SAN ANSELMO

(1033-1109)

 

 

LIBRO ESCRITO EN FAVOR DE UN INSENSATO

Contra el argumento contenido en el «Proslogion» de San Anselmo,

por Gaunilo, monje de Marmoutier

 

1.470                   1 Para el que dude o niegue que exista una naturaleza mayor de todo lo que se puede imaginar, el autor del Proslogio saca la conclusión de que esta naturaleza existe; porque; dice, por el hecho mismo de que se niegue o simplemente se ponga en duda su existencia, ya se la tiene en la inteligencia, puesto que simplemente con oírla se comprende el sentido de las palabras pronunciadas. Ahora bien, si las comprende, su sentido, su objeto, tiene que estar necesariamente en la inteligencia y tiene que estar también en la realidad. La prueba que da es ésta: existir en la inteligencia y en la realidad es indudablemente más que estar sólo en la inteligencia; por tanto, si el objeto que buscamos está en la inteligencia sola, será menor que aquel que existe a la vez en la inteligencia y en la realidad. Por lo mismo, el ser que hipotéticamente es mayor que cualquiera otro, de hecho sería más pequeño que otro ser existente, y, por ende, no sería el mayor de todos, lo que contradice al concepto que tenemos de él. De aquí se sigue como cosa necesaria que lo que es mayor que todo lo demás, y cuya idea está en la inteligencia (lo que ya se ha probado), no se detenga ahí, sino que pase a ser una realidad, puesto que, de lo contrario, no sería el mayor de todos.

1.471                   2. A esto se puede responder que si un objeto está en mi espíritu nada más que por el hecho de comprender las palabras que le expresan, lo mismo habría que decir de muchas cosas falsas e inexistentes, puesto que también las comprendo al oírlas describir o nombrar. Esta razón me parece sólida, a no ser que el objeto de que se trata no esté en las mismas condiciones de las cosas falsas, en el sentido que no solamente comprendo las palabras que le expresan, sino también que su sentido, su objeto, está en mi inteligencia, en cuyo caso yo no podría pensarle más que comprendiendo que existe. Si así fuese, no habría en la inteligencia dos momentos, uno en que comprendiese la idea del objeto y otro la existencia de ese mismo objeto. Ocurriría al revés que en un cuadro, cuyo contenido está primero en la mente del pintor y pasa después a la realidad. Además, difícilmente se hará creer que, cuando se oye enunciar la idea de este ser soberanamente perfecto, no sea tan posible pensar que no existe como lo es el pensar que Dios no existe. Porque, si no se puede desconocer la existencia de este ser, yo me pregunto a qué viene toda esa discusión o argumentación contra aquellos que niegan o simplemente dudan de que haya una naturaleza superior. Finalmente, es necesario demostrar, por una prueba incontestable, que este objeto es tal que no se puede menos de tener la inteligencia cierta de su existencia indudable desde el momento mismo en que es pensado; y no basta decir que existe ya de antemano en mi espíritu en el instante mismo en que comprendo las palabras por las que se expresa, porque vuelvo a repetir que mi espíritu podría igualmente contener muchas cosas dudosas y aun falsas, afirmadas por alguien, desde el momento mismo en que comprendiese sus palabras, y más aún si, engañado, como ocurre con frecuencia, llegase a creer estas cosas, yo que rehúso admitir el principio defendido por el autor.

1.472                   3. Según esto, el ejemplo sacado del pintor que tiene en su espíritu el cuadro que debe hacer, no conviene en todos los sentidos al argumento desarrollado en el Proslogio. Porque ese cuadro, antes de ser ejecutado, está en el arte mismo del pintor y, por lo mismo, forma parte de su inteligencia. Dice con razón San Agustín que, cuando un artista se propone hacer una arqueta, ésta existe primero en su espíritu. La vida no está en la arqueta realizada, pero sí está en la idea del arca antes de realizarse, porque entonces vive en el alma del artista, en la cual descansan todas las creaciones de su genio antes de manifestarse a la luz; ahora bien, ¿de dónde les viene a estas ideas la vida, si no es porque son la inteligencia y ciencia de su alma? Sin embargo, a excepción de lo que es parto del espíritu, como las creaciones artísticas, puede el alma adquirir verdades, bien sea de sí misma, por vía de reflexión; bien de otros, por medio del oído. En ambos casos, una cosa es la verdad conocida y otra el entendimiento que lo conoce. Por lo mismo, aun cuando haya algo por encima de lo cual no se puede imaginar nada mayor, sin embargo, este objeto hablado y concebido no tiene semejanza con un cuadro no ejecutado y que descansa aún en la inteligencia del artista.

1.473                   5. En cuanto a la afirmación de que dicho ser no solamente está en mi pensamiento, sino también en la realidad, porque, si así no fuese, cuanto existe sería mayor que él, y por lo mismo él ya no sería el mayor de todos, respondo: si se quiere considerar como existente en el espíritu una cosa que, sin embargo, el pensamiento no puede representarla bajo la forma de un ser real cualquiera, no lo niego; pero como de esta manera de existencia ideal no se sigue necesariamente que exista en la realidad, no le concedo esta existencia, a menos que se me lo demuestre por una prueba irrefutable; porque el que concluye a favor de la existencia de ese ser, partiendo del principio de que, si no existiera, no sería el mayor de todos, no se da bastante cuenta del espíritu de su interlocutor, ya que no solamente no afirmo su existencia, sino que la niego categóricamente; dudo, por lo menos, que sea efectivamente mayor que todo otro objeto real y no le concedo más existencia, si así puedo llamarla, que la que le da el esfuerzo que hace mi espíritu para representarse una cosa que no conoce más que por la palabra que ha oído. ¿Cómo se me puede demostrar entonces que este ser mayor que todos los demás existe de hecho, nada más que por ser tal, cuando yo lo niego, o por lo menos lo dudo, y cuando este ser mayor que ningún otro no está en mi inteligencia ni en mi pensamiento, al igual de otras muchas cosas dudosas e inciertas? Es, pues, necesario ante todo que yo tenga certeza de que ese ser supremo existe, y entonces estará para mí fuera de duda que subsiste en sí mismo.

1.474                   6. Se afirma, por ejemplo, que en una parte del océano existe una isla llamada Perdida, a causa de la dificultad, mejor dicho, imposibilidad de encontrar lo que no existe. Se le atribuyen riquezas y delicias incalculables, en mayor abundancia aún que a las islas Afortunadas, y se añade que, libre de habitantes, excede en productos a todas las tierras habitadas por los hombres. Con oír al que así me habla, comprenderé fácilmente sus palabras. Pero si después, como quien saca una consecuencia rigurosa, dijese: no puedes dudar en adelante de la existencia de esa isla, puesto que tienes una idea clara de la misma en tu espíritu y porque es más existir en la realidad que solamente en la inteligencia, pues de lo contrario cualquiera otra tierra existente sería, por lo mismo, más importante que ella, si con semejantes razonamientos se me quisiera hacer admitir la existencia dé dicha isla, creería que el argumentador bromea, o no sabría cuál de los dos es más insensato, él o yo; yo, si me prestaba a semejantes pruebas; él, si se creyese haber puesto la existencia de esta isla sobre base inquebrantable antes de haber probado su superioridad como cosa existente, en lugar de presentarla como un concepto falso o por lo menos dudoso para mi espíritu.

1.475                   7. Esto es lo que dice el insensato a las conclusiones hechas por el autor. Cuando él afirma que ese ser supremo no puede existir sólo en el pensamiento, sin presentar más pruebas, si no es la de que ya no sería supremo si existiese sólo en el pensamiento, yo puedo oponer la misma respuesta y decir: ¿Cuándo he admitido yo que exista realmente ese ser supremo, para que, apoyándose en esa confesión, se intente demostrarme con ello la realidad de su existencia, hasta el punto que no se pueda siquiera pensar que no existe? Por consiguiente, ante todo hay que probar por un argumento sólido que existe una naturaleza superior, para que de esa manera podamos demostrar la existencia de las otras cosas que se deben atribuir a este ser. Pero si se dice que no se puede siquiera suponer su no existencia, con mayor razón aún se diría que no se puede comprender que no exista o que puede no existir, porque, según el sentido exacto del verbo comprender, las cosas falsas no pueden ser comprendidas, aunque pueden ser pensadas, del mismo modo que el insensato ha podido pensar que Dios no existe. Yo tengo certeza de que existo, sin embargo, sé que podría no existir. Y en cuanto a este ser supremo que es Dios, comprendo sin vacilación alguna que existe y que no puede no existir. En cuanto a pensar que yo no existo, cuando sé positivamente lo contrario, ignoro si lo puedo; pero si lo puedo, ¿por qué no ocurriría lo mismo con respecto a todo lo que yo conozco con la misma certeza? Y si,, por el contrario, no lo puedo, esa necesidad de creer no se aplica únicamente a la existencia de Dios.

Los principios expuestos en lo restante del libro con tanta verdad, brillo y riqueza, tan útiles y llenos de un perfume íntimo de afecto piadoso y santo, deben ser tenidos en cuenta, aunque las verdades que se encuentran al principio, exactamente pensadas por lo demás, se hallen demostradas con menos fuerza; es necesario, por el contrario, procurar fortalecer esta argumentación y aceptarlo todo con gran veneración y debida loa.

 

 

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