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Después de éstas, se siguen las otras siete meditaciones de la.
Sagrada Pasión, Resurrección y Ascensión de Cristo, a las
cuales se podrán añadir los otros pasos principales de su vida
sacratísima.
Aquí es de notar que seis cosas se han de meditar en la pasión de
Cristo: La grandeza de sus dolores, para compadecernos de ellos.
La gravedad de nuestro pecado, que es la causa, para aborrecerlo.
La grandeza del beneficio, para agradecerlo. La excelencia de la
Divina bondad y caridad, que allí se descubre, para amarla. La
conveniencia del misterio, para maravillarse de él. Y la muchedumbre
de las virtudes de Cristo, que allí resplandecen, para imitarlas.
Pues conforme a esto, cuando vamos meditando debemos ir inclinando
nuestro corazón, unas veces a compasión de los dolores de Cristo,
pues fueron los mayores del mundo, así por la delicadeza de su
cuerpo, como por la grandeza de su amor, como también por padecer sin
ninguna manera de consolación, como en otra parte está declarado.
Otras veces debemos tener respeto a sacar de aquí motivos de dolor de
nuestros pecados, considerando que ellos fueron la cause de que Él
padeciese tantos y tan graves dolores como padeció. Otras veces
debemos sacar de aquí motivos de amor y agradecimiento, considerando
la grandeza del amor que Él por aquí nos descubrió y la grandeza de
beneficio que nos hizo redimiéndonos tan copiosamente, con tanta costa
suya y tanto provecho nuestro.
Otras veces debemos levantar los ojos a pensar la conveniencia del
medio que Dios tomó para curar nuestra miseria, esto es, para
satisfacer por nuestras deudas, para socorrer nuestras necesidades,
para merecernos su gracia y humillar nuestra soberbia, e inducirnos al
menosprecio del mundo, al amor de la cruz, de la pobreza, de la
aspereza, de las injurias y de todos los otros virtuosos y honestos
trabajos.
Otras veces debemos poner los ojos en los ejemplos de virtudes que en
su sacratísima vida y muerte resplandecen, en su mansedumbre,
paciencia, obediencia, misericordia, pobreza, aspereza, caridad,
humildad, benignidad, modestia y en todas las otras virtudes, que en
todas sus obras y palabras, más que las estrellas en el cielo,
resplandecen, para imitar algo de lo que en Él vemos, porque no
tengamos ocioso el espíritu y gracia,que de El para esto recibimos,
y así caminemos a El por Él. Ésta es la más alta y la más
provechosa manera que hay de meditar la pasión de Cristo, que es por
vía de imitación, para que por la imitación vengamos a la
transformación, y así podamos ya decir con el Apóstol
(Gal.2,20): Vivo yo, ya no yo, más vive en mí Cristo.
Demás de esto, conviene en todos estos pasos tener a Cristo ante los
ojos presente y hacer cuenta que le tenemos delante cuando padece, y
tener cuenta, no sólo con la historia de su pasión, sino también
con todas las circunstancias de ella, especialmente con estas cuatro:
¿Quién padece? ¿Por quién padece? ¿Cómo padece? ¿Por qué
causa padece? ¿Quién padece? Dios Todopoderoso, infinito,
inmenso etc. ¿Por quién padece? Por la más ingrata y desconocida
criatura del mundo. ¿Cómo padece? Con grandísima humildad,
caridad, benignidad, mansedumbre, misericordia, paciencia,
modestia, etc. ¿Porqué causa padece? No por algún interés suyo
ni merecimiento nuestro, sino por solas las entrañas de su infinita
piedad y misericordia. Demás de esto, no se contente el hombre con
mirar lo que por fuera padece, sino mucho más hay que contemplar en el
ánima de Cristo que en el cuerpo de Cristo, así en el sentimiento
de sus dolores, como en los otros afectos y consideraciones que en ella
había.
Presupuesto, pues, ahora este pequeño preámbulo, comencemos a
repetir y poner por orden los misterios de esta Sagrada Pasión.
Síguense las otras siete Meditaciones de la Sagrada Pasión
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