Mateo 5, 3 Todos pueden ser felices
TODOS PUEDEN SER FELICES
No puede dudarse de que los pobres consiguen con más facilidad que los ricos el don de la humildad, ya que los pobres en su indigencia se familiarizan fácilmente con la mansedumbre y en cambio, los ricos se habitúan fácilmente a la soberbia. Sin embargo, no faltan tampoco ricos adornados de esta humildad y que de tal modo usan de sus riquezas que no se ensoberbecen con ellas, sino que se sirven más bien de ellas para obras de caridad, considerando que su mejor ganancia es emplear los bienes que poseen en aliviar la miseria de sus prójimos. El don de esta pobreza se da, pues, en toda clase de hombres y en todas la s condiciones en las que el hombre puede vivir, pues pueden ser iguales por el deseo incluso aquellos que por la fortuna son desiguales, y poco importan las diferencias en los bienes terrenos si hay igualdad en las riquezas del espíritu. Bienaventurada es, pues, aquella pobreza que no se siente cautivada por el amor de bienes terrenos ni pone su ambición en acrecentar las riquezas de este mundo, sino que desea más bien los bienes del cielo.....
Muchos de los primeros hijos de la Iglesia al convertirse a la fe, no teniendo más que un solo corazón y una sola alma, dejaron sus bienes y posesiones y, abrazando la pobreza, se enriquecieron con bienes eternos y encontraban su alegría en seguir las enseñanzas de los Apóstoles, no poseyendo nada en este mundo y tendiéndolo todo en Cristo. ...
Por eso el bienaventurado
apóstol Pedro, cuando al subir al templo se encontró con aquel cojo que le
pedía limosna... al que la madre dio a luz deforme, la palabra de Pedro lo
hace sano y el que
no pudo dar la imagen
del César grabada en una moneda a aquel hombre que le pedía limosna, le dio,
en cambio, la imagen de Cristo al devolverle la salud. Y este tesoro
enriqueció no sólo al que recobró la facultad de andar, sino también a
aquellos cinco mil hombres que, ante esta curación milagrosa, creyeron en la
predicación de Pedro. Así aquel pobre apóstol, que no tenía nada que dar al
que le pedía limosna, distribuyó tan abundantemente la gracia de Dios que
dio no sólo el
vigor a las piernas del cojo, sino también la salud del alma a aquella
ingente multitud de creyentes, a los cuales había encontrado sin fuerzas y
que ahora podían andar ligeros siguiendo a Cristo.
(San León Magno, Sermón 95, 2-3 en Liturgia de las Horas o.c. IV pg. 181)
Les doy ya (aquí en la
tierra dice Jesús) lo que aman, les doy ya lo que desean; después verán
aquello en lo que creyeron aun sin haberlo visto; comerán
y se saciarán de aquellos bienes de
los que estuvieron hambrientos y sedientos. ¿Dónde? En la resurrección de
los muertos, porque 'yo los resucitaré en el último día.
(San Agustín, In
Ioh. 26, 6 en
Liturgia de las Horas o.c. IV pg. 206)