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Del hedonismo a la castidad: Julie Allard et Luc Phaneuf

 

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Castidad y Hedonismo



Julie, 25 años, es bioquímica y Luc, 37 años, es teólogo católico.
Casados desde el 27 de octubre pasado.


¿"Qué, son castos?" ¡Eso no entra en la cabeza ­ y ¿qué de las hormonas? ¡Las relaciones sexuales son algo muy natural! No es bueno ir contra la naturaleza y hacer del placer unasco. ¡Se tiene solamente una vida, es preciso gozar a lo máximo! ¡No me digan, ustedes dejan que unos curas ancianos, que no conocen nada del amor y del sexo, decirles qué hacer. ¡Esto ha terminado, la castidad está pasada de moda!"
Julie (nacida en1976) y yo (nacido en 1965), somos una chica y un muchacho del Québec moderno, ciudad que ha rechazdo y desacreditado a todo aquel que atreve oponerse a la sexualidad libre y abierta (¿a qué, si no a tonterías y a las desilusiones?). De jóvenes, experimentamos nuestras primeras relaciones sexuales muy decepcionantes como ocurre a menudo. Ciertamente, el deseo biológico estaba allí, impulsivo, incluso a veces arrollador. Sin embargo, la razón y la sensatez, ellos, faltaban a la cita. Bien rápidamente, el modelo clásico se instaló: las relaciones nacían, se consumían sexualmente, luego se morían en sí mismas. Y se recomenzaba y de nuevo las decepciones - y las frustraciones - acumulándose las unas sobre las otras.

Luego, un día, uno despierta. Agotado de sufrir y de dar vueltas en un círculo vicioso. Vamos a ver, el amar, ¿eso termina siempre así de la misma manera? Era ineludible tener que admitir nuestra miseria profunda respecto al amor tal como se suele practicar. Paso obligado, se imponía un muy difícil cuestionamiento: quizá que no amaba como es debido. Una duda en particular acuciaba: ¿era realmente decente y honorable al hacer el amor con mis parejas sucesivas "protegiéndome” al mismo tiempo de los efectos "normales" de estos encuentros sexuales, es decir, la llegada de un niño? ¿Acaso nuestras relaciones sexuales no reposaban realmente en una mentira implícita, no reconocida y sobre todo no expresada: Me gustas, pero no lo bastante como para darte enteramente mi vida y tener a un hijo contigo? Por último, la verdad terminó con triunfar sobre la mentira. Era imperioso intentar "otra cosa". ¿Entonces, por qué no amar "en verdad"? ¡A gran amor, los grandes medios! Hay que terminar con las soluciones fáciles, con las componendas, con las mentiras.

Alguien nos habló de la castidad, presentándolo como un "camino de felicidad y verdad". ¿Por qué no intentarlo? Quizá que eso nos haría feliz. El resultado iba a ser incontrovertible.

Los frutos-efecto de la castidad para nuestro amor y nuestras vidas
¡Es verdad, es verdad, sí! Los efectos beneficiosos no se hicieron esperar. Al principio, uno se siente raro, uno se pregunta qué se va a hacer para pasar el tiempo (ya que se reconoce esto: besa a menudo para pasar el tiempo, sobre todo cuando uno se tiene mucho que decirse). Luego, uno se sorprende. Te gusta esta nueva libertad, este nuevo espacio para el diálogo y el verdadero encuentro del otro, los verdaderos intercambios. ¡Se discute sobre nuestros valores profundos, sobre nuestra visión de la vida, la muerte, el amor, la familia, la sexualidad misma! ¡Y luego se vive cosas juntos los dos, se realizan actividades (fuera de la cama!). Resumidamente, se aprende a conocerse realmente. Todo proviene de su origen, de la castidad y en la paz.

La mayor ventaja de la castidad, en nuestra opinión, es que clarifica nuestra mirada respecto al otro y evita así muchos dolores y pérdidas de tiempo; esta claridad de mirada nos permite así evaluar mucho más rápidamente si la relación tiene oportunidades de durar y conseguir un compromiso duradero y junto con la fecundidad biológica. (Por experiencia, puedo decir que después de dos o tres semanas de frecuentación casta, se tiene una buena idea de la "durabilidad" de nuestra relación; mientras que mis relaciones no castas se extendían a menudo sobre dieciocho meses y más antes de desmoronarse).

Añadamos un matiz importante, que podrá sorprender: la castidad no es un fin en sí. El fin, el objetivo contemplado, es la LIBERTAD en el amor. No hay celos pueriles y obsesionales, no hay presiones sexuales que hacen del otro un "objeto" para apaciguar mis lapsos impulsivos; solamente una libertad ALEGRE y ABIERTA que permite el verdadero encuentro con el otro, un misterio que debe gustarse y descubrir en su unicidad.

Es en este contexto de libertad profunda que Julie y yo pudimos descubrir, y esto a partir del cuarto mes de frecuentación, que el matrimonio entre nosotros era posible. Una vez comprometidos, hemos esperado más de dos años antes de casarnos, continuamos siendo ÍNTEGRAMENTE CASTOS hasta nuestro matrimonio, a pesar de las dificultades hormonales normales. Obviamente, nuestra noche de bodas se experimentó una intensidad renovada, una alegría pura y profunda, casi virginal, diría.

Volverse casto: ¿un combate heroico?
Los medios de comunicación - casi siempre - intentan hacernos tragar que la castidad es imposible de vivir, y, en lo mejor casos, es resultado de una neurosis. ¡MIENTEN! ¿Entonces, cómo llegar a vivir la castidad? Eso depende de cada uno. Para los de más edad, será necesario desarrollar seguramente la estrategia de los pequeños pasos, de la progresión. Es difícil deshacerse de una práctica de varios años. Se debe pues dar un pequeño paso a la vez: reducir, luego cesar la masturbación característica; reducir la frecuencia de las relaciones sexuales sustituyéndolo por una actividad agradable; sopesar los límites "geográficos" de nuestras ternuras; fijarse un "período" de castidad de una semana para comenzar, etc. A cada uno le toca desarrollar sus propias alternativas.

Pero, para decir la verdad, es necesario también confesar que es en mucho, si no sobre todo, gracias a nuestra vida de oración, a la ayuda de Dios y sus sacramentos, que recibimos la fuerza para superar las tentaciones - periódicas, sobre todo al principio - y perseverar; te puedes reír de la fe cuanto quieras, pero la verdad existencial, muy real y concreta, es que la fe actúa de manera potente y comprobable y logra sus efectos. Por ello, la experiencia común me convenció debido al hecho que la castidad es casi imposible de vivirla cuando se la concibe como un combate personal contra sí mismo y contra los impulsos egoístas que buscan la posesión y a la explotación sexual del otro (aún estando de acuerdo). La castidad, al contrario, es motivada por el deseo profundo de respetar la verdadera naturaleza del amor entre dos personas, de un amor que entraña el respeto íntegro y radical sí mismo y del otro, de nuestro ser personal y sexuado. Al otro, lo amo, pero no lo poseo. Pertenece a Dios y yo tengo el deber de respetarlo porque es digno de un respeto infinito, que encuentra su fundamento en Dios, el Creador de cada uno y de cada una de nosotros. El es el Creador del amor, que él mismo es amor. ¡Así, como no se juega con Dios, tampoco se juega con el amor!

¡Salvemos al amor verdadero!
Hablar y dar testimonio de la castidad, esto no es poca cosa: es situarse incluso en el corazón de la crisis de nuestra civilización de Québec y occidental, que es una crisis del amor auténtico y duradero. No hay que callarse, callar nuestra felicidad, por pereza, miedo o cobardía, y dejar el micrófono - y el teclado de ordenador - a las prostitutas y a los falsarios de la sexualidad "abierta" y "libre": ¡abierta para la desdicha y las desilusiones, y libre (y liberada) de toda felicidad profunda y duradera! Los de Québec, los jóvenes en particular (14-25), sólo esperan nuestro testimonio audaz y convencido para descubrir también ellos que la felicidad y la libertad se obtiene por medio de la castidad.

El amor no debería dar náuseas existenciales; debería ser el corazón de nuestras vidas y de nuestra felicidad. La felicidad verdadera pasa por el amor verdadero. A los grandes males de amor los grandes remedios: ¡viva la castidad!

cortesía de http://www.spoutnic.com/chastete/


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