La Madre de Dios decía: Vístete esposa de mi Hijo, y permanece firme, porque se acerca a ti mi Hijo. Has de saber que su carne fué estrujada como en un lagar; pues como el hombre pecó con todas las partes de su cuerpo, así mi Hijo satisfizo en todas las del suyo. Sus cabellos estaban extendidos, los nervios estirados, las coyunturas desencajadas, los huesos dislocadas, manos y pies enclavados, afligido su entendimiento y lleno de dolor el corazón, y sus entrañas y vientre pegados al espinazo, porque el hombre pecó en todas las partes de su cuerpo.
Hablaba después el Hijo en presencia del ejército celestial y decía: Aunque todo lo sabéis en mí, os hablo por causa de esta esposa mía que esta presente. A vosotros me dirijo, ángeles, decidme: ¿quién es el que no tuvo principio ni tendrá fin? ¿Quién es el que crió todas las cosas y no fué criado por nadie? Hablad y dad testimonio. Respondieron los ángeles todos a una voz: Señor, tú eres ese, y te damos testimonio de tres cosas. Primeramente, de que eres nuestro Creador y de todo lo que hay en el cielo y en la tierra; segundo, de que eres sin principio y serás sin fin, y tu señorío y potestad son eternos; pues sin ti no se ha hecho ni puede hacerse nada, y en tercer lugar, certificamos que vemos en ti toda justicia y todo lo que ha sido y ha de ser, y que todas las cosas están en tu presencia sin principio ni fin.
Dijo después el Señor a los profetas y patriarcas: ¿Quién os sacó de la esclavitud y os dió libertad? ¿Quién dividió en vuestra presencia las aguas? ¿Quién os dió ley? ¿Quién a vosotros, profetas, os dió el espíritu de profecía? Tú, Señor, respondieron; tú nos sacaste de la esclavitud, tú diste la ley, tú moviste nuestra mente para que profetizáramos.
Tú, Madre mía, le dice a la Virgen, da testimonio de verdad de lo que de mí sabes. Contesta la Virgen: Antes que viniese a mí el ángel que enviaste, estuve sola con mi cuerpo y mi alma; pero así que hubo hablado el ángel, tu cuerpo estuvo en mí con tu Divinidad y Humanidad, y lo sentí en mí. Te traje sin dolor, te parí sin congojas, te envolví en pañanles, te alimenté a mis pechos, y te acompañe desde que naciste hasta que moriste.
Enseguida dijo el Señor a los apóstoles: ¿Quién es el que visteis, oisteis y tratasteis? Nosotros, Señor, respondieron, oímos tus palabras y las escribimos; nosotros oímos tus maravillas cuando diste la ley nueva. Con una palabra mandaste a los demonios, y salieron de los cuerpos que poseían; con una palabra resucitaste muertos y sanaste enfermos. Nosotros te vimos en cuerpo humano, y vimos tus maravillas y divina gloria en tu humanidad. Te vimos entregado a tus enemigos y pendiente en la cruz; te vimos en tu amarga Pasión y puesto en el sepulcro; te vimos cuando resucitaste; tocamos tu rostro y tus cabellos, tus miembros y los sitios de las llagas; comiste con nosotros y oíamos tus palabras. Tú eres verdadero Hijo de Dios é Hijo de la Virgen. Te vimos también cuando subiste a la diestra del Padre con tu humanidad, donde estás para siempre.
A los espíritus inmundos les dice también Jesucristo: Aunque en vuestra conciencia ocultáis la verdad, os mando que digáis quien disminuyó vuestro poder. Como los ladrones, dijeron ellos, no dicen la verdad, si no es a fuerza de tormento, así nosotros tampoco la diríamos, a no ser obligados por tu divino y terrible poder. Tú eres el que bajaste al infierno con tu gran fortaleza; tú disminuiste en el mundo nuestro poder, tú por tu propio derecho dispusiste del infierno.
Ves aquí, dice Jesucristo a santa Brígida, que todos los que tienen espíritu y no están vestidos de cuerpo me dan testimonio de la verdad, pero los que tienen espíritu y cuerpo, como son los hombres, me contradicen. Unos conocen mis mandamientos, pero no se cuidan de ellos; otros no los conocen, y por consiguiente, no los guardan, pero dicen que todo es falso.
Y por segunda vez habla el Señor a los ángeles, diciendo: Dicen los hombres que vuestro testimonio es falso, que yo no soy el Creador, ni todas las cosas se saben en mí, y así aman a la criatura más que a mí. A los profetas les dice: Os contradicen a vosotros, afirmando que la ley era vanidad, que os librasteis por vuestra fortaleza y astucia, que la inspiración fué falsa y que hablasteis por vuestra fortaleza y astucia, que la inspiración fué falsa y que hablasteis por vuestra propia voluntad. A su santísima Madre le dice el Señor: Hay quienes dicen que no eres Virgen; otros afirman que no tomé cuerpo de ti, y otros lo saben, pero no se cuidan de ello. Y por último, les dice Jesucristo a los Apóstoles: Os contradicen a vosotros, porque afirman que sois mentirosos, que la ley nueva no es útil para nada y carece de razón. Otros hay que creen que todo es verdadero, pero nada ponen por obra.
Ahora os pregunto a todos: ¿quién será el juez de tales hombres? Y todos respondieron. Vos, Dios nuestro, que sois sin principio ni fin: Vos, Jesucristo, que sois igual a vuestro Padre; a Vos os ha dado el Padre todo el poder de juzgar; Vos sois; pues, el juez de ellos. Y respondió el Señor: Yo que me quejaba de ellos, soy ahora su juez; pero aunque todo lo sepa, con todo eso imponedles vosotros la sentencia. Y le dijeron: Como al principio del mundo todo él pereció en las aguas del diluvio, así ahora merece el mundo ser consumido por el fuego, porque ahora abunda en él más que entonces la iniquidad y la injusticia. Porque soy justo y misericordioso, respondió el Señor, y no hago justicia sin misericordia, ni misericordia sin justicia, por los ruegos de mi Madre y de mis Santos, tendré todavía por esta vez misericordia con los hombres, pero si no quisieren oirme, cada vez será más riguroso su castigo.
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