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Este día pensarás en el paso de la muerte, que es una de las más
provechosas consideraciones que hay, así para alcanzar la verdadera
sabiduría como para huir del pecado, como también para comenzar con
tiempo a aparejarse para la hora de la cuenta.
Piensa, pues, primeramente, cuán incierta es aquella hora en que te
ha de saltear la muerte, porque no sabes en qué día, ni en qué
lugar, ni en qué estado te tomará. Solamente sabes que has de
morir, todo lo demás está incierto; sino que ordinariamente suele
sobrevenir esta hora al tiempo que el hombre está más descuidado y
olvidado de ella.
Lo segundo piensa en el apartamiento que allí habrá, no sólo entre
todas las cosas que se aman en esta vida, sino también entre el ánima
y el cuerpo, compañía tan antigua y tan amada. Si se tiene por
grande mal el destierro de la patria y de los aires en que el hombre se
crió, pudiendo el desterrado llevar consigo todo lo que ama,
¿cuánto mayor será el destierro universal de todas las cosas de la
casa, y de la hacienda, y de los hijos, y de esta luz y aire común,
y, finalmente, de todas las cosas? Si un buey da bramidos cuando lo
apartan de otro buey con quien araba, qué bramido será el de tu
corazón cuando te aparten de todos aquellos con cuya compañía
trajiste a cuestas el yugo de las cargas de esta vida?
Considera también la pena que el hombre allí recibe cuando se le
representa en lo que han de parar el cuerpo y el ánima después de la
muerte, porque del cuerpo ya sabe que no le puede caber otra suerte
mejor que un hoyo de siete pies de largo en compañía de los otros
muertos; mas del ánima no sabe cierto lo que será, ni qué suerte le
ha de caber. Ésta es una de las mayores congojas que allí se
padecen: saber que hay gloria y pena para siempre, y estar tan cerca
de lo uno y de lo otro, y no saber cuál de estas dos suertes tan
desiguales nos ha de caber.
Tras ésta congoja se sigue otra no menor, que es la cuenta que allí
se tiene de dar, la cual es tal que hace temblar aún a los más
esforzados. De Arsenio se escribe que estando ya para morir empezó a
temer. Y como sus discípulos le dijesen: Padre, y tú ahora
temes. Respondió: Hijos, no es nuevo en mí este temor, porque
siempre viví con él. Allí, pues, se le representan al hombre
todos los pecados de la vida pasada como un escuadrón de enemigos que
vienen a dar sobre él, y los más grandes y en qué mayor deleite
recibió, ésos se representan más vivamente y son causa de mayor
temor. ¡Oh, cuán amarga es allí la memoria del deleite pasado,
que en otro tiempo parecía más dulce! Por cierto, con mucha
razón, dijo el Sabio (Prov.23,31-32): No mires al vino
cuando está rubio y cuando resplandece en el vidrio su color, porque
aunque el tiempo del beber parece blando, mas a la postre muerde como
culebra y derrama su- ponzoña como basilisco. Éstas son las heces de
aquel brebaje ponzoñoso del enemigo; éste es el dejo que tiene aquel
cáliz de Babilonia por de fuera dorado. Pues entonces el hombre
miserable, viéndose cercado de tantos acusadores, comienza a temer la
tela de este juicio y a decir entre sí: Miserable de mí, que tan
engañado he venido y por tales caminos he andado, ¿qué será de mi
obra en este juicio? Si San Pablo dice (Gal.6,8) que lo que
el hombre hubiere sembrado, eso cogerá, yo que ninguna otra cosa he
sembrado, sino obras de carne, ¿qué espero coger de aquí sino
corrupción?
Si San Juan dices (Apoc.21,27) que en aquella soberana
ciudad, que es todo oro limpio, no ha de entrar cosa sucia, ¿qué
espera quien tan sucia y tan torpemente ha vivido?
Después de esto suceden los sacramentos de la Confesión y Comunión
y de la Extremaunción, que es el último socorro con que la Iglesia
nos puede ayudar en aquel trabajo, y así en éste como en los otros
debes considerar las ansias y congojas que allí el hombre padecerá por
haber vivido mal, y cuánto quisiera haber llevado otro camino, y qué
vida haría entonces si le diesen tiempo para eso, y cómo allí se
esforzará a llamar a Dios, y los dolores y la prisa de la enfermedad
apenas le darán lugar.
Mira también aquellos postreros accidentes de la enfermedad, que son
como mensajeros de la muerte, cuán espantosos son y cuán para temer.
Levántase el pecho, enronquécese la voz, muérense los pies,
hiélanse las rodillas, afílanse las narices, húndense los ojos,
párase el rostro difunto, y luego la lengua no acierta a hacer su
oficio; finalmente, con la gran prisa del ánima que se parte,
turbados todos los sentidos pierden su valor y su virtud. Mas, sobre
todo, el ánima es la que allí padece los mayores. trabajos, porque
allí está batallando y agonizado, parte por la salida y parte por el
temor de la cuenta que se le apareja; porque ella, naturalmente,
rehúsa la salida y ama la estada y teme la cuenta.
Salida ya el ánima de la carne, aún te quedan dos caminos por
andar, el uno acompañando el cuerpo hasta la sepultura, y el otro
siguiendo el ánima hasta la determinación de su causa, considerando
lo que a cada una de estas partes acaecerá. Mira, pues, cuál queda
el cuerpo después que su ánima la desampara, y cuál esa noble
vestidura que le aparejan para enterrarlo, y cuán presto procuran
echarlo de casa. Considera su enterramiento con todo lo que él
pasará, el doblar de las campanas, el preguntar todos por el muerto,
los oficios y cantos dolorosos de la Iglesia, el acompañamiento y
sentimiento che los amigos, y, finalmente, todas las particularidades
que allí suelen acaecer hasta dejar el cuerpo en la sepultura, donde
quedará sepultado en aquella tierra de perpetuo olvido.
Dejado el cuerpo en la sepultura, vete luego en pos del ánima y mira
el camino que llevará por aquella nueva región, y en lo que,
finalmente, parará, y cómo será juzgada. Imagina que estás ya
presente en este juicio, y que toda la corte del cielo está aguardando
el fin de esta sentencia, donde se hará el cargo y el descargo de todo
lo recibido hasta el cabo de la agujeta. Allí se pedirá cuenta de la
vida, de la hacienda, de la familia, de las inspiraciones de Dios,
de los aparejos que tuvimos para bien vivir, y sobre todo de la sangre
de Cristo, y allí será cada uno juzgado según la cuenta que diere
de lo recibido.
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