¿Creo verdaderamente en el perdón de Dios? (1 Jn 3, 20)
Pacheco Paredes, Dennis Raúl
3º deTeología 2009
En caso de que nos condene nuestra conciencia, pues Dios es mayor que
nuestra conciencia y conoce todo (1
Jn 3, 20).
Empiezo este trabajo leyendo las cartas de San Juan y la que me llamo la
atención y me hizo cuestionar mucho fue la misericordia inmensa del amor de
Dios, la cita con la cual quisiera empezar es Jn 2, 1 "Hijos míos, os
escribo esto para que no pequéis. Pero si alguno peca, tenemos a uno que
abogue ante el Padre: a Jesucristo, el Justo."
Ya que este amor es tan grande que hasta podemos caer en el error de
quererlo poner en la mente, y cuando no podemos entenderlo, empezamos a
dudar de este amor infinito de Dios, esta es un poco de mi experiencia ya
que empecé a dudar de este amor infinito que Dios me tiene y ante la
pregunte que me hice entró en mi la duda, que me empezó a matar poco a poco
por dentro, causándome una separación del amor.
Vemos que el problema empieza con haber perdido la conciencia del pecado, no
aceptar mi condición de pecador, y lo más fuerte es haber perdido el sentido
de la vida cristiana en este mundo, de lo cual explicaré en los siguientes
puntos concretos.
INTRODUCCIÓN
Vemos como la incredulidad moderna produce un humanismo autónomo que cierra
el mundo humano a la acción de la Gracia Divina.
Vemos que en este tiempo es tan difícil de creer el perdón en nuestras
vidas, porque hemos cambiado de idea según el tiempo en que estamos
viviendo, antes teníamos una postura y veíamos a un Dios Tapa-agujeros,
ahora vemos, que la humanidad debe salvarse a si misma; será el hombre quien
salve al hombre -y no una salvación que viene de lo alto, recibido a modo de
gracia-. Por otra parte, puesto que no hay libertad personal, y en
consecuencia no hay pecado, el hombre no habrá de ser salvado del pecado,
sino de la ignorancia, de la enfermedad, de la injusticia social.
La salvación de la humanidad vendrá, por tanto, de hombres que actúen sobre
las estructuras. Son, pues, necesarios médicos, ingenieros, científicos,
políticos; transformando nuestras estructuras de vida, produciendo un hombre
nuevo y mejor; hasta el punto de ver que no son necesarios para la salvación
humana a Cristo, la gracia, la Iglesia, las vocaciones apostólicas, los
sacramentos, la oración. Pero veamos que esta pérdida de sentido del hombre,
será sanada y remediada por el amor que es más grande que todo pecado ya que
Jesús vino para la salvación de todos los hombres y no para que los hombres
se condene.
JESÚS EN LA CRUZ PIDE A SU PADRE PERDÓN POR LOS VERDUGOS
Vemos en esta parte un ejemplo fundamental de perdón para nuestras vidas,
que es en el momento que Jesús, estando en la cruz, pide perdón para sus
verdugos: las palabras de perdón de Cristo son una advertencia seria.
Rememoremos la advertencia de Cristo agonizante, nosotros, malos y
necesitados de perdón. Nosotros débiles, que nos creemos autosuficientes
para juzgarlo todo, para decir o pensar que no cometemos nunca injusticias.
Nosotros no podemos apuntarnos a actuar definitiva o inapelablemente.
Nosotros también necesitados de perdón en las reiteradas oportunidades que
el Señor pone a nuestro alcance. Rehacer la vida no es algo optativo, sino
una necesidad. Se trata de la responsabilidad de recuperar nuestra identidad
y, con esta recuperación para poder vivir una existencia dedicada al bien,
tan necesario para que el mundo siga el curso que Dios le ha trazado.
Se nos pide hoy la disposición-capacidad de confiar en el perdón de Dios;
perdón que por querer de Cristo lo encontramos en la Iglesia, por medio de
la penitencia gran don que deberíamos aprovecha.
Jn 8. PASAJE DE LA MUJER ADÚLTERA "relicti sunt duo, misera et misericordia"
Se marcharon todos, quedaron solos Jesús y la pecadora (Jn 8, 9).
Así como dice San Agustín: "Permaneció el Creador con la criatura,
permaneció la miseria con la misericordia; permaneció la que reconoció su
pecado, con el que se lo perdonó. Esto significa el escribir sobre la
tierra. Cuando pecó el hombre, se le dijo: eres tierra. Cuando pecó el
hombre, se le dijo: eres tierra. Cuando Jesús ofrecía el perdón a la
pecadora; escribía sobre la tierra."
La inocencia de Jesús tiene la capacidad de transformar la maldad y de
borrar las manchas del pecado.
Jesús no sólo acoge a los pecadores convertidos, sino que también los busca
para "salvar lo que estaba perdido"
San Agustín nos habla de esto: "El Señor ha condenado, pues, el pecado, no
al hombre". No se trata de la condena del pecado, sino del llamado a los
pecadores, no de una doctrina sino de un hecho. Jesús se preocupa de los
pecadores en nombre de Dios; no quiere juzgar, sino salvar.
A la mujer se le otorga la misericordia de Dios para que en el futuro evite
el pecado. La "pecadora arrepentida" empieza a mostrar su arrepentimiento, y
después Jesús la defiende y la despide en paz. Aquí, en cambio, la adúltera
conoce de inmediato el perdón incondicional de Dios.
EL DRAMA DEL HOMBRE
El pecado se confronta con la verdad del amor divino, justo, generoso y
fiel, que se manifiesta sobre todo con el perdón y la redención.
Reconocer el propio pecado, es más, reconocerse pecador, es el principio
indispensable para volver a Dios; ya que el drama de hombre de hoy consiste
precisamente en su carácter babélico (pérdida del sentido y orientación,
porque nosotros pretendemos ser fuertes y poderosos sin Dios, o incluso
contra Dios). Por eso la reconciliación, es fruto de la conversión y la
conversión es fruto del amor" (Juan Pablo II, Reconciliatio et Penitentiae).
Para crecer en conversión hay que colocarnos bien ante el kerigma y asumirlo
vitalmente. Por que hoy en día el mundo, e incluso en la Iglesia, están
llenos de gente que pensamos que Jesús ha venido a ser modelo, o un máximo,
a darnos fuerzas para comportarnos bien y, mediante estas buenas obras,
ganarnos el cielo. Este cristianismo es demasiado infantil y nunca nos
llevará a experimentar en serio el poder de la resurrección de Jesucristo.
Nunca provocará en nosotros la oración la cual podamos alabarlo, y sí una
continua lluvia de peticiones a Dios. Lo más grave es que aunque perdone
nuestros pecados, no experimentaremos este perdón y no somos tampoco
liberados de resentimientos; odios y tendencias. Seguimos odiando al que nos
hace daño y no amaremos a nadie cuando este amor duela.
La causa de esto es que el espíritu de cada uno está bloqueado, tiene que
utilizar la razón, la voluntad humana y sus esfuerzos. Tiene que rebajarse a
nuestros métodos y soportar la injerencia omnímoda de nuestro yo en relación
con Dios. Por eso la mayoría de nosotros ha confinado los efectos de nuestro
cristianismo en el más allá. La religión nos sirve solo para salvarnos en el
otro mundo y darle un poco de orientación a este. Jamás, se ha tenido una
experiencia tangible aquí, la vida de algunos no ha cambiado, no hay ningún
Pentecostés, ni un antes y un después.
Se debate en medio de esfuerzos cansinos a tal punto que todo se nos
convierte en una carga insoportable.
Por otra parte, nuestra carne está vivísima y, como no encontramos la
salvación en Dios, la buscamos donde podemos, llenando nuestras vidas de
culpabilidad, dobleces, temores, dudas, escrúpulos y aprensiones religiosas.
De esta se deriva una pérdida del sentido de la vida, la fe se agosta y todo
se sustituye por otros valores de los que se espera más vida, y en
definitiva, más salvación.
Cuando predomina esta forma de vivir, el cristianismo se busca en las obras,
la justificación y la sensación de vida. Las obras nos sirven para
testimoniar la gracia, cuando provienen de ella; pero no para engendrarla.
Pero, a veces, las obras dejan de estar conectadas con la gracia y se
transforman en un fariseísmo más.
Po eso es necesario en cada uno de nosotros como Iglesia que somos, y
disponiendo nuestras vidas a un continuo Pentecostés, el cual nos renovará
diariamente, tratando de experimentar el poder contra el pecado y el mal.
Por eso importante es la apertura a una comunidad donde se gestará la nueva
personalidad, ella (la comunidad) te va a denunciar y en ella nos vamos a
recuperar esta personalidad que esta dañada, aceptando primeramente que
somos pecadores; que no podemos salir por nosotros mismos de nuestros
vicios, nuestros odios, nuestras ganas de dominar, de tener siempre la razón
y salirnos con la nuestra; pero sin embargo, la palabra nos anuncia: "Ese
Jesús a quien rechazamos y matamos. Ése, resucitó para el perdón, la
sanación de nuestra naturaleza caída y devolvernos esta imagen perdida que
adquirimos por el pecado; es más, le ha sido dado todo poder y señorío para
cambiar nuestra vida y hacer de cada uno una criatura nueva, renovado e hijo
de Dios."
Si nos creemos esto, si vamos sospechando que es verdad, si intuimos que
esto va en serio y sometemos toda nuestra vida al señorío de este Jesús, a
su poder de Kyrios de todas las cosas, aunque sea bajo el síndrome de
nuestra impotencia y de nuestro temor y desconfianza de nosotros, si somos
sinceros en todo ello; con el bautismo que hemos recibido y el compartir en
la comunidad, harán que recibamos gratuitamente el don del Espíritu santo y
su eficacia sanadora.
Pero si seguimos dudando y seguimos en nuestra incredulidad, debemos de
saber bien que se trata del poder de Jesús, y no del nuestro.
Claro está que cada uno no podemos liberarnos de todas nuestras ataduras,
pero Jesús si puede, por eso y para eso ha sido enviado Jesucristo, porque
si cada uno pudiera con sus esfuerzos ¿para que necesitaríamos a Jesucristo?
¿Para que nos echara una mano o una simple ayudita? Claro que no. Jesucristo
ha venido a hacer una nueva creación. Ahora la gracia es total; la gratuidad
total del don de Dios, exige la pobreza total en el corazón del hombre. Por
eso la labor de despojo y derribo del espíritu va a ser profundísima, pues
estamos llenos de autosuficiencia y autonomías. El "querer ser como Dios" el
hombre lo tiene que pagar caro; tanto, tanto, que Dios lleno de
misericordia, ha tenido que hacer hombre a su Hijo. Este hombre Jesucristo,
el pecado que no era suyo, hizo todo su daño y llegó al cero absoluto para
que la gracia de Dios fuera total.
Para dar las ideas centrales lo quiero hacer por medio de los Santos Padres
de la Iglesia:
San Gregorio Magno: Sobre nosotros pesan causas injustas. Sin embargo, un
abogado justo no acepta de ninguna forma causas injustas ni compromete su
palabra por una injusticia. ¿Qué hacemos entonces queridos hermanos?
Atención a lo que debemos hacer: el mal que hayamos hecho, abandonémoslo y
acusémonos de él. Pues está escrito: "El injusto desde el principio de su
discurso, se acusa a si mismo". El pecador, que llora su pecado y se
convierte, empieza ya a ser justo cuando confiesa lo que hizo. ¿Por qué no
va a ser justo, quien con sus lágrimas abomina ya de su injusticia? Por
tanto, nuestro justo abogado nos defiende en el juicio como justos, porque
nosotros mismos nos reconocemos y confesamos como injustos. Así pues,
pongamos nuestra confianza, no en las lágrimas, ni en nuestras obras, sino
en la defensa de nuestro abogado.
Andrés, Catena: Él sabe, en efecto, que aquellos que han sido iluminados no
cambian a una naturaleza libre de pasiones, pero están en alerta y no se
dejan llevar hacia el pecado. Por eso os comunico estas cosas, para que
continuéis sin pecar y si pecáis una vez, no os mantengáis en el pecado. Nos
redimió del pecado Jesús, que está junto al Padre.
Beda, Comentario a la primera Carta de Juan: Pues allí nos advirtió, con una
prudencia saludable y necesaria, de nuestra fragilidad, para que nadie
inocentemente se complazca en si mismo y envaneciéndose de sus méritos,
perezca con más facilidad. Ahora, aconseja, siendo consecuente, que, si no
es posible librarse de todo pecado, pongamos todo el empeño que podamos,
para que no nos dejemos llevar negligentemente de la fragilidad de nuestra
condición. Sino que hemos de luchar con toda diligencia contra todos
nuestros vicios, especialmente contra los mayores y más visibles, para que,
con la ayuda del Señor, podamos precaverlos y superarlos más fácilmente...
El Señor intercede por nosotros, no sólo con su oración sino también con su
misericordia, porque persevera con su súplica, lo que no quiere condenar en
sus elegidos.
Quien intercede con su humanidad por nosotros ante el Padre, es el mismo que
se ofrece con su divinidad como víctima propiciatoria al Padre... Y no sólo
el Señor es víctima de propiciación por aquellos a los que, todavía vivos,
escribía Juan, sino también por toda la Iglesia extendida por todo el orbe.
Y comprende desde el primer elegido hasta el último que nazca al fin del
mundo. El Señor es víctima propiciatoria por los pecados de todo el mundo,
pues la Iglesia, que Él ganó con su sangre, se extiende por todo el mundo.
El hombre en este mundo, durante su existencia vemos que está apegado a sus
apetencias carnales y al estar tan unido a esto, lo único que se le presenta
es una sexualidad desordenada, que junto con los placeres mundanos y los
ataque incesantes del demonio, hacen que el hombre caiga en una profunda
soledad al experimentar esto, no saber donde ir y empieza a experimentar el
infierno en este mundo; pero tenemos que ser conscientes de cómo estamos
viviendo y a que cosas estamos haciendo caso ya que fácilmente caemos en
ello. Pero sepamos que la naturaleza carnal no esta sola ni desamparada,
sino que está en sintonía con la gracia, ya que nosotros participamos de
esta imagen y semejanza de Dios y por ello en virtud de nuestro salvador,
podemos llamarnos Hijos de Dios, y siendo conscientes de ello, podremos
experimentar el perdón en nuestras vidas, porque no nos abandonaremos a
nuestra debilidad, sino que veremos en nuestras vidas como Dios actúa por
medio de esta debilidad, haciendo y aceptando esta historia de salvación.
Bueno en este momento te invito a que no te dejes llevar por las falsas
ideas que tenemos de la relación que tenemos con Dios, ya que Él tiene una
relación directa con cada uno de nosotros, esta relación es personal,
responde también de esta misma manera y así experimentarás este perdón
reconociendo que somos débiles ya que no podemos hacer nada en contra de
eso, por eso abramos nuestros corazones para que así Él pueda entrar en
nuestros corazones y así lograr configurarnos con nuestro Señor Jesucristo,
quedando libres de ataduras y que se pueda reflejar en nuestra vida en
relación con el prójimo.