venida del
Salvador queda verdaderamente resaltada: Isaías, Juan Bautista y la
Santísima Virgen. Cada uno con un papel distinto y todos llamados a preparar
los caminos del Señor, m s de lejos o m s de cerca. Desde el anuncio, cuyo
asombroso contenido habría dejado verdaderamente atónito al Profeta de haber
penetrado hasta su hondísima significación: La Virgen está
en encinta y da a luz un hijo, y le pone por nombre Emmanuel (que
significa Dios-con-nosotros), hasta la invitación del Precursor, a que se
allanen los senderos, se eleven los valles y desciendan los montes y colinas
para que toda carne vea la salvación de Dios, todo nos habla de un futuro
interpretado y leído sólo desde Dios, autor de toda esperanza de salvación.
Y la figura de María, recogiendo en sí misma toda la
esperanza del pueblo de la Antigua Alianza, como parte del resto de Israel y
del nuevo Pueblo de Dios, pronosticando la novedad en el canto del
Magníficat. La solemnidad de la Inmaculada, actualización de la preparación
por parte de Dios de la digna morada de su Hijo, y, sobre todo, los días de
las antífonas O (desde el 17 de Diciembre), días marianos por excelencia en
toda la liturgia anual, nos traen a la memoria el papel primordial de quien
fue fiel a la Palabra y pronunció el fiat que abrió las puertas de nuestro
mundo al Salvador de todos los pueblos. Como se dice en la Constitución
Gaudium et Spes, 55: María
sobresale entre los humildes y los pobres del Señor, que esperan de ‘l con
confianza la salvación y la acogen. Finalmente con ella, excelsa hija de
Sión, después de la larga espera de la promesa, se cumple el plazo y se
inaugura el nuevo plan de salvación (489).
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