Has de ser, hija mía, dice la Virgen, como un vaso vacío y dispuesto para ser llenado, que ni sea tan ancho de boca, que se derrame lo que se le eche, ni tan hondo, que no tenga suelo. Este vaso es tu cuerpo, el cual está vacío, cuando carece del apetito del placer. Será, pues, moderadamente ancho, cuando es afligido con discreción en la carne, de tal suerte, que el alma esté dispuesta para entender las cosas espirituales, y el cuerpo con fuerzas para trabajar. Está el vaso sin suelo, cuando no se reprime y pone a raya la carne con alguna abstinencia, sino que se le da todo lo que desea.
¿No advertiste aquella palabra poco cuerda que dijo ese siervo mío? ¿Para qué he de meterme yo a hablar, dijo, ni a corregir a nadie? Semejantes palabras no son propias de un siervo de Dios, pues todo el que oye y sabe la verdad, es reo si se la calla, a no ser que enteramente conozca que va a ser menospreciado.
Y para que lo entiendas mejor, te pondré un ejemplo. Había cierto señor que tenía un fuerte castillo en el cual se encontraban cosas buenas: un manjar incorruptible que quitaba toda hambre, un agua saludable que apagaba toda sed, un suavísimo olor que desvanceía todas las cosas venenosas, y las armas necesarias para vencer a todos los enemigos. Estando el señor distraido con otras cosas, fué sitiado su castillo, y así que lo supo, le dijo a su pregonero: Ve y clama en alta voz a mis soldados: Yo, que soy el señor del castillo, quiero librarlo: todo el que de buena voluntad me siguiere, será igual conmigo en gloria y en honor, y al que muriere en la batalla, lo resucitaré a una vida que no tiene defecto ni congoja alguna, y le daré honor permanente y completa abundancia. Aquel criado clamó según la orden de su señor, pero fué poco cuidadoso en dar voces, hasta tal punto que no le oyó un soldado muy valeroso, y por esto no fué a la guerra. ¿Qué hará el señor con este soldado que de buena gana quiso trabajar pero no oyó la voz del pregonero? Será remunerado según su voluntad, y no quedará sin castigo el perezoso pregonero.
Este castillo fuerte es la santa Iglesia; fundada con la sangre de mi Hijo, en la cual están: su cuerpo que desvanece toda hambre, el agua de la sabiduría evangélica, el suave olor de los ejemplos de sus santos y las armas de su Pasión. Este castillo se halla en el día sitiado por los enemigos. Luego para que los enemigos de Dios se disminuyan, no deben cansarse sus amigos, pues la remuneración no será temporal, sino aquella que no conoce término.
|