Palabra de Dios y compromiso en el mundo
Cardenal Peter K.A. Turkson
Conferencia que pronunció el cardenal Peter Kowdo Appiah Turkson, presidente
del Consejo Pontificio "Justicia y Paz", el 9 de febrero 2011, durante la
clausura del Congreso "La Sagrada Escritura en la Iglesia", promovido por la
Conferencia Episcopal Española.
PRIMERA
PARTE Saludo cordialmente a Su
Eminencia, a los Excelentísimos señores Arzobispos y Obispos, a los muy
apreciados Sacerdotes, y a todos ustedes: mis Hermanos y Hermanas en la
llamada única a seguir a Jesús como discípulos. Porto conmigo los saludos y los
mejores deseos en la oración del Pontificio Consejo "Justicia y Paz". Confío
en que vuestras jornadas aquí, reflexionando sobre la Sagrada Escritura como
Palabra de Dios en la vida de la Iglesia, hayan sido muy fructíferas. Aunque
ya existen muchas versiones de la Biblia en castellano[1], esta ha sido una
ocasión para la presentación de la espléndida nueva Biblia de la Conferencia
Episcopal Española[2]. Esperamos que el gran trabajo realizado en la
elaboración de esta versión, mejorando su fidelidad a los textos originales,
la haga más "comunicativa con la cultura moderna", y contribuya a que los
cristianos vivan adecuadamente sus compromisos en el mundo. Esta mañana, desearíamos
dirigir, para clausurar este congreso, la consideración de la Palabra de
Dios en la Escritura, no sólo como fuente de vida y alimento de la Iglesia,
sino también como fuente y contenido de la misión misma de la Iglesia y de
su actividad en el mundo. PRIMERA PARTE
La Palabra de Dios como Revelación del Compromiso de Dios en
el mundo Queremos advertir en primer
lugar que la Palabra de Dios es fuente y contenido del compromiso de la
Iglesia en el mundo, porque es, primeramente y ante todo, revelación del
propio compromiso de Dios en el mundo. Y así, a grandes rasgos, podemos
inmediatamente contemplar, cómo la Palabra de Dios revela su compromiso con
el mundo: como palabra
de la creación en los
primeros capítulos de la Biblia. como palabra
de la llamada y de la alianza en
la historia de la vocación de la salvación de Abrahán y de Israel como palabra
de la llamada, de la presencia y de la salvación en
la encarnación, ministerio, pasión y resurrección de Jesús, y como palabra
de la llamada misionera (evangelización) y del ministerio en
Pentecostés y en la vida de la Iglesia a través de los siglos. Este último
punto coincide explícitamente con el tema que me ha sido asignado para esta
mañana: el
compromiso de la Iglesia en el mundo La primera instancia de la
revelación de la Palabra de Dios al mundo, fue en realidad, en la creación.
La serie de expresiones "Dios dijo" (ר מ א י ו) realizaron "la irrupción en
el silencio de la nada"[3] para producir la realidad creada. La Palabra de
Dios ("y Dios dijo: hágase...") transformó el "caos" en los albores de la
creación en un "cosmos", un ordenado sistema mundial, capaz de sustentar la
vida humana. El prólogo del Evangelio de Juan
expresa bellamente este primer compromiso de la palabra de Dios con el mundo
como "creación": "Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra y
sin ella no se hizo nada de todo lo que existe" (Jn 1, 3; cfr. Is 45, 12. ss;
Job 38,4; Neh 9,6 etc.). Lo que ha sido llamado a la existencia por la
Palabra de Dios era "vida". La Creación nace de la Palabra de Dios que
supera la nada y crea vida. La Creación, sin embargo, no es
un encuentro fugaz de la Palabra de Dios con el mundo. Creación denota más
específicamente un sostenido encuentro de su Palabra con el mundo, que
continúa en la existencia, porque Dios continúa a sostenerlo con su Palabra.
Dios está siempre comprometido con la creación, obra de sus manos; y es éste
el sentido de la creación como cosmos, el que mejor ilustra el poder
sustentador de su palabra en la creación. "Cosmos" (κοσμέω --- cfr.
cosméticos) describe el mundo creado como un ordenado y adornado sistema.
Ello connota belleza y bondad, porque hay orden; y esto es en lo que la
Palabra de Dios ha transformado el caos (el tohu wabohu) en la creación.
Así, el caos ante la presencia de y con la Palabra de Dios se convierte en
un cosmos. Por el contrario, el cosmos privado de, y sin la Palabra de Dios
se revertirá en caos. La continuada existencia y evolución del cosmos, por
lo tanto, se debe al poder creador y transformador de la Palabra de Dios
siempre presente en el mundo. Así fue dicho por el profeta: "(Dios) no la
creó caótica, sino que para ser habitada la plasmó" (Is 45, 18). El compromiso de Dios para el
mundo, como un sistema creado, es revelado no sólo por el sustento de la
Palabra y la permanencia de la creación en el ser; es también dado a conocer
por el cumplimiento del designio de Dios en el mundo por medio de su Palabra
(Is 55, 10ss). En este sentido, para el mundo sería una situación crítica y
arriesgada el hecho de estar sin la Palabra de Dios, ya sea a causa de sus
propios pecados (Amós 8, 11) ya sea por la falta de profetas y sacerdotes
(Sal 74, 9). Por tanto, los relatos de la
creación, nos muestran a Dios que actúa en el mundo como fuente de vida y
amante de la vida, estableciendo, de este modo, orden y belleza, y disipando
el caos y la confusión; la confusión de roles e identidades conduce al caos.
Dios es, pues, promotor y amante de la vida. La segunda instancia de la
revelación de la Palabra de Dios en el mundo, como una expresión del
compromiso de Dios con lo que ha creado, es la historia de la salvación del
ser humano, la cual también tomó la forma de una "llamada" (la palabra de la
llamada). Ésta inicia con la vocación de Abrahán, que luego condujo a la
llamada de Israel como pueblo de Dios. En Abrahán y en su descendencia, el
pueblo de Israel, la Palabra de Dios, de llamada se tradujo en promesa y
bendición, por la cual Dios se compromete con Abrahán y su descendencia por
medio de una serie de alianzas, gratuitas iniciativas de Dios, que les
ofrece su amistad y los invita a la comunión y a la fraternidad. Así, Dios llamó a Abrahán en Ur
de los Caldeos, le prometió hacer de él una gran nación, un gran nombre, y
que sería una bendición para todas las familias de la tierra (Gn 12, 1-3).
La vida de los patriarcas Isaac y Jacob supuso el inicio de la realización
de los contenidos de las promesas incluidas en la primera palabra de la
llamada dirigida a Abrahán Esta primera palabra de la
llamada condujo a una segunda palabra de la llamada, la que sacaría de
Egipto a los hijos de Israel. "De Egipto llamé a mi hijo" (Os 11,1; Ex 3,6
ss). Nuevamente, Dios, de acuerdo con esta llamada, se comprometió con los
hijos de Israel en un pacto sobre el Monte Sinaí (Ex 19-20; 24; Dt 5, 2; 29;
Jr 11, etc.): "Yo seré vuestro Dios, y vosotros seréis mi pueblo". Esta fue
la idea-clave de aquella alianza; y Dios se estableció con Israel en "la
tierra prometida". El surgimiento de los Jueces y
de los Reyes -sobre todo la elección de David (2 Sam 7), a quien Dios
prometió "mantener siempre una lámpara encendida delante de él en
Jerusalén"-, la unción real y la vocación profética pertenecen al ámbito del
compromiso de Dios con Israel como su pueblo y heredad. A través de su palabra, como
palabra de la llamada y como palabra de la alianza, Dios se comprometió con
la descendencia de Abrahán, el pueblo de Israel, con una serie de alianzas
que fueron introduciéndolo en la comunión con Dios, aun cuando Israel daba
muestras de ser indigno de ello. La iniciativa era siempre de Dios. Su amor
y su misericordia, y no los méritos de Israel, sostenían su llamada y su
alianza con él. En esta fase de la historia de
Israel, el compromiso de Dios toma la forma de la revelación de la absoluta
gratuidad de su condescendiente iniciativa de comprometerse a sí mismo con
la humanidad en alianzas, proyectándola en la amistad y la comunión. En la
consiguiente relación, Dios revela el amor, la misericordia, la compasión y
la fidelidad con la cual se compromete con el mundo y la humanidad, mientras
que mantiene ante el mundo las virtudes de la paz, la justicia, la
seguridad, la fraterna preocupación, la honestidad y la fidelidad, enseñando
a cultivarlas. La historia de las "alianzas" (conduciendo a la "nueva y
eterna alianza en la sangre de Cristo") es la historia del incansable
compromiso y vinculación de Dios con el hombre y con su mundo. Como en la
proverbial "madre" de la profecía de Isaías (Is 49, 15), Dios no puede
olvidar a "su hijo pequeño", el mundo y el hombre que Él ha creado. El exilio de Babilonia concluye
esta fase de la existencia de Israel en la "tierra prometida"; pero esto fue
para conducir a otra palabra de la llamada a través de la cual Dios
restauraría a su pueblo en la "tierra prometida". En efecto, cuando Dios
"tomó de la mano derecha, a Ciro, lo ungió y lo llamó por su nombre" (Is 45,
4; 48, 15), lo cual era para el bien de Israel, su elegido; era "para erigir
la ciudad de Dios y realizar el propósito de Dios sobre Babilonia" (Is 48,
14b). En el período del post-exilio y
en cumplimiento de la completa liberación de su pueblo para servirle sólo a
él y en santidad, Dios llamó a su siervo y abrió su oído para que escuchara
el mensaje dirigido a su pueblo y posteriormente también para las naciones (Is
50, 4-5). "Yo, el Señor, te llamé en la justicia, te sostuve de la mano, te
formé y te destiné a ser la alianza del pueblo, la luz de las naciones" (Is
42, 6). En la unción y el poder del Espíritu de Dios, el siervo de Dios fue
enviado no sólo para portar buenas nuevas y anunciar el año de gracia de
Dios (Is 61, 1-2), sino para identificarse con los pecados de su pueblo. En
solidaridad con ellos, él sufrió vicariamente por sus pecados para hacerlos
justos (Is 53, 11-12). Esta fue otra llamada; y fue la llamada del Mesías. Ya en el contexto de las
relaciones de la alianza, Dios realizó ciertos signos de su bendición para
con el mundo referidos a personas individuales. Abrahán fue como un signo de
bendición para Abimelec; y José lo fue de igual modo para la tierra de
Egipto. De modo semejante, Dios instituyó a Moisés como representante
corporativo del pueblo, asumiendo en él mismo la suerte y el destino del
pueblo (Ex 17, 10 ss.; 32, 32). Dios elegiría ciertos individuos y pueblos
para ejercer roles través de los cuales Él mostrará su compromiso con el
mundo y realizará sus propósitos en la vida de su pueblo, aun cuando esos
roles fueran de meros intermediarios y representantes. En la llamada y la misión del
Siervo de Yahvé, en la profecía de Isaías, esta ulterior forma de compromiso
de Dios con el mundo, en concreto, a través de figuras representativas y
corporativas llegó a ser prominente. En la figura del Siervo de Yahvé, Dios
preparó y dispuso a su Siervo, que no solo actuó en nombre de Dios, sino que
también actuó vicariamente en nombre del pueblo de Dios para justificarlo (Is
52, 13-53,12): "Mi servidor justo justificará a muchos y cargará sobre sí
las faltas de ellos" (Is 53, 11). La actividad vicaria del Siervo
de Yahvé forma parte del compromiso y vinculación de Dios con el mundo, pues
muestra cómo un individuo puede, en nombre de Dios, llevar a cabo el plan de
Éste para con el mundo, lo cual ha servido de preparación para la venida y
la misión de Jesucristo, el Mesías: Él es la definitiva y plena revelación
del compromiso de Dios para con el mundo.
3. La "Palabra" se hace carne: la presencia de Dios que salva En la plenitud de los tiempos,
la Palabra de Dios descendió a la tierra, tomó carne y habitó entre los
hombres. Como palabra-hecha-carne, la Palabra de Dios continua llamando a la
humanidad a la vida y a la verdad que conduce a la vida; y llega a ser
además presencia de Dios entre los hombres. Así, en Jesús, la palabra
encarnada, la revelación del compromiso de Dios en el mundo y para el hombre
fue expresada como una presencia: la presencia de Dios que sana, consuela,
enseña, palpa y es palpada; la presencia que expulsa los demonios, perdona
los pecados, y redime o salva; es la presencia que revela el infinito amor
paternal de Dios. Pues "Dios ha amado tanto al mundo que envió a su hijo",
palabra de vida eterna (Jn 6, 68), para que sus hijos tengan vida y la
tengan en abundancia (Jn 10, 10). Jesús, la palabra-hecha-carne,
continúa su llamada, que fue inicialmente dirigida a sus discípulos, sus
primeros seguidores. Aquellos que vinieron para estar con Jesús y a quienes
Él envió a predicar en su nombre. Para su bien, Jesús se santificó a sí
mismo, para que también ellos pudieran ser santificados. (Jn 17, 19). Él los
protegió en el nombre del Padre y veló por ellos (Jn 17, 12): "Padre Santo,
protégelos en tu nombre, [el nombre] que tú me has dado" (Jn 17, 11). El
aseguró a sus seguidores que estaría con ellos hasta el fin, y oró para que
"aquelosa a quienes él ha revelado el nombre del Padre" (Jn 17, 6) puedan
estar con Él donde él está, para ver su gloria (Jn 17, 24). Así, el amor del
Padre por el Hijo y el Hijo mismo estarían con ellos. De hecho, "Jesús amó siempre a
los suyos que estaban en el mundo, y los amó hasta el final" (Jn 13, 1)[4];
y Él mostró la profundidad de su amor por sus discípulos cuando se reclinó
con ellos en la mesa de la última cena. Ahí, Jesús actuó su compromiso con
sus seguidores en dos sentidos: Él se mostró a sí mismo como servidor de
todos, lavando sus pies ("Yo estoy entre vosotros como uno que sirve"); y a
través de los signos sacramentales del pan partido y el vino ofrecido. Él se
entregó a sí mismo como oblación por sus seguidores, y les ofreció esta
oblación como comida (alimento). Pero esto no acabó ahí. Jesús hizo que este
acto de total oblación fuera presencia permanente suya por medio de la
institución de la Eucaristía en la última cena. "Si el mundo antiguo había
soñado que, en el fondo, el verdadero alimento del hombre -aquello por lo
que el hombre vive- era el Logos, la sabiduría eterna, ahora este Logos se
ha hecho para nosotros verdadera comida como amor".[5] Con el nacimiento de Jesucristo,
la Palabra de Dios asumió la carne, se hizo un hombre y una presencia en el
mundo. Al hacerse hombre, Jesús fue reconocido como quien ha "tomado la
condición de un esclavo" (Flp 2, 7), se ha hecho "cordero de Dios" (Jn 1,
36) además de "sacerdote y víctima de sacrificio" (Hb 9-10); se identificó
con los pecadores, aceptando su bautismo (Mt 3, 13); asumió sus pecados y
murió por el pueblo (Jn 18, 12); se hizo como uno "sin hogar" para estar
junto los que no tienen hogar (Mt 8, 20; Lc 9, 58). El compromiso de Dios en
el mundo asumió - en la "Palabra de Dios hecha carne"- una característica y
significativa forma de solidaridad con la humanidad. Como presencia en la
carne, Jesús se abrazó a los pequeños en una muestra de afecto. Él tocó a
los enfermos, los sanó y los consoló, y ellos se acercaron a Él y lo
tocaron. Él visitó a los enfermos y a los compungidos. Mostró su compasión,
hacia las necesidades físicas de los hambrientos, hacia los ignorantes y
hacia los entendidos, atendiendo las necesidades espirituales del perdón de
los pecados, de la reconciliación y de la liberación de los espíritus
inmundos. En síntesis, la vida y la misión de Jesús, la Palabra encarnada de
Dios, revela el compromiso de Dios en el mundo en la múltiple forma de
gestos, acciones y servicios que, estando centrados en Dios, van dirigidos a
procurar el bienestar del hombre y su mundo. Y lo más importante, Jesús
percibió la exigencia de su misión, por ello eligió a sus seguidores
(discípulos), preparándolos y dándoles poder para dicha misión. Con ellos,
celebró la primera Eucaristía y la confió a ellos como un signo efectivo de
su permanente e indefectible presencia, la máxima revelación del permanente
compromiso de Dios con el mundo. A través del
encargo misionero que Jesús confió a sus seguidores, como apóstoles, el
Logos, palabra de la llamada de Dios, continúa su obra, pero ahora como
"palabra de la llamada misionera", y difundiéndose entre "todos aquellos que
a través de su [apóstoles] palabra llegarán a creer en Él [Jesús]" (Jn 17,
20). Estos podrían ser "las otras ovejas que nos son de este redil; también
a ésas debo conducir; escucharán mi voz y habrá un solo rebaño, bajo un solo
pastor" (Jn 10, 16). En Pentecostés, esto comienza a
suceder. La Palabra de Dios que acompañó la predicación de Pedro hasta
reunir tres mil personas de distintas procedencias en torno a los discípulos
de Jesús, da origen a la Iglesia. Ahí, a través de la Palabra de Dios, la
oración, la fracción del pan y la fraternidad, la presencia de Dios con su
pueblo fue celebrada y continúa celebrándose hasta nuestros días. "Porque
donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre, yo estoy presente en medio de
ellos" (Mt 18, 20). La presencia del Señor que actúa entre sus seguidores
los hace testigos suyos, extensión de su ministerio en el mundo hasta el
final de los tiempos, y por tanto, extensión de la revelación en Jesús del
compromiso del Padre para con el mundo, su creadora y convocadora palabra de
salvación. El compromiso de la Iglesia en el mundo debe ser una continuación
y un signo del propio compromiso de Dios revelado en Jesús. Se deriva de
Cristo, su cabeza, y es predicación suya. Así, la Palabra de Dios en su
forma preeminente e inspirada, que es la Escritura, y en sus formas
derivadas en las enseñanzas de la Iglesia, constituye la fuente de todas las
formas de compromiso de la Iglesia en el mundo. El compromiso de la Iglesia en
el mundo, por lo tanto, puede ser solo de un tipo - de hecho un sacramento -
el del compromiso de Dios revelado en la Palabra.
SEGUNDA PARTE: PALABRA DE DIOS Y COMPROMISO EN EL MUNDO La consideración de nuestro
compromiso en el mundo, inspirado por la Palabra de Dios, como Iglesia y
como cristianos, puede asumir diversos enfoques. En Jesús, la palabra
encarnada, Pablo ha identificado la "manifestación de la gracia de Dios", la
cual nos "enseña a rechazar la impiedad y las concupiscencias del mundo,
para vivir en la vida presente con sobriedad, justicia y piedad, mientras
aguardamos la feliz esperanza y la manifestación de la gloria de nuestro
gran Dios y Salvador, Cristo Jesús" (Tito 2, 11-13). Relatando esta visión
de Pablo respecto la función que él atribuye a la Escritura, a saber: "Toda
la Escritura está inspirada por Dios, y es útil para enseñar y para argüir,
para corregir y para educar en la justicia" (2 Tim 3,16), se podría aquí
identificar la promoción de la conversión personal y el crecimiento en la
espiritualidad como nuestra tarea en el mundo. La Exhortación Apostólica
Postsinodal "Verbum Domini", por su parte, dedica nueve números (99-108) a
discurrir sobre varios servicios o actividades que constituyen el ministerio
social de la Iglesia: "Así pues, la misma Palabra de Dios reclama la
necesidad de nuestro compromiso en el mundo y de nuestra responsabilidad
ante Cristo, Señor de la Historia"[6]. A la vez que, "el Sínodo ha recordado
que el compromiso por la justicia y la transformación del mundo forma parte
de la evangelización."[7] Tan cierto como esto es que la
misma Palabra de Dios (la palabra de la evangelización) insta a la Iglesia y
a sus hijos a construir una ciudad terrena a través de las diversas formas
de su compromiso y de sus ministerios sociales que son una anticipación y
una prefiguración de la ciudad de Dios[8] En efecto, "las comunidades
cristianas, con su patrimonio de valores y principios [deben contribuir]
mucho a que las personas y los pueblos hayan tomado conciencia de su propia
identidad y dignidad, así como a la conquista de instituciones democráticas
y a la afirmación de los derechos del hombre con sus respectivas
obligaciones."[9] Los "ministerios sociales" no esperaron hasta que la
Iglesia estuvo propiamente establecida hacia el año 300 después de Cristo;
no, los ministerios - y sus repercusiones - tuvieron su origen casi
inmediatamente (véanse los primeros capítulos de los Hechos de los
Apóstoles) después de Pentecostés y muy pronto fueron causa de
persecuciones, al igual que hoy en día. Por tanto ahora, en todas las
diferentes culturas y circunstancias, ¿cómo pueden la Iglesia y los
cristianos contribuir del modo más apropiado a edificar sociedades más
justas, más reconciliadas, más pacíficas, más conscientes de los derechos
humanos, más conscientes de la dignidad de las personas y más conscientes
del bien común? La más autorizada y completa
respuesta disponible en la actualidad puede descubrirse en la encíclica
Caritas in veritate, la cual reúne muchos recursos de la Escritura y de
nuestra tradición social católica y los coloca a la base de las cruciales
cuestiones sociales de nuestros días: los inicios del siglo veintiuno. La
encíclica reformula - y adecuadamente sitúa- nuestra preocupación por el
compromiso en el mundo de la siguiente manera: ¿Cómo estamos nosotros "dando
forma de unidad y de paz a la ciudad del hombre, haciéndola en cierta medida
una anticipación que prefigura la ciudad de Dios?[10] ¿Cómo actúa, por tanto, el ser
humano, como ciudadano del aquí y del ahora, así como también de la ciudad
celeste, en razón de su nuevo nacimiento por medio de la imperecedera
semilla de la Palabra de Dios (1 Pe 1, 23), cómo realiza su compromiso y
lleva a cabo su contribución a favor de la edificación de una ciudad humana
que refleje con fidelidad la ciudad de Dios? A esta gran interrogante, la
Escritura responde: es por la gracia y el poder de la Palabra de Dios por
medio de los cuales Él lleva a cumplimiento todos sus designios; y es a
través de la Palabra de Dios como se convierte en principio de nuestra vida,
tal como señala San Pablo: "Que la Palabra de Dios viva en vuestros
corazones". A esta misma cuestión, la Caritas in veritate ofrece una
respuesta sintética: "La «ciudad del hombre» no se promueve sólo con
relaciones de derechos y deberes, sino, antes y más aún, con relaciones de
gratuidad, de misericordia y de comunión" (CiV 6). Es cuestión de
restablecer las relaciones rotas por la violencia y de promover unas
relaciones más constructivas. En el pasado, la Iglesia se proyectó a sí
misma en las estructuras del Estado - cuius regio, eius religio-, pero
nosotros comprendemos ahora la sana y real separación (!aunque compleja!) en
las relaciones entre la Iglesia y el Estado. Pero cuando nosotros hablamos
de "edificación", por favor notemos que los arquitectos, los constructores,
los habitantes, son TODOS seculares, nosotros NO edificamos ciudades
cristianas del hombre![11] En un breve párrafo de sólo
ciento trece palabras, el Santo Padre detalla las cualidades y virtudes
necesarias para que construyamos una Ciudad del Hombre de una manera que sea
más conforme con nuestra dignidad, con nosotros, sus amadas Criaturas
renacidas mediante Su Palabra, y que refleja y prefigura la Ciudad de Dios: Nos preocupa justamente la
complejidad y gravedad de la situación económica actual, pero hemos de
asumir con realismo, confianza y esperanza las nuevas responsabilidades que
nos reclama la situación de un mundo que necesita una profunda renovación
cultural y el redescubrimiento de valores de fondo sobre los cuales
construir un futuro mejor. La crisis nos obliga a revisar nuestro camino, a
darnos nuevas reglas y a encontrar nuevas formas de compromiso, a apoyarnos
en las experiencias positivas y a rechazar las negativas. De este modo, la
crisis se convierte en ocasión de discernir y proyectar de un modo nuevo.
Conviene afrontar las dificultades del presente en esta clave, de manera
confiada más que resignada[12]. El Santo Padre no prescribe plan
o receta alguna, ni tampoco políticas o soluciones. En cambio, recomienda la
Palabra de Dios como nuestra herramienta de discernimiento. El Santo Padre
parece establecer un enfoque conjunto que invita - de hecho insta - a
continuar la labor de la Palabra en el mundo, un proceso o dinámica que en
sí misma incorpora y refleja en el tiempo la propia Palabra de Dios de
compromiso: creativa, convocante, vinculante, presente y salvadora,
misionera y evangelizadora, continuadora de la historia de la salvación,
"hasta el final de los tiempos", mientras edifica la ciudad del hombre con
cualidades más cercanas a la Ciudad de Dios. El enfoque se puede resumir en
estas cinco competencias o cualidades inter-relacionadas: Las cinco competencias para
nuestro compromiso: 1. Comenzar con una actitud
realista. Estos son cinco aspectos o
dimensiones para cada cristiano, para la pastoral social y para realizar
nuestro compromiso en el mundo. Permítannos brevemente explorar cada una de
ellas:
1. El primer paso es comenzar con una actitud realista,
haciendo frente a las dificultades del tiempo presente, no con respuestas
prefabricadas o ideologías simplistas, sino con la Palabra de Dios como
nuestra clave de discernimiento. "«Al atardecer, decís: «Va a
hacer buen tiempo, porque el cielo está rojo como el fuego». Y de madrugada,
decís: «Hoy habrá tormenta, porque el cielo está rojo oscuro». ¡De manera
que sabéis interpretar el aspecto del cielo, pero no los signos de los
tiempos!" (Mt 16, 2-3). Interpretar los signos de los tiempos es asumir la
responsabilidad de "leer". Muchos prefieren permanecer pasivos a la espera
de que las cosas tomen un nuevo curso para luego poder lamentarse
libremente. Pues en efecto, se necesita un verdadero esfuerzo para
mantenerse en la lectura de los signos de los tiempos, es nuestra
responsabilidad cristiana el hacerlo con equilibrio e inteligencia. Entonces Jesús dijo, "¿Quién de
vosotros, si quiere edificar una torre, no se sienta primero a calcular los
gastos, para ver si tiene con qué terminarla? No sea que una vez puestos los
cimientos, no pueda acabar y todos los que lo vean se rían de él, diciendo:
'Este comenzó a edificar y no pudo terminar.'" (Lc 14, 28-30). Parece
sencillo, ser ingenuo y dejar las cosas al azar, pero eso no es suficiente
para edificar una ciudad digna del hombre. "Por eso, a la luz de las
palabras del Señor, reconocemos los «signos de los tiempos» que hay en la
historia y no rehuimos el compromiso en favor de los que sufren y son
víctimas del egoísmo."[13] "La Palabra de Dios nos hace estar atentos a la
historia y a todo lo nuevo que brota en ella."[14]
2. Nuestro siguiente paso es basar el trabajo en valores
fundamentales, una nueva visión del futuro, lo
cual solo puede dar comienzo con uno mismo, y por ello esta segunda
competencia puede correctamente ser llamada conversión, metanoia.[15]
Conocerse y aceptarse a sí mismo es el principio de la sabiduría. Y esta
actitud debe estar acompañada por la disposición a cambiar, a trabajar en sí
mismo. Cuando Jesús pronuncia la
parábola del sembrador (Mt 13, 8 -9), concluye diciendo que algunas semillas
cayeron en "tierra buena", pero la tierra buena no es un resultado
accidental, requiere de duro trabajo para ser preparada, además de
paciencia. Cuando el propietario de la viña pierde la paciencia con la
higuera, que durante tres años no ha producido frutos, el viñador solicita
otra oportunidad: "Pero él respondió: "Señor, déjala todavía este año; yo
removeré la tierra alrededor de ella y la abonaré". ¿Mostramos realmente una
disposición a mantenernos trabajando en nuestra propia tierra? ¡Recordemos
que Jesús es el jardinero, Él es el sembrador! "La Palabra divina ilumina la
existencia humana y mueve a la conciencia a revisar en profundidad la propia
vida, pues toda la historia de la humanidad está bajo el juicio de
Dios."[16]
3. Con
confianza, más que con resignación, hemos de
afrontar las nuevas responsabilidades, asumiéndolas con una nueva vocación y
misión. Para un cristiano el punto de partida y la meta de todo compromiso
es Cristo, Alfa y Omega. Nuestra visión está completamente informada por el
plan salvífico de Dios para el mundo - como se establece en las Escrituras y
se ha expresado definitivamente en la vida y misión de Cristo, prolongada a
través de la historia en la Iglesia - y que tiene su centro en la persona
humana. Es ese el fundamento de nuestra vida y misión. "El Reino de los Cielos se
parece a un grano de mostaza que un hombre sembró en su campo. En realidad,
esta es la más pequeña de las semillas, pero cuando crece es la más grande
de las hortalizas y se convierte en un arbusto" (Mt 13, 31-32). Y escuchando
la parábola de los talentos, Mt 25, 14-30; Lc 19, 12-27 - ¿asumiremos lo que
hemos recibido, más allá de nuestro temor o inseguridad, o cavaremos en el
suelo y lo ocultaremos? ¿O correremos el riesgo de invertir y desarrollar
los talentos sin saber lo que recibiremos a cambio? "Así pues, la misma Palabra de
Dios reclama la necesidad de nuestro compromiso en el mundo y de nuestra
responsabilidad ante Cristo, Señor de la Historia. Al anunciar el Evangelio,
démonos ánimo mutuamente para hacer el bien y comprometernos por la
justicia, la reconciliación y la paz."[17]
4.
Para la cuarta competencia, el cuarto "cómo", el
Santo Padre nos anima a estar abiertos hacia una profunda renovación
cultural y a mostrar confianza y esperanza. Sí, está muy difundido el ser
negativo, nihilista, pesimista - lo que no sólo nos deja fuera de alcance,
sino que también nos ausenta de ambas historias, la humana y la divina.
Rápidamente identificados culturalmente, por tanto, nosotros cristianos
creemos firmemente que un mundo más justo y pacífico es posible, y por tanto
"nosotros mismos hemos de ser instrumentos de reconciliación y de paz."[18] Cuando Jesús envió a los
"setenta y dos discípulos" para que lo antecedieran en los lugares que Él
planeó visitar, Él mismo dijo "Yo os envío como a ovejas en medio de lobos"
(Lc 10, 1-20). No ocultó las difíciles circunstancias; La confianza en Jesús
hizo que "los setenta y dos volvieran llenos de gozo". Sin embargo habrá
menos éxito en Atenas, centro cultural de la civilización mediterránea y
"ciudad llena de ídolos", a la que Pablo llegó, para después, mediante un
astuto uso de la ley romana, alcanzar el centro del imperio romano[19]. En palabras del Papa Pablo VI,
debemos "alcanzar y transformar con la fuerza del Evangelio los criterios de
juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de
pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad,
que están en contraste con la Palabra de Dios y con el designio de
salvación."[20]
5. Finalmente, recapitulando la sabiduría de las cuatro
previas, la quinta competencia nos permitirá
comprometernos con nuevas reglas, nuevas formas de compromiso, con
coherencia y consistencia. Apreciando el plan de Dios y nuestra función en
él, "de ahí nace el deber de los creyentes de aunar sus esfuerzos con todos
los hombres y mujeres de buena voluntad de otras religiones, o no creyentes,
para que nuestro mundo responda efectivamente al proyecto divino: vivir como
una familia, bajo la mirada del Creador". [21] Jesús dispensó las nuevas formas
y normas del compromiso, principalmente a través de acciones, pero también
con sus palabras. Su crítica a la antigua ley, puede ser sintetizada en
aquella frase. "El Sábado fue hecho para el hombre, y no el hombre para el
Sábado" (Mc 2, 27). Su enseñanza sobre la nueva ley se puntualiza en Jesús
lavando los pies de los Doce (Jn 13, 3-11). Explícitamente establece la
nueva ley del servicio a los semejantes con su propia coherencia y
consistencia ... que poco después sellará con su muerte sacrificial en la
cruz. La dignidad humana es una
"característica impresa por Dios Creador en su criatura, asumida y redimida
por Jesucristo por su encarnación, muerte y resurrección. Por eso, la
difusión de la Palabra de Dios refuerza la afirmación y el respeto de estos
derechos".[22] Subrayando la cooperación, por
tanto, que subyace en las cinco maneras de realizar nuestro compromiso, las
cuales pone a la persona humana en el centro de nuestra atención, éste debe
ser nuestro foco, como el Papa Benedicto XVI incasablemente enseña, si hemos
de construir una ciudad del hombre digna de nosotros mismos y de nuestros
descendientes en las generaciones venideras. En efecto, la Palabra
humano-divina es el centro de nuestra fe, y la vocación humano-divina del
hombre es el centro de nuestro compromiso.
"La acción del hombre sobre la
tierra, cuando está inspirada y sustentada por la caridad, contribuye a la
edificación de esa ciudad de Dios universal hacia la cual avanza la historia
de la familia humana..."[23] Hemos comenzado con la Palabra de Dios. Hemos
considerado la Palabra creadora, que convoca, comprometida, presente y
salvadora, que se hace efectiva en el envío de los Discípulos. Nos hemos
dirigido luego a la exhortación Apostólica Verbum Domini, en la que
encontramos que la Tercera Parte (nn. 90-120) se titula "Verbum Mundo", la
Palabra para el mundo - y por tanto la Iglesia para el mundo. Es lo que se
dice, con otras palabras en Gaudium et Spes, y específicamente en Verbum
Domini (99-108). Con lo que aquí se afirma, es preciso sintetizar las cinco
competencias y conectarlas con nuestra vocación de seguidores de Cristo en
el espacio público o el ámbito social - el mundo de la historia humana: aquí
es en donde establecemos la conexión con nuestros conciudadanos, tan
diferentes en sus creencias y convicciones y con quienes, sin embargo, nos
mantenemos firmes en nuestra común humanidad - en la edificación de esa
ciudad del hombre que ha de prefigurar con mayor dignidad la Ciudad de Dios.
El propio compromiso de Dios con el mundo por la Palabra, ha de ser llevado
a cabo del mejor modo posible por nuestro competente y generoso compromiso,
con los pobres de las tantas pobrezas que hemos de combatir, nuestro
compromiso en favor de la reconciliación, la justicia y la paz. En la dinámica y recuerdo de la
historia de la salvación, la Palabra de Dios llama al cosmos para que surja
del caos, llama a Abrahán a salir de su tierra y luego al pueblo a salir de
Egipto; nos ha llamado "mientras aun éramos pecadores" (Rm 5,8) para "vivir,
la vida plena" (Jn 10, 10). Ahora nos llama a ser su Cuerpo en el mundo,
"alimentando al hambriento, dando de beber al sediento, hospedando al
extranjero, vistiendo al desnudo, cuidando a los enfermos y visitando a los
encarcelados" (Mt 25, 31-46). "Ante el ingente trabajo que
queda por hacer, la fe en la presencia de Dios nos sostiene, junto con los
que se unen en su nombre y trabajan por la justicia" y la paz (CiV 78). "Se cumple aquí la profecía de
Isaías sobre la eficacia de la Palabra del Dios: como la lluvia y la nieve
bajan desde el cielo para empapar la tierra y hacerla germinar, así la
Palabra de Dios «no volverá a mí vacía, sino que hará mi voluntad y cumplirá
mi encargo» (Is 55,10s). Jesucristo es esta Palabra definitiva y eficaz que
ha salido del Padre y ha vuelto a Él, cumpliendo perfectamente en el mundo
su voluntad."[24]
Notas
[2] Sagrada Biblia. Versión oficial de la Conferencia
Episcopal Española, Madrid: Biblioteca de Autores cristianos, 2010.
[3] Benedicto XVI, Exhortación Apostólica Verbum Domini, n.
1.
[4] Cfr. También Plegaria Eucarística IV.
[5] Deus Caritas est, n. 13.
[6] Verbum Domini, n. 99.
[7] Verbum Domini, n. 100.
[8] Cfr. Caritas in veritate, n. 7.
[9] Benedicto XVI, Mensaje, XLIV Jornada Mundial de la Paz
2011, §7
[10] Caritas in veritate, n. 7.
[11] "Ciertamente, no es una tarea directa de la Iglesia el
crear una sociedad más justa" (Verbum Domini, n. 100).
[12] Caritas in veritate, n. 21.
[13] Verbum Domini, n. 100.
[14] Verbum Domini, n. 105.
[15] Juan Pablo II habla de la necesidad de vivir las
Bienaventuranzas y de poseer la espiritualidad de misioneros en el mundo
actual. Cfr. Redemptoris Missio nn. 87-91.
[16] Verbum Domini, n. 99.
[17] Verbum Domini, n. 99.
[18] "Nunca olvidemos que «donde las palabras humanas son
impotentes, porque prevalece el trágico estrépito de la violencia y de las
armas, la fuerza profética de la Palabra de Dios actúa y nos repite que la
paz es posible y que debemos ser instrumentos de reconciliación y de paz»".
Verbum Domini n. 102 citando Benedicto XVI, Homilía (25 enero 2009):
L'Osservatore Romano, ed. en lengua española (30 enero 2009), 6.
[19] Cf Verbum Domini, n. 92.
[20] Verbum Domini, n. 100 citando Evangelii Nuntiandi n. 18.
[21] Caritas in veritate, n. 57.
[22] Verbum Domini, n. 101.
[23] Caritas in veritate, n. 7.
[24] Verbum Domini, n. 99 refierendo Is 55, 10s.
Páginas relacionadas
INTRODUCCIÓN
La Palabra de Dios como Revelación del Compromiso
de Dios en el mundo
1. La Palabra de la Creación:
2. La palabra de
la Llamada y de la Alianza
3. La "Palabra" se hace carne: la presencia de Dios que salva
4. La
palabra de la llamada misionera a evangelizar
SEGUNDA PARTE
Palabra de Dios y Compromiso en el mundo
Las cinco competencias para nuestro compromiso:
1. Comenzar con una actitud realista.
2. Basar el trabajo en valores fundamentales
3. Con confianza,
asumir las nuevas responsabilidades
4. Estar
abierto a una profunda renovación cultural
5. Comprometerse a trabajar con coherencia y consistencia
2. Basar el trabajo en valores fundamentales
3. Con confianza, asumir las nuevas responsabilidades
4. Estar abierto a una profunda renovación cultural
5. Comprometerse a trabajar con coherencia y consistencia
[1] V. gr. La Reina-Valera, Biblia Traducción Interconfesional, Biblia
Pastoral, Biblia Católica para Jóvenes, Biblia del Peregrino, La Biblia de
las Américas, Biblia de América, Biblia Latinoamericana, etc.