Carta pastoral

El por qué debemos enseñar la castidad

Por el Cardenal Franjo Kuharic

Introducción

Una vez que ha sido legalizado, el aborto se convierte simplemente en otro medio de control de la natalidad, en tanto que la actividad sexual irresponsable se multiplica. Más de las dos terceras partes de la humanidad viven ahora en países donde se ha abandonado la protección histórica que se daba a los niños aún no nacidos. Así, la matanza de niños antes de nacer es la guerra más grande en toda la historia. Como ha dicho Solzenitsyn, "el Occidente ha perdido su voluntad de vivir."

Pero mucho antes de que la gente pierda la voluntad de vivir, ha perdido la voluntad de amar, y por lo tanto la capacidad de amar. Sin embargo, es increíble el número de pecados que hoy en día se cometen en nombre del amor! Prácticamente en todos los países occidentales, la mayoría de los abortos afectan a niños concebidos a través de relaciones sexuales antes o fuera del matrimonio. Así, el aborto es el fruto del pecado capital de la lujuria, o la falta de la práctica de una importantísima virtud cristiana llamada castidad, parte de la virtud cardinal de la templanza, que domina los apetitos humanos.

Cuando el impulso hacia el placer sexual está sin control y la gente está dominada por sus glándulas, la sociedad siempre paga un alto precio. Esto se puede ver no sólo por el número increíble de abortos sino por las enfermedades venéreas sin control y sus formas incurables, tales como el SIDA y el Herpes II; por el nuevo estilo de vida de parejas que viven juntas, que en otro tiempo llamábamos amancebarse; por el número alarmantemente bajo de nacimientos, siendo Irlanda el único país desarrollado que está reproduciéndose; por la locura furiosa de la esterilización; por los siempre crecientes medios de control de la natalidad, y el número sin precedentes de embarazos y abortos entre niñas adolescentes, para mencionar sólo unos pocos de los males que provienen de la falta general de la práctica de la "virtud difícil" en un mundo que Pablo VI describió como el que "ha perdido todo sentido del pecado." Aun el humanista Freud advirtió que el abuso de la sexualidad siempre lleva a la violencia, que a su vez engendra más violencia. La Madre Teresa ha advertido: "La guerra nuclear es el fruto del aborto." En nuestra sociedad, sexualmente enferma, estamos siendo bombardeados por la diabólica y constante propaganda sobre la superpoblación, cuando de lo que el Occidente sufre es supersexualidad y subpoblación.

En un mundo tan confundido, la pastoral sobre la castidad, escrita por el Cardenal Franjo Kuhari de Zagreb, es ciertamente alentadora. Basando su enseñanza en las leyes de Dios que se encuentran en la Sagrada Escritura y en la sabiduría constante de la experiencia humana, clarifica en forma hermosa la virtud olvidada del control sexual o la castidad, recordándonos la vieja máxima de que Dios perdona siempre, los hombres a veces y la naturaleza nunca. Tal vez, después de leer las sabias observaciones del Cardenal, nos daremos cuenta de que nunca en el curso de la historia ha sido más evidente para los que tienen ojos que ven, lo correcta que ha sido la Iglesia Católica en lo que ha predicado sin descanso en todas las épocas sobre la moral sexual.

Padre Paul B. Marx O.S.B.
Vida Humana Internacional

LA REDENCION DEL CUERPO

"Glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo" (1 Cor. 6,20)

"A la Iglesia de Zagreb, que pertenece al Padre y al Señor Jesucristo, gracia y paz" (Cf. Tes. 1,1)

¡La Redención! El misterio de la Redención será el tema central de meditación de la Iglesia durante el Año Santo de la Redención. Al comienzo del tiempo, la Redención fue prometida al hombre caído. Los profetas la anunciaron al pueblo de Dios, al pueblo de la Alianza del Sinaí. Esta esperanza brilló constantemente a través de los trágicos sucesos de la historia de Israel: ¡el Mesías vendrá y nos salvará!

La Redención es un acto de Dios, un acto del amor infinito de Dios a los hombres. Incluye el misterio de la Encarnación del Verbo en el seno inmaculado de la Virgen María; luego, la vida, muerte y resurección de Jesucristo, Dios y hombre; y finalmente la venida del Espíritu Santo. Así el Dios Trino manifestó a los hombres su amor y su misericordia. La cruz es el signo de ese amor. Como signo de la Redención fue plantada en el suelo de esta tierra para no ser desarraigada nunca. Dando testimonio de un suceso que realmente tuvo lugar realmente en la historia, se convierte en la luz de Dios en medio de la oscuridad del mundo. Brilla sobre aquellos que están en las tinieblas y en la sombra de la muerte (Cf. Lucas 1,179).

"La luz brilla en las tinieblas y las tinieblas no la comprendieron"(Juan 1,5).

Por el acto de la Redención algo sucede en el ser mismo del hombre. ¿Qué es? El resultado es el hombre nuevo; la imagen de Dios -- profanada, desfigurada y aún destruida por el pecado -- es restablecida en el hombre. Dios tiene su propia visión del hombre. Esa visión se manifestó en Jesucristo en una forma perfecta. Asi, Jesucristo, como hombre, es la perfecta manifestación y realización de la idea de Dios con respecto al hombre. El hombre pecador está inmensurablemente distante de esa visión; sumergido en el mal, se convierte en un mundo de pecado, en conflicto con el pensamiento y la voluntad de Dios. Por su redención se convierte en luz: es sumergido en la vida de Dios, y el Dios Trino viene a habitar en él como amor y santidad. El hombre, liberado del mal y consagrado por el Espíritu Santo, se convierte en hijo de Dios. Un mundo nuevo nace en él, un mundo divino. "Si alguien está en Cristo, es una nueva criatura. Lo viejo ha pasado y he aquí que todo se ha hecho nuevo" (2 Cor. 5,17).

"Dios nos eligió en sí mismo antes de la creación del mundo para ser santos e inmaculados en su presencia, en la caridad; y nos predestinó a la adopción como hijos por Jesucristo"(Efesios 1, 4-5). Éste es el glorioso favor que nos ha otorgado en su Amado (Cf. Efesios 1,6).

La Redención debe llevarse a cabo en el hombre completo. Transforma toda la naturaleza humana y la vida humana en su totalidad: mente y corazón; conciencia y libertad; cuerpo y alma; pensamientos, palabras y obras. La Redención debe penetrar, toda la realidad humana. El hombre completo es renovado, consagrado completamente a Dios. Sólo en esa forma se genera una nueva vida.

"La sabiduría de la carne es muerte pero la del Espíritu es vida y paz. La sabiduría de la carne... no está sujeta a la ley de Dios." (Romanos 8, 6-7)

Si el hombre completo es redimido, ¿cómo afecta la redención su parte corporal? "Varón y mujer los creó"(Gnésis 1, 27). Por lo tanto, la sexualidad es parte del ser humano completo, y dentro de la naturaleza entera del hombre redimido, debe también ser redimida. Esto significa que a través de la Redención la sexualidad debe volver a la dignidad querida por el Creador; debe lograr de nuevo el propósito decretado por Dios. Lo que fue profanado por el pecado debe ser renovado por la gracia. Lo que sirvió a la muerte debe servir a la vida. Lo que alimentó el egoísmo brutal de la pasión debe ser consagrado por el amor redentor.

Por el pecado, un desorden fundamental afectó todo el ser humano, alma y cuerpo. Su mente se abrió al error y su corazón al odio; su voluntad se inclinó al mal; su conciencia perdió su punto de referencia. En la esfera corporal, su sexualidad se convirtió en una lujuria desordenada, en la que nada es sagrado ni digno de estimación. Como un remolino, el deseo sexual ha arrastrado al hombre a la profundidad de pasiones ilimitadas. Esas pasiones deforman al hombre hasta la perversidad; convierten a la persona humana en un simple instrumento del hedonismo. Como el Concilio correctamente declara, "La verdad es que los desequilibrios de que sufre el mundo moderno están conectados con un desequilibrio más básico, arraigado en el corazón humano." (Gozo y Esperanza,10.)

En el campo mismo de la sexualidad hay una revuelta contra toda norma que trate de limitarla; una revuelta contra la dignidad de la persona humana, una revuelta contra la familia, una revuelta contra la vida misma. Se levanta en forma violenta contra la inocencia de la juventud y la fidelidad conyugal, contra la castidad conyugal y contra los niños que aún no han nacido. La misma revuelta ataca el celibato y el voto de castidad en la Iglesia. El deseo sexual sin restricciones demanda completa libertad en la vida sexual. Esas demandas se formulan en nombre del "progreso". Con la mentalidad de la satisfacción sexual, los actos pecaminosos se llaman "liberación". La inocencia, la castidad y la modestia son ridiculizadas, no cultivadas como protección contra la profanación de la sexualidad. Sin embargo, la dignidad es la mejor protección de la persona humana.

En el mundo animal, la sexualidad está regulada por el instinto y no es abusada. Si la sexualidad humana no está regida por la razón y la conciencia, por la luz de las reglas de Dios, se convierte en un fuego que destruye a la persona humana y la degrada por debajo de los animales. "¿Puede un hombre acercar el fuego a su pecho y a sus vestiduras, y no quemarse? o ¿Puede un hombre caminar sobre carbones encendidos sin quemarse los pies?" (Prov. 6, 27-28.)

!Cuánto dinero se gasta y se gana fomentando esa ambición! Teorías e ideologías, muchas películas y libros están a su servicio. La pornografía encuentra mercados y ganancias hasta en nombre del arte. Espectáculos y revistas pornográficas atraen a numerosos comerciantes y compradores. Muchos periódicos y revistas publican imágenes pornográficas para aumentar sus ventas. Mujeres desnudas son presentadas en toda clase de propaganda. Mientras más rico sea el lugar y más alto el nivel de vida, más abunda el diluvio sexual. Se usan todos los medios posibles para imponer al público la opinión de que la sexualidad es la actividad humana más importante, la principal fuente de placer y una necesidad inevitable e irremplazable, el verdadero significado de nuestra corta vida humana. Estas tendencias son explotadas por ciertos poderes siniestros en nuestras modas y en el nudismo. La Sagrada Escritura nos previene sobre el falso estilo de vida que nos invita a aceptar el razonamiento de la gente de este mundo. Leemos en el libro de la Sabiduría: "Breve y turbada es nuestra vida...Porque nacimos al azar y después seremos como si no hubiéramos existido...Nuestro cuerpo será cenizas y nuestro espíritu saldrá como aire sin resistencia...Venid, por lo tanto; gocemos de las cosas buenas que son reales y usemos con avidez la frescura de la creación. Disfrutemos de vino y perfumes costosos, y no desaprovechemos ningún capullo de primavera"(Sab.2,1-2;2,3,6).

Ciertamente, si el hombre es solamente cuerpo, si no hay alma inmortal -- como hasta ciertas personas en la Iglesia afirman -- entonces ese razonamiento es correcto. Si la educación sexual no está sujeta a principios morales, si presume que al hombre le falta toda dimensión espiritual o futuro transcendente, entonces es simplemente un estímulo para la satisfacción sexual irresponsable. Así es como muchos jóvenes son llevados al abismo de la irresponsabilidad moral.

Millones de niñas adolescentes, seducidas y llevadas a la experiencia sexual, y luego empujadas a exigir el aborto, son víctimas de esa mentalidad. Cosiderando el problema desde el punto de vista temporal, cualquier persona puede ver lo que una nación puede esperar de su juventud arruinada. Con frecuencia, todos los ideales han muerto entre tales jóvenes; su ética se relaja; pierden su firmeza moral y pierden todo interés en los deberes de su vocación. El apetito sexual sin restricciones conduce a la muerte.

En los últimos diez años(1970-1980), según las estadísticas, 853.141 abortos fueron registrados en Croacia (y ¿cuántos otros no se registraron?) ¡Eso es más que diez Hiroshimas! Una especie de guerra nuclear se está llevando a cabo calladamente, silenciosamente; es una lucha que ocurre en lo íntimo de nuestra existencia nacional. Los que están por nacer mueren sin una queja y no se les da una tumba ni un cementerio. El útero se ha convertido en el lugar de ejecución. Algunas mujeres demandan este acto de muerte como su privilegio y muchas instituciones viven de este negocio sangriento. En 1980, por cada 100 nacimientos tuvimos 75,19 abortos. Ninguna persona bien intencionada puede ignorar el significado de estas cifras.

Todos estos males son la consecuencia directa de una sexualidad no redimida. Si no hay Redención, todo está permitido. Todo está permitido si rechazamos el plan de Dios para el hombre, si rechazamos los mandamientos de Dios. Dios dio esos mandamientos para bien del hombre, nunca para su perjuicio. Lo que está en contra de la voluntad de Dios va siempre contra el hombre: "Porque el mandato es una lámpara y la enseñanza una luz, y el camino a la vida es la restricción de la disciplina" (Prov. 6,23.)

La historia nos dice que la depravación sexual ha destruído varias civilizaciones. Por medio de las drogas, el alcohol y la violencia, la muerte ahora amenaza con destruir nuestro mundo moderno. Todos los que en una forma o en otra promueven la inmoralidad conspiran contra el hombre, la familia, la nación y la humanidad. Se trata de una guerra, especialmente en contra de la vida.

"La fornicación y toda inmundicia o codicia ni se nombre entre vosotros, como corresponde a los santos"(Efesios 5,3.)

"Ved que nadie os engañe por medio de una vana filosofía" (Colosenses 2,8.)

Desgraciadamente, en la Iglesia de hoy encontramos opiniones que favorecen la mentalidad moderna, orientada hacia el placer. Recordamos las críticas apasionadas a la encíclica Humanae Vitae en los medios de comunicación, especialmente en los países ricos. Un documento llamado Persona Humana, expedido por la Sagrada Congregación de la Doctrina de la Fe, tuvo una recepción similar. En la Iglesia Católica, algunos profesores y teólogos, abrumados por la mentalidad moderna, se desanimaron y comenzaron a defender ideas que daban consideración a la codicia o invitaban a ella. La sociología se convirtió en magistra vitae. Si uno puede determinar sociológicamente que la mayoría de los hombres llevan una vida en conflicto con los principios enseñados por la Iglesia de acuerdo con la Revelación, algunas personas inmediatamente llegan a la conclusión de que la Iglesia debe ajustarse al hombre moderno. En otras palabras, la Iglesia no debe predicar el Evangelio y convertir al hombre a una nueva vida, sino cambiar el Evangelio para acomodarse a la vida contemporánea de los hombres. Sin embargo, aunque todo el mundo esté pecando, el pecado no se convierte en algo aceptable. Nos encontramos ante el mito del hombre moderno: su vida práctica se ha convertido en la norma; es tan "progresista" y tan "ilustrado" que no puede aceptar valores "viejos" y "pasados de moda". Éstos deben ser cambiados. El mito del hombre moderno se convierte en la idea de un "nuevo" hombre que se basta a sí mismo y que debe romper con toda clase de trascendencia. !Dios ha muerto! !Viva el hombre!"

Recientemente, un profesor "católico" en un país occidental rico difundió el siguiente mensaje por la radio: Las autoridades de la Iglesia "mantienen una posición inaceptable con respecto a todos los problemas femeninos", desde la regulación de los nacimientos hasta el divorcio y una incomprensible actitud con relación al aborto. Esos mensajes se han oído también en nuestro propio país.

La actitud del profesor es insostenible. Los jefes de la Iglesia no son amos sino siervos de la Palabra de Dios. Los principios fundamentales de la Revelación no pueden cambiarse para satisfacer el gusto del mundo o acomodar a los expertos. Los "problemas femeninos" no pueden solucionarse convirtiendo a la mujer en un simple instrumento de placer, degradándola al nivel de un objeto, o dando a la sexualidad un valor supremo que exige sacrificios, los cuales incluyen hasta la vida de seres humanos. Aunque un mundo no redimido acepte esas prácticas, ellas no pueden convertirse en los principios del hombre redimido. Esta clase de teología no está al servicio de la Redención sino al servicio de la antirredención. Es la teología del camino ancho que lleva a la destrucción, es una capitulación ante el espíritu que lleva a la destrucción, es una capitulación ante el espíritu de este mundo. Naturalmente, aquellos que no reconocen la realidad del pecado, a pesar de sus consecuencias mortales, creen que no necesitan ser librados del pecado; para ellos la Redención no tiene sentido.

Cuando un hombre ha sido atacado por el cáncer, es inútil que sus médicos traten de ocultar la realidad, diciéndole que no está enfermo. La enfermedad seguirá su curso. De manera similar, un teólogo es un falso profeta si declara que no hay pecado en actos sexuales antes del matrimonio, ni en la contracepción, el divorcio y el aborto; no salva al hombre para Dios, sino lo lleva a la rutina, como un ciego guiando a otro ciego. De la misma manera, el hombre es llevado a su destrucción por aquellos que enseñan que el hombre no tiene una alma inmortal, a pesar de la profesión de fe de la Iglesia en la Revelación divina y la constante creencia de la humanidad en la inmortalidad. Debemos declarar en forma clara y valerosa que esos falsos conceptos son mortales.

El apóstol San Pablo escribió a los efesios: "Eso no fue lo que aprendísteis cuando aprendísteis a Cristo, si es que le habéis oído y habéis sido instruídos en El, según la verdad que está en Jesús, es decir, que os debéis despojar de la vida anterior y del hombre viejo, corrompido por los deseos del error y debéis renovar el espíritu de vuestra mente y tomar la vestidura del hombre nuevo, creado según Dios en la justicia y la santidad de la verdad"(Efesios 4,20-24).

Cuando el Redentor apareció en el mundo, se encontró con una oposición despiadada que lo llevó a la cruz. No es de sorprenderse, por lo tanto, que la Iglesia haya encontrado oposición a través de la historia cuando ha presentado ante el mundo la Revelación de Dios, con respecto al hombre y sus demandas en relación con la dignidad humana. El mundo del pecado siempre está en rebelión, porque los pecadores son llamados a romper sus "dulces" pero mortales cadenas. Los apóstoles no se encontraron en mejores condiciones que nosotros. Como nosotros, fueron enviados a un mundo de pecado. Ellos se encontraron ante la decadencia moral de su época; sin embargo, no predicaron la capitulación, sino una nueva imagen divina del hombre. Ellos anunciaron claramente la belleza de la inocencia y de la castidad y la fidelidad conyugal; en el nombre de Dios y con determinación proclamaron la indisolubilidad del matrimnonio y la santidad del amor conyugal. Sabían que la sexualidad redimida tiene su propia dignidad. por la Redención, la humanidad fue elevada al mundo de Dios y libertada de su vieja esclavitud. Por eso es que ciertas ideas son irreconcialiables con el Evangelio.

"Habéis oído que se dijo a los antiguos: no adulterarás. Mas yo os digo que todo el que mirare a una mujer deseándola, ya ha cometido adulterio con ella en su corazón". (Mateo 5,27-28.)

El apóstol San Pablo escribe a los colosenses después de que ellos habían aceptado la Redención y al Dios del amor (cf,1 Juan 4,16): "Salísteis del hombre viejo con sus obras y os habéis revestido del hombre nuevo con un conocimiento de acuerdo con la imagen de aquél que lo creó"(Colosenses 3, 9-10). Solamente el hombre redimido es un hombre nuevo. El hombre de los tiempos antiguos, como el hombre moderno, si no ha sido redimido y llevado del poder de las tinieblas a la luz (Cf.Col.1,13), sigue siendo el hombre viejo. En esa esfera nada ha sido cambiado por el progreso científico o los adelantos tecnológicos. Los que están de acuerdo con el hombre viejo naturalmente tienen quien los escuche; pueden lograr vasta publicidad y hacerse "famosos". El apóstol San Pablo, que conocía muy bien la sicología del hombre viejo, nos llama la atención sobre este punto, escribiendo a Timoteo: "Porque vendrá el tiempo en que no tolerarán la sana doctrina, sino que siguiendo sus deseos, se rodearán de maestros que les halaguen los oídos y se apartarán de la verdad, aceptando fábulas"(Timoteo 4,3-4).

"Eráis en un tiempo tinieblas; ahora sóis la luz en el Señor. Andad como hijos de la luz". (Efesios 5,8)

La Redención es la medicina de Dios para el hombre; le trae verdad, santidad y una nueva vida. La Iglesia debe ofrecer esta medicina al mundo; ninguna razón la puede excusar de este deber. La verdad no se puede dejar pasar en silencio: un faro no debe ser apagado. La Redención siempre ha producido testigos. La luz es visible en la oscuridad. Además de los muchos santos y hombres justos, un resultado especial de la Redención han sido los hombres y mujeres que, a través de la historia de la Iglesia, han escogido conscientemente el estado del celibato o hecho voto de su virginidad "por el reino de Dios"(Mateo 19,12). Ellos son un ejemplo especial de la sexualidad redimida. El Dios-Hombre virgen quería tener testigos en su Iglesia mientras ésta se encuentra en su peregrinación hacia el futuro pascual absoluto, testigos visibles de ese futuro, de esa esperanza final. Por la resurrección, la Redención del cuerpo humano será perfeccionada y llevada a cabo plenamente. En el cuerpo glorificado, la sexualidad ya no tendrá su fin temporal. Por esta razón, Jesús les dijo a los saduceos, "que dicen que no hay resurección": "Estáis equivocados, no conociendo las Escrituras ni el poder de Dios; después de la resurrección, la gente ni se casa ni será dada en matrimonio, sino serán todos como ángeles en el cielo"(Mateo 22,23;29-30).

En la Iglesia de hoy, las almas virginales son testigos de ese futuro. Fieles a la inspiración del Espíritu Santo y fortificadas por el poder de Dios, no se sienten ni inferiores ni empobrecidas. Por el contrario, ellas demuestran la riqueza especial de la Redención por su amor más completo, que las hace más generosas con Dios y con sus prójimos. Estos hombres y mujeres representan el aspecto virginal de la Iglesia. Ellos siguen a Jesús virgen y a su Madre virgen. Su inviolabilidad corporal es la expresión de sus almas virginales y de su afiliación irrevocable con Dios. !Cuántas santas vírgenes salvaron su virginidad a costa del martirio! Entre el pueblo de Croacia hubo tales mártires en el pasado, y hay otros en nuestro tiempo.

Esos hombres y mujeres son ejemplos que retan a la juventud y a los casados a vivir vidas dignas de su Redención. Los jóvenes inocentes son la riqueza de la Iglesia y la bendición de la nación. Son los heraldos de un futuro más luminoso. Como personas humanas libres, fortificadas por el Espíritu Santo, conquistan al hombre viejo en sí mismas y en el mundo de pecado que las rodea. Ellos rechazan los mitos y los ídolos de este mundo, resistiendo la esclavitud de la codicia. La Redención también eleva a las parejas casadas a un nuevo concepto de amor y sexualidad. La fortaleza del Espíritu Santo se manifiesta en su castidad, protegiendo su dignidad personal y purificando su amor; las preserva de toda clase de egoísmo. "Todo lo puedo en Aquél que me conforta."(Filipenses 4,13).

Contra esa noción de sexualidad, algunas personas han invocado hasta el Concilio Vaticano II. Sin embargo, el Concilio no negó ninguna verdad revelada ni ningún principio moral. Recalcó ciertos aspectos particulares. "La palabra bíblica de Dios insta varias veces a los novios y a los casados a alimentar y desarrollar su unión matrimonial con el puro amor conyugal y un afecto no dividido...El Señor ha juzgado este amor digno de dones especiales, dones de gracia y caridad que curan, perfeccionan y exaltan...Por lo tanto, sobrepasa la sola inclinación erótica que si es seguida en forma egoísta, pronto se desvanece tristemente..." Especialmente en el seno de sus propias familias, los jóvenes deben ser instruídos en forma apropiada y oportuna sobre la dignidad, los deberes y la expresión del amor matrimonial. Así entrenados en el cultivo de la castidad, podrán a la edad apropiada, contraer su propio matrimonio después de un noviazgo honorable"(Gozo y Esperanza, 49). Si se presentan problemas, éstos no pueden solucionarse con errores, sino con la verdad. La principal causa de la epidemia del divorcio es el libertinaje erótico antes del matrimonio.

El Concilio considera la elección voluntaria del celibato y los votos de castidad como un don de Dios."Los consejos evangélicos de la castidad dedicada a Dios, de la pobreza y la obediencia están basados en las palabras y el ejemplo del Señor. Son además elogiados por los apóstoles y los Santos Padres, y otros maestros y pastores de la Iglesia. Los consejos son un don divino, que la Iglesia ha recibido del Señor y que siempre preserva con la ayuda de Su gracia"(Luz de las naciones, 43). De esa vocación, Nuestro Salvador dijo: "No todos entienden esta palabra, sino a los que se les ha dado... El que pueda entender que entienda"(Mateo 19,11-12).

"Si alguno me ama, guardará mis palabras"(Juan 14,23)

La Iglesia debe encontrar el valor y la determinación para exponer la visión de Dios, con respecto al hombre y al mundo, a todos los hombres, en todas las épocas, aunque se la llame reaccionaria y conservadora, aunque se la reproche por no ser capaz de llevar a cabo un diálogo con el mundo, y aunque se la acuse de oponerse al progreso y a la felicidad del hombre. ¿No fue Nuestro Señor llamado un seductor y enemigo del pueblo? Igualmente los apóstoles no tuvieron éxito. Cuando la Iglesia habla de la castidad o la sexualidad redimida, muchos se tapan los oídos porque no quieren oir palabras duras. Eso le pasó al apóstol San Pablo, esclavo por razón del Evangelio: Hablando Pablo de la justicia, la continencia y el juicio venidero, Félix, temeroso, respondió: "Basta por ahora; en tiempo oportuno te llamaré"(Hechos 24,25).

En el Año Santo de la Redención, nosotros -- los hijos e hijas de la Iglesia, especialmente los obispos y presbíteros, enviados en nombre de Dios a llevar a la gente el don de la Redención -- debemos considerar estos temas seriamente. Un diluvio de lodo ha inundado nuestra nación y el mundo. La corrupción sexual, la lujuria, hace que el espíritu humano se vuelva ciego a las realidades espirituales. Mata las conciencias. No podemos capitular ante esa situación. Traicionaríamos a Dios y a nuestro prójimo. Debemos hablar de la castidad valerosamente, aunque la palabra misma ya no forme parte de nuestra manera moderna de hablar. Sin embargo, los que son puros disfrutan del gozo de su pureza y no vacilarán en hablar de ella. Nuestros jóvenes comprenderán que no pueden aceptar la Redención si no llevan una vida casta. Ellos verán que un corazón inocente siempre está abierto al Redentor. A ellos podemos aplicar las palabras del Salvador: "Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios"(Mateo 5,8).

Debemos tener todas estas cosas en cuenta cuando enseñamos nuestr religión, en nuestras homilias y especialmente en el confesionario. Cualquier omisión a este respecto es un sacrilegio y una cooperación con el mal. A los que desvían a otros, así como a los desviados, el Redentor les dirá: "Estáis en el error!" Si una Comunión es el resultado de una conciencia mal guiada, no es una Comunión de Redención, porque los muertos no necesitan medicina.

Durante el Año de la Redención, tanto la Eucaristía como el sacramento de la reconciliación deben ser el centro de nuestra atención. Un pecador solamente puede ser redimido por una buena confesión. La sinceridad, el arrepentimiento y el propósito son elementos de la conversión, sin los cuales no hay perdón.

¡La Eucaristía es el alimento de las almas puras! ¡Es la fortaleza para llevar una vida de pureza!

La oración, los sacramentos, la meditación en la palabra de Dios y el evitar las ocasiones de pecar, son condiciones indispensables que ayudan al hombre débil a disfrutar de la belleza milagrosa de la Redención. El espíritu debe ser alimentado por la verdad y fortalecido por la gracia, para que el cuerpo pueda ser redimido por la libertad de que gozan los hijos de Dios.

Con estos pensamientos no hemos cubierto toda la materia, sino únicamente hemos señalado los puntos esenciales. Como preparación para el matrimonio, recomendanos que Familiaris Consortio(1981), la exhortación del Santo Padre Juan Pablo II, sea estudiada por los jóvenes.

¡Miremos suplicantes a Nuestro Redentor virgen! Él es la luz. Su Madre, con su virginidad inviolada, refleja perfectamente la luz de su Hijo. Muchos hombres y mujeres puros todavía los siguen. Muchos padres dignos y devotas madres, muchas personas consagradas a Dios por el celibato y sus votos de castidad los siguen. Debemos mencionar específicamente a las vírgenes y a los mártires. Las ideas elevadas aclaran la oscuridad de las nociones torcidas e iluminan las conciencias. Con valor y libertad, ¡construyamos un mundo mejor de pureza e inocencia! ¡Ésa es una orden del cielo! Ese será el fruto de la Redención. "Id, pues, y enseñad a todas las naciones...enseñándoles a cumplir todo lo que yo os he mandado"(Mateo 28,19-20).

"Como Tú me enviaste al mundo, así yo los he enviado al mundo"(Juan 17,18). ¡Y los apóstoles fueron! Al final de nuestra meditación, ¡dejémosles hablar!

El apóstol San Pedro escribió a los fieles de la Diáspora en el Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia: "Armáos con su mismo pensamiento...para que ya no tengáis los deseos de los hombres, sino de la voluntad de Dios durante el tiempo que os queda en la carne. Es suficiente el tiempo pasado dedicado a la voluntad de las gentes, andando en la lujuria, los malos deseos, la embriaguez...y el culto ilícito de ídolos. Se admiran los blasfemos de que no participéis en la misma confusión de lujuria que ellos, los cuales deberán dar cuenta a Aquel que está listo a juzgar a los vivos y a los muertos" (1 Pedro 4,1-2-5).

"Como hijos obedientes, ya no estáis formados por los deseos anteriores que tuvísteis por vuestra ignorancia; sino que según el que os llamó, el Santo, vosotros debéis ser santos en toda vuestra conducta"(1 Pedro 1,14-15).

"Que el matrimonio sea honorable en todo y el lecho se mantenga inmaculado. Dios juzgará a los fornicadores y adúlteros" (Hebreos 13,4).

"Esta es la voluntad de Dios, vuestra santificación y que os abstengáis de la fornicación, cada uno guardando su cuerpo en santidad y honor...Dios no nos ha llamado a la inmundicia, sino a la santidad. Así, todo el que rechaza esto no rechaza al hombre, sino a Dios que nos dio su Espíritu Santo"(Tesalonicenses 4,3, 7,8).

"Pero el cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor...¿No sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que lo habéis recibido de Dios y no es vuestro? Habéis sido comprados a un gran precio" (1 Corintios 19,20).

La palabra de Dios es válida para todos los tiempos, también para nuestros días. La Redención es una vida nueva, un mundo nuevo, el mundo de Dios. "!Glorificad, pues, a Dios en vuestros cuerpos!"

No. 7 - Carta Pastoral del Arzobispo de Zagreb, Franjo Cardinal Kuharic, en el Año Santo de la Redención, tercer domingo después de Pascua, 17 de abril de 1983.

Cortesía  Life International - Vida Humana Internacional © 1998.

 

 

 

 

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