Razones para creer: 6. ¿Qué puede pensarse de una explicación del mundo por el azar y la necesidad?
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A primera vista parece que el asunto está bien planteado.
Necesidad y azar parecen estar presentes en el mundo que nos rodea, de una
parte en las leyes naturales que rigen a los seres, de otra en la manera
fortuita en que se suceden los acontecimientos a lo largo de la historia. Pero
veamos las cosas más de cerca.
¿Podemos explicarlo todo por la intervención del azar?
Azar es una palabra
procedente del árabe que designa el juego de los dados. El ciego azar se opone
a la inteligencia lúcida. Para afirmar el azar es necesaria una inteligencia.
¿Pero de dónde procede nuestra inteligencia lúcida capaz de definir y
precisar el ciego azar? Del azar, sin duda, no procede, puesto que éste es
ciego. No puede proceder más que de otra inteligencia superior, como la chispa
que salta de una gran hoguera.
Ciertamente el azar puede
responder excepcionalmente a un orden pasajero –por ejemplo, «he ganado
en la lotería»–, pero no puede explicar una armonía general y permanente, como
la que nos encontramos en el mundo, en nuestro propio cuerpo o en nuestro
espíritu.
Si desmontamos un reloj
despertador y lo metemos en una cazuela, por mucho que removamos largamente,
jamás lograremos reconstruirlo de nuevo.
¿Basta la necesidad para
explicar el origen del mundo?
La necesidad, por su
parte, –la de una ley física, por ejemplo– hace pensar en un comportamiento
ineludible, que se deriva de la propia naturaleza de las cosas. Por ejemplo,
dos masas, puestas una frente a otra, se atraen recíprocamente: es la ley de
atracción universal. Es cierto; pero dejamos sin explicar por qué los cuerpos
experimentan esta mutua atracción. La necesidad explica ese comportamiento de
las cosas entre sí, pero el asunto no queda en absoluto explicado para el
espíritu. La necesidad comprueba un orden, pero no lo fundamenta.
Explica los hechos con otros hechos, pero no alcanza a descifrar el porqué de
esta secuencia.
La necesidad no explica el
porqué de los seres. ¿Por qué estos conjuntos de átomos que están ante mí
existen y se atraen al mismo tiempo? ¿Cuál es el porqué de mí mismo, que los
observo, siendo yo claramente consciente de que no soy necesario, pues hace
algunos años ni existía?
Existe además una realidad
moral en la que la necesidad no halla absolutamente lugar alguno: se trata de
nuestra libertad que, por mínima que sea, es justo lo contrario de toda
necesidad física. Aquí tropezamos una vez más con la originalidad del espíritu,
del que nos vemos obligados a buscar el origen y la explicación (Rm 1,20).
• «No temáis... Hasta vuestros cabellos están contados» (Mt 1,28-30).