Razones para creer: 14. ¿Qué es la fe?
Páginas relacionadas
Abbé Yves
Moreau
Notre Dame de Arcachon
El Evangelio nos señala los
tres rasgos esenciales de la fe:
1º La fe es un don de Dios
que se consigue por la oración. Esta es necesaria. Las cuestiones
científicas hay que abordarlas científicamente, y las realidades religiosas de
modo religioso.Si Dios es una persona, no es posible forzar su voluntad. No hay
aquí contradicción alguna. Basta decirle a Dios: «Si existes, Señor, haz que te
conozca». Ésta fue la oración del Padre Foucauld antes de su conversión.
«Nadie viene a mí si mi Padre
no lo atrae», dice Jesús (Jn 6,44.65).
2º La fe es un acto
razonable. Antes de seguirle, Jesús propone que se reflexione con seriedad,
como el que se dispone a construir una torre. El creyente debe tener serias
razones y suficientes para creer. De ellas hemos hecho más arriba un
inventario rápido y sumario.
3º La fe es un acto libre.
Dios no viola las conciencias, porque la libertad es la ley del Amor.
Jesús nos dice «si tu quieres». La purificación del corazón nos pone en camino:
«me dices que dejarías los placeres si encontraras la fe; pero yo te aseguro
que encontrarás la fe si dejas los placeres» (Pascal).
“El que obra la verdad, viene a
la luz” (Jn 3,21).
En materia religiosa, como en
el amor, llega un momento en el que tendremos que decidir, y nadie puede
hacerlo en nuestro lugar
La alegría de la fe
Sucede en nuestra relación con
Dios como ocurre con una persona que viaja en el tren a nuestro lado. Podemos tratarle
como un mueble, o bien podemos darle en nosotros existencia como persona, y
como persona próxima. Resulta paradójico que Aquel que nos da la vida y la
existencia en cada instante quiere que nosotros tengamos también la alegría de hacerle
existir en nuestras vidas por la fe.
La reciprocidad es la clave
íntima del amor. Humildad de Dios.
Por eso Dios no es el gran
ausente. Él es, precisamente, «el corazón de nuestras vidas, el que nos hace
vivir».
A su luz el mundo se hace transparente
y fraternal, como lo expresa el cántico al Hermano Sol de San Francisco de
Asís. El universo entonces se transforma en vínculo de comunión: «Una
renuncia dulce y total », dice Pascal. Y en nuestras cruces, también en aquella
de la duda –porque la fe no es una evidencia, es siempre una lucha, el combate
del amor–, otro, a partir de entonces, reza en nosotros: el Espíritu de Jesús.
«Padre mío, me abandono a ti,
dispón de mí. Te daré gracias por cualquier cosas que de mí dispongas. Estoy
pronto a todo, lo acepto todo. No deseo nada, sino que tu voluntad se haga en
mí y en todas tus criaturas, Dios mío.
«Pongo mi alma entre tus manos,
te la entrego, Dios mío, con todo el amor de mi corazón, porque te amo y este
amor poner en mí la necesidad de entregarme a ti, sin medida, con una infinita
confianza. Porque eres mi Padre» (Ch.de Foucauld).
• «Señor, ven en ayuda de mi incredulidad» (Mc 9,24)