El glorioso Príncipe de los apóstoles se aparece a santa Brígida, estimulándola con su ejemplo al ejercicio de las virtudes y al dolor de sus culpas. |
REVELACIÓN 4 |
Tú, hija, dijo san Pedro a santa Brígida, me comparaste con el arado que hace surcos anchos y destruye las raíces. Y me comparaste bien, porque fuí tan perseguidor de los vicios y tan amonestador de la virtud, que hubiera deseado convertir a Dios todo el mundo, aunque me costara la vida y toda clase de trabajos. Me era Dios tan dulce para pensar en él, tan dulce para hablar de él, y tan dulce para obrar por su amor, que todo cuanto no era Dios me servía de hiel y de pena. Con todo eso, también Dios fué amargo para mí, no por sí, sino por mí mismo; por que siempre que pensaba lo mucho que había pecado, y cómo lo negué, lloraba amargamente, porque ya sabía amar perfectamente, y no había para mí manjar tan dulce como las lágrimas.
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