Razones para creer: 11. ¿Quién es Dios para Jesucristo?
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Observando orar a Jesús –por la
mañana, muy temprano, al final de la tarde–, se le escucha hablar con autoridad de su intimidad con Dios: «mi
Padre y Yo somos uno». Viéndole hacer milagros, grandiosos a veces, como la
resurrección de Lázaro, los apóstoles sentían que Jesús tenía una visión de
Dios de la que ellos carecían.
Jesucristo es como un periscopio,
que se asoma al misterio de Dios y habla de Él con competencia. ¿Quién es Dios
para Jesús? Dios es el Todopoderoso: «ni un cabello cae sin su permiso». Es un
Artista: «viste maravillosamente los lirios del campo». Pero esas perspectivas
no acaban de mostrar la verdadera fisonomía de Dios. Ante todo Dios es un
Padre: recuérdese la parábola del hijo pródigo.
Juan resume el pensamiento del
Maestro: «Dios es Amor» (1Jn 4,8). Esta afirmación está lejos de ser
evidente, porque si en la creación está presente la belleza y la excelencia de
muchas cosas, también forman parte de ella la enfermedad, la muerte, la guerra,
el pecado. Pese a ello, Jesús mantiene su afirmación: Dios es un Padre,
fuente de amor y vida. Y persiste en esa afirmación en el mismo momento de la
cruz, cuando todo parece decir lo contrario: «Padre, en tus manos encomiendo mi
espíritu», «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen». Y aún más: «Dios
mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?», las palabras iniciales de un salmo
de confianza.
Pero esta conmovedora
afirmación no fue suficiente para los
apóstoles. Lo que realmente les ha confirmado en la fe es la resurrección de
Cristo, que han entendido como la firma de Dios al fin de su mensaje.
Nuestra fe se apoya ahora en la
de los apóstoles, y la de éstos en la resurrección de Cristo, que nos permite
asegurar con absoluta firmeza: «Dios es amor», aunque no siempre podamos
comprender nosotros cómo nos ama.
«Jesús no ha venido a
explicarnos el sufrimiento, sino a llenarlo de su presencia» (Claudel). Jesús
ha hecho de su cruz una fuente de amor, que nos permite obrar como Él obró.