Eugenio Zolli - La conversión del Gran Rabino de Roma
Israel Zoller (Zolli es la italianización del apellido) nació en la Galizia
polaca en 1881, último de una familia de cinco hijos. En 1904, el joven
marcha a Viena para seguir la carrera de rabino, fiel a la tradición
familiar, ya que por vía materna se habían sucedido antepasados rabinos
durante más de dos siglos. Acabará los estudios en Florencia y conseguirá la
plaza de vicerrabino de Trieste. En 1918, es nombrado rabino jefe de la
ciudad, cargo que ocupará hasta su traslado a Roma y que hará compatible con
su tarea docente como profesor de lengua y literatura semíticas en la
Universidad de Padua.
En aquellos años, la idea de la conversión no se le pasaba ni tan siquiera
por la cabeza. Todas las tardes se limitaba a abrir por donde cayera la
Escritura, tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento, para meditar. Fue así
como la persona de Jesús y sus enseñanzas se le hicieron familiares, sin que
ningún prejuicio se interpusiera ni le diera el gusto de lo prohibido. El
fruto fundamental de sus años de Trieste será la obra El Nazareno (1938), un
estudio lingüístico y etimológico en el que realiza una exégesis metódica
del Evangelio a la luz del Antiguo Testamento.
"Nadie ha tratado de convertirme -relataba algunos años después-. Mi
conversión ha sido una lenta evolución interior. Desde hace años, y yo mismo
lo ignoraba, mis escritos tenían ya un carácter tan cristiano que un
arzobispo dijo de El Nazareno: 'todos podemos equivocarnos, pero por cuanto
puedo juzgar, pienso que podría firmar yo mismo ese libro'".
Los rumores de guerra hicieron que el eco del libro fuera limitado. Durante
esos años, Zolli había ayudado a los hebreos que dejaban la Europa central
para trasladarse al futuro Israel. Sus contactos y el conocimiento de la
lengua alemana favorecían que contara con informaciones de primera mano
sobre el peligro que se acercaba. En 1935 envió una carta al rabino jefe de
Roma, Angelo Sacerdoti, sobre los "actos inhumanos" cometidos contra los
hebreos en Alemania, para que informara a Mussolini. El Duce dijo que
protestaría ante el embajador alemán. Sea lo que fuere, lo cierto es que en
1938, cediendo a las presiones nazis, también en Italia se introdujeron
leyes racistas. Zolli protestó públicamente y el gobierno como represalia le
quitó la nacionalidad italiana.
Fue en ese contexto en el que le ofrecieron el puesto de rabino jefe de
Roma. La comunidad hebrea de la capital (de la que el rabino era un empleado
a sueldo) estaba dividida entre filofascistas y sionistas. Tal vez la fama
de persona independiente y profundamente religiosa que se había ganado Zolli
en esos años influyó en la elección. Sus dos interlocutores fueron Dante
Almansi, presidente de las comunidades israelitas de Italia, que había sido
jefe de la policía fascista y tenía buenos contactos con el régimen, y Ugo
Foà, presidente de la comunidad hebrea de Roma.
Los primeros meses de la estancia de Zolli en Roma se caracterizaron por la
defensa de los hebreos ante las leyes antisemitas. La situación, sin
embargo, precipitó en septiembre de 1943 con la llegada de las tropas
alemanas a la capital italiana. Después de los años pasados en Trieste,
Zolli tiene experiencia: advierte a Almansi de que es preciso proteger a la
población judía, pero éste sostiene que el día anterior un ministro le había
asegurado que no había de qué preocuparse y que no convenía alarmar a la
gente.
La respuesta vino pocos días después. El 10 de septiembre, el ejército nazi
controla Roma. Un comisario de policía, de sentimientos antifascistas,
aconseja a Zolli que se esconda, ya que -como se vio en Praga en esas mismas
fechas- la primera víctima entre los hebreos solía ser el rabino.
El 26 de septiembre, el comandante Herbert Kappler impone a los judíos de
Roma el pago de cincuenta kilos de oro, en un plazo de 24 horas, como
rescate para no deportar a una lista de trescientas personas. La comunidad
hebrea consigue reunir treinta y cinco kilos. Los presidentes Almansi y Foà
piden a Zolli que acuda al Vaticano para pedir ayuda. Así lo hace -aunque
sobre su cabeza pesaba una recompensa de 300.000 liras-, y recibe una
respuesta positiva. Al final, los quince kilos del Vaticano no harán falta
porque se habían conseguido por otras vías (incluidas, según se escribe, las
de algunas casas religiosas y párrocos).
En esas semanas Zolli tuvo un encuentro con Foà en el que presentó un plan
práctico para dispersar a los judíos de Roma. La acogida no pudo ser más
fría: "Si hay que tomar decisiones, las tomaré yo con mi consejo -respondió
Foà-. De momento no se ha decidido nada. Vaya a comprar un poco de valentía
en la farmacia". Años después escribirá Zolli: "Se me había concedido el don
de ver sin poder actuar; y a otros, el poder de actuar sin poder ver".
El oro, desde luego, no sirvió para nada, pues el 16 de octubre comenzaron
las deportaciones, que sólo se frenaron por intervención de Pío XII. Zolli,
que podía haberse exiliado fuera de Italia, vivió nueve meses en la
clandestinidad, huésped de familias amigas, al igual que su mujer Emma y su
hija Miriam (la otra hija, Dora, fruto de su primer matrimonio, no corría
peligro por estar casada con un "ario").
En febrero de 1944, la comunidad hebrea lo destituye como rabino, pero en
junio los aliados lo ponen de nuevo al frente de la sinagoga. Allí
permanecerá solo unos meses, pues en otoño presenta la dimisión por motivos
personales. Y es que el día de Yom Kippur, durante la ceremonia en la
sinagoga, había oído una voz interior que le dijo: "Estás aquí por última
vez. Desde ahora, me seguirás". Ya en los meses anteriores había meditado
dar el paso del bautismo, pero no quiso hacerlo durante la persecución nazi.
La noticia del bautismo de Zolli causó enorme estupor (su mujer se bautizó
el mismo día y su hija Miriam, que superaba ya la veintena, lo hizo un año
después). La sinagoga de Roma decretó varios días de ayuno como expiación.
El paso había dejado a Zolli literalmente en la calle: a los 65 años y sin
casa ni sueldo. El futuro cardenal Dezza le ofreció un puesto de docente en
el Pontificio Instituto Bíblico, de la Universidad Gregoriana.
Tal vez el mensaje principal de Zolli que se desprende de la lectura de su
vida es precisamente la conexión que existe entre la Sinagoga y la Iglesia:
"La Sinagoga era una promesa y el Cristianismo es el cumplimiento de esa
promesa. La Sinagoga indicaba el Cristianismo; el Cristianismo presupone la
Sinagoga". Por eso, a pesar de la hostilidad que encontró en ambientes
judíos, se preocupó por mejorar las relaciones entre hebreos y católicos: es
suya, por ejemplo, la primera iniciativa que llevaría a suprimir de la
liturgia del Viernes Santo, en 1961, la expresión "pérfidos judíos": dio
como razón que pocos entendían ya su significado original de "judíos
incrédulos".
Cortesía de www.interrogantes.net