Vivir con un adolescente y no morir en el intento
Autor: Miguel Carmena Laredo
Capítulo 1: Comunicación
En un colegio de la Ciudad de México se hizo un estudio muy interesante. Se
preguntó a los padres de familia si consideraban que era buena la comunicación
con sus hijos. Casi todos respondieron que sí. Se repitió la misma pregunta:
¿Crees que es buena la comunicación con tus papás y por qué? Muchos
respondieron abiertamente que no y otros decían que era buena, pero luego
daban alguna explicación o aclaración que hacía ver que realmente no era tan
buena. Decían, por ejemplo: "es buena, pero no me escuchan", "es buena, pero
no se interesan por mis cosas", "es buena, pero no tienen tiempo para mí", "es
buena, pero no puedo hablar a solas con ellos", "es buena, pero todo lo que
les digo lo consideran sin importancia". Sólo tres alumnos respondieron que la
comunicación con sus papás era buena sin "peros".
Este es el punto fundamental, no se puede educar si no hay una recta
comunicación. Mis mensajes no llegan y los de mis hijos no me llegan a mí. Se
acaba por no conocer al hijo y de ahí nace el problema de no saber cómo
afrontar los problemas. Les voy a contar un caso real que pasó en dos
familias. Quizás el problema pueda parecer pasado de moda, pero sirve para
ilustrar la diferencia que hay entre querer educar con comunicación o hacerlo
sin ella. Corría la década de los ’60, con la revolucionaria minifalda en las
pasarelas.
Al principio, los papás tenían serios reparos para dejar a sus hijas ir así a
la calle. Los papás de Paloma la vieron un día vestida así y la regañaron
duramente. Ella quiso dar alguna razón para defender su postura, pero no hubo
forma. Desde entonces, Paloma, siempre que iba a alguna fiesta, salía vestida
de su casa decorosamente según el gusto de sus padres, pero siempre llevaba en
una bolsa la minifalda para cambiarse. Los papás de Alicia tampoco veían con
buenos ojos que su hija fuera vestida de tal forma, pero hablaron con ella y
escucharon sus razones. Ella les dijo que era la moda y que si no usaba
minifalda, su novio se pasaba toda la fiesta fijándose en otras niñas y no en
ella. Además, que era cómoda y no sé cuántas cosas más les diría. El caso fue
que los padres de Alicia acabaron aceptando que en ciertos momentos ella fuese
vestida con minifalda, pero al mismo tiempo formaron en ella un recto sentido
del pudor que la ayudó mucho en esta etapa de la adolescencia donde las
muchachas pasan de sentirse a disgusto con su cuerpo a una exaltación excesiva
del mismo.
El ejemplo, como ven, es anticuado, pero una cosa queda muy clara: no se trata
de ceder en todo, sino de dar razones de las decisiones de los papás. Esa es
la clave, escuchar al hijo y dar las orientaciones acompañadas de razones.
Hay otro caso curioso: la esposa le dice al señor "ve a ver qué le pasa a tu
hijo, creo que tiene algún problema, trata de hablar con él". El señor va a
buscar al chico. Pasan dos minutos y regresa el señor: "Ya está". La esposa
pregunta: "¿tan rápido?, ¿qué pasó?". El marido responde tranquilamente: "Fui,
le pregunté qué le pasaba, me dijo que nada, le dije OK y me regresé". Ustedes
estarán de acuerdo conmigo en que esto tampoco es comunicación. Mejor dicho,
es comunicación formal, pero no real.
Los dos, padre e hijo se comunicaron, pero el papá no volvió sabiendo qué le
pasaba a su hijo. Nosotros tenemos que buscar una comunicación real, que no se
quede sólo en el "buenos días", "¿cómo te fue?", sino que nos ayude a
conocernos a fondo. No se trata de interrogar al muchacho en forma
inquisitoria violando su intimidad, pero sí de hacerme presente en su mundo
aprovechando los momentos en que esté más accesible, buscando las ocasiones,
yendo a fondo.
Se trata de exponer mis orientaciones razonadas, con suavidad, con cariño, con
interés, hacer que en cierta forma me necesite y me busque porque yo puedo
ayudarle, porque puede confiar en mí.
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