¿El Mundo te da la verdadera Felicidad? (1 Jn 2, 15-16)
César Ramos Sandoval
2° de Teología
«No améis al mundo ni las cosas que están en el mundo. Sí alguno ama al
mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo,
la pasión de la carne, la pasión de los ojos y la arrogancia de la vida, no
proviene del Padre, sino del mundo» (1
Jn 2,15-16)
Cuántas veces hemos pensado que el mundo nos da la felicidad, y la verdad es
que lo que nos ha dado ha sido sufrimiento, pecados, etc. A pesar de esto
muchas veces somos tan ciegos que volvemos a él sabiendo que nos ofrece sólo
diversión y muerte. Veremos qué es lo que nos ofrece el evangelista san Juan
y el sentido que tiene y lo que da. La verdadera felicidad la da Dios, si
quieres descubrirla, te invito a hacer un recorrido y espero que te agrade
este pequeño trabajo.
INTRODUCCIÓN
Te habrás preguntado muchas veces qué es el mundo, qué nos ofrece. El mundo
es uno de los enemigos del hombre con el cual hay que combatir. Es una de
las palabras que más usa san Juan. Puede tener un sentido cósmico, es decir,
el universo que engloba el cielo y la tierra; un sentido colectivo, que son
los habitantes de la tierra, la humanidad en general, sin ninguna
calificación moral.
El mundo ha sido creado en Cristo (Jn 1, 10) y así es bueno. Pero por el
pecado, «desde Adán», se ha alejado más y más de Dios, de manera que el
mundo con razón se hace sinónimo de «hostilidad a Dios» y de «estar
condenado a la perdición». El punto culminante, el desenmascaramiento y la
superación de su maldad es la crucifixión de Nuestro Señor. Me vino a la
mente hacer este tema ya que muchas veces hablo o hablamos de él sin saber a
que nos referimos o qué es lo que queremos decir. Las pregunta que
frecuentamos hacernos ¿qué me ofrece hoy el mundo? ¿Ha sido creado para el
bien o para el mal? O tal ves vemos qué influencia tiene en nuestra vida,
como reacciono ante esta sociedad o mundo consumista. Pues ciertamente
hablar del mundo es algo genérico o muy amplio, trataré en este trabajo de
ver los puntos que estén más relacionados con nuestra vida, con la Iglesia,
sobre todo con el evangelista san Juan.
¿Dónde se encuentra la felicidad?
Muchas veces me he preguntado qué es el mundo, y me he visto invadido por
él, me he dejado llevar e influenciar dejándome engañar pensando que tenía
la razón, que me podía sacar de mis sufrimientos, problemas y me he
refugiado en él. Pero he visto que el mundo es algo engañoso, que
aparentemente tiene todo y lo da todo, cuando en realidad lo único que hace
es dejar más sufrimiento y muerte en uno. Puedo decir que un cristiano puede
vivir en el mundo sin ser del mundo, estar en el mundo pero no ser parte de
él.
La verdad es que lo que he buscado siempre ha sido ser feliz y sentirme
amado que no lo encuentro allí, sino en la Iglesia, donde está Cristo. Es él
el que da la verdadera felicidad, el verdadero sentido a la vida, pues yo lo
he experimentado.
El mundo es uno de los enemigos del hombre con el cual hay que combatir. El
mundo es una de las palabras que más usa san Juan. Puede tener un sentido
cósmico, es decir, el universo que engloba el cielo y la tierra; un sentido
colectivo, que son los habitantes de la tierra, la humanidad en general, sin
ninguna calificación moral. Esto lo podemos ven en 1 Jn 2, 2 El es víctima
de propiciación por nuestros pecados, no sólo por los nuestros, sino también
por los del mundo entero. , y 4, 9) y un sentido peyorativo: la humanidad
caída, los hombres malos. Desde este punto de vista, el mundo designa al
reino del pecado, opuesto al reino de Dios. Su príncipe es Satán (Jn 12, 31;
14, 30; 16,11). Sus ciudadanos son los hombres esclavos del pecado: hombres
que no creen y que no aman; en este sentido, el mundo es hostil a Dios y
contrario a sus planes. Este mundo de tinieblas, la humanidad caída, es el
objeto de la misericordia divina, al que viene Jesús como luz del mundo (Jn
3, 19; 8, 12; 9, 5; 12, 46).
El mundo que los cristianos no deben amar no es el de los hombres malos, ni
siquiera el meramente humano, sino el mundo material con todo lo que en él
hay. Pero este mundo material cabe ser considerado bien positivamente, bien
negativamente. Positivamente, como creación de Dios, y en este sentido Dios
mismo lo amó. Negativamente, como ocasión del pecado. Aquí el apóstol lo
entiende en el aspecto negativo.
Cuando decimos: "no améis al mundo" significa no os atéis al mundo, a esta
tierra.
Muchas veces nos surge la pregunta ¿por qué no amaré yo lo que Dios ha
hecho? San Agustín responde a esto: "Todo lo que hay en el mundo, Dios lo ha
hecho...; pero ¡ay de ti si amas las creaturas hasta el punto de abandonar
al Creador!... Dios no te prohíbe amar estas cosas, pero te prohíbe amarlas
hasta el punto de buscar en ellas tu felicidad... lo mismo que si el esposo
diese a su esposa un anillo y ésta amase el anillo recibido más que el
esposo... ¿acaso por este apego al don del esposo no te mostraría el alma
adúltera, aunque amase más que lo que le ha dado el esposo?... Dios te ha
dado todas estas cosas. Ama al que las ha hecho. Un bien mayor es el que Él
quiere darte, a sí mismo, que ha hecho estas cosas."
Las cosas que el cristiano debe evitar: la concupiscencia de la carne que
comprende: no sólo las pasiones de la carne, sino también la lujuria, la
glotonería, la bebida en exceso, los placeres mundanos.
El mundo cósmico, asiento de los malos deseos, ha pasado al sentido
peyorativo: el reino de las tinieblas, el orden social que ignora o
desprecia a Dios. Los que son del mundo y le pertenecen y se entregan a
ella; el cristiano engendrado por Dios, y no teniendo más amor que el que
recibe de Dios, queridos, amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios,
y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios 1Jn 4,7; es incapaz de
amar lo que no ama, lo que no es del Padre.
El mundo y sus concupiscencias están condenados a pasar. Dios y lo que
pertenece es inmutable, es estable, sólo Él permanece. También vemos una
doble síntesis, por un lado, el mundo y los que siguen sus caminos. Éstos
pasarán; por otro lado, Díos y los que hacen su voluntad. Éstos vivirán para
siempre.
El mundo ha sido creado en Cristo (Jn 1, 10) y así es bueno. Pero por el
pecado, "desde Adán", se ha alejado más y más de Dios, de manera que la
muerte con razón se hace sinónimo de "hostilidad a Dios" y de "estar
condenado a la perdición". El punto culminante, el desenmascaramiento y la
superación de su maldad es la crucifixión de Nuestro Señor. Cristo vino
desde otro ámbito (Jn 17, 14; 18, 36) a este mundo como luz suya (Jn 1, 9;
12, 46) para salvarlo (Jn 3, 17; 6, 51). Pero como eso debía incluir
necesariamente que se mostrara al mundo su verdadera faz, que es faz de
tinieblas, y el mundo no podía soportar su propio aspecto, aquél rechazó a
su salvador (Jn 1, 10; 14, 17; 17, 25) y así se juzgó a sí mismo (Jn 12, 31;
16, 33). Al mundo la sabiduría misericordiosa de Dios le pareció una
necedad; mas para aquellos que en Jesucristo encontraron su salvación, la
cruz es el hallazgo más profundo del amor de Dios (1 Co 1, 18-31; 3, 19).
Esta muerte que ha crucificado al Señor de la gloria (1 Co 2, 8) está
crucificado para ellos, e igualmente ellos están crucificados para él (Ga 6,
14). Así los discípulos, ciertamente viven en este mundo (Jn 13, 1; 17,
11.15; 1 Co 5, 10), pero no viven de este mundo (Jn 15, 18s; 17, 14.18).
Mas, precisamente porque ellos pertenecen ya ahora a otro muerte "celestial"
(Ef 2, 7; Flp 3, 20; Col 3, 1ss) y no viven según el modo de este mundo (Rm
12, 2; Ef 2, 2), con el corazón puesto en lo caduco (Mt 13, 12; 1 Co 7),
pueden usar libremente de las cosas del m. (1 Co 3, 22s) y ser luz para los
hombres (Mt 5, 14; Jn 17, 18).
Los padres afirman unánimemente que, al crear, el Padre se sirvió de la
mediación del Logos (Jn 1,1.3) y puso el mundo al servicio del hombre: "Dios
creó al mundo para el hombre y sometió toda la creación al hombre, dándole
un dominio absoluto sobre todo lo que hay bajo el cielo" (Pastor de Hermas).
¿Y esto por qué? Porque el hombre está destinado a ser nueva criatura en
Cristo. De manera que el universo, creado por medio del Verbo encarnado,
está dirigido a Cristo Señor integral. Orígenes podrá afirmar: "Para mí no
hay duda alguna: el mundo subsiste por causa de la intercesión de los
cristianos..., por ellos es por lo que se extienden los esplendores
existentes en el mundo" (Apol., 16.1 ss). El escrito A Diogneto (n. 6)
insiste: "En una palabra, lo que el alma es en el hombre, los cristianos son
en el mundo". Dada esta solidaridad entre hombre y mundo, el pecado del
hombre ha engendrado una configuración correspondiente en el mundo actual. Y
el Verbo, encarnado para redimir al hombre, está comprometido en quitar las
huellas del pecado del mundo (Jn 1,29; Rm 8,18).
El mundo presente es el mundo en que nos hallamos desde que, por la envidia
del diablo, y el pecado del hombre, la muerte hizo su entrada en él.
Por este hecho ha venido a ser deudor de la justicia divina, pues hace causa
común con el misterio del mal que está en acción acá abajo.
Su elemento más visible está constituido por los hombres que alzan su
voluntad rebelde contra Dios y contra Cristo (Jn 3, 18ss; 7,7; 15,18ss; 17,
9.14). Ahora bien, "Dios amó tanto al mundo que dio a su Hijo único" (Jn 3,
16). De aquí tememos dos aspectos:
1.- Jesús vencedor del mundo. "Estaba en el mundo, y el mundo fue hecho por
él y el mundo no le conoció" (Jn 1, 10). Tal es el resumen de la carrera
terrestre de Jesús, no es del mundo y tampoco su reino (Jn 18, 36); tiene
poder de Dios y no príncipe de este mundo, pues éste no tiene ningún poder
sobre él. Por eso le odia el mundo (Jn 15, 18), tanto es más su luz que trae
la vida que viene para salvarlo.
2.- el mundo es renovado. Por ese mismo acto realizó Jesús aquello para lo
que había venido a la tierra: muriendo "quitó el pecado del mundo" (Jn 1,
29), dio su carne para la vida del mundo. Ante esto el mundo se vio
rescatado de su esclavitud.
El cristiano debe guardarse de la contaminación del mundo, no debe amar al
mundo, pues la amistad del mundo es enemistad con Dios.
Pues, así como Cristo vino al mundo para dar testimonio de la verdad (Jn 18,
37), así el cristiano es enviado al mundo para dar un testimonio que es el
de Cristo mismo (1Jn 4, 17). El cristiano, sin extrañarse lo más mínimo de
verse odiado e incomprendido (1Jn 3, 13) y hasta perseguido por éste, es
reconfortado por el Paradito, el Espíritu de verdad enviado acá abajo para
confundir al mundo.
Resumiendo
San Juan resume el mundo en tres sentidos. Un sentido cósmico, que es el
cielo y la tierra; un sentido colectivo, son los habitantes de la tierra, la
humanidad, y un sentido peyorativo, la humanidad caída.
Frente a la pregunta ¿por qué no amaré yo lo que Dios ha hecho? San Agustín
responde a esto: "Todo lo que hay en el mundo, Dios lo ha hecho...; pero ¡ay
de ti si amas las creaturas hasta el punto de abandonar al Creador!...
Amar al que ha hecho las cosas. Es imposible amar lo que Dios no ama, lo que
no es del Padre.
Vemos una doble síntesis: el mundo y los que siguen sus caminos. Éstos
perecerán; Dios y los que hacen su voluntad. Éstos vivirán para siempre.
Dios creó al mundo para el hombre y sometió toda la creación al hombre,
dándole un dominio absoluto sobre todo lo que hay bajo el cielo.
Después de esta pequeña exposición sobre el mundo según el evangelista Juan
podremos descubrir que muchas veces el mundo no es como nosotros lo
concebimos o vemos, tal vez como algo abstracto, o en sentido general.
Realmente lo que el evangelista nos muestra a éste en tres sentidos:
cósmico, colectivo y peyorativo. Y ante esto descubrir que lo que Dios ha
creado no es malo, sino que el hombre mismo lo ha ido pervirtiéndolo,
haciendo que sea algo dañino para él mismo. Pues, Dios ama lo que ha creado,
las cosas, el hombre... lo malo está cuando el hombre ama mas lo creado que
al creador.
Espero que puedas descubrir a lo que estás llamado, que el mundo sin Dios es
malo, dañino para el hombre; en cambio con Dios, es distinto, pues ya
podemos ver que Jesucristo mismo dice: "No te pido que los retires del
mundo, sino que los guardes del Maligno" (Jn 17, 15). Pues Dios creó al
mundo para el hombre y sometió toda la creación al hombre, dándole un
dominio absoluto sobre todo lo que hay bajo el cielo.
Para llegar a vivir en el mundo sin ser del mundo es necesario que
Jesucristo entre en nuestra vida, dejémonos pues invadir por Él y no por el
mundo que nos ha traído más que fracasos en nuestra vida. Ya sabes que la
felicidad que nos ofrece el mundo es efímera no da la vida eterna, sino una
vida pasajera enraizada en la concupiscencia y en las bajas pasiones. Que
Dios te conceda descubrir esto en tu vida.