UNA CARTA PASTORAL
SOBRE LOS PADRES Y LA
PATERNIDAD
"PADRE ENSEÑA A LOS HIJOS TU FIDELIDAD..."
(Isaías 38:19-20)
Indice
FUNDAMENTO DEL AMOR HUMANO Y DE LA SOCIEDAD
El misterio de la diferencia sexual
VI. EXHORTACIÓN FINAL Y
ORACIÓN
Saludos en el Senor
Jesucristo, Hijo único de Dios, Desposado con la Iglesia, Salvador, Senor y
hermano.
En esta carta, quisiera
hablar con todas las familias en nuestra diócesis y especialmente con mis
hermanos en la fe, ambos clérigos y laicos, luchando para ser buenos cristianos
en el desafiante mundo contemporáneo.
Les pido que
reflexionen conmigo sobre la paternidad a la luz de nuestra condición de
discípulos en Cristo Jesús y de la cultura en la que la vocación a ser padre es
dejada de lado. Hoy en día muchos hombres han perdido de vista la paternidad . Les
falta confianza en quienes son, hacia donde se dirigen, y qué son como
personas. Esto constituye una crisis para los hombres jóvenes como también para
viejos, para casados como para solteros, para el clero así como el laicado. Y
"el eclipse de la paternidad" [1] no es solamente un punto importante
para los hombres. Las mujeres también están muy involucradas.
Mi intención es
mantener un enfoque en ciertos aspectos del complejo de problemas que
constituye nuestra crisis actual. De hecho, sólo si las mujeres invitan a los
hombres a los roles de marido y padre, cooperan con ellos y esperan grandes
cosas de ellos, puede el hombre tener esperanzas de asumir responsabilidades
tan fascinantes. En realidad, lo mismo es cierto para mujeres en sus roles como
esposa y madre.
La Iglesia no tiene
todas la respuestas para la actual crisis de la paternidad. Los problemas
eluden respuestas fáciles y tocan el misterio de la persona humana con sus
muchas relaciones, especialmente su relación con Dios. No obstante, nunca
debemos perder confianza en Dios, nuestro Padre amoroso; El no nos dejará
huérfanos. El nos entrega Su Hijo -y Su Novia, la Iglesia- para llenarnos del
poder de la verdad y el consuelo de Su gracia. Esta gracia continuamente nos
fortalece para asumir nuestra dignidad como hijos de Dios y para vivir de
acuerdo con esa dignidad.
La paternidad
esencialmente es relacional, es una manera en la que el hombre se pone al
servicio de la comunidad humana. Por lo tanto, no se puede entender el actual
desafío de la paternidad aislado de la cultura en la que vivimos. Cuando una
sociedad pierde de vista la verdadera dignidad del hombre, la cultura en sí
misma empieza a enredarse. Hoy, se disputan acaloradamente los mismos
principios que sustentan nuestra comprensión de la verdad y la dignidad de la
persona humana. Incluso, a menudo, la convicción de que existe una verdad
universal se niega. Consecuentemente, muchos creen que podemos crear nuestra
propia verdad y nuestra propia realidad, según nuestros propios propósitos. Pero
este enfoque no sólo degrada la inteligencia humana, sino también mina nuestra
habilidad de formar una comunidad humana e incluso de compartir un idioma
común. Cuando los padres pueden justificar el abortar a sus hijos inocentes en
nombre del amor, estamos perdiendo rápidamente el sentido de lo que es el bien
y el mal que forman la base de una creencia y acción comunitaria.
En nuestra nación
disfrutamos de las grandes bendiciones de la libertad, pero la libertad trae
consigo una gran responsabilidad: buscar la verdad, conocer la verdad, y
practicar las exigencias de la verdad. La libertad no puede ejercerse sin que
la verdad la oriente.
Hoy muchos confunden la
sensación o el sentimiento con la convicción acerca de la verdad. Las emociones
sí juegan un papel importante en nuestras vidas. Sin embargo, la vida emocional
no siempre es una guía segura para las necesidades de la persona humana. La
preocupación por los sentimientos pueden transformarse en sentimentalismo,
llevándonos a un mayor egoísmo e incapacidad de reconocer las verdaderas
necesidades de los que están alrededor nuestro. También nos puede conducir al
mal del que "se siente bien" para nosotros o para los demás. Desgraciadamente,
nuestra cultura actual se preocupa mucho con la búsqueda del "sentirse
bien", usualmente a costa de lo que es realmente bueno para uno mismo,
para los otros y para el bien común.
¿Hemos encontrado la
felicidad? Nuestra preocupación por nosotros mismos, sin embargo, no nos ha
hecho expertos en cómo ser felices. Encontramos más personas que cuestionan el
valor de sus vidas. Muchas personas, jóvenes y viejos, simplemente se
desesperan. Nuestra juventud comete suicidio en proporciones que hace una
generación nos hubiera chocado. Hoy en día nadie puede ignorar la urgente sed
por la felicidad y la alegría - y el hecho de que muy pocos parecen
encontrarlos.
Quizás esta
incertidumbre sobre el valor de su propia vida conduzcan a que personas se
cuestionen sobre la dignidad de vida humana en general. Juan Pablo II nos ha
recordado que la única respuesta adecuada a otra persona es la autoentrega
amorosa. Una cultura preocupada en si misma nos ciega al valor de otros seres
humanos. El Santo Padre nos advierte contra la cultura del "uso", en
que las otros personas son apenas como instrumentos para avanzar en nuestra
realización, en lugar de ser sujetos para ser amados. Hoy en día, la señal más
preocupante de la confusión interna de nuestra cultura es el miedo a una vida
nueva, la guerra que hacemos a los niños no nacidos que están en el útero. Cuando
ya no vemos a otras personas como un don para el mundo, empezamos a tener miedo
de ellos como si fueran cargas u obstáculos. Y la lógica del aborto, eutanasia
y suicidio asistido eventualmente siguen.
A medida que la
violencia crece en nuestra sociedad, tristemente algunos la introducen en sus
hogares y en las preciosas relaciones que hay allí. No sólo resultan daños
físicos, sino también cicatrices emocionales y espirituales que sus esposas e
hijos cargan por mucho tiempo en el futuro.
Aquellos de nosotros
que se criaron hace cuarenta o cincuenta años atrás han tenido una experiencia
de familia un poco distinta que la mayoría de las personas de hoy. En mi
experiencia personal, miro hacia atrás con gratitud mi vida en una modesta
granja y como parte de una comunidad rural con tres hermanos y tres hermanas. Ayudábamos
a nuestro padre con su pequeño negocio y a nuestra madre con los quehaceres de
la casa. Nos pasábamos mucho tiempo con nuestros abuelos, tías, tíos y primos,
que vivían cerca. La Iglesia y la oración formaban parte de nuestra rutina
habitual. Estábamos lejos de ser perfectos - pero de alguna forma la riqueza de
estas relaciones eran a la vez un soporte y un desafío. Lo siguen siendo
incluso hoy.
Pero la nostalgia no
nos llevará a donde necesitamos ir. Debemos encontrar la valentía para defender
esta "primera y vital célula de sociedad" [2]. Quizá en ninguna otra
época de nuestra historia hemos enfrentado tal amenaza a la sociedad como es el
actual colapso de la familia [3]. Otros tiempos y otras culturas han tenido sus
dificultades, pero tal incertidumbre sistemática sobre el papel de la familia,
y hasta tal falta de voluntad en preservarla, no tiene precedente.
La familia es más
fructífera cuando se pone al servicio de la vida, y la clave para entender la
importancia de la familia está en reconocer la dignidad de la vida humana. La
crisis actual de la vida familiar ha sido demasiadas veces abordada con
investigaciones que no saben de maneras de ayudar a la familia a efectivamente
ser lo que es. En cambio, hemos sido inundados con intentos de
"resolver" el problema de la familia redefiniéndola. Esto sólo
confunde más nuestra comprensión de la dignidad de la familia, su propósito y
su significado. La familia viene de Dios, y su poder y consuelo sólo pueden
realizarse siendo fieles al Plan del Creador. No podemos congratularnos por
haber enfrentado los problemas que existen hoy en las familias hasta que no
hayamos proclamado el Plan de Dios para la familia y nos hayamos alentado
mutuamente a vivirlo. Como nos ha exhortado el Papa Juan Pablo II:
"…familia, ¡"sé" lo que "eres"!" [4]
A través de la última
generación hemos visto el curso de la revolución sexual, que al principio
parecía prometer una época de intimidad sin complicaciones. Ambos sexos han
estado muy involucrados en esta revolución. Pero, en particular ha exacerbado la
debilidad sexual masculina. Como sabemos ahora, a partir de la dura
experiencia, la revolución sexual trajo con ella un enorme daño no sólo para la
vida familiar sino también para la dignidad de la vida humana. El crecimiento
de la permisividad sexual fue posible, en parte, debido a la gran amplitud de
la aceptación del punto de vista mundano anticonceptivo, que más que nunca,
vigorizaba la cultura de la utilidad; el uso de mujeres y hombres como objetos
de placer sexual o el uso de niños como objetos de realización personal que se
disfrutan o se evitan.
La sociedad
anticonceptiva no proporciona, ni a hombres ni a mujeres, el incentivo para
personalmente hacerse responsables o para madurar en el compromiso de entregar
la vida que supone un matrimonio fiel. Más bien, alienta una adolescencia
crónica que se resiste al compromiso, en la que el mayor don de Dios para las
familias -los niños- son vistos apenas como objetos al servicio de la
conveniencia de los padres [5]. Más aún, rechaza el amor genuino y respetuoso
necesario para acoger a un hijo con defectos genéticos u otros problemas.
Cualesquiera que sean
los motivos para practicar la anticoncepción, su uso claramente ha dañado la
permanencia del matrimonio. Estudios recientes corroboran la visión cristiana
sobre la sexualidad en que la Iglesia siempre ha creído. Algunos estudios
sugieren que debido al aumento del uso del anticonceptivo se ha doblado la
proporción de divorcios de 1965 a 1975. Otras investigaciones sugieren que la
presencia de más de un hijo puede ser crucial para la supervivencia del
matrimonio. Y seguramente existe una relación entre el rechazo de los hijos,
que está al centro del uso de anticonceptivos, con la creciente aceptación del
aborto.
Cuando la necesidad de
hijos ya no es una prioridad para ambos padres, la permanencia matrimonial se
ve también minada. Los hijos experimentan una profunda inseguridad personal. Sin
embargo, la fidelidad de los padres a sus votos, incluso en medio de
dificultades, a menudo es denigrada por la cultura contemporánea, y la
separación de los padres, después de experimentar dificultades matrimoniales
ordinarias, es -extrañamente- a veces defendida como lo qué es realmente mejor
por los hijos. El Santo Padre ha hablado entristecido sobre estos niños como
"huérfanos de padres vivos." [6]
Nociones superficiales sobre el Amor
Nuestra cultura
enfatiza la importancia del romance o del amor erótico hasta el punto de
excluir otras expresiones de amor marital, así como otras relaciones
importantes e íntimas que una persona podría tener dentro de la familia, la
Iglesia y la sociedad. Cuando la dimensión erótica domina un matrimonio, los
hijos se podrían ver como una amenaza al amor marital, en lugar de ser su don
más precioso. Las parejas pueden temer la responsabilidad de la paternidad e
innecesariamente se privan de las gracias, bendiciones y dignidad que padres y
madres disfrutan. A menos que esté guiado por las necesidades de la vida
matrimonial y familiar, el amor erótico puede crear egoísmo en la persona y
confundir la perspectiva de donde se ven todas las demás relaciones. La persona
humana es capaz de muchos tipos de relaciones y amistades que no están
directamente relacionados con lo erótico: nuestra relación con nuestros padres,
con nuestros hijos, nuestros amigos, con nuestros hermanastros, con los
miembros de nuestra Iglesia y con el mundo en general. Una persona absorbida
por lo erótico puede estar ciega al gran valor de muchas o todas estas
relaciones.
Ahora quiero poner la
atención en un problema de nuestra sociedad contemporánea que es
particularmente problemático: la ausencia del padre para sus hijos. En los
últimos treinta años el número de niños viviendo alejados de sus padres
biológicos se ha doblado. Si la actual tendencia continúa, para el año 2000,
casi la mitad de niños norteamericanos se criarán en un hogar sin su padre. Algunos
ahora se preguntan si es que el padre es necesario o incluso deseable para
criar a los hijos. A pesar de las convicciones de algunos de que el papel del
padre ausente puede ser asumida por la madre, o por otras influencias
masculinas, el efecto de no tener un padre para los niños es profundamente
alarmante. Un hogar sin un padre ha mostrado ser más vulnerable a la violencia,
y niños sin su padre están mucho más aptos a experimentar más frecuentemente
abusos físicos y sexuales, pobreza, desempeño académico pobre, delincuencia
juvenil, promiscuidad y embarazo o futuro divorcio.[7]
Por supuesto, no
debemos pasar por alto los muchos desarrollos positivos en nuestra cultura con
respecto a las responsabilidades del hombre. Hoy en día los hombres tienen una
mayor conciencia de los dones característicos de las mujeres, reconociendo que
nuestra cultura no siempre ha tratado justamente a las mujeres. Juan Pablo II
señala que la dominación de la mujer por el hombre es una ofensa contra la
dignidad de ambos [8]. Muchos hombres, resistiendo a presiones culturales, han
dado ejemplos excelentes de devoción a sus familias y al bien de la sociedad. Más
hombres reconocen estos problemas y están dispuestos a aceptar su propia
responsabilidad por ellos. En toda la nación varios grupos de hombres, a menudo
en el contexto de una fe compartida, se están agrupando para hacer una
diferencia a ellos mismos, a sus familias, y a la sociedad.
Una vez más, no podemos
dejar que nuestro enfoque nos haga perder de vista el hecho de que éstos
aspectos afectan a toda la familia humana, mujeres y hombres por igual. Podemos
distorsionar el misterio de sexualidad de dos maneras: el reduccionismo, que
considera las diferencias entre el hombre y la mujer como algo puramente
coyuntural o cultural; y suposiciones simplistas fundamentadas en la
características debilidades de ambos sexos. Estas dos aproximaciones dejan de
lado la mutua complementariedad de hombres y mujeres. Cuando la igualdad entre
hombres y mujeres es malentendida como que son esencialmente lo mismo o
intercambiables, violamos el sentido común. Negamos el misterio de la
diferencia sexual.
Lo que a mi me
concierne es que, como una cultura, estamos politizando una realidad que es al
mismo tiempo espléndida y compleja. Ya no se entienden más las diferencias
entre el hombre y la mujer como algo positivo y que deba celebrarse. La
identidad sexual no puede ser simplemente relegada a las demandas de una
ideología política. Las diferencias sexuales son reales; y son más que
simplemente físicas o espirituales. Están fundamentadas en los orígenes de la
persona humana, pues "…hombre y mujer los creó." [9]
La familia, la Iglesia
y la sociedad funcionan mejor cuando los roles de ambos hombres y mujeres son
celebrados. Sin embargo, creo que muchas veces hemos fallado en llamar al
hombre a que tome toda su responsabilidad en ellos. Este fracaso ha contribuido
al estereotipo de que solo las mujeres pueden apreciar la dignidad de la vida
humana y el culto a Dios. Los hombres pueden estar tentados en pensar que de
alguna manera están excusados de sus responsabilidades como discípulos al
servicio de la familia y del resto de la Iglesia.
Quizás la frialdad que
muchos hombres contemporáneos muestran hacia sus responsabilidades religiosas
es una clave para entender su fracaso al vivir una vida virtuosa como lo
requiere las exigencias del discipulado y la paternidad. Los hombres deben ser
evangelizados para que asuman su dignidad como hijos de Dios, hermanos de
Cristo, esposos fieles de sus esposas, y padres comprometidos de sus hijos. Sin
esta dignidad, el hombre se vuelve estéril, maldispuesto, o incluso incapaz de
asumir las dignidades de una paternidad espiritual al servicio de la comunidad
humana.[10]
A pesar de las
diferentes explicaciones, muchos hombres parecen haber perdido, de varias
formas, sus ideales y coraje. Ciertamente los hombres tienen muchos miedos que
enfrentar. Tenemos miedo de dar nuestra palabra o de comprometernos o de hacer
y mantener compromisos. Tenemos miedo al amor y a los sacrificios que implica. También
tenemos miedo de creer intensamente y proclamar claramente nuestra fe en Cristo
y Su Iglesia. Infelizmente, incluso entre algunos sacerdotes y religiosos de la
Iglesia, hemos testimoniado la mala disposición de hombres para guardar su
promesa solemne a Dios y Su pueblo fiel. Éstos no son tiempos fáciles para
nadie, pero son especialmente difíciles para los hombres. Casi es como que
algunos pocos esperasen de los hombres de nuestra cultura un liderazgo en la
virtud. Debemos recordar el estímulo que nos da Cristo, que nos dijo: "No
temáis"[11]
El hombre de fe se
encuentra ante el misterio de la fe con asombro reverente. Dios nos ha dado la
dignidad de participar en Su vida. De hecho, "asombrosamente has sido
engendrado" [12]. El creyente se descubre ponderando sobre un Padre en
cielo que se humillaría para darnos la vida y sostenerla por la entrega de Su
único Hijo engendrado. Teólogos han descrito nuestro encuentro con Dios como un
reconocimiento de la revelación de un gran misterio, en la que experimentamos
miedo y fascinación. "¡Es tremendo caer en la manos de Dios vivo!" [13].
Un auténtico encuentro con Dios nos llena de un reverente temor.
Todo creyente está
llamado a estar atento a la revelación de Dios y a responderle con obediencia
amorosa. En servicio a Dios, a uno mismo, y a los otros, el hombre de fe busca
ser un signo vivo del reino de Dios y de la vida nueva en la gracia, que Cristo
nos da en el bautismo. Una auténtica respuesta a Dios es profundamente
personal, pero sirve a la Iglesia y a todos sus miembros. Desde el principio el
Padre se reveló a la familia humana para compartir Su vida con nosotros, de tal
forma que podamos regocijarnos en Él. Nuestra primera respuesta a Dios debe ser
la auto-rendición de la fe, en la que con alegre humildad reconocemos que es
nuestro creador que nos enseña para que seamos bendecidos. Aquí esta nuestra
auténtica realización.
Dios también nos llama
a una perfección que es más profunda que el cumplimiento externo de la ley. Busca
un conformación completa de nuestra voluntad con la Suya. Esta búsqueda de la
voluntad de Dios, y la gracia para cumplirla, solo puede dar fruto en comunión
personal con Su Iglesia. Esto es el corazón de la oración. Esto es la intención
de los sacramentos. Aquí encontramos a Jesucristo, especialmente en la Santa
Eucaristía. En ellos, el hombre unido a Dios en la gracia recibe el don de la
vida eterna que transforma su relación con Dios y con los demás. También son
una fuente de realización espiritual que le da al hombre su más alta dignidad,
"sed fecundos y multiplicaos" [14] en la entrega de su vida en unión
con el sacrificio de Cristo.
Jesucristo: Dios y Hombre
En nuestra confusión
contemporánea, muchas veces pasamos por alto el significado de la Encarnación
de Cristo para la sexualidad y la identidad sexual. La naturaleza humana es sexual,
y por lo tanto el asumir la naturaleza humana por parte de Dios necesariamente
comprende también el género. El género de Jesús expresa Su identidad y Su
misión. Jesucristo era, y es, y siempre será humano. Y Su masculinidad no es un
accidente de la historia; tiene un motivo importante en el Plan de Dios.
La entrada de
Jesucristo en la humanidad toma la imagen de Dios del Antiguo Testamento, como
un novio fiel y misericordioso, y las hace vida. Dios Hijo es el novio que ha
venido a arreglar y completar Su boda con Su Novia, la Iglesia. Todos los
bautizados son conformados al Señor Jesús por la gracia. Todo discípulo debe
imitar sus virtudes humanas y compartir Su relación con el Padre. Las mujeres
van a imitar Sus virtudes y estilo de vida, especialmente de la forma como son
reflejadas por la Santísima Virgen María y por otras magníficas mujeres en la
historia de la Iglesia. Los hombres precisamente están llamados a imitarlo como
hombres. Todos los hombres cristianos están llamados a imitar a Cristo: Sus
virtudes, Su enseñanza, Su sacrificio. Su masculinidad, en lugar de excusarlos
de las exigencias de una vida cristiana, los obliga a imitarlo con la ayuda de
la gracia. Los santos de nuestra historia cristiana también han sido grandes
ejemplos de virilidad.
Nuestra fe destaca tres
realidades que son importantes para la identidad de una hombre. Encontramos en
el Señor Jesús al Hijo perfecto, que es obediente a Su Padre celestial, a quien
estamos llamados a imitar. El mismo Hijo también es visto como el Novio de la
Iglesia, destacando dramáticamente las responsabilidades de los hombres en el
amor marital. Jesús también nos revela al Padre. Porque el Hijo manifiesta el
amor del Padre perfecto, todos los padres terrenales pueden aprender algo de
sus propias responsabilidades para con sus hijos. Cristo nos da la oportunidad
de ser fructíferos de una manera nueva y espléndida. El hijo que madura se
vuelve un esposo, pero también el hijo que madura se vuelve un padre. Los
hombres pueden ser padres no sólo en la carne pero también en el Espíritu.
¿Cómo descubre un
hombre quién es? "El hombre no puede encontrarse plenamente a si mismo
sino en la entrega sincera de sí mismo." [15] ¿Pero a quién debe
entregarse? Primero debe entregarse a Dios que lo creó. El don del ser se
entiende mejor al rendirse y contemplar al Señor Jesús, el don del Padre al
mundo. Preparándose para entrar al Tercer Milenio de la Era Cristiana, el Santo
Padre nos pide que el año 1997 lo dediquemos para conocer mejor al Señor Jesús,
el Hijo de Dios y Redentor del hombre.[16]
Cristo nos enseña
muchas virtudes por Su propio ejemplo. Incluso los que conocen los Evangelios,
pero que no son creyentes, pueden asombrarse por la manera en que Él vivió y
murió. Expresó un amor a Dios y al prójimo que no tenía límite. Su celo por el
honor de Su Padre lo lleva a limpiar el Templo. Era obediente no sólo a Su
Padre celestial, sino también a María y a José. Su amor por los demás lo llevó
a predicar, enseñar, y exhortar a la conversión. Es inocente, incluso para
Judas, y Poncio Pilato no encuentra crimen en Él. Era compasivo con el pobre,
el enfermo y el sufriente, y misericordioso con el pecador. A lo largo de Su
vida fue silenciosamente firme y leal.
Por lo tanto Cristo nos
enseña como ser hombres, hijos buenos del Padre celestial. Un hombre solo tiene
que ver a Cristo para verse como lo querría Dios. El hombre no debe
avergonzarse de ser un hijo del Padre celestial, ni de Cristo, ni de ser un
hombre. Debe considerar la filiación del Señor Jesús, meditarla y responder con
la ayuda de la gracia de Dios. De la misma forma que Cristo es humilde, un
hombre debe ser humilde ante Dios. Un hombre debe orar como Cristo ora. Debe
ser obediente como Él era obediente. De la misma forma Jesucristo proclama la
verdad de la fidelidad de Dios, así un hombre que imita y está unido a Cristo
puede ser fiel a su propio servicio a la humanidad en la paternidad. De hecho,
por el misterio de la gracia, no sólo imitamos a Cristo, sino que también nos
identificamos con Él y tomamos parte de Su misma relación con el Padre y con el
Espíritu Santo.[17]
Los Evangelios nos
enseñan que Cristo era un hombre de oración, frecuentemente separándose del
resto para orar en secreto a Su Padre celestial. Su oración era una expresión
del amor de un hijo por Su Padre, así como una expresión del culto que un
hombre en justicia le debe rendir a Dios. Particularmente vemos a Jesús rezando
cuando se prepara para momentos centrales de Su misión: antes del principio de
Su ministerio público, antes de la selección de los Apóstoles, y antes de Su
crucifixión. También rezaba en tiempos de cansancio, como después de predicar a
las muchedumbres y después de curar; también rezó en el Jardín y en la Cruz, y
murió con una oración aun en Sus labios.
Las Escrituras nos
ofrecen una comparación entre dos hombres: Adán, el primer hombre, y Cristo, el
nuevo Adán. En particular vemos una diferencia en su fidelidad a Dios y cómo
ejercieron sus responsabilidades hacia los demás. Adán no solo no estaba
dispuesto a mantenerse fiel a los mandatos de Dios, sino que tampoco a tomar
responsabilidad por sus propias acciones. En el jardín, la mujer fue tentada
primero. Ella era la que Dios le había dado para atesorar y proteger. Y Satanás
le dijo una mentira, que ella creyó. ¿Y qué hizo el hombre? No le dijo nada. No
se resistió cuando ella intentó involucrarlo en el pecado. Más bien, colaboró. Le
falló al pecar con ella. Después, cuando el Señor volvió a entrar en la escena,
¿hizo algo el hombre para tomar una posición ante el Señor para defender a sí
mismo y a la mujer? No. Huyó. Contrasta esto con Cristo y Su prontitud para
tomar una postura fiel tanto ante el Padre como ante nosotros.
Considere a Cristo en
la cruz, y María y Juan al pie. ¡Qué diferente es Cristo de Adán! Él no se
quedo callado. Se pasó todo su ministerio enseñando y dando testimonio del
Padre. A pesar de que fue tentado, no participó en el pecado. Y en medio del
pecado, no se retiró, sino que se entregó al sacrificio, absolutamente
dependiente del Padre celestial. En Su muerte en la Cruz nos reveló y proclamó
la confianza en Dios que todos estamos llamados a imitar.
A los hombres de
nuestra Iglesia local, les digo: ustedes y yo debemos desarrollar y seguir
buscando una vida espiritual, una vida conformada al ejemplo que ofreció Jesús,
que es íntima, personal y substancial. En la medida que desarrollas una vida
espiritual, descubrirás que tienes una capacidad real para la oración y la
contemplación. Sin embargo puede ser difícil aprender a orar. El filósofo Blas
Pascal dijo que uno de los principales problemas de los hombre es que no se le
puede poner en un cuarto sin que se distraiga [18]. Pero es esto lo que usted y
yo debemos desarrollar continuamente: la habilidad para sentarse
silenciosamente en presencia del Padre Celestial y permitirle revelarse, y que
nos revele a nosotros mismos. Debemos volvernos otros Cristos, Cristo
mismo.[19]
Estamos unidos a Dios y
a los demás por amor, y por ende confundir amor con emoción o sentimiento nos
retrasará en nuestra vida espiritual. La vida emocional de un hombre sin duda
es importante. Pero debemos recordar que un hombre en sintonia emociones no
necesariamente es un hombre virtuoso. Las responsabilidades de un hombre son
grandes; pero puede ser vulnerable a los sentimientos que nublan la importancia
de esas responsabilidades.
La habilidad de vivir
una vida emocionalmente fuerte se basa en la habilidad de transcender
apropiadamente las emociones. Manteniendo una vida espiritual se pueden evocar
y ordenar nuestras emociones. Un hombre solo puede ser fuerte ante los otros al
humillarse y reconocer sus debilidades en la presencia del Padre. Por eso debe
ir a su cuarto, cerrar la puerta y orar al Padre celestial; debe pedir que el
Padre le conceda la fuerza necesaria para cumplir las responsabilidades que
Dios le ha dado.
El hombre cristiano
debe responder a la vocación a la santidad seguro de su valor como hombre. No
debe desanimarse con su propio pecado ni por el sentimiento prevaleciente que
tantas veces se mofa de la práctica religiosa del varón. No todas las calidades
espirituales de un hombre han sido corrompidas por el pecado. Tanto los hombres
como las mujeres tienen conocimientos y dones para entregar en la vida
espiritual. Hombres católicos pueden aprender mucho de las mujeres y no
necesitan negar su identidad masculina para madurar.
Más bien lo opuesto: Un
hombre puede alcanzar gran progreso en la vida espiritual si es desafiado a
hacerlo. Si se concentra en la santidad, simultáneamente es perfeccionado como
un hombre y progresa en santidad precisamente en fidelidad a su deber a Dios, a
su familia y a la comunidad humana.
El crecimiento en la fe
de un hombre se manifiesta por su confianza en la providencia y su triunfo
sobre el miedo. El miedo nos rebaja. El miedo puede gobernar tanto nuestras que
vidas que nos paraliza: miedo a Dios, miedo a la intimidad con mujeres, miedo
al compromiso, y comúnmente, miedo de los hijos y de mantener una familia. Sólo
en la medida que un hombre confía en la Providencia puede superar este miedo y
asumir confiadamente su responsabilidad ante él mismo y los demás. Éste es el
misterio de la Cruz de Cristo: una vez que uno acepta y acoge libremente el
sufrimiento, ya no tiene nada más que temer.
El crecimiento
espiritual de un hombre le da la dignidad de la auto posesión y la humildad
para aceptar la responsabilidad de su propia vida, su progreso en la virtud y
su ser pecador. Esta madurez también lo lleva a dar mucho fruto en la paternidad.
¿Qué nos revela Cristo
sobre el amor del Padre que los padres terrenales puedan imitar? Dios ama la
vida humana y es generoso al crearla. En vez de temer la vida, el padre
terrenal debe estar jubiloso con una nueva vida. El Padre Celestial no sólo da
generosamente la vida, sino que también la cuida, protegiendo a Sus hijos y
educándolos en los caminos de nuestra realización en Él. Por lo tanto un buen
padre se compromete y es fiel al cuidado continuo y a la formación de sus
hijos.
La imagen de Dios
reflejada en el hombre y en la mujer se ve en uno de sus primeros mandamientos
después de la creación. "Sed fecundos y multiplicaos." [20]
Fácilmente podremos temer las responsabilidades de convertirnos en padres y
vivir adecuadamente el compromiso. Sin embargo, Dios nos ha hecho para
compartir la gran dignidad de cooperar con Él en la creación, protección y
educación de una nueva vida humana. En cierto sentido, podemos decir que cada
hombre ha recibido la vocación a ser padre como expresión de su condición de
ser hombre. El hombre no debe avergonzarse de este gran regalo; debe
regocijarse en su dignidad. Al posponer o retener de manera miedosa o egoísta
la fecundidad que Dios nos ofrece, rechaza cierta ayuda que Dios nos proporcionará
si somos generosos con Él. Nunca puede excederse la generosidad de Dios. Un
hombre crece en la medida que asume confiadamente el compromiso a una esposa y
la sustentación de una familia - o se consagra a un celibato fructífero en el
Espíritu.
En este sentido, sería
una error presumir que el mandamiento de la fecundidad se refiere apenas al
origen físico de la vida. En Cristo, todo cristiano posee una semilla de
fecundidad espiritual que tiene importancia para el reino de Cristo [21]. Nuestra
dignidad cristiana nos permite que nos unamos al sacerdocio universal de la
Iglesia en la que podemos ofrecernos como sacrificios espirituales para el
aumento de gracia en nuestra propia vida y en la de los demás. Hombres y padres
cristianos tienen la responsabilidad de ser espiritualmente fructíferos por el
sacrificio de sus propias vidas, ofreciéndolas por aquellos que tiene a su
cuidado. Particularmente los padres deben cooperar entusiasmadamente con la
formación espiritual de sus hijos, conscientes de que este servicio y ejemplo
es una forma importante de proveer a sus familias.
Esta realidad del
sacrificio engendrando una fecundidad espiritual también ilumina la importancia
de aquellos que están llamados a una vida soltera o célibe y, por supuesto, a
la particular vocación del sacerdocio ministerial. Esta consagración a Dios es
una auténtica unión marital y una auténtica paternidad, en la que la Iglesia
acepta el don de la vida de sus sacerdotes para ser fructíferos en la gracia
para los demás. Por lo tanto existe una profunda conexión entre el Sacramento
del Orden y el Sacramento del Matrimonio, porque tienen en común el llamado a
la fecundidad espiritual.[22]
Cristo, el Novio
La significancia de la
masculinidad de Cristo también se ve en Su relación con las mujeres, en la
simbología de Su último acto amoroso, el sacrificio en la Cruz. En la Cruz
ofreció una ofrenda perfecta al Padre y entrego Su vida por Su novia. La
celebración de la Eucaristía incluye esta característica del amor masculino
incluso al invitar a la participación plena a todos los fieles, hombres y
mujeres . El sacerdote que celebra la Misa se ha vuelto un sacramento de la
masculinidad de Cristo, ofreciendo su propia masculinidad, cuerpo y alma, en
representación de Cristo.[23]
Sin embargo, la encarnación
sacrificial y masculina del amor de Cristo no sólo se aplica al sacerdote que
lo representa en el sacrificio. Se aplica a todos los cristianos, incluso los
hombres cristianos, y especialmente a los hombres cristianos que contraen
matrimonio. San Pablo lo deja claro en su exhortación a los hombres casados. "Maridos,
amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo
por ella…" [24] También debe quedar claro que el amor de un marido por su
esposa es una respuesta a su singular valor como mujer, así como un
reconocimiento de su igualdad. El sacrificio del marido por su esposa también
manifiesta su amor y confianza al Padre, tal como lo fue para Cristo.
El amor del Señor Jesús
por Su novia es una expresión de compromiso total. Él es fiel a Su Novia hasta
el extremo. "Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus
amigos." [25] Su muerte en la Cruz no es un acto de desesperación, sino
que es la entrega gratuita de sí mismo.
El matrimonio, también
exige la entrega gratuita de uno mismo. El compromiso de una pareja cristiana a
la permanencia no sólo abarca sus aspiraciones de amar, servir y respetar al
otro; sino que también exige comprensión y perdón cuando hay fallas. Las
dificultades del matrimonio, cuando se responden en la gracia dada a nosotros
por Dios, se convierten en una escuela de Su fidelidad y Su misericordia para
nosotros pecadores. Por consiguiente, el supuesto de que un matrimonio difícil
se puede acabar o anular mina la resolución de los esposos y padres cristianos,
a menudo ignorando el poder de la gracia de Dios de fortalecer a las familias
en tiempos difíciles.
La Iglesia tiene muchos
ejemplos de hombres que han expresado una santidad heroica siendo hijos, o
esposos o padres. Nos puede ayudar especialmente el reflexionar sobre el
guardián del redentor: San José. La fe de José se nos revela cuando en
obediencia a Dios, asumió la responsabilidad de ser el esposo de María y el
guardián y modelo del Hijo de Dios. San José claramente nos demuestra cómo un
padre debe sacrificarse por el hijo y por la familia que ama. Reveló, en su
humanidad, el singular rol que los padres tienen de proclamar la verdad de Dios
mediante la palabra y la acción. Sobre todo, José dio testimonio de la verdad
que Dios es amor, que Dios es fiel a Su amor. Se hace uno con Isaías y a su vez
con la herencia de los padres de Israel para proclamar "a los hijos tu fidelidad.
Yahveh, sálvame."[26]
La Virgen María fue
preservada por la gracia de Dios de las consecuencias del pecado original. A
medida que Dios le reveló Su plan a María, ella era libre para responder y
decir "Sí." José también fue preparado en justicia y en gracia para
que pudiera decir "Sí" a Dios. La fidelidad de José es una respuesta
a la historia de la caída: así como nuestra santísima Madre se volvió la nueva
Eva y Cristo el nuevo Adán, San José también tuvo una parte importante que jugar.
José era un hombre justo que rendía a Dios y al hombre lo que debía. Los
mandamientos de Dios habían sido para él una escuela de amor, de tal forma que
era capaz de reconocer la voz de Dios y libremente responder a ella. Cuando
María se encontró embarazada, fue fiel a la ley de Dios. A pesar de que supo
que estaría solo, estaba dispuesto a aceptar la soledad, pero no de una forma
que le haría daño a su amada. Sin querer avergonzarla públicamente, decidió
liberarla silenciosamente, manteniendo la caridad y la justicia con Dios en
obediencia a la Ley. En esto también mostró absoluta caridad hacia María. No
violó la Ley pero expresó la misericordia y el amor que la Ley Antigua dejaría.
A diferencia de Adán,
José se mantuvo y proclamó la verdad. Cuando Dios llamó a José, no estaba
asustado y no se escondió. José en cambio escuchó a Dios y respondió al
llamado. [27] Escuchó las instrucciones de Dios y puso absoluta confianza en la
Providencia Divina. No tuvo miedo de tomar a María como su esposa y se rindió
al Plan de Dios. Es fácil tomar los hechos de José por supuestos. A menudo es
ocultado por la gloria de Cristo y la pureza de María. Pero él también esperó a
que Dios le hablará y después respondió con obediencia.
José y Jesús
¡Qué maravillosa es la
humildad mutua de Jesús y San José! José era humilde ante Dios y Jesús era
humilde ante José. "Apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí
mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz."[28]
Como un buen padre, San
José le enseñó su propia virtud a Jesús. Un hombre justo, obediente a la Ley y
humilde ante Dios, le enseñó a Jesús estas y otras virtudes humanas. Así,
cuando Cristo maduró, no sólo reveló a Su Padre celestial, sino que también
algo de la virtud de San José. Qué profunda es nuestra deuda a este fiel esposo
y padre.
La vida de la Sagrada
Familia era una vida de trabajo. Vemos en su labor la consagración del trabajo
al Plan de Dios para su familia y para todas las familias. San José era un
carpintero, un hombre que trabajó para sustentar a su familia. José trabajó al
servicio de su familia, de la sociedad y del misterioso Plan de Dios que iba
tomando forma en su familia.
La capacidad para
trabajar del hombre es un don que viene desde antes del pecado original [29]. En
este trabajo, a través de su propia mediación puede extender el dominio de Dios
sobre la creación. El trabajo edifica tanto al obrero como a los que reciben
los frutos de su trabajo. El trabajo confirma y ejerce la singular contribución
personal para el obrero pues "el trabajo es un bien del hombre que
transforma la naturaleza y que hace al hombre en cierto sentido más
hombre." [30] La redención del hombre en Cristo también es la redención
del trabajo pues "el trabajo ha formado parte del misterio de la
encarnación, y también ha sido redimido de modo particular." [31]
Una obsesión por el
trabajo reducirá la vida familiar. Pero no se debe presumir que la culpa está
apenas en la búsqueda de una carrera o en el trabajo mismo. El trabajo, en el
mejor caso, es una contribución positiva para la familia y la sociedad. Dentro
del Sacramento del Matrimonio, incluso los quehaceres y responsabilidades
familiares pueden ser transformados en actos redentores si están unidos a
Jesucristo. La autenticidad de San José estaba en el servicio a Jesucristo,
pero a través de Él el trabajo de José también era un sacrificio por la
redención del mundo.
Podemos santificar
cualquier trabajo al ponerlo al servicio de la redención, al ofrecer nuestro
trabajo a Dios como una expresión de amor por Él y amor a la familia humana. Nuestro
trabajo es una expresión de nuestra propia vida interior. El trabajo no debe
competir con la familia, pero puede ser un regalo que se ofrece a Dios y a los
que uno ama.
En esta carta hemos
reconocido las grandes dificultades que enfrenta la familia hoy en día. Están
enraizadas, por lo menos en parte, en nociones equivocadas sobre la libertad. El
énfasis de nuestra sociedad en uno mismo ha llevado a muchos desarrollos que
corroen a la familia. Hemos intentado destacar varios de los más importantes.
También hemos acudido a
las Sagradas Escrituras y a la enseñanza de la Iglesia para descubrir la
sabiduría y buscar una guía que pueda llevarnos más allá de nuestra situación
actual. La sola nostalgia no puede hacer eso. Pero un reclamo vigoroso y
creativo de nuestra tradición de fe y un trabajo en el desarrollo de las
virtudes humanas pueden proporcionar un principio sólido. Los ejemplos de Jesús
y de San José, en contraste con el de Adán, son regalos que nos pueden ofrecer
tanto energía como orientación.
Con esto en mente,
ofrezco a mis hermanos en la iglesia local las siguientes sugerencias que
podrían ayudar a fijar nuestro camino.
·
Confíen
en el Señor. No tengan miedo de confiar su vida y la vida de su familia a la
providencia del Padre. Esfuércense por ser buenos hijos del Padre celestial
cultivando un espíritu de oración y recogimiento. Aprendan sobre nuestro Señor,
no sólo en el estudio de las escrituras y de nuestra fe, sino que también en
los encuentros personales que Dios nos da en la oración y en los Sacramentos.
·
Cultiven
las virtudes que son importantes para sus responsabilidades como discípulos,
como esposos y como padres, que son: la humildad, la fe, la fidelidad a la
propia palabra, la compasión.
·
No
se avergüencen de compartir su fe con su familia a través de la palabra y del
ejemplo. Amen a la Iglesia y manténganse cerca de ella. Incluso la sencilla
acción de la oración familiar puede tener un beneficio poderoso. Qué
maravilloso regalo sería para su esposa e hijos verlo arrodillado rezando ante
Dios, nuestro Padre.
·
Al
desarrollar su vida matrimonial, confíe que el Señor le proporciona el juicio
necesario para que sea un buen marido y para que participe en la formación de
sus propios hijos. Tómese el tiempo para reflexionar sobre las virtudes y los
valores morales y religiosos que unen a su familia y que necesitan ser
transmitidos a sus hijos. Recuerde que las Escrituras le exigen una especial
responsabilidad sobre la educación religiosa de sus hijos.[32]
·
Ame
a su esposa. Este es un gran regalo no sólo para ella, sino también para la
familia. Cuídela y esté atento a sus necesidades, así como ella también lo es a
las suyas. Esté seguro de apoyarla, darle seguridad y de decirle que la ama. Puede
creer que sus acciones harán claro su amor por ella, pero también recuerde que
ella necesita escucharlo. Déjele claro que son una pareja en el matrimonio y en
las responsabilidades de criar a los hijos.
·
Esté
presente en su familia. Eso es, pase tiempo con ellos y haga del tiempo que
esté con ellos una expresión de su amor. Escúchelos. Comparta con ellos. Asegúrese
que ese tiempo familiar involucre culto, oración y formación religiosa como
también recreación y la sencillez de estar juntos. Usted tiene algo importante
para contribuir con la vida de su familia. Sea ingenioso para guiarlos.
·
No
abandone injustamente a su esposa la tarea de formar humana y religiosamente a
sus hijos. En cada una de estas áreas, el hombre y la mujer se complementan en
sus esfuerzos. A medida que forma a sus hijos, oriente la vista de ellos hacia
el Reino de Cristo y hacia una vida vivida desde una perspectiva sobrenatural.
·
Cuide
el ambiente moral de su familia, entendiendo que vivimos en una cultura que
frecuentemente es hostil a nuestra fe y que no simpatiza con la enseñanza moral
de Cristo. Las virtudes de un adulto cristiano no se forman automáticamente. Requieren
de esfuerzo y paciencia para transmitir esto a sus hijos. Esfuércese
practicando la misma virtud que quiere formar en ellos. Esté especialmente
atento a ellos cuando entran a la adolescencia. La mejor amistad que un padre
puede ofrecer a sus hijos es la de permanecer siendo su padre. Sea amable pero
a la vez firme. Descubra que "no" también puede ser una palabra
amorosa. Sus años adolescentes pueden ser difíciles tanto para usted como para
ellos. A veces los padres están llamados a tener una paciencia heroica al
desafiar a sus hijos a ser fieles y virtuosos. No abandone a sus hijos al
espíritu de la edad, mas bien prepárelos para que sean testigos vivos de Cristo
en el mundo. En particular, no abandone su formación en la virtud y en la
santidad de la sexualidad y el amor matrimonial. Sea cuidadoso a medida que sus
hijos crezcan en amistades con sus pares y cuando empiezan a buscar
relacionarse con el sexo opuesto.[33]
·
Júntese
con otros hombres y con otras familias para tratar de cambiar, para renovarse y
ofrecerse mutuo apoyo y estímulo. Así como nuestras familias son una fuente de
fuerza para nosotros, también debemos aprender a depender de otras familias y
de padres de otras familias que comparten la misma visión cristiana de la
paternidad y de la vida familiar.
·
También
los hombres solteros están llamados a la santidad, a una vida digna de los
hijos de Dios. Los mismos principios espirituales básicos los obligan a medida
que van viviendo una vida cristiana. Tienen la especial responsabilidad y
oportunidad de ayudar a crear una ambiente social que rechaza un estilo de vida
promiscuo y alienta y apoya el matrimonio casto y la vida familiar.
·
Los
sacerdotes y aquellos que han abrazado la castidad y el celibato por voto o de
otra manera pública se identifican con Jesús a través de este compromiso
amoroso adicional. Crecerán en amor y encontrarán fecundidad espiritual al
sacrificarse en el servicio por los demás como la Iglesia los dirige. En un
sentido profundo comparten la Paternidad de Dios a medida que El genera la vida
en abundancia
·
Es un gran regalo el
ser un hijo de Dios, creado a Su imagen y semejanza. No tenga vergüenza de los
talentos y dones que Dios le ha dado como hombre para su propia felicidad y
para el servicio de los demás. No se intimide por la edad, pero asuma la
dignidad de proclamar la fidelidad del Padre al mundo. Sírvalo a El con
justicia y coraje a medida que evangeliza a otros, extendiendo la Buena Nueva
que tenemos un Padre en el cielo. "Porque tanto amó Dios al mundo que dio
a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga
vida eterna." [34] Tenga confianza en el poder de la gracia y sea fecundo,
para que el Padre se agrade con usted y los frutos de su sacrificio.
Sepan que rezó
diariamente por ustedes, los recuerdo en Misa y en otros momentos de oración. Les
pido por sus oraciones y apoyo a medida que me esfuerzo por ser el pastor de la
Iglesia en la Diócesis de Peoria. Ya la Santa Sede ha reconocido a María como
la Patrona de la Diócesis de Peoria, bajo el título de la Inmaculada
Concepción. Que nosotros tampoco vacilemos en buscar a San José, buscando su
intercesión paternal con su Hijo Divino. Con esta devoción en mente, encomiendo
la Diócesis de Peoria y todos sus miembros de manera particular a la protección
de San José. Una nueva estatua de él se ha puesto en la Catedral de Santa
María, cerca de la estatua de la Santísima Virgen María. He provisto para que
la celebración litúrgica de San José obrero el 1 de mayo sea elevada al nivel
de fiesta en el calendario litúrgico de la diócesis que está ahora en
preparación.
San José, cuya
protección es tan grande, fuerte y pronta ante el trono de Dios, teconfiamos
nuestras esperanzas y aspiraciones. Guardián del Hijo único del Padre,
enséñanos el auténtico significado de la paternidad.
José, tu eres el santo
de la carpintería, el que usó los acontecimientos ordinarios de la vida diaria
para volverse santo. Tu nos recuerdas que el trabajo duro es noble. Como muchos
de nosotros nunca has realizado un milagro mientras estabas en la tierra, nunca
has escrito un libro, ni dejaste siquiera una palabra.
José, tu fuiste el
esposo de María, la Madre de Dios. Ayúdanos a amar a María, para dar honor y
reverencia a todas las mujeres, particularmente las que están cerca a nosotros.
José, casto y fiel,
trabajador, sencillo y justo, tu nos recuerdas que un hogar no se construye
sobre posesiones sino sobre bondad; no sobre riquezas, sino sobre la fe y el
amor mutuo.
Estimado padre, José,
no nos cansamos de contemplarte con Jesús dormido en tus brazos. Ayúdanos a
compartir la dignidad de la paternidad, a generosamente entregar la vida y a no
cansarnos de formar y proteger a otros en los caminos de nuestro Padre
celestial.
San José, ruega por nosotros.
Entregado a
mi cancillería, para la gloria de Dios Padre, el día 19 de marzo de 1997,
Solemnidad de San José.
[1] Gilbert
Meilander, "The Eclipse of Fatherhood", First Things 54 (June/ July
1995): 38-42
[2] Concilio Vaticano
II, Apostolicam Actuositatem, "Decreto sobre el Apostolado de los
laicos", n. 11.
[3] "La escala de
rupturas maritales en Occidente desde 1960 no tiene ningún precedente histórico
del cual yo tenga conocimiento, y parece único. No ha habido nada así en los
últimos 2,000 años, y probablemente aun por más tiempo." Lawrence Stone, de
la Universidad de Princeton, citado en "A World Without Fathers"
David Popenoe, The Wilson Quarterly, Spring 1996, Vol. XX, No. 2, p. 13.
[4] "En el
designio de Dios Creador y Redentor la familia descubre no sólo su
"identidad", lo que "es" , sino también su
"misión", lo que puede y debe "hacer". El cometido, que
ella por vocación de Dios está llamada a desempeñar en la historia, brota de su
mismo ser y representa su desarrollo dinámico y existencial. Toda familia
descubre y encuentra en sí misma la llamada imborrable, que define a la vez su
dignidad y su responsabilidad: familia, ¡"sé" lo que
"eres"!" Juan Pablo II, Exhortación Apostólica, Familiaris
Consortio, "Sobre la misión de la familia cristiana en el mundo
actual", n. 17.
[5] "La familia
contemporánea, como la de siempre, va buscando el "amor hermoso". Un
amor no "hermoso", o sea, reducido sólo a satisfacción de la
concupiscencia (cf. 1Jn 2, 16) o a un recíproco "uso" del hombre y de
la mujer, hace a las personas esclavas de sus debilidades. ¿No favorecen esta
esclavitud ciertos ‘programas culturales’ modernos? Son programas que
"juegan" con las debilidades del hombre, haciéndolo así más débil e
indefenso.
La civilización del
amor evoca la alegría: alegría, entre otras cosas, porque un hombre viene al
mundo (cf. Jn 16, 21) y, consiguientemente, porque los esposos llegan a ser
padres. Civilización del amor significa "alegrarse con la verdad"
(cf. 1Co 13, 6); pero una civilización inspirada en una mentalidad consumista y
antinatalista no es ni puede ser nunca una civilización del amor. Si la familia
es tan importante para la civilización del amor, lo es por la particular
cercanía e intensidad de los vínculos que se instauran en ella entre las
personas y las generaciones. Sin embargo, es vulnerable y puede sufrir
fácilmente los peligros que debilitan o incluso destruyen su unidad y
estabilidad. Debido a tales peligros, las familias dejan de dar testimonio de
la civilización del amor e incluso pueden ser su negación, una especie de
antitestimonio. Una familia disgregada puede, a su vez, generar una forma
concreta de "anticivilización", destruyendo el amor en los diversos
ámbitos en los que se expresa, con inevitables repercusiones en el conjunto de
la vida social." Juan Pablo II, "Carta a las Familias," n. 13.
[6] "Sin embargo,
no se toman en consideración todas sus consecuencias, especialmente cuando las
sufren, además del cónyuge, los hijos, privados del padre o de la madre y
condenados a ser de hecho huérfanos de padres vivos", Ver "Carta a
Familias," Op. Cit., n. 14.
[7] David
Blankenhorn, Fatherless America, (New York: Basic Books, 1995), capítulo 2.
[8] "Por tanto,
cuando leemos en la descripción bíblica las palabras dirigidas a la mujer:
"Hacia tu marido irá tu apetencia y él te dominará" (Gén. 3, 16),
descubrimos una ruptura y una constante amenaza precisamente en relación a esta
"unidad de los dos", que corresponde a la dignidad de la imagen y de
la semejanza de Dios en ambos. Pero esta amenaza es más grave para la mujer. En
efecto, al ser un don sincero y, por consiguiente, al vivir "para" el
otro aparece el dominio: "él te dominará". Este "dominio"
indica la alteración y la pérdida de la estabilidad de aquella igualdad
fundamental, que en la "unidad de los dos" poseen el hombre y la
mujer; y esto, sobre todo, con desventaja para la mujer, mientras que sólo la
igualdad, resultante de la dignidad de ambos como personas, puede dar a la
relación recíproca el carácter de una auténtica "communio
personarum". Si la violación de esta igualdad, que es conjuntamente don y
derecho que deriva del mismo Dios Creador, comporta un elemento de desventaja
para la mujer, al mismo tiempo disminuye también la verdadera dignidad del
hombre." Juan Pablo II, Carta Apostólica Mulieris Dignitatem, "Sobre
la dignidad y la vocación de la mujer con ocasión del año mariano," n. 10.
[9] Gén. 1, 27.
[10] "Y todo el
tiempo, tal es la tragicomedia de nuestra situación, continuamos clamando por
aquellas misma cualidades que tenemos por imposibles. Casi no puedes abrir un
periódico sin cruzarte con la frase de que lo que necesita nuestra civilización
es más ‘empuje’, o dinamismo, o auto-sacrificio, o ‘creatividad’. Con un tipo
de simplicidad terrible removemos el órgano y demandamos la función. Creamos
hombres sin pecho y esperamos de ellos virtud y realización. Nos reímos del
honor y nos escandalizamos de encontrar traidores entre nosotros. Castramos y
demandamos que el caballo sea fecundo" C.S. Lewis, "Men without
Chests", citado por William Bennett, ea., A Book of Virtues, (New York:
Simon and Schuster, 1993), pp. 263-265
[11] Mt. 14, 27.
[12] Sal. 139, 14
[13] Heb. 10, 31.
[14] Gén. 1, 28.
[15] "Más aún, el
Señor Jesús, cuando pide al padre que todos sean uno…, como nosotros también
somos uno (Jn 17, 21-22), ofreciendo perspectivas inaccesibles a la razón
humana, sugiere cierta semejanza entre la unión de las personas divinas y la
unión de los hijos de Dios en la verdad y el amor. Esta semejanza muestra que
el hombre, que es la única criatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí
misma, no puede encontrarse plenamente a sí mismo sino en la entrega sincera de
sí mismo." Concilio Vaticano II, Gaudium et Spes, "Constitución
Pastoral sobre la Iglesia en el Mundo Actual", n. 24
[16] "El primer
año, 1997, se dedicará a la reflexión sobre Cristo, Verbo del Padre, hecho
hombre por obra del Espíritu Santo. Es necesario destacar el carácter
claramente cristológico del Jubileo, que celebrará la Encarnación y la venida
al mundo para todo el género humano. El tema general, propuesto para este año
por muchos Cardenales y Obispos, es ‘Jesucristo, único Salvador del mundo,
ayer, hoy y siempre’ (cf. Heb 13:8)." Juan Pablo II, Carta Apostólica,
Tertio Millennio Adveniente, "Mientras se aproxima el tercer
milenio", n. 40.
[17] "La clave
para la intimidad con el Padre, Hijo y Espíritu Santo está en seguir a Cristo
de tal manera que no sólo lo imitamos sino que nos identificamos con Él. Solo
así es que Jesús es el primogénito entre muchos hermanos mientras que todavía
es el unigénito del Padre. No somos los hijos del Padre cada uno por su propia
cuenta. Siendo todavía nosotros mismos, somos sus hijos porque somos
Cristo." Fernando Ocariz, Dios como un Padre en el Mensaje del Beato
Josemaria Escriva, (Nueva Jersey: Scepter, 1994) , p. l8.
[18] "...Varias
veces he dicho que la única causa de infelicidad del hombre es que él no sabe
como permanecer silente en su cuarto." Blaise Pascal, Pensées.
[19] "…con Cristo
estoy crucificado: y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí; la vida
que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó
y se entregó a sí mismo por mí" Gal. 2, 20.
[20] Gén. 1, 28.
[21] "La amable providencia
de Dios determinó que en los últimos días Él ayudaría el mundo, en camino a la
destrucción. Decretó que todas las naciones deberían salvarse en Cristo. Una
promesa había sido hecha al santo patriarca Abraham con respecto a estas
naciones. El habría de tener una progenie incontable, nacidos no de su cuerpo
sino de la semilla de su fe. Por lo tanto sus descendientes son comparados con
las constelaciones de estrellas. El padre de todas las naciones habría de
esperar no en una progenie terrestre sino que una progenie desde arriba." San León Magno, Sermo 3
in Epiphania Domini, 1-3. 5: PL 54, 240-241
[22] "Los que se
propagan y ordenan en que la vida corporal están marcados por dos cosas:
específicamente, origen natural, y esto se refiere a los padres; y el régimen
político por la que la vida pacífica del hombre se conserva, y esto se refiere
a los reyes y príncipes. Entonces, es así en la vida espiritual - pues algunos
propagan y conservan la vida espiritual solo en un ministerio espiritual, y
esto pertenece al sacramento del orden: y algunos pertenecen a la vida corporal
y espiritual simultáneamente, que ocurre en el Sacramento del Matrimonio cuando
un hombre y una mujer se juntan para engendrar una descendencia y para criarlos
en el culto a Dios." Santo Tomás Aquino, Summa Contra Gentiles, 4, 58.
[23] "Cristo es el
Esposo, porque "se ha entregado a sí mismo": su cuerpo ha sido
"dado", su sangre ha sido "derramada" (cf. Lc. 22, 19-20). De
este modo "amó hasta el extremo" (Jn. 13, 1). El "don
sincero", contenido en el sacrificio de la Cruz, hace resaltar de manera
definitiva el sentido esponsal del amor de Dios. Cristo es el Esposo de la
Iglesia, como Redentor del mundo. La Eucaristía es el sacramento de nuestra
redención. Es el sacramento del Esposo, de la Esposa. La Eucaristía hace
presente y realiza de nuevo, de modo sacramental, el acto redentor de Cristo,
que "crea" la Iglesia, su cuerpo. Cristo está unido a este
"cuerpo", como el esposo a la esposa. Todo esto está contenido en la
Carta a los Efesios. En este "gran misterio" de Cristo y de la
Iglesia se introduce la perenne "unidad de los dos", constituida
desde el "principio" entre el hombre y la mujer.
Si Cristo, al instituir
la Eucaristía, la ha unido de una manera tan explícita al servicio sacerdotal
de los apóstoles, es lícito pensar que de este modo deseaba expresar la
relación entre el hombre y la mujer, entre lo que es "femenino" y lo
que es "masculino", querida por Dios, tanto en el misterio de la
creación como en el de la redención. Ante todo en la Eucaristía se expresa de
modo sacramental el acto redentor de Cristo Esposo en relación con la Iglesia
Esposa. Esto se hace transparente y unívoco cuando el servicio sacramental de
la Eucaristía -en la que el sacerdote actúa "in persona Christi"- es
realizado por el hombre." Mulieris Dignitatem, n. 26
[24] Ef. 5, 25.
[25] Jn. 15, 13.
[26] Is.38, 19
[27] Mt. 1, 20.
[28] Fil. 2, 8.
[29] "Signo de la
familiaridad con Dios es el hecho de que Dios lo coloca en el jardín. Vive allí
"para cultivar la tierra y guardarla" (Gn 2, 15): el trabajo no le es
penoso, sino que es la colaboración del hombre y de la mujer con Dios en el
perfeccionamiento de la creación visible." Catecismo de la Iglesia
Católica, n. 378.
[30] Juan Pablo II,
Exhortación Apostólica, Redemptoris Custos, "Sobre la Figura y Misión de
San José en la Vida de Cristo y de la Iglesia", n. 23.
[31] Redemptoris
Custos, n. 22.
[32] Gén. 18, 19; Sal.
78; Ef. 6, 4.
[33] Por favor
remitirse a mi carta pastoral a respecto de la educación en la castidad:
"Una Manera Espiritual Fresca de Pensar."
[34] Jn. 3, 16.
www.clerus.org