INTRODUCCIÓN A LA NAVIDAD CICLO A
El paso del Adviento a la
Navidad es, desde el punto de vista litúrgico, tan extraordinariamente
rápido, que apenas da tiempo a tomar conciencia de la situación totalmente
distinta que se crea a la luz de los textos y del clima de las
celebraciones. Acaso haya que decir que nos damos cuenta demasiado pronto.
Se ha sobrepuesto el clima exterior de tal manera a la liturgia, que
difícilmente podemos soslayarlo.
No
obstante, hemos de fijar perfectamente la frontera entre unas celebraciones
y otras.
Toda la
liturgia de estos días gira en torno a la gran noticia: “La Palabra se ha
hecho carne y ha puesto su tienda entre nosotros”. La misma noticia, pero
más sobria y menos solemnemente enunciada es la del comienzo de la Carta a
los Hebreos: “En estos días nos ha hablado por su Hijo”.
Este primer núcleo encierra a su vez otros aspectos que
las distintas fechas se encargan de subrayar: Hijo de Dios e Hijo del
Hombre, Encarnado en el seno de María Virgen y manifestado al mundo.
La condición humana, hermanada con la de Dios a través
de Cristo, es la consecuencia que las Misas de la Navidad destacan,
especialmente las de “Aurora” y del día de Navidad. Junto a eso, y como
encadenado con lo anterior, la luz que ha irrumpido en el mundo rompiendo la
tiniebla es otra noticia que invita a la alegría navideña (Ambas ideas se
enlazan perfectamente en el Prefacio I de la Navidad).
En el
prólogo del IV Evangelio, San Juan usa el siguiente método: resalta la
condición divina del Verbo, “por quien han sido hechas todas las cosas” y
desciende luego haciéndole presente como Palabra que ha puesto su casa entre
nosotros.
La
liturgia de Navidad procede de modo parecido. El gran Dios nacido en Belén
es el Hijo del Hombre venido a través de María, Madre de Dios, mostrándonos
a sí el amor del Padre enviando al Hijo “pereciéndose a nosotros en todo,
menos en el pecado”.
Que la
Virgen Santísima aparezca venerada como Madre de Dios, y mediante la cual ha
hecho su entrada en el mundo, es lo que provoca en el creyente otra
sensación de estupefacción. Y conste que la liturgia, así vivida, nunca deja
de surtir sus efectos, porque jamás aburre, por muy repetida que la
hallemos.
El
misterio de la profunda vinculación entre la Madre y el Hijo y el profundo
amor del Padre, que para salvar a la humanidad ha elegido a una Mujer de
entre nosotros para traer la salvación por Jesucristo, hace de la Solemnidad
de la Madre de Dios, la fiesta de la Encarnación en cuanto tal, es decir, el
misterio de la Palabra hecha carne por medio de María.
Si en la
Navidad se celebraba fundamentalmente el nacimiento, el día 1 de Enero se
actualiza la donación. No estaría mal recuperar, ahora en lengua vernácula
para que sean entendidas por el pueblo, las palabras que en otro tiempo
acompañaban a la adoración del Niño en nuestros templos tras las misas
navideñas. En Navidad, “Christus natus est nobis, Venite adoremus”; y el día
de la Maternidad, “Christus datus est nobis”.
El tercero
de los momentos señalados se encuentra en la Epifanía. Es la manifestación
ostensible y pública, universal de Cristo a todas las naciones. España es
uno de los pocos lugares que concede caracter festivo a este día, pero no
por eso se destaca la condición que señalamos. Es este un día en que la
predicación va por derroteros muy distintos de los que la gente vive. Es el
día de los regalos y resulta difícil la celebración por falta de sintonía.
Tal vez sea el final del ciclo, la fiesta del Bautismo del Señor, la ocasión
de subrayar lo que no se haya podido en Epifanía.
Queda, sin
embargo, un dato de gran relevancia en estos días y de cuya trascendencia es
preciso hacernos eco en nuestra predicación: El Nombre de Jesús y el
Emmanuel “el-Dios-con-nosotros”.
El Catecismo de la Iglesia Católica, entre los números 430 y 435, expone la
doctrina acerca del mismo. Desde la apelación a la “salvación” como
contenido fundamental de tal denominación, hasta la constante invocación en
la oración de la Iglesia, el Catecismo va desgranando la gran riqueza de
contenido de este “Nombre-sobre-todo-nombre”, ya que “no hay bajo el cielo
otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos”.
Tradicionalmente se ha celebrado el primero de Enero la fiesta del Emmanuel.
Y, sin salirse para nada de la gran solemnidad de la Maternidad divina, es
bueno poner de relieve este acercamiento de Dios hacia nosotros.
Presentando la Navidad como la culminación de las promesas de Dios,
mediante las que se iba haciendo presente en medio del pueblo elegido y
prometía a la vez una presencia mayor y definitiva que sólo con la venida de
Cristo el mundo ha entendido del todo, puede hacerse alusión a esta venida y
esta presencia que deja verdaderamente pálidas las promesas, porque jamás
podía mente humana imaginar semejante muestra de vecindad de Dios para con
su pueblo: “Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito”.
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