Bendito seas tú, Hijo mío, dice la Virgen, Dios mío, Señor de los ángeles y Rey de la gloria. Suplícote que las palabras que has hablado a esta esposa tuya, se arraiguen en los corazones de tus amigos, y queden tan fijas en las almas, como quedó aquella substancia con que Noé untó el arca para protegerla de todos los vientos y tempestades. Extiéndanse también por el mundo como los ramos y flores, cuyo olor suavísimo se extiende a lo lejos. Fructifiquen, además, y den fruto como el dátil, cuya suavidad deleita al alma.
Bendita seas, queridísima Madre mía, respondió el Hijo. Mi ángel Gabriel te dijo: Bendita eres, María, entre todas las mujeres. Pero yo te doy testimonio de que eres bendita y santísima sobre todos los coros de los ángeles. Tú eres como la flor de un jardín, que aunque tenga a su lado diversas flores olorosas, excede a todas en olor, en virtud y en hermosura. Estas flores son todas las escogidas desde Adán hasta el fin del mundo, las cuales, plantadas en el jardín del mundo, brillaron y florecieron en diversas virtudes. Pero entre todas las que ha habido y ha de haber, tú fuiste la más excelente en el olor de buena vida y humildad, en la hermosura de tu gratísima virginidad y en la virtud de la abstinencia. Te doy testimonio de que en mi Pasión fuiste más que mártir; en la abstinencia excediste a los confesores, y en la misericordia y buenos deseos a los ángeles. Y así, por mediación de tus ruegos se fijarán mis palabras como durísima sustancia en los corazones de mis amigos, propagarán mi doctrina como olorosas flores, y darán fruto muy suave y dulce como el dátil.
Y tú, esposa mía, dijo el Señor a santa Brigida, dirás a mi amigo y padre tuyo, cuyo corazón es según el mío, que escriba y declare con exactitud estas palabras mías al arzobispo y obispo, y bien instruidos esos dos, las envíe a un tercer obispo. Le dirás también esto de mi parte: Yo soy tu Criador y Redentor de las almas, yo soy Dios a quien quieres y amas sobre todas las cosas. Mira y considera que las almas que redimí con mi sangre, están sin conocer a Dios, y se hallan tan horrorosamente cautivas por el demonio, que en todos sus miembros son atormentadas como en una dura prensa. Por tanto, si te causan pena mis llagas, si sientes mi flagelación y mis dolores, muestra con tus pobres el amor que me tienes, y haz públicas las palabras que yo mismo he dicho con mis labios, y trasmítelas personalmente a la Cabeza de la Iglesia.
Yo te daré mi Espíritu para que dondequiera que hubiese discordancia entre dos, , que podrás, si creyeren, avenirlos en mi nombre por la virtud que te doy. Y para mayor evidencia de mis palabras, presentarás al Pontífice el testimonio de los que las aprueban y recomiendan. Son mis palabras como la manteca, que cuanto más calor hubiere interiormente, tanto más pronto se derreite y penetra, pero donde no hubiere calor no hace efecto ni penetra. Del mismo modo son mis palabras, porque cuanto más las medita y desmenuza el hombre encendido en mi amor, tanto más siente la dulzura de las cosas del cielo, y tanto más se inflama en mi amor. Pero a aquellos a quien no gustan mis palabras, se les hacen como sebo en la boca, y tan luego como lo gustan lo echan fuera y lo pisan. Esto hacen con mis palabras los que las menosprecian, porque no tienen gusto en cosas espirituales. Y tú, esposa mía, confía mucho, que el príncipe de la tierra que elegí é hice mío, te ayudará varonilmente, y de los bienes bien adquiridos te proveerá de lo necesario para el camino.
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