Dice Jesús a la Santa: Buena y preciosa cosa es la virginidad, porque asemeja a la criatura con los ángeles, con tal que se guarde racional y honestamente. Pero si no se guarda esto, si hay virginidad del cuerpo y no pureza del alma, hay entonces una virginidad desfigurada; pues más me agrada una casada humilde y devota, que una doncella soberbia y descompuesta; y por consiguiente, puede ser a mis divinos ojos de gran merecimiento y virtud, cualquiera que con amor hacia mí y muy recta intención, persevera en el estado a que la llamé.
Tres quiero ponerte por ejemplo de lo que te acabo de decir: Susana, Judith y Tecla. La primera fué casada, la segunda viuda, y la tercera virgen. Tuvieron diferente género de vida y diferente propósito, y no obstante, por el mérito de sus acciones fueron conformes en lo principal. Susana prefirió morir a faltar a su deber; y porque siempre me tuvo presente en todas partes, mereció ser salvada y gloriarse de su salvación. Judith, viendo los desacatos que me hacían y las pérdidas de su pueblo, se angustió tanto, que no sólo se expuso por mi amor a su oprobio y daño, sino que estaba dispuesta a sufrir por mí cualquiera muerte. Tecla, que fué virgen, más quiso sufrir mil tormentos, que hablar contra mí una sola palabra. Todas tres fueron por diferente camino, pero todas ellas tuvieron gran merecimiento en la intención y deseo de agradarme. Luego sean doncellas, casadas o viudas, todas, según su diferente estado y condición, pueden agradarme, con tal que tengan buena vida, y todo su deseo esté encaminado a mí, según su especial vocación.
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