"¿Nos conoce Jesús? ¿Lo conocemos?"
Páginas relacionadas
Tal vez nos parezca extraña la pregunta que planteamos si
tenemos en cuenta las tradiciones que conservamos de Jesús. ¿Acaso no
queda contestada ya afirmativamente en cada una de las páginas de los
cuatro evangelios? Pero ¿existe quizá alguna diferencia cualitativa
entre la manera de conocernos Jesús y la de conocernos otras personas,
de suerte que cupiera interrogarse explícitamente acerca de su forma
de conocernos? si le comparamos, por ejemplo, con el hombre al que
Jaspers llama «normativo», nos encontramos, efectivamente, con que un
sócrates poseyó conocimientos profundos sobre la persona humana.
Bajo los estratos del saber superficial o sólo aparente
de otros y de sí mismo pudo poner al descubierto la profunda ignorancia
de la persona que distingue a ésta de lo divino; y ello en virtud de un daimonion, una
inspiración casi divina, que le permitía detectar lo recto y
verdadero. También Buda llegó sin duda a un conocimiento profundo de la
persona humana cuando descubrió, bajo el tráfago de las ocupaciones que
la arrastran de una parte para otra, la sed trágica oculta que debe ser
saciada, caso de que uno sea capaz de hacer saltar por los aires la
cárcel estrecha y oscura de su Yo para entrar en la luz de lo ilimitado.
Pero ¿podemos considerar tal conocimiento como suficientemente
profundo? ¿somos, acaso, conocidos cuando alguien pone al descubierto
nuestra falta de conocimientos o cuando se nos muestra un camino para
liberarnos de nuestro Yo? Y, si tenemos en cuenta las distintas
aportaciones de otros hombres «normativos», ¿no nos encontramos con que
cada uno de ellos enseña algo distinto acerca de la persona, algo que,
hasta cierto punto, puede ser verdadero, pero sin que concuerden unos
con otros, y sin que el hombre deje de aparecer en definitiva como una
esfinge?
Podríamos aludir también, por otra parte, a los progresos
que las «ciencias del hombre» han realizado desde los tiempos de Jesús.
¿No tendríamos que considerar como arcaicos y primitivos sus
conocimientos sobre el hombre, si los comparamos con los niveles
alcanzados por la psicología moderna en todas sus manifestaciones, en
sus métodos, de los que los evangelios no parecen anticipar
absolutamente nada? Dejando por el momento esta última afirmación a un
lado, ¿no prevalece en esta psicología la misma confusión de lenguas,
porque detrás de cada teoría y de cada escuela se perfila una
concepción distinta de la persona humana? si preguntamos a Freud, a
Adler, a Jung, a Fromm y a otros por el sentido de la existencia humana
-meta última, al fin y al cabo, de toda disciplina práctica- recibiremos
otras tantas respuestas divergentes.
¿No sería preciso que cayera desde más arriba de lo
humano un rayo de luz sobre el enigma del hombre, de suerte que éste
quedara globalmente iluminado? ¿Una luz proveniente de Dios, como la
que empezó a brillar en el tiempo de los profetas, que pusiera
radicalmente al desnudo lo que preferiría permanecer oculto, y que al
mismo tiempo no fuera un juicio condenatorio, sino un estímulo para la
superación? el conocimiento que Jesús tiene de los hombres podría ser
la consumación de esta luz que desciende de Dios. Por una parte,
descubre el corazón hasta sus últimos recovecos, pues tal es la
finalidad de la Palabra divina, «más tajante que una espada de dos
filos: penetra hasta la división de alma y espíritu, de articulaciones y
tuétanos, y discierne las intenciones y pensamientos del corazón. Nada
creado está oculto a su presencia: todo está desnudo y patente a los
ojos de aquel a quien hemos de rendir cuentas» (Heb 4, 12-13). Pero, por
otra parte, esta luz que cae de arriba no es fría ni inmisericorde.
cuando Jesús se describe a sí mismo como «la Luz del mundo» en la que
tenemos que «creer» y en la que tenemos que «caminar» «mientras es de
día», para «ser hijos de la luz» (Jn 8, 12; 12, 35 s.), está pensando
en una luz inundada de gracia, protectora y misericordiosa, que dirige
suavemente para que no «tropecemos en la oscuridad» (Jn 11, 9 s.).
Su luz descubre y encubre al mismo tiempo; echa el manto
del perdón divino sobre la desnudez, hurga en las heridas, pero como el
médico, para curar. ello sucede de modo tal, que intuimos que en
nosotros penetra una luz al mismo tiempo humana y sobrehumana; una luz
que ilumina desde una fuente absolutamente única; que puede tener
efectos múltiples pero que no dispersa ni divide al hombre, sino que lo
reúne junto a la fuente de luz por la que siempre ha suspirado,
consciente o inconscientemente. No quedará abandonado en la ignorancia
socrática, ni tampoco absorbido en el nirvana, sino luminosamente
transformado, de manera incomprensible para él, en «hijo de la luz».
Prólogo del libro de Hans Urs von Balthasar
(Lea también: ¿Qué es exégesis? (= Interpretación de la Biblia)