P. Max Thurian, de Taizé a Roma
Max Thurian nació en Ginebra, Suiza en 1921 dentro de
una familia protestante. En 1949, siendo ya un ministro protestante, fundó
junto con Roger Schutz la Comunidad de Taizé, de tradición protestante
conservadora, que se convirtió en centro ecuménico para católicos y
protestantes.
Dada la fama de la comunidad, los hermanos Thurian y
Schutz fueron invitados al Concilio Vaticano II por Pablo VI. Junto con
otros 5 ministros de distintas comunidades protestantes, Thurian fue parte
del Concejo encargado de realizar la reforma litúrgica del Concilio Vaticano
II, en donde los ministros tuvieron un papel preponderante, como lo indica
el Rev. Roger Schutz:
"Antes de la tarde, luego de las reuniones del
concilio, nos solíamos reunir con los obispos, a quienes citábamos en
nuestro departamento....No faltaban asuntos del Concilio que no
discutiéramos. Por ejemplo, estudiábamos de cerca la evolución de los textos
del Concilio, hacíamos comentarios y dábamos nuestro punto de vista cuando
se nos preguntaba. Las señales de amistad hacia nosotros eran inmensas.
Hasta podemos decir que esperaban que nosotros nos metiéramos de lleno en el
asunto…."
Aún imbuido en sus orígenes protestantes, decía:
"Para un protestante, el pertenecer a la Iglesia
visible está en el orden de la fe, aún si algunos aspectos institucionales
están excluidos. En este sentido, si un protestante está convencido de que
la Iglesia Católica, siguiendo el Concilio Vaticano II, redescubrió la
conformidad con la Iglesia Apostólica, el puede considerarse a si mismo
miembro de esa Iglesia sin necesidad de renunciar a su antigua comunidad
eclesial.” (Francia 1976)
Poco tiempo después quedó convencido de que aún era
posible la unidad de la Iglesia y que todos los cristianos eran en cierto
modo parte de la Iglesia Católica:
"¿Qué la unidad no es amar a nuestros hermanos aún
separados de nosotros, y que quisiéramos que viviesen en nuestra casa?...La
unidad entre las iglesias de hoy existirá cuando renunciemos a las actitudes
que nos dividen, siendo fieles únicamente a la fe fundamental que nos salva
y nos une." ("La Croix", Enero 1984)
Por estas razones, el Padre Thurian, convencido de su
unidad con la Iglesia Católica, fue ordenado sacerdote de la Iglesia
Católica en Nápoles por el Cardenal Ursi (Mayo 3 1987) y el 30 de septiembre
de 1992, fue nombrado por el Papa Juan Pablo II, miembro de la Comisión
Teológica Internacional dependiente de la Congregación para la Doctrina y la
Fe.
Su ordenación no dejó de ser polémica, debido a sus
relaciones con su comunidad, Taizé y el hecho de que nunca abjuró
formalmente al Protestantismo. En su libro "La Identidad del sacerdote", el
Padre Thurian expone que la división referente a la Eucaristía en el siglo
XVI se debe a un malentendido, ya que mientras algunos enfatizaban el
carácter sacrificial, de suplicación y propiciación de la Misa, otros
buscaban enfatizar el carácter de alabanza, comunión y paz de la Eucaristía.
La unidad litúrgica que según él, fue posible hallar después del Concilio
Vaticano II ya hacía posible para los protestantes celebrar la misma Misa
que los católicos.
Su contribución sobre temas litúrgicos se encuentra
plasmada en su libro "El Memorial Eucarístico" lleno de impresionantes
reflexiones sobre la Misa, su estructura, la liturgia ecuménica. Sin
embargo, su transformación litúrgica, visible a través de las ediciones del
libro es visible, ya que al final, de ser un protestante liberal que
inclusive ayudó a la redacción del actual rito de la Misa usado por los
católicos de nuestro tiempo, llegó a ser muy crítico sobre los abusos que se
estaban presentando en la liturgia, a raíz de las reformas en la Misa.
En 1996, claramente convencido de la importancia de la
tradición, como un "mea culpa", en un artículo que apareció en el Observador
Romano, en donde defiende la belleza de la liturgia y la arquitectura de las
iglesias, el Santo Sacramento y el altar:
"La iglesia entera debería estar siempre arreglada
invitando a la adoración y a la contemplación, aún cuando no hay
celebraciones. Uno debe sentir la necesidad de asistir para ver al Señor
porque él está ahí .... La iglesia, con la belleza de su liturgia y su
tabernáculo que irradia la Presencia Real de Cristo, debería ser la bella
casa del Señor y su Iglesia, a donde los fieles asisten para recogerse en el
silencio de la adoración y la contemplación. Toda iglesia debe "orar"
siempre, aún en los momentos en que no hay celebraciones; debe ser un lugar
en donde, a excepción de este mundo donde no hay descanso, uno puede estar
con el Señor, en paz... Porque la Iglesia es un edificio visible, funciona
como un signo de la iglesia peregrina en la tierra y refleja a la iglesia
del cielo. Debe ser dignificada, resplandecer con noble belleza ... y
permanecer como un símbolo del cielo y de las cosas celestiales... La
Eucaristía Consagrada debe permanecer en el tabernáculo para manifestar la
Presencia Real de Nuestro Señor fuera de la celebración para la adoración de
los fieles que vienen a orar a la iglesia. Es conveniente que el tabernáculo
sea puesto en un lugar donde sea visible para aquellos que entran a la
iglesia. Debería estar hermoso e iluminado, como en un acto de alabanza a la
gloria de Cristo verdaderamente presente.
El altar es entonces el centro de la celebración
litúrgica. debe ser construido y adornado para causar la admiración y
recogimiento de los fieles, así como el oro de la mesa del sacrificio o el
incienso del altar del templo enfatizaban la gloria del Señor. A veces
deberá cubrirse de hermosas telas de acuerdo a los colores del periodo
litúrgico o la solemnidad. Sobre el o cerca de él debería haber candelabros
para dar espacio al Señor, que viene a ver a su gente... El altar y los
objetos usados para la celebración Eucarística deben manifestar maravillas
en presencia de la belleza que lleva a los corazones a adorar la gloria del
Señor. El altar es de hecho el símbolo del sacrificio de la Cruz como
memorial, la mesa para el banquete eucarístico, y el símbolo del sepúlcro
que el Resucitado dejó vacío."
Al ver la importancia del altar en la celebración
litúrgica, Thurian se inclina por la necesidad imperiosa de que la liturgia
eucarística se celebre nuevamente de cara al altar, para dignificar a la
presencia real de Cristo en la Eucaristía y diferenciarla claramente de su
presencia a través de la palabra divina revelada, en la primera parte de la
Misa.