Descubriendo a Dios gracias a los africanos: Confesiones de un misionero
Por el padre Germán Arconada
de la Congregación de los Misioneros de África
Desde mi experiencia y camino de Damasco:
¿La vocación misionera?... una invitación al
banquete de la comunión
Cuando era seminarista leí con interés el libro de Martín Descalzo “un cura se
confiesa”… Creo que yo también debo confesarme. Dios ha sido, no digo
excesivamente, pero si divinamente paciente conmigo.
Claro que quería ser misionero y misionero de África, pero a mi manera: haciendo
muchas cosas y siendo admirado por los africanos… Todo parecía alimentar mis
ansias de ser reconocido: uno que sabe en medio de los que no saben… uno que
cree en medio de los que no creen… La vida misionera se presentaba como un
camino de aventuras hacia la gloria en el cielo… y en la tierra. ¿Qué más podía
desear?
Mi primera época fue la más larga. Quería a los africanos y me sentía querido
por ellos. Conocí grandes amistades… y tuve muy buenos compañeros. Era fácil
realizarse de una cierta manera en este mundo idílico africano hecho de sonrisas
y de encuentros humanos.
Pero con mucha delicadeza y a veces con menos delicadeza fueron introduciendo
poco a poco una duda en mí: ¿no me estaba rebuscando a mí mismo en todo lo que
hacía? Pero la duda no encontraba la respuesta porque el éxito humano lo
revestía con hábitos de verdad… Y como tenía éxito y hasta una condecoración me
parecía que la duda no tenía sentido en mi vida. Luchaba, trabajaba pero sólo
conseguía una felicidad troncada, insatisfecha, donde poco a poco aparecían las
dudas sobre un futuro incierto.
No me voy a largar sobre esta época.
Pero Dios me esperaba para hablarme al corazón. Tenía ya 57 años. Estaba en unos
ejercicios espirituales en Jerusalén. Vi con claridad que Dios me amaba
tiernamente desde siempre a pesar de todas mis vanidades y pequeñeces. Dios era
amor gratuito. Esto me inundó de gozo. Era una experiencia que no me esperaba.
Para que el hombre sea feliz lo que necesita es ser consciente del amor de Dios.
Esta debía ser mi nueva misión. Era como un renacer para otra misión. Enseñar el
amor de Dios desde el amor recibido.
Pero estaba claro que esta experiencia no iba a liberarme de mis vanidades y
pequeñeces. Esta conciencia de mi debilidad debía acercarme de mis hermanos que
también tenían sus debilidades.
Tampoco se trataba de ser un místico celestial que pasa del sufrimiento de los
pobres. Dios “se hizo carne” entre los humildes. Y Dios me trazó un camino
inesperado de conversión.
Mi primer destino fue la guerra cruel y fratricida entre 1993 y 1995. La
pregunta estaba clara de que nos servía haber construido escuelas y dispensarios
si eran destruidos por la guerra? Delante de los dos cadáveres que vi
arrastrados por el río Ruvubu me pregunté, hemos dado suficiente espacio para
predicar el amor fraterno. En medio de la guerra viví con santos como el
arzobispo Ruhuna al que acompañé rezando el rosario al lugar donde había
asesinado dos misioneros Javerianos. Y cuando a los pocos días una orden de Roma
me pedía abandonar el Burundi porque mi vida estaba en peligro, monseñor Ruhuna
me despidió con una cena llena de ternura y no olvidaré nunca su pregunta:
¿porqué te sacan de Burundi, creen que estás tu en más inseguridad que yo?... Y
cuando estaba en España me llegó la triste noticia el arzobispo Ruhuna había
sido asesinado. Para él estaba claro había que predicar el amor conviviendo con
los que sufren. Pero me tocaba obedecer. Tenía que dejarme guiar por Dios… y por
el ejemplo admirable de monseñor Ruhuna.
Dios me ha regalado tantas cosas y sé que cuando le soy fiel, mi corazón está en
paz y sosiego. Después Dios me condujo con los refugiados burundeses en
Tanzania, porque según alguien con autoridad religiosa sobre mí me aseguró que
ya no habría espacio para mí en Burundi. Sonreí interiormente. Si Dios quiere Él
se las arreglará para que vuelva a Burundi. Pasé nueve meses con los refugiados
en Tanzania. Aprendí mucho a su lado. En ese lugar de sufrimiento es donde tuve
la experiencia de una fecundidad espiritual inesperada. Conocí a 3 jóvenes
refugiados que iniciaron su entrega a Dios y que hoy son sacerdotes. Conocí a un
grupo de chicas de las cuales otras 3 son religiosas. Fue una experiencia breve
donde Dios hablaba muy fuerte en medio de los que sufrían de sentirse como
abandonados por todos.
Y Dios se las arregló y me abrió las puertas de Burundi, con ala autorización
del que había jurado que ya no volvería a Burundi. Y de qué manera y que con qué
ternura. Cuando estaba en la frontera de Tanzania, vi al obispo de Muyinga que
venía a darme la bienvenida a ayudarme a pasar la frontera. Todo un regalo de
Dios.
Y empecé una nueva andadura misionera y Burundesa a tres bandas: la prensa, la
parroquia y las obras de misericordia. Se vivía una situación muy dura de
conflicto y división. La prensa era para mí el lugar donde plasmaba una mirada
sobre la realidad de Burundi a partir de las lecturas del domingo. Se trataba de
una catequesis que debía irradiar esperanza y optimismo desde un Dios Padre que
los ama.
En la parroquia fue quizás el lugar donde tuve la mejor experiencia de Dios
actuando en el pueblo burundés. La gente estaba harta de sufrimiento y de
mentira. Les habían engañado invitándolos a la guerra para solucionar sus
problemas de vida y convivencia. Necesitaban otro lenguaje: el del amor y el del
perdón. Y ese lenguaje lo encontró en Jesús de Nazaret. Y la gente miró a Dios
esperanzada buscando su perdón generoso. Nadie podía puntarse esta vuelta a
Dios. Era Dios mismo el que les hablaba y poco a poco Kanyosha reventando todos
los cálculos se llenó de gente que vivía con gozo su re-encuentro con Dios. Cómo
explicar que en 6 años una iglesia de 180 metros cuadrados tuvimos que
agrandarla 5 veces hasta llegar a la iglesia actual de mil metros cuadrados? Era
la obra de Dios. Os podría dar las estadísticas mas rastreras, las de las
colectas que pasan en 6 años de 3.000 francos a mas de 200.000 francos cada
semana. Vivir el amor de Dios es también practicarlo en la vida. He visto mil
gestos de caridad. El último, hace 10 días, inauguración de la parroquia. Un
evento esperado, deseado y pedido a Dios con muchas oraciones. Querían
sacerdotes viviendo entre ellos que les recuerden el amor de Dios y la
misericordia con los hombres. Y se vivió un día de mucha misericordia en una
situación de carencia. Los cristianos contribuyeron con 320.000 fr. para que los
pobres niños y ancianos recibieran un gesto de misericordia.
He visto una parroquia fervorosa y feliz de encontrase con el Dios fuente de
gozo y paz.
Ya es hora de concluir: ¿Misionero para qué?
• Para vivir esa fe que nos une a todos los hombres en el amor. Sólo cuando
todos los hombres vivamos en el amor fraterno y el compartir la paz una
realidad.
• La misión no es ninguna carga dura que Dios nos impone, es una invitación a
ser feliz amando a los más humildes en cualquier punto del globo donde estemos.
• Una parroquia, una comunidad sin misión, si apertura universal no puede ser
cristiana. Cuando se habla tanto de globalización, una fe recortada del
universalismo, es como un asesinato de la fe autentica en Jesús de Nazaret que
quiere que todos juntos seamos familia.
• No somos colonialistas. El misionero se realiza cuando pasa el timón a los
africanos, feliz de ver que Dios hace maravillas a través de los africanos. Esta
es la experiencia que acabo de vivir con gozo.
• “Nuestro poder económico” es una tentación peligrosa y dañina que crea
relaciones falsas y que sólo puede ser convertida en instrumento útil desde el
servicio leal a Dios fuente de todo bien.
• El lenguaje misionero es el testimonio alegre de lo que Dios hace donde quiera
que el misionero vive. El misionero tiene una mirada aguda que sabe apreciar el
trabajo de Dios en medio de los hombres, un trabajo “salvador” que es siempre
una Buena Noticia.
• El misionero ama a todos los hombres porque Dios vive de cierta manera en cada
hombre como semilla de salvación.