Terrorismo del Aborto
Durante el año pasado, cada día, fueron aniquilados tantos niños, víctimas del aborto, como el número de personas que fallecieron en el atentado del 11-M. La medida anunciada por el nuevo Gobierno de despenalizar el aborto hasta las doce o catorce semanas desde la concepción, no sólo incrementará esta cifra, sino que traerá consigo graves consecuencias para todos los hombres y mujeres que formamos esta sociedad. Escribe el doctor Justo Aznar, Jefe del Departamento de Biopatología clínica, del Hospital Universitario La Fe, de Valencia:
La defensa de la vida humana no se agota en la lucha contra el aborto. La vida se inicia con la fecundación y termina con la muerte natural, y cualquier ataque en cualquiera de sus etapas de desarrollo merece la más enérgica repulsa.
Sin embargo, parece que la lucha por la vida se ha centrado en la defensa de la vida intrauterina, y esto, probablemente, se debe a dos razones: primera, porque no siempre la vida en esta etapa es defendida con la energía con que se defiende la vida adulta; y segunda, y más importante, porque el no nacido es el ser humano más indefenso, el más débil, y por tanto el que más ayuda requiere.
No cabe ninguna duda –y esto conviene recordarlo permanentemente– de que la etapa de la vida de los seres humanos en que ésta es más atacada es el período prenatal, y muy especialmente el que va desde la fecundación hasta la implantación del embrión, es decir, en sus primeros días.
Así, vemos que el embrión temprano es utilizado como material de experimentación, estando en el centro de la gran mayoría de las investigaciones biomédicas que se realizan para conocer mejor los mecanismos que regulan su desarrollo, experimentaciones que normalmente requieren su destrucción; es de él también de quien se obtienen las tan debatidas células madre embrionarias, lo que, asimismo, implica terminar con la vida del embrión que las dona; igualmente es el que se congela, cuando se considera material biológico excedente de las prácticas de reproducción asistida; también es el que se deshecha cuando, en estas prácticas, se fecundan más óvulos de los necesarios; también es el que se destruye en la denominada reducción embrionaria, que se practica cuando se producen embarazos múltiples, peligrosos, como se sabe, para la madre y los fetos, reducción embrionaria que, sencillamente, consiste en terminar con la vida de varios de esos fetos, para dejar que uno o dos solamente prosigan su andadura vital; y todo ello realizado para buscar una mayor eficiencia en las técnicas de fecundaciones in vitro; el embrión es, sobre todo, el que se elimina cuando no se permite su implantación, como consecuencia de la utilización de métodos contraceptivos que actúan por un mecanismo abortivo, entre ellos, especialmente el dispositivo intrauterino; y, finalmente, también es aquel al que se le interrumpe su vida por la utilización de la denominada píldora del día después, pues está bien demostrado que ésta actúa, en la mayoría de las veces, por un mecanismo antiimplantatorio, es decir, abortivo.
Todas estas circunstancias hacen que cada año se pierden millones de vidas humanas de pocos días de vida, con la complicidad silenciosa, muchas veces vergonzante, de la gran mayoría de la sociedad. Y son vidas como las nuestras. La única diferencia es que el horror de esta destrucción permanece oculto a los ojos de la sociedad por el velo natural del vientre de sus madres.
Si ya Julián Marías afirmaba que el mayor mal del siglo XX era el aborto, ¿qué podríamos decir si, a los 40 o 50 millones de vidas humanas que se pierden cada año por esta causa, se añaden las decenas de millones destruidas prematuramente por las razones anteriormente comentadas? Por tanto, es cada día más necesario recordar a la sociedad, y sobre todo a cada uno de nosotros en particular, el horror que supone este holocausto de vidas humanas, sobre el cual parece como si quisiéramos pasar sobre ascuas, para que nuestras conciencias no nos llamen la atención acerca de lo que significa. En ocasiones, da la impresión de que el aborto haya desaparecido de nuestra sociedad. Como si las más de 70.000 vidas humanas destruidas en nuestro país el pasado año por esta causa no hubieran existido nunca; como si la sociedad debiera asentir silenciosa a un hecho que ya se da como normal, y sobre el que no es políticamente correcto hablar, cuando en realidad es la primera causa de muerte en nuestro país.
Justo Aznar (A&O 399)