San Alfonso María de Ligorio

El gran medio de la oración

EFICACIA DE LA ORACIÓN
 

Excelencia de la oración y su poder cerca de Dios

Tan gratas a Dios son nuestras plegarias que ha querido que sus santos ángeles se las presenten, apenas se las dirigimos. Lo dice San Hilario: Los ángeles presiden las oraciones de los fieles y diariamente las ofrecen al Señor. Y ¿qué son las oraciones de los santos, sino aquel humo de oloroso incienso que subía ante el divino acatamiento y que los ángeles ofrecían a Dios, como vio San Juan? Y el mismo Santo Apóstol escribe que las oraciones de los santos son incensarios de oro llenos de perfumes deliciosos y gratísimos a Dios.

Para mejor entender la excelencia de nuestras oraciones ante el divino acatamiento bastará leer en las Sagradas Escrituras las promesas que ha hecho el Señor al alma que reza, y eso lo mismo en el antiguo que en el nuevo Testamento. Recordemos algunos textos nada más: Invócame en el día de la tribulación ... Llámame y yo te libraré... Llámame y yo te oiré ... Pedid y se os dará... Buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá.. Cosas buenas dará mi Padre que está en los cielos a aquel que se las pida... Todo aquel que pide, recibe... Lo que queráis, pedidlo, y se os dará. Todo cuanto pidieren, lo hará mi Padre por ellos. Todo cuanto pidáis en la oración, creed que lo recibiréis y se hará sin falta. Si alguno pidiereis en mi nombre, os lo concederá, Y como éstos muchos textos más que no traemos aquí para no extendemos más de lo debido.

Quiere Dios salvarnos, mas, para gloria nuestra, quiere que nos salvemos, como vencedores. Por tanto, mientras vivamos en la presente vida, tendremos que estar en continua guerra. Para salvamos habremos de luchar y vencer. Sin victoria nadie podrá ser coronado. Así afirma San Juan Crisóstomo: Cierto es que somos muy débiles y los enemigos muchos y muy poderosos; ¿cómo, pues, podremos hacerles frente y derrotarlos? Responde el Apóstol animándonos a la lucha con estas palabras: Todo lo puedo con Aquel que es mi fortaleza. Todo lo podemos con la oración; con ella nos dará el Señor las fuerzas que necesitarnos, porque, como escribe Teodorato, la oración es una, pero omnipotente. San Buenaventura asegura que con la oración podemos adquirir todos los bienes y libramos de todos los males.

San Lorenzo Justiniano afirma que con la oración podemos levantamos una torre fortísima donde hemos de estar seguros de las asechanzas y ataques de todos nuestros enemigos. San Bernardo escribe estas hermosas palabras: Fuerte es el poder del infierno, pero la oración es más fuerte que todos los demonios. Y ello es así, porque con la oración alcanza el alma la ayuda divina que es más poderosa que toda fuerza creada. Por esto el santo rey David, cuando le asaltaban los temores, se animaba con estas palabras, Con cánticos de alabanza invocaré al Señor y seré libre de todos mis enemigos. San Juan Crisóstomo lo resume en esta sentencia: La oración es arma poderosa, tutela, puerto y tesoro. Es arma poderosa porque con ella vencemos todos los asaltos del enemigo; defensa, porque nos ampara en todos los peligros; puerto, porque nos salva en todas las tempestades; y tesoro, porque con ella tenemos y poseemos todos los bienes.

Conociendo el Señor, como conoce, que tan grande bien sea para nosotros la necesidad de la oración, como se dijo en el anterior capítulo, permite que seamos asaltados de muchos y terribles enemigos para que acudamos a El y le pidamos la ayuda que El mismo nos prometió y bondadosamente nos ofrece. Si halla mucha complacencia en ver cómo recurrimos a El, no es menor su pena y pesadumbre cuando nos halla perezosos en la oración. Lo mismo que un rey tendría por traidor al capitán que se hallara situado en una plaza y no pidiera fuerzas de socorro, de la misma manera, dice San Buenaventura tiene el Señor por traidor a aquel que al verse sitiado de tentaciones no acude a El en demanda de socorro, pues deseando está y esperando que se le pida para volar en su auxilio. Lo asegura el profeta Isaías: Díjole al rey Acaz de parte de Dios que pidiera el milagro que quisiera al Señor su Dios. Contestó el impío rey: Nada pediré... no quiero tentar al Señor. Esto dijo, porque confiaba en sus ejércitos y para nada quería el apoyo del auxilio divino. Duramente se lo echó en cara el profeta con estas palabras. Oye, oh rey de la casa de David, ¿acaso te parece poco el hacer agravio a los hombres, que osáis hacerlo también a mi Dios? Con lo cual quiso significar que ofende e injuria al Señor aquel que deja de pedirle las gracias que El bondadosamente le ofrece.

Venid a mí todos los que andáis agobiados con cargas y trabajos, que yo os aliviaré. Pobres hijos míos, dice el Señor, los que andáis combatidos de tantos enemigos y cargados con el peso de tantos pecados, recurrid a MI con la oración y yo os daré fuerzas para resistir y pondré remedio a todos vuestros males. En otro lugar dice por labios del profeta Isaías: Venid y argüidme... aunque vuestros pecados sean rojos, como la grana, blancos quedarán, como la nieve. Que es lo mismo que decir: Hombres, venid a mí, y aunque tengáis vuestra conciencia manchada con grandes culpas, no dejéis de venir... y si después de haber acudido a mí, yo con mi gracia no os vuelvo vuestra alma pura y cándida como la nieve, os autorizo para que me lo echéis en cara.

¿Qué es la oración? La oración responde el Crisóstomo es áncora para el que está en peligro de zozobrar... tesoro inmenso de riquezas para aquel que nada tiene.. medicina eficacísima para los enfermos del alma. Defensa segurísima para aquel que quiere conservarse firme en santidad. ¿Para qué sirve la oración? Responda por mí San Lorenzo Justiniano. La oración aplaca a Dios, el cual perdona al punto aquel que con humildad se lo pide.. alcanza todas las gracias que pide.. vence todas las fuerzas del demonio; en una palabra, tan maravillosamente transforma a los hombres que a los ciegos ilumina, a los débiles fortifica y de los pecadores hace santos. El que tenga necesidad de luz divina acuda al Señor y tendrá luz. Lo dice Salomón: Invoqué al Señor y al punto descendió sobre mí la sabiduría. El que tenga necesidad de fortaleza, llame al Señor y tendrá fortaleza como lo confesaba el profeta David: Abrí los labios para rezar y en el acto recibí la ayuda de Dios. ¿Y cómo pudieron los mártires tener tan grande fortaleza que resistieron a todos los tiranos? Con la oración, con la cual tuvieron la fuerza para vencer todos los tormentos y hasta la misma muerte.

Resumiéndolo todo, escribe San Pedro Crisólogo que aquel que emplea el arma de la oración, no cae en la muerte de la culpa, sino que despréndese de la tierra, y se eleva a los cielos y goza del trato con Dios. Túrbanse algunos y se preguntan inquietos y miedosos: ¿Quién sabe si estaré escrito en el libro de la vida? ¿Quién sabe si Dios me dará la gracia eficaz y la perseverancia? Vanas son estas preguntas. Sigamos el ejemplo de San Pablo, el cual escribía. No os inquietéis por la solicitud de cosa alguna: mas en todo presentad a Dios vuestras peticiones por medio de la oración y de las plegarias, acompañadas de hacimiento de gracias. Con estas palabras parece que nos quiere decir: ¿Por qué inquietarnos con necios temores y con inútiles angustias? Dejad todas vuestras temerosas solicitudes, que no sirven más que para empujar a la desesperación y hacer tibios y perezosos en el camino de la salvación eterna. Rezad, rezad siempre; que vuestras plegarias suban continuamente ante el trono de Dios. Dadle siempre gracias por las promesas que os hizo de concederos todas las gracias que le pidiereis; la gracia eficaz, la perseverancia, la salvación y todo cuanto deseareis... Nos lanzó el Señor a la batalla contra enemigos fuertes, pero El será fiel a la promesa que nos hizo de no permitir que seamos más fieramente combatidos de lo que nuestras fuerzas pueden resistir. Es fiel porque al punto socorre al que le invoca.

Dice a este propósito el eminentísimo cardenal Gotti que el Señor no está obligado a darnos una gracia que sea tan poderosa como la tentación, pero si la tentación arrecia y nosotros acudimos a El, entonces El se obliga a darnos la fuerza necesaria para vencer la acometida del demonio. Todo lo podemos con la ayuda divina que el Señor da a aquel que humildemente se la pide. Por donde concluyamos que si somos vencidos, culpa nuestra es, por no haber rezado. Pues, como escribe san Agustín: por la oración huyen todos nuestros enemigos.

Dice San Bernardino de Sena que la oración es embajadora fiel. El rey del cielo la conoce muy bien, pues tiene por costumbre entrarse muy confiadamente en sus tabernáculos y allí no se cansa de importunarle hasta que al fin alcanza la ayuda de su gracia para nosotros, pobres necesitados, que gemimos en medio de tantos combates y de tantas miserias en este valle de lágrimas. El profeta Isaías nos asegura que cuando el Señor oye nuestras plegarias, al punto se mueve tanto a compasión, que no nos deja llorar en demasía, pues luego nos responde concediéndonos lo que deseamos. Así lo dice el profeta: De ninguna manera llorarás: El Señor, apiadándose de ti, usará contigo de misericordia: al momento que oyere la voz de tu clamor, te responderá benigno. El profeta Jeremías así se queja en nombre de Dios.- ¿Por ventura he sido yo para Israel algún desierto o tierra sombría que tarda en fructificar? Pues, ¿por qué motivo me ha dicho mi pueblo: Nosotros nos retiramos. no volveremos jamás a Ti? ¿Por qué no quieres recurrir más a mí? ¿Por ventura es para vosotros mi misericordia, tierra estéril, que no puede producir fruto alguno de gracia? ¿O es que pensáis que es tierra de mala ley, que sólo lleva frutos tardíos? Con estas palabras nos hace comprender el Señor que no deja El nunca de oír nuestras oraciones y sin tardanza, y a la vez condena la conducta de aquellos que dejan de rezar con el pretexto de que Dios no quiere escuchar.

Generoso favor sería de parte de Dios, si solamente una vez al mes se dignase acoger nuestras plegarias. Así lo hacen los grandes de la tierra, los cuales ponen dificultades para atender. No es así el Señor, antes por el contrarío, dice el Crisóstomo, que siempre está aparejado a oír nuestras oraciones y no se dará jamás el caso de que le invoque un alma y El no oiga al punto su oración. En otro lugar dice el mismo santo que antes que nosotros terminemos de rezar ya ha oído El nuestra petición. Lo asegura el mismo Dios con estas palabras: Aún estaban ellos rezando, y ya les había oído mi misericordia. El santo rey David dice oportunamente que el Señor está muy junto a los que le invocan y se complace en oírlos y en salvarlos. Así habla el salmista: Pronto estará el Señor para todos los que le invocan de verdad. Condescenderá con la voluntad de los que le temen; oirá benigno sus peticiones y los salvará. Ya antes que él se gloriaba de los mismo el santo caudillo Moisés: No hay nación por grande que sea que tenga los dioses tan cerca de sus adoradores, como está nuestro verdadero Dios presente a todas nuestras Plegarias. Los dioses gentiles eran sordos a las voces de los que los invocaban, porque eran simples estatuas o miserables criaturas que nada podían. Nuestro Dios todo lo puede, y por eso no es sordo a nuestras peticiones, antes por el contrario está siempre al lado del que reza para concederle todas las gracias que él pida. Decía el Salmista. En cualquier hora que te invoco, al instante conozco que tú eres mi Dios. Como si dijera. En esto conozco que eres mi Dios, Dios de bondad y de misericordia, en que me socorres apenas recurro a Ti.

Tan pobres somos que por nosotros mismos nada tenemos, pero con la oración podemos remediar nuestra pobreza. Si nada tenemos Dios es rico, y Dios, dice el Apóstol, es generoso con todos aquellos que le invocan. Con razón, pues, nos exhorta San Agustín a que tengamos confianza: Tratamos con un Dios que es infinito en poder y riquezas. No le pidamos cosas ruines y mezquinas, sino cosas muy altas y grandes. Pedir a un rey poderoso un céntimo vil, sería sin duda una especie de injuria. ¿ Y no lo será hacer lo mismo con nuestro Dios? Aunque seamos pobres y miserables y muy indignos de los beneficios divinos, sin embargo, pidamos al Señor gracias muy grandes, porque así honramos a Dios, honramos su misericordia y su liberalidad, porque pedimos, apoyados en su fidelidad y en su bondad y en la promesa solemne que nos hizo de conceder todas las gracias a quien debidamente se las pidiere. Pediréis todo lo que queráis y todo se hará según vuestros deseos.

Santa María Magdalena de Pazzis, afirma que con este modo de orar se siente el Señor muy honrado Y tanta consolación halla cuando vamos a El en busca de gracias, que no parece sino que El mismo nos lo agradece, pues de esta manera le damos ocasión y le abrimos el camino de hacernos beneficios y de satisfacer así las ansias que tiene de hacernos bien a todos. Estemos persuadidos de que, cuando llamamos a las puertas de Dios para pedirle gracias, nos da siempre más de lo que le pedimos. Por esto decía el apóstol Santiago: Si alguno tiene falta de sabiduría, pídasela a Dios, que a todos la da copiosamente y no zahiere a nadie. Con esto quiso decirnos que Dios no es avaro de sus bienes, como suelen serlo los hombres. Los hombres de este mundo por muy generosos que sean, al dar limosna siempre encogen algo la mano y dan menos de lo que se les pide, porque, por muy grandes que sean sus tesoros, siempre son limitados, y así, a medida que van dando, suele ir disminuyendo su caudal. Dios a los que rezan da copiosamente con larga y abundante mano, y más de lo que se le pide, por que infinita es su riqueza, y por mucho que dé, nunca disminuyen sus tesoros... Así lo decía David: Porque Tú Señor, eres suave, manso y de gran misericordia para todos los que te invocan. Como si dijera: Las misericordias que derramáis son tan abundantes, que superan con mucho la grandeza de los bienes que os piden.

Pongamos, por tanto, sumo cuidado en rezar con gran confianza y estemos seguros de que, como decía el Crisóstomo, con la oración abriremos para dicha nuestra el arca de los tesoros divinos.

 

Eficacia preferente de la oración

Quede bien sentada que la oración es verdadero tesoro y que el que más pide, más recibe. San Buenaventura llega a afirmar que cuantas veces el hombre devotamente acude al Señor con la oración, gana bienes que valen más que el mundo entero.

Algunas almas, emplean mucho tiempo en leer y meditar y se ocupan muy poco de rezar. No niego que la lectura espiritual y la meditación de las verdades eternas sean muy útiles para el alma, mas San Agustín no duda en afirmar que es cosa mejor rezar que meditar. Y da la razón: Porque en la lección conocemos lo que tenemos que hacer y en la oración alcanzamos la fuerza para cumplirlo. Y, a la verdad, ¿de qué nos sirve saber lo que tenemos que hacer si no lo hacemos? Somos más culpables en la presencia de Dios. Leamos y meditemos en buena hora, pero es cosa cierta que no cumpliremos con nuestros deberes, si no pedimos a Dios la gracia para cumplirlos.

A propósito de esto dice San Isidoro que en ningún otro momento anda el demonio tan solícito en distraernos con pensamientos de cosas temporales, como cuando acudimos a Dios para pedirle sus gracias. ¿Por qué? Porque está bien persuadido el espíritu del mal que nunca alcanzamos mayores bienes espirituales que en la oración. Este, por tanto, ha de ser el fruto mayor de la meditación: aprender a pedir a Dios las gracias que necesitamos para la perseverancia y la salvación. Por esto muy principalmente se dice que la meditación es moralmente necesaria al alma para que se conserve en gracia, porque aquel que no se recoge para hacer meditación y en ese momento no reza y pide las gracias que necesita para la perseverancia en la virtud, no lo hará en otro momento, pues si no medita, ni pensará en rezar, ni siquiera comprenderá la necesidad que tiene de la oración. Por el contrario, el que todos los días hace meditación conoce muy bien las necesidades de su alma y los peligros en que se halla y la obligación que tiene de rezar. Rezará para perseverar y salvarse. De sí mismo decía el Padre Séñeri que en los comienzos de su vida, cuando hacía meditación, ponía mayor empeño en hacer afectos que en pedir; mas cuando poco a poco llegaba a comprender la excelencia de la oración y su inmensa utilidad, ya en la oración mental pasaba Más tiempo en pedir y rezar.

Como el polluelo de la golondrina, así clamaré, decía el devoto rey Ezequías. Los polluelos de las golondrinas no hacen más que piar continuamente. Piden a sus madres el alimento que necesitan para vivir. Lo mismo debemos hacer nosotros, si queremos conservar la vida de la gracia: claramente siempre, pidamos al Señor que nos socorra para evitar la muerte del pecado y seguir adelante en la senda de su divino amor. De los padres antiguos que fueron grandes maestros del espíritu refiere el P. Rodríguez que se juntaron en asamblea y allí discutieron cuál sería el ejercicio más útil para alcanzar la salvación eterna; y resolvieron que parecía lo mejor repetir con frecuencia aquella breve oración del profeta David: Dios mío, ven en mi socorro. Eso mismo ha de hacer el que quiera salvarse, afirma Casiano, decir con frecuencia al Señor.- Dios mío, ayudadme... ayúdame, oh mi buen Jesús.. Esto hay que hacerlo desde el primer momento de la mañana, y esto hay que repetirlo en todas las angustias y en todas las necesidades, temporales y espirituales, pero muy particularmente, cuando nos veamos molestados por la tentación. Decía san Buenaventura que a veces más alcanzamos y más pronto con una breve oración, que con muchas obras buenas. Y más allá va San Ambrosio, pues dice que el que reza, mientras reza, ya alcanza algo, pues el rezar ya es singular don de Dios. Y San Juan Crisóstomo escribe que no hay hombre más poderoso en el mundo que el que reza. El que reza participa del poder de Dios. Todo esto lo comprendió San Bernardo en estas palabras: Para caminar por la senda de la perfección hay que meditar y rezar; en la meditación vemos lo que tenemos: con la oración alcanzamos lo que nos falta.

 

Resumen del Capítulo segundo.

Resumamos:

I. Sin oración cosa muy difícil es que nos podamos salvar; tan difícil que, como lo hemos demostrado, es del todo imposible según la ordinaria Providencia.

II. Con la oración, la salvación es segura y fácil..Porque en efecto, ¿qué se necesita para salvarnos? Que digamos: Dios mío ayudadme; Señor mío, amparadme y tened misericordia de mí. Esto basta. ¿Hay cosa más fácil? Pues, repitámoslo; que si lo decimos bien y con frecuencia, esto bastará para llevamos al cielo. San Lorenzo Justiniano nos exhorta muy encarecidamente que al principio de todas nuestras obras hagamos alguna oración. Casiano por su parte, nos recuerda el ejemplo de los antiguos padres, los cuales exhortaban a todos a que recurrieran a Dios con breves, pero frecuentes jaculatorias. San Bernardo decía: Que nadie haga poco caso de la oración, ya que el Señor la estima tanto que nos da lo que pedimos o cosa mejor, si comprende que es más útil para nuestra alma

III. Pensemos que, si no rezamos, ninguna excusa podremos alegar, porque Dios a todos da la gracia de orar. En nuestras manos está el rezar siempre que queramos como lo confesaba el santo rey David: Haré para conmigo oración a Dios, autor de mi vida. Le diré al Señor.- Tú eres mi amparo. Mas de esto largamente hablaremos en la parte segunda. Allí se pondrá en claro que Dios da a todos la gracia de orar; y así con la oración podemos alcanzar los socorros divinos que necesitamos para observar los mandamientos y perseverar hasta el fin en el camino del bien. Ahora afirmo únicamente que si no nos salvamos, culpa nuestra será. Y la causa de nuestra infinita desgracia será una sola: que no hemos rezado.