Apareciósele a la Santa un demonio con mucho vientre, y díjole: ¿Qué crees tú, mujer, y qué motivos tienes para pensar cosas grandes? Yo también sé muchas cosas, y te quiero probar mis dichos con la luz de la razón, mas antes te aconsejo que no pienses cosas increibles, y que des crédito a tus sentidos. ¿No ves con tus propios ojos, y no oyes con tus oídos corporales, el sonido del romper la hostia del pan material? No has visto escupirla, cogerla con las manos, arrojarla indecorosamente al suelo, y hacer con ella muchos desacatos, que yo no toleraría se hiciesen conmigo? Y si aún fuera posible que Dios estuviese en la boca del justo, ¿cómo ha de descender hasta los injustos, cuya avaricia no conoce término ni medida?
Señor mío Jesucristo, dijo la santa al Señor, que se le apareció en el momento en que terminó la tentación, os doy gracias por todas vuestras mercedes, y en particular, por tres. La primera, porque vestís mi alma, inspirándome dolor y contrición, con la cual se perdonan todos mis pecados, por grandes que sean; la segunda, porque sustentáis mi alma, infundiéndole vuestro amor y la memoria de vuestra Pasión, con la que se deleita como con un suavísimo manjar; y la tercera, porque consoláis a todos los que en la tribulación os invocan. Tened, Señor, misericordia de mí, y ayudad mi fe; porque aunque soy digna de ser entregada a las ilusiones del demonio, creo, no obstante, que sin vuestro permiso no puede él nada, ni tampoco se lo permitís sin dar algún consuelo al tentado.
Entonces dijo Jesucristo al demonio: ¿Por qué hablas a esta nueva esposa mía? Y respondió el demonio: Porque la tuve en mis redes, y todavía espero volverla a coger en ellas. Me estaba obligada, cuando consintiendo conmigo, me agradó a mí más, y quiso más seguir mis consejos, que a ti que eres su Creador. Aceché todos sus pasos, y los conservo en la memoria.
Luego tú eres negociante y explorador de todos los camínos?, le dijo Jesucristo. Lo soy, respondió el demonio, pero en las tinieblas, porque me has dejado sin luz.
¿Cuándo viste y cuándo te quedaste en las tineblas?, le preguntó Jesucristo.
Vi, contestó el demonio, cuando me creaste hermosísimo; mas porque incautamente me arrojé sobre tu esplendor, quedé de él ciego como un basilisco. Te vi cuando envidiaba tu hermosura; te vi en mi conciencia, y te conocí cuando me arrojaste del cielo; te vi también, cuando tomaste carne, e hice lo que me permitiste; te conocí, cuando al resucitar, me despojaste de los cautivos; y cada día conozco tu poder, con que haces burla de mí y me avergüenzas.
Pues si sabes la verdad de mi poder, y quién soy yo, dice el Señor, ¿por qué mientes a mis escogidos? ¿No dije yo, que el que come mi carne, vivirá para siempre? Y tú, dices que es mentira, y que nadie come mi carne. En este caso, mi pueblo sería más idólatra que los que adoran piedras y maderos.
Ahora, aunque todo lo sé, respóndeme, para que ésta lo oiga, que no puede entender, sino por semejanza, las cosas espirituales. Tomás, mi Apóstol, me tóco y palpó después de mi resurrección. ¿Era espiritual lo que tocaba, o corporal? Si era corporal, ¿cómo había entrado, estando las puertas cerradas? Y si era espiritual, ¿cómo pudo ver con los ojos corporales?
Fuerte cosa es, respondió el demonio, tener uno que hablar donde es sospechoso a todos, y a la fuerza se ve obligado a decir la verdad. Pero precisado por tu mandato, digo; que cuando resucitaste, eras espiritual y corporal; y así, por la eterna virtud de tu Divinidad, y por la espiritual prerrogativa de la carne glorificada, entras y puedes estar donde quieras.
¿Cuando la vara de Moisés se convirtió en serpiente, volvió el Señor a decirle, era verdadera serpiente por dentro y fuera, ó sólo una figura y semejanza de serpiente? ¿Aquellas espuertas de pan ó fragmentos de panes, que recogieron mis discípulos, era verdadero pan, o sólo semejanza de panes?
Todo la vara, respondió el demonio, se convirtió en verdadera serpiente, y todo lo que había en las espuertas era verdadero pan, y todo eso lo hizo tu poder.
Y por ventura, ¿me será a mí ahora más dificultoso que entonces, dijo Jesucristo, hacer milagros iguales a aquellos, o mayores, si así es mi voluntad? Y puesto que la carne glorificada pudo entrar entonces donde estaban los apóstoles con las puertas cerradas, ¿por qué no puede estar ahora en manos de los sacerdotes? ¿Acaso le cuesta algún trabajo a mi divinidad juntar lo alto con lo bajo, las cosas del cielo con las de la tierra? No por cierto; sino que al fin tú eres el padre de la mentira; pero si tu malicia es grande, mayor es el amor que yo tengo y tendré siempre a los hombres. Y aunque pareciera que uno quemaba ese Santísimo Sacramento, y otro lo pisara, yo sólo conozco la fe que tienen todos y dispongo todas las cosas con medida y paciencia: y de lo que es nada hago alguna cosa, y de lo invisible, lo visible, y en la señal y forma presento una cosa a la vista, que en realidad es otra cosa distinta de lo que aparece ser.
Cada día estoy yo expirimentado esa verdad, contestó el demonio, cuando se apartan de mí mis amigos, y se hacen amigos tuyos. ¿Qué más quieres que te diga? Si a mí me dejasen a mis anchas, bien manifiesto con mi voluntad lo que haría de positivo, si me lo permitiesen.
Crees tú, hija, dijo entonces el Señor a la Santa, que yo soy Jesucristo, reparador y no destruidor de la vida; yo soy verdadero y la verdad misma, y no mentiroso, y mi potestad es eterna, y sin ella nada hubo ni nada habrá. Y es tan cierto que estoy en las manos del sacerdote, que aun cuando este mismo sacerdote dudara, no obstante, por las palabras que establecí y dije, por estas palabras que yo mismo y personalmente hablé, estoy verdaderamente en sus manos y todo el que me recibe, recibe mi Divinidad y mi Humanidad, y la forma de pan. ¿Qué es, pues, Dios, sino vida y dulzura, luz esplendente, bondad deleitatable, justicia que juzga y misericordia que salva? ¿Qué es mi humanidad, sino una carne sutilísima, la unión de Dios con el hombre, y cabeza de todos los cristianos? Luego todo el que cree en Dios y recibe su cuerpo, recibe también la divinidad, porque recibe la vida; y recibe también la humanidad, con que se juntan Dios y el hombre, recibe igualmente la forma de pan, pues bajo otra forma ha de ser recibido el que hallándose allí real y verdaderamente como está en los cielos, oculta su forma para probar la fe.
El malo recibe igualmente la misma divinidad, pero juzgadora, no deleitable; recibe también la humanidad, pero menos agradable con él, recibe asimismo la forma de pan, porque bajo la forma que se ve, recibe la verdad que está oculta, mas no recibe la suavidad dulcificadora; porque así que me aproximare a sus labios y boca, después de terminar espiritualmente el sacrificio, me aparto con mi divinidad y humanidad, y le queda sólo la memoria y forma de pan. Y no acontece esto, porque no éste yo allí en realidad presente, así con los malos como con los buenos, a causa de la institución del Sacramento, sino porque no consiguen igual efecto los buenos y los malos.
Finalmente, en el mismo sacrificio se presenta al hombre la vida, esto es, el mismo Dios, y se da también esta vida; más no permanece con los malos, porque no dejan el mal, y así sólo queda a sus sentidos la forma de pan. Y no porque aquella forma de pan, que estuvo antes bajo la substancia de pan, se les convierta en algo efectivo, sino porque cuando la reciben, nada piensan y quedan como si viesen y sintieran solamente la forma y substancia de pan y vino; al modo que si entrase en casa de alguno un señor poderoso, y después se recordara su figura, pero sin hacer caso de su bondad presente, y se le despreciase.
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