Los neopaganos están dando mal nombre al paganismo
Febrero 2003
Terence Gallagher
Terence Gallagher es un escritor independiente residente en la ciudad de
Nueva York. Sus escritos han aparecido en Chronicles, Hrafnhoh y Candelabrum.
El cristiano que no haya sentido en algún momento una
punzante molestia ante las bufonadas de ese disparatado grupo de farsantes al
que livianamente se describe como “neo-paganos”, sólo puede ser un cristiano que
goce del más privilegiado aislamiento o que posea un carácter
sumamente flemático. Desde que la espiritualidad de las “Diosas” ha encontrado
un seguro refugio en los departamentos de estudios religiosos universitarios y
en las cadenas de librerías, desde que el “solsticio” desplaza a la Navidad
fuera de las catedrales episcopalianas, los festivales de música Celta y los
programas infantiles PBS (Public Broadcasting System) y desde que C.E. (Era
Común) reemplaza a A.D. (Anno Domini) en la bibliografía académica, un cristiano
no puede dejar de sospechar que hay una gran cantidad de gente de muocha
influencia en la vida pública que querría borrar el nombre de Cristo de todo
lugar de preeminencia y sumergirlo en un mar de otros nombres.
Con frecuencia, ese desplazamiento es calificado de restauración, especialmente
en el caso de los festivales, con los que los neopagamos proclaman estar
recuperando el verdadero significado de esas posteriormente festividades
cristianas, como Navidad, Pascua y el Día de todos los Santos. Pero la verdad es
que están muy poco interesados en la búsqueda seria de la ética o las
tradiciones del auténtico paganismo pre-cristiano. En cambio, nos encontramos
frente una suerte de “paganismo de cafetería” en el que prácticas esporádicas o
aisladas como la exposición de los recién nacidos, son sacadas de contexto e
incorrectamente presentadas, con el objeto de mostrar un precedente plausible
para el abandono de las practicas cristianas vigentes. El “paganismo de
cafetería” tiene mucho que ver con una argumentación “para europeos”, el
argumentum per europaeum, en el que la idea mítica de lo europeo es utilizada
para ridiculizar alguna costumbre norteamericana actual: “En Europa creen que
somos locos por…”
¿Por qué? Por cualquier cosa: procesar a Clinton,
criminalizar el uso de drogas, censurar la televisión, no censurar la
televisión. Las creencias sobre el “europeo” no reflejan, por ahora, ningún
consenso continental; se trata de un hombre mítico, creado únicamente en
atención a provocar una discusión, y que, una vez agotada ésta, retornará al
nebuloso reino del no ser. Lo mismo ocurre con el “pagano” del neo-paganismo
contemporáneo: un hombre mítico poseedor de una virtud superior, la veracidad, y
de una lozana y moderada modernidad que es creado como un reproche al cristiano.
Cuando el hombre mito haya logrado su objetivo y quitado del escenario al
cristiano apologético, se retirara hasta que vuelva a ser útil nuevamente. Es
este un espectáculo gracioso. Los políticos forman unas extrañas parejas pero
nada más extraño que esta alianza de De-todo-Menos-Cristiano, que como
cualquiera sabe recuerda al profundamnente irreflexivo y materialista Carl
Sagan, en sus series científico-populares Cosmos, vertiendo lágrimas sobre el
filósofo neoplatónico del siglo V, Hypatia de Alejandria, de alguna manera su
colega espiritual por el momento.
Cuando la búsqueda de aliados entre los paganos se vuelve demasiado onerosa, los
neo-paganos se ven obligados a recurrir a una invención completa y, para ellos,
admisible del pasado. Esto es especialmente cierto en el caso del movimiento de
la Diosa Madre o Wicca, como lo muestra Charlotte Allen en su artículo “The
Scholars and the Goddess” (The Atlantic, enero, 2001). Durante algunos años los
devotos de la “Gran Diosa” han proclamado que su fé es la más antigua de
Occidente, con descendencia ininterrumpida de la primitiva religión de Europa,
cuyos adherentes rendían culto a la Diosa Madre y al Dios Cornudo. Allen
describe dos exitosos e incisivos cuestionamientos a este concepto, mediante los
cuales los estudiosos demuestran, primero, que la moderna “femenisma Diosa” no
tiene raíces con el nebuloso pasado, sino que más bien fue el invento de algunos
extraños personajes de los siglos XIX y XX (entre ellos, Gerald Gardner y
Aleister Crowley) y, segundo, que nunca existió una tal religión universal de la
Gran Diosa. Allen nos dice que, incluso Starhawk, que tanto hizo para
popularizar el mito de la Diosa Madre en The Spiral Dance, ha terminado
admitiendo que la historia de los orígenes de Wicca es más un fábula que una
historia. No sorprendentemente, esta admisión no ha disminuido en forma
apreciable la influencia del movimiento de la Diosa Madre. Claramente, no se
trata del neo-paganismo atrayendo creencias sinceras, sino de la Gran
Alternativa hacia el Paganismo que obliga a un explícito rechazo (p.e. la
Cristiandad).
Es probable que, al principio, el cristiano rechace esta elaborada farsa de
creencia religiosa, acompañada, como siempre ocurre, por inmoderados ataques a
la historia y las enseñanzas del Cristianismo, y la considere como no otra cosa
que una deliberada y sistemática afrenta a Cristo y Su Iglesia. Esto es
especialmente verdadero cuando los insubstanciales creyentes comienzan
demandando — y recibiendo — primero igual y luego un más elevado respeto por su
asumida religión, en escuelas, bases militares, en los medios, en las
instituciones culturales y, al final, incluso en algunas iglesias cristianas.
Hay, sin embargo, otro insulto que debe ser reparado, una ofensa que es con frecuencia olvidada. Entre las partes injuriadas figuran los propios paganos, nuestros parientes de sangre, nuestro ancestros europeos, patres nostri, que lucharon tan valientemente (para usar un concepto paleo-pagano) privados de revelación, que cometieron muchos pecados terribles pero que en algunos tiempos y lugares alcanzaron una grandeza que ha merecido admiración y agradecimiento en el transcurso de los siglos cristianos. Nosotros sus hijos, como beneficiarios de sus virtudes y piedad, tenemos el sagrado deber filial de recordar su historia, la tragedia del hombre exiliado, caído y aprisionado en una lucha digna, pero sin esperanza ni final, contra el mal en un mundo corrompido.
Como lo dijera G.K.Chesterton en The Everlasting Man
(el relato de la lucha entre Roma y el Imperio Cartaginés, sacrificador de niños
y adorador de Baal) “si el paso del paganismo al Cristianismo fue tanto un
puente como una ruptura, se lo debemos a aquellos que conservaron lo humano en
lo pagano”. Sin necesariamente aceptar su juicio sobre las virtudes propias de
Roma y Cartago — aunque recordando que esos juicios que parecen tan categóricos
y temerarios son, frecuentemente, los más extraordinariamente exactos — haríamos
bien en seguir su indicación y “recordar las cosas que fueron”. Debemos echar a
los payasos, recuperar a nuestros abuelos paganos, y restaurar en el lugar
correcto que les corresponde en la historia del hombre, lo que significa
restablecerles el sitio que les pertenece en la historia de la salvación
Sacar del medio a los payasos es una tarea fácil, o debería serlo. La
discontinuidad y la absurda desproporción existente entre el nuevo y el viejo
paganismo son de percepción inmediata. Hay una distancia abismal entre la
cultura de unas personalidades eternamente apenadas y en busca de estima — como
las de Roseanne Barr y sus amigos arrastrando los pies y cantando, en la
televisión nocturna, “Todos procedemos de la Diosa Madre”, y la cultura de Gayo
Mucio Scevola exponiendo su mano al fuego y exclamando “¡Mirad!, muy poca cosa
es el cuerpo para aquellos que aspiran a la gloria” (Tito Livio, Historia de
Roma, II.12). En tanto esto puede parecer obvio, vale la pena prestar atención a
la razón subyacente de por qué el paleo-paganismo precristiano y el
neo-paganismo poscristiano son tan diferentes entre sí.
Para ser breve: el paleo-pagano y el neo-pagano apuntan a direcciones opuestas.
En lo mejor de sí, y admitiendo que ni el cristiano ni el pagano muestran muy
frecuentemente lo mejor de sí, el paleo-pagano era un buscador de la verdad
sobre la condición humana, un amante del saber. Esa en la razón por la cual
inventó la disciplina de la filosofía. Por el otro lado, el neo-pagano que
cuenta con una revelación de la verdadera condición humana mucho más clara de lo
que pudiera haber soñado el pobre paleo-pagano, la rechaza y trata de reducirla
a cenizas. (Un cínico diría que esta es la razón por la cual los neo-paganos
inventaron la disciplina de la psicología). Cuando Aristóteles decía que “todos
los hombres por naturaleza aspiran al saber” hablaba para sus contemporáneos. El
neo-pagano desea no saber. Y dado que la Verdad es una sóla, cuando
sistemáticamente rechazan todas las verdades contenidas en la Revelación
cristiana, también repudia esas partes de verdad que se descubren y comprenden
en la filosofía, la literatura y las costumbres paganas.
En su admirable y breve obra, Virgil: Father of the West, Theodor Haecker dice
que “mientras que en los (antiguos) tiempos el Cristianismo conquistó a las
masas con extraordinaria persistencia y rapidez, hoy las está perdiendo…con una
creciente rapidez”. Atribuye esa diferencia al hecho que entre los paganos “el
hombre tenía un sentido real y una vívida convicción de lo que eran el pecado y
la culpa y en lugar de la certeza del castigo, se le ofrecía la certeza del
perdón, ‘las buenas nuevas’”. En nuestros días, dice Haecker, “las cosas son
diferentes”, y como ya no existe ningún sentido del pecado, “el evangelio ‘del
perdón de los pecados’ ya no conserva ningún punto de influencia”.
El libro de Haecker es, en muchos aspectos, un desarrollo de este tema, de la
idea de que Virgilio fue un “pagano adventista”, la más alta expresión de un
paganismo preparado para la venida de Cristo, concepto que desarrolla tanto como
quiere. Su idea acerca del “pagano adventista” no deriva de la vieja creencia de
que en realidad Virgilio fue un profeta de la venida de Cristo, sino más bien
del análisis de la poética visión sobre el mundo que está presente en la Eneida.
Está particularmente interesado en la idea, que se encuentra en la Eneida, de
destino, de fatum: “¿Cuál es el significado de fatum? Etimológicamente,
literalmente, aquello que alguien ha dicho, ‘lo dicho’. El fundamento del
acontecer de todas las cosas humanas, de todos los sucesos de este mundo, es
‘algo que se ha dicho’”. Ocidente
Si destino, fatum, es lo dicho, naturalmente surge la pregunta: ¿Por quién y a
quién? Haecker, interpretando a Virgilio, dice: “es lo dicho por sí mismo a sí
mismo”, y concluye que para el paganismo adventista de Virgilio “el ser último
es un dicho”. Da a entender que la comprensión poética de fatum, en Virgilio,
está muy lejos de preanunciar el significado cristiano del Logos, más distante
aún de lo que está la filosofía griega que es la que acuñó el término. Dice: “él
[Virgilio] está cerca del origen del discurso humano, cuyo origen es el discurso
de la Divinidad, más aún, es la Divinidad en Sí Misma”.
Uno no tiene necesidad de estar totalmente de acuerdo con Haecker en esto — lo
que quizás sea demasiado bueno para ser verdad — para quedar impresionado con su
descripción de un paganismo que ha llegado a tal profundidad, de un paganismo
maduro para la conversión. Otro rasgo clave que destaca es la capacidad del
paganismo para percibir la maldad esencial del mundo y la condición del hombre
en el universo, lo que está expresado permanentemente en la famosa frase de
Eneas, sunt lacrimae rerum, “hay lágrimas en las cosas” o quizás “las cosas
tienen sus lágrimas”. Como lo interpreta el propio Haecker, “las lágrimas son
una parte constituyente de este mundo, por lo que el paganismo adventista mira
con ansia hacia otro”. Explayándose sobre esta idea, esboza el contraste
esencial existente entre el viejo y el nuevo paganismo:
El paganismo castrado de hoy no conoce la frase: sunt lacrimae rerum, ni quiere
conocerla. Pero el paganismo adventista lo expresó, bella y verdaderamente en la
plenitud del tiempo, por su espíritu más puro y su boca más dulce, y logró
sensibilidad y sed para las lágrimas vertidas en el Jardín de Gethsemaní.
Si el análisis que hace Haecker de Virgilio parece ideosincrático, podemos
acudir nuevamente al testimonio de ese gran generalista y el más grande de todos
los críticos que fue Chesterton, en The Everlasting Man. Cuando se refiere al
paganismo en la antigua Grecia y en Roma, observa en todas partes “la presencia
de la ausencia de Dios”, y concluye “estos hombres eran conscientes de la Caída
si es que eran conscientes de algo…”.
Por el contrario, entre los neo-paganos, ninguna creencia es más completamente y
visceralmente rechazada que la de la Caída. Han reemplazado el Pecado Original
por lo que llaman “la Bendicion Original”. Al mismo tiempo, han creado una
suerte de parodia de la doctrina de la Caída, en que la Edad de Oro se
corresponde con el paganismo pre-cristiano, el nacimiento del Cristianismo
provoca la introducción de la serpiente y la expulsión del jardín, y la
destrucción de la Cristiandad señalará el retorno al paraíso. Una vez que los
valores antihumanos del Cristianismo hayan desaparecido, surgirá una nueva Era
de la Humanidad que se caracterizará por el progresivo mejoramiento del hombre y
de la sociedad mediante una vasta aplicación de la técnica.
Es un hecho notable que los que mas firmemente
profesan este neo-paganismo seudo-religioso son, con frecuencia, los más
inclinados a considerar al cuerpo y la mente humanas como sujetos a una
ilimitada manipulación artificial. Prueban esto las feministas tomando la
iniciativa de someterse a sí mismas y a su misterioso y sagrado ministerio de
porta-niños a la manipulación técnica, desde Norplant a la inseminación
artificial y el aborto. Es difícil recordar un mayor ejemplo de violación de la
naturaleza, no obstante que ellos proclaman la santidad de la naturaleza y se
resisten a su violación científica. No, los neo-paganos están entre los más
firmes habitantes del mundo pos-moderno, como lo describe Romano Guardini en The
End of the Modern World.
Los acontecimientos cruciales de la vida — concepción, nacimiento, enfermedad,
muerte — han perdido su misterio. Se han convertido en fenómenos biológicos o
sociales relacionados más y más con la ciencia médica o con una serie de
técnicas que proclaman una creciente confianza en su propia eficiencia. En tanto
que las grandes crisis en la vida humana pueden revelar verdades que no pueden
ser manejadas por las técnicas modernas, ellas nos “anestesiadas” y
transformadas en irrelevantes.
Visto con esta luz, el neo-paganismo no es de ningún modo una religión. No
relaciona a sus adherentes, ni por obligación ni por amor, a un poder superior.
Es simplemente otra técnica, un medio de producir placenteras y cuidadosamente
controladas emociones, de calmar sentimientos profundos y hondas y timidas
necesidades; es una especie de anestésico aplicado en un nivel metafísico. No es
necesario que nos detengamos más en esto.
Si vamos a encarar el proceso de “reclamos” al paganismo, debemos primero
recordar qué hemos tenido o conservamos de él. En principio, es necesario
rechazar la idea de que el Cristianismo significó una anulación completa de todo
lo que comprendía el paganismo. El Cristianismo no fue la invasión de una raza
de extraterretres que reemplazó a los aborígenes de la tierra. Los cristianos
fueron, en su mayoría, paganos convertidos. Esa conversión no hubiera sido
posible si la experiencia del Cristianismo hubiera sido experimentado como algo
completamente extraño e incomprensible. Los paganos eran, después de todo,
hombres hechos a imagen y semejanza de su Creador, y es de imaginarse que la
religión creada o recordada por ellos, tendría algunos elementos relacionados
con la satisfacción de genuinas necesidades humanas.
Para la afirmación clásica sobre la relación entre el Cristiano y la verdad
pagana, lo mejor es acercarnos al comienzo y escuchar las voces de las primeras
líneas, la de San Justino Martir, quien, como lo expresa su apodo, tenia muchos
más motivos que otros para no ver más que maldad en el paganismo que lo había
perseguido: sin embargo, prontamente admitió que en los paganos habían habido, y
seguía habiendo, virtud y sabiduría, y esto por su participación en el Logos, o
en la Palabra: “Hemos sido enseñados que Cristo es el primogénito de Dios, y…Él
es la Palabra por la cual los hombres de cada raza son partícipes” (Apologia,
1.46). Más adelante explica “Todo lo que tanto juristas como filósofos
expresaron correctamente, lo hicieron por haber hallado y contemplado parte del
Logos. Pero al no conocer la totalidad del Logos, que es Cristo, se contradicen
a sí mismos con frecuencia” (Apologia, 2.10). En conclusión, afirma:
Ahora bien, todo lo que los hombres han expresado correctamente nos pertenece a
nosotros, los cristianos, ya que nosotros adoramos y amamos, después de Dios, al
Logos de Dios inengendrado e inexpresable, pues por nosotros se hizo hombre para
participar en todos nuestros sufrimientos y así curarlos. Y todos los
escritores, por la semilla del Logos inmersa en su naturaleza, pudieron ver la
realidad de las cosas, aunque de manera oscura…. (Apologia, 2.13)
Al decir que todo lo que los hombres han expresado correctamente “nos pertenece
a nosotros los cristianos”, San Justino no está, por supuesto reclamando
“crédito” por el trabajo de los paganos, no más que el que el cristiano demanda
por la revelación. Más bien, lo que está diciendo es que para los adoradores de
la Verdad encarnada, toda verdad es bienvenida. Más aún, los que ven la verdad
mayor, distinguen con más claridad las verdades pequeñas. Quizás debamos decir
algo sobre la posición de San Justino al reelaborar esa línea familiar del viejo
autor teatral Terencio: Homo sum; humani nil a me alienum puto — Soy hombre,
nada de lo humano me es ajeno. En relación a la actitud apropiada de un
cristiano respecto del saber pagano, la actitud de San Justino podría resumirse
así: Christianus sum, veritatis nil a me alienum puto — Soy cristiano; nada
verdadero me es ajeno.
San Justino ha tenido sus reservas. Mientras en ciertos lugares sostiene que la
semilla del Logos puede encontrarse implantada en los poetas paganos (Apologia,
2.8) y a veces utiliza leyendas paganas para ilustrar creencias cristianas
(Apologia, 2.7, 2.11), debe admitirse que tenía una más favorable visión de la
filosofía y la ley pagana que de la mitología y la religión pagana. De hecho,
desarrolló una interesante teoría sobre los orígenes demoníacos de la religión
pagana. Argumenta que los demonios supieron de la encarnación, muerte y
resurrección de Cristo por las profecías del Antiguo Testamento y que trataron
de contrarrestar Su venida fabricando mitos que, basados en sus lecturas de las
profecías, podrían desarrollarse paralelamente a la vida y los hechos de Cristo.
De ese modo, lo que esperaban básicamente era lanzar un ataque preventivo contra
las creencias cristianas, haciendo aparecer a Cristo como una figura legendaria
más, junto con Baco, Esculapio, Belerofonte y otros (Apología, 1.23, 1.54).
Pero es digno de hacer notar que incluso esta visión negativa de la religión
pagana está fundada en el reconocimiento de similitudes entre mito y revelación.
Estas similitudes pueden dar origen a una visión más favorable de los grandes
mitos y que de ellas son el fruto de las semillas implantadas por el Logos en la
imaginación. Si es difícil de formular preguntas acerca de lo verdadero tanto en
el terreno de la imaginación como en el de la estética, mucho más lo es el
responder, pero seguramente sería ocioso negar que una de las conclusiones que
extraemos de los grandes relatos mitológicos es que ellos expresan algo
verdadero e inmutable. La conocida historia sobre la conversión de C.S. Lewis,
como se relata en su Surprised by Joy es quizas el mejor ejemplo de una
imaginación preparada por el mito pagano para la recepción del Cristianismo y de
cómo éste ofrece una casi visible manifestación del Logos implantado en la
imaginación. Describiendo los pasos últimos hacia su conversión definitiva:
El dato crucial fue puesto en mi mano por ese ardiente ateo cuando dijo, “cosa
rara, todo eso sobre el Dios Moribundo. ¿Habrá ocurrido realmente alguna vez?”;
por él y por el estímulo de Barfield en favor de una actitud más respetuosa, si
no más deliciosa, hacia el mito pagano.
Para una más perspicaz explicación del mito, debemos acudir nuevamente a
Chesterton y The Everlasting Man, obra que, afirma Lewis, ayudó a su conversión.
Los mitos no son, al menos mayoritariamente, inventos de los demonios, sino solo
“relatos de viajeros”. Explica Chesterton: “El compararlos con ‘relatos de
viajeros’ no es negar el que puedan ser relatos verdaderos, o al menos,
verdaderos relatos. En verdad, son el tipo de relatos breves que el viajero se
cuenta a sí mismo”. Como tal, son parte de una legítima actividad del hombre.
El ensayo de J.R.R. Tolkien On Fairy-Stories brinda una explicación similar
sobre la creación del mito. En este caso, tenemos el raro privilegio de que sea
un creador de mitos actual quien nos explica su arte y en sus propios términos.
Tolkien desarrolla la noción de “subcreación”, de la creación por el cuentista
del Mundo Secundario, como la actividad natural y legítima de la creatura
racional, y lo aplica particularmente al reino de la Fantasía, que incluye,
ciertamente, al mito. “La fantasía constituye un derecho del hombre”, dice.
“Construimos a nuestra medida y en nuestro modo derivativo, porque hemos sido
hechos, pero hechos a semejanza y deseo de un Creador”. Por ello es que los
mitos paganos son particularmente interesantes para los cristianos, no sólo por
la belleza y la verdad que contienen, sino porque la verdadera actividad del
hacedor de mitos es la exploración de la naturaleza del hombre como subcreador y
de la naturaleza del Creador al que trata de imitar.
Todo esto es, de alguna manera, algo conocido; sólo necesita ser repetido porque
los cristianos occidentales del siglo XX han cometido el error de olvidar por
mucho tiempo su herencia pagana. Las primeras historias del Cristianismo
muestran el impresionante, a veces temerario, espectáculo del gozo de los
tesoros paganos: las traducciones de Porfirio hechas por Boecio, los monjes
copistas reproduciendo meticulosamente a Cicerón y Ovidio, los filósofos
escolásticos ocupados en traducir a Aristóteles, los arquitectos del
Renacimiento tratando de revivir los antiguos estilos clásicos. Jean Leclerq, en
su clásico relato sobre el monasticismo benedictino en el siglo XII, The Love of
Learning and the Desire for God, describe una situación en la que los que han
renunciado al mundo son sin embargo empapados de cultura clásica cristianizada.
“Ovidio Virgilio, Horacio, eran para esos hombres una propiedad personal”.
Recuerda la imagen biblica comunmente utilizada para ilustrar la naturaleza de
esa adopción: “Todo lo que fue valioso en la literatura pagana fue comparado por
los Padres y los autores medievales con los tesoros de los egipcios que los
hebreos fueron autorizados a tomar en los tiempos del Exodo”.
Muchos que están alarmados por el tamaño de las estanterías sobre New Age en
librerías y bibliotecas, culpan por eso a la insuficiente instrucción religiosa
de los cristianos jóvenes, o a una Iglesia que ha sido tan despojada de
historia, ritual y belleza que hasta una manifiesta insensatez parece una
alternativa tolerable. Hay, sin duda, una gran parte de acierto en esto, pero es
difícil creer que el crecimiento de los cultos para-paganos pueda ser
copmletamente desconectado de la disminución de la educación clásica básica, y
de la consecuente pérdida del sentido común acerca de lo que los paganos eran o
no. Si los cristianos quieren combatir realmente la maligna influencia que
ejercen sobre los jóvenes el ocultismo, Wicca y la espiritualidad New Age, y sus
maléficos acompañantes, encontrarán que el mejor remedio es comenzar con los
estudiantes de la high school o escuela secundaria, trabajando con “is, ea, id”
y retenerlos en eso, de la misma manera que fue practicado por los cristianos
durante siglos. Utilice un pagano para atrapar a un neo-pagano. Haga girar la
vieja sierra y deje que la consigna sea “usus tollit abusum” — “el uso anula el
abuso”. En definitiva logra que el abuso aparezca como absolutamente ridículo.